Acción - reacción: los gobiernos ante el COVID-19
Por Joel Ayza Cano

EL VIRUS
El SARS-CoV-2es el nombre científico del virus que ha causado estragos a nivel social y económico desde el comienzo de su expansión en diciembre del año pasado, más comúnmente conocido como coronavirus o por el nombre de la enfermedad que provoca, Covid-19 (corona-virus-disease). Éste inició su temerosa andanza en la ciudad China de Wuhan. Existe consenso en cuanto a que el epicentro de la ya pandemia se produjo en el mercado de Huanan, uno de los muchos mercados chinos en lo que se ofrecen al público los más diversos productos alimenticios, incluyendo multitud de carnes de animales de todo tipo, entre las que podría estar, presumiblemente, la que contagió al primer paciente de coronavirus.
Cabe decir que la familia de los coronavirus, a la que pertenece el Covid-19 es conocida por los expertos, puesto que actualmente se sabe de hasta 7 variedades de esta clase de virus. La mayoría de ellos no rebasan la gravedad de un resfriado común, sin embargo, 3 de ellos han resultado ser especialmente peligrosos, capaces de derivar en graves enfermedades respiratorias. Tanto el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio) como el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave) ya habían presentado brotes, en Corea del Sur en 2015 y en la provincia china de Cantón en 2003, respectivamente.
No obstante, el virus que cierra esta lista nunca había sido hallado en humanos anteriormente y aunque se asemeja a sus otros dos parientes existen diferencias entre ellos, siendo por el momento el Covid-19 menos grave, aunque también más contagioso. La tasa de mortalidad del causante de la actual pandemia se sitúa, por ahora, en niveles que van desde unas medias del 1% de Alemania a casi el 10 % de Italia, el caso más extremo de los países afectados. Dependiendo del país y región que tratemos los datos difieren. Por su lado el SARS mantiene una letalidad relativamente próxima, aunque generalmente superior, del 10%, y el MERS aumenta su tasa hasta aproximadamente el 35%.
Hechas las aclaraciones que permiten identificar las características del enemigo común al que actualmente se enfrenta el mundo entero, puesto que es ya casi indefectible que a todos nos llegará el momento de presentarle batalla. Huelga clarificar ahora los motivos que han llevado a su aparición, su contagio a humanos y la posterior expansión por el globo.
Para este fin tendremos que remitirnos de nuevo al mercado de Huanan, en el que se cree que pudo empezar la epidemia debido al consumo de carne de murciélago que allí se vende. Si bien no se sabe a ciencia cierta, la relación de los virus de estas características con los murciélagos es muy frecuente, dado el formidable sistema inmunológico de estas criaturas que les permite contener en su cuerpo varios virus, sin ver perjuicio alguno en su salud. No obstante, este mismo hecho posibilita la concurrencia de diferentes elementos virales dentro de su organismo que llegan a unirse entre sí por error, dando lugar a nuevas variedades víricas desconocidas para el hombre.
Es ésta la vía más probable por la que el coronavirus accedió a la población humana y se propagó por ella, puesto que la venta de este tipo de productos es ajena a cualquier clase de regulación. Por lo que tampoco existe control alguno que garantice que es apta para el consumo humano, generando un tremendo riesgo para la salud, como se está comprobando en la actualidad.
LA CRISIS EN CHINA
Por otra parte, una vez se dan los acontecimientos que llevaron al traspaso de la nueva enfermedad a seres humanos, e identificada ya ésta, resulta decisiva la necesidad de actuar con la máxima celeridad en el orden de evitar más contagios.

Desafortunadamente para la salud mundial, el asunto recayó en manos del Gobierno chino, o del Partido Comunista Chino, ya que son éstos dos términos que se confunden. Las razones por las que este hecho merece tal adjetivo se ven cristalizadas en la censura por parte de las autoridades locales de la voz de alarma dada por los expertos. Este es el caso de Li Wenliang, un oftalmólogo de Wuhan que identificó lo que parecían ser casos de SARS en 7 pacientes provenientes de un mercado local, siendo reprendido por la policía al difundir la noticia, llegando incluso a ser obligado bajo amenaza a suscribir una carta en la que admitía la difusión de falsos rumores. El caso de Li ha creado un gran revuelo dentro de las fronteras del país asiático, una indignación que parece haber pasado ciertamente inadvertida para el resto del mundo.
A pesar de que quienes advertían el peligro fueron rápidamente silenciados, los científicos chinos no tardaron en determinar que se encontraban ante una nueva forma del SARS-coronavirus, lo hicieron el día 7 de enero. No obstante, los dirigentes locales, aun conscientes de los riesgos a los que se exponían, optaron por dar primacía a sus ambiciones políticas en el protervo sistema político del país, a las que la admisión de una crisis sanitaria podría llegar a dañar.
En definitiva, mantuvieron su postura inmovilista, negando incluso que el virus pudiera contagiarse entre humanos, sosteniendo esta situación hasta el día 17 en el que los casos de contagios se multiplicaron y ante el innegable advenimiento de una peor situación, el gobierno central finalmente asumió la gestión de la crisis, pronunciándose Xi Jinping (el presidente del gobierno chino) por primera vez al respecto el día 20 de enero y tomando medidas finalmente el 23 de ese mismo mes, con la imposición de la cuarentena total en Wuhan.
Ahora, entre la confusión generada por la pandemia que alcanza en estos momentos a la amplia mayoría de las naciones, el gobierno de Xi pretende evitar que la comunidad internacional señale al corrupto gobierno del país asiático como el responsable de lo que es ya una fatalidad de proporciones inmensas.
En un intento de buscar responsables fuera de las fronteras del país, se vierten acusaciones tan ridículas como la que desde el Ministerio de Exteriores chino señalaba a los Estados Unidos. El portavoz de dicho ministerio, Zhao Lijian, dijo: “Podría haber sido el ejército estadounidense quien trajo la epidemia a Wuhan”. No debe sorprender esta reacción, ya que utilizar el recurso de proyectar la indignación y la ira de los nacionales ante una codiciosa y negligente gestión de los recursos, hacia un maligno enemigo externo, es una de las herramientas más viejas en el repertorio de todos los totalitarios, véase Rusia, Venezuela o Corea del Norte por proponer algunos ejemplos.
Parece que actualmente la pandemia está controlada en China, pese a sus más que dudosas cifras que ya han sido cuestionadas por la gigante agencia de noticias Bloomberg, que al parecer ha tenido acceso recientemente a documentos de la central de inteligencia estadounidense en los que se afirma que los datos del gobierno chino son falsos. Hechos que resultan plausibles poniendo en relación las cifras que aportó China y cotejándolas con la progresión del virus en países occidentales.
Hechos que arrojan luz sobre las colateralidades de una sociedad extractiva, donde el Partido Comunista tutela todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos, a los que trata como a seres gregarios. Aunque sea imprudente sentenciar que toda la culpa de la crisis que vivimos recaiga sobre las acciones de los totalitarios mandatarios chinos, es también cierto que en su mano estuvo prevenir la epidemia en su territorio y la pandemia en el mundo, por lo que no parece razonable considerar que sus actos merezcan ovación.

LA CRISIS EN EUROPA
Pese a que la irresponsabilidad de las autoridades chinas sea innegable, la postura occidental al respecto de la epidemia tampoco fue propicia: en un comienzo se trató de blanquear el asunto, dando a entender e incluso afirmando, que el virus no alcanzaría territorio europeo o que si finalmente lo hacía sería de manera residual. Aun cuando Italia dio un baño de realidad a estas expectativas, sucumbiendo ante una ola de contagios que creció rápida y exponencialmente, algunos países europeos mantuvieron su discurso en la misma línea.
No fue afortunada la gestión francesa de la crisis, pues el país celebraba sus elecciones municipales 4 días después de que la OMS ascendiera al coronavirus al rango de pandemia. Actualmente el primer ministro Édouard Philippe y la exministra de sanidad, Agnès Buzyn, han sido denunciados por multitud de médicos y facultativos del sector sanitario reunidos bajo la agrupación C19.
Boris Johnson intentó por su lado (tal vez con el ánimo de dejar claro que ya nada une a los británicos al viejo continente) una estrategia paralela en la que, asesorado por los expertos al servicio del gobierno británico, optó por el desarrollo de la llamada “herd immunity” o inmunidad de grupo, permitiendo que la enfermedad se esparciera entre los británicos con el objetivo de que estos la superaran y desarrollaran naturalmente dicha inmunidad. Esta medida fue acompañada de la puesta en cuarentena de todas aquellas personas especialmente vulnerables al virus, cuya duración prevista fue de 12 semanas. El sistema planteado por el premier británico tardó una semana en derrumbarse, sin embargo, no fue hasta el día 23 de marzo que Boris Johnson pidió a los británicos definitivamente que se quedasen en casa y restringieran sus actividades ociosas.
Post scriptum:

LA VERGÜENZA NACIONAL
Poniendo la vista ahora en nuestro país, Francisco Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias de España, afirmaba a 7 de marzo que la situación se encontraba bajo control y con pocas probabilidades de agravarse sino en algunos lugares aislados donde existían “sospechas” de una situación preocupante. En vísperas del 8-M y las previsibles manifestaciones masivas, con 430 casos positivos en el país y con un crecimiento diario de 93 casos según sus propias palabras, llegó a decir: “Si mi hijo me pregunta si puede ir a la manifestación del 8-M, le diré que haga lo que quiera”.
A diferencia de lo que cabría esperar frente a tan escandalosa muestra de incompetencia por parte del ejecutivo, no ha habido disculpas, mucho menos dimisiones, siquiera por parte del propio Fernando Simón. Lejos de eso, el Gobierno ha sacado pecho asegurando que la situación era imprevisible, al parecer hemos de creer que el 8-M, un evento con un cariz marcadamente ideológico, que llena portadas e informativos cada año y se materializa en una avalancha de apoyo hacia los postulados progresistas de los partidos ahora en el gobierno, coincidió casualmente con ese, por supuesto, falso resquicio de duda que todavía permanecía sobre la peligrosidad del coronavirus.
Como si esto no fuera suficiente, desde estos mismos partidos se ha intentado tergiversar por medio de la vieja falacia del hombre de paja, es decir, poner en boca de sus oponentes políticos palabras que no han pronunciado éstos en realidad, el aluvión de críticas que llovieron sobre el ejecutivo.

La más extendida es la que afirma que las críticas a la celebración del 8-M son fruto de un ataque, de un intento de deslegitimación de la “derecha y la ultraderecha” hacia el movimiento feminista, lanzando al aire la pregunta de por qué no se persigue con el mismo entusiasmo a todos los demás eventos que se celebraron ese mismo 8 de marzo, como partidos de fútbol, concentraciones y el mitin de Vistalegre organizado por Vox. Dicen que el 8-M no tuvo en lo absoluto impacto sobre el salto en el número de contagios, mostrando estadísticas cogidas con pinzas, y circunscribiendo con ineludible conveniencia el objeto de las críticas a la gestión del ejecutivo a lo acontecido sólo durante el día de las manifestaciones.
Es casi redundante decir, que evidentemente lo que se critica es el tiempo que se retrasó la toma de medidas para posibilitar el acontecimiento del nutritivo impulso propagandístico que es el 8 de marzo para los partidos en el poder. La OMS advirtió el 28 de febrero que “el riesgo era muy alto en España”, tan sólo con 31 casos identificados y luego la Unión Europea, 6 días antes de los actos, por medio de recomendación europea, se sumó a la voz de alarma en España. Ambos completamente desoídos.
Con el precedente de Italia y China, los avisos de las organizaciones internacionales, la cantidad creciente de contagios, ante la fehaciente claridad de los hechos y el más que demostrado esmero de los responsables por echar balones fuera, no creo que quepa duda de la manifiesta falta de fundamento de cualquier intento de defender la postura de la Moncloa. La tenue cortina de humo que han logrado levantar reduciendo el problema al Día de la Mujer como contestación a su monumental error y para esconder sus indecorosas acciones, resulta más propia del recreo de un colegio de primaria y la réplica de “pero él también lo ha hecho” que a la respuesta del gobierno de toda una nación europea.
Uno de tantos ridículos que previsiblemente nos va a tocar aguantar a los españoles a partir de ahora, hasta salir una vez más del pozo al que nos están arrastrando nuestros mandatarios.
ALEMANIA, COREA Y LA DIMENSIÓN DEL CONTAGIO
Dejando de lado el ámbito de los errores cometidos en el marco de la crisis, atendemos ahora a las soluciones que se han demostrado eficaces en otros lugares.
Como bien sabrá cualquiera que haya profundizado mínimamente en la coyuntura en la que vivimos, el impacto de esta crisis a nivel económico excederá por mucho los perjuicios sociales que de ella se han derivado hasta el momento. Así lo confirmaba la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, en videoconferencia con los ministros de finanzas del G20, adelantando una crisis “tan mala o peor” que la provocada por la crisis financiera de 2008.
Resulta razonable entonces que los estados de los diferentes países traten de actuar ponderando con detenimiento las repercusiones de sus medidas frente al coronavirus. Ahora bien, esto no justifica la desordenada estrategia que ha venido siendo la tónica general de las reacciones de la mayoría de los gobiernos del mundo. Esto es, el no hacer nada para acabar haciéndolo todo, sólo que de forma más abrupta y torpe. Este fenómeno se ha ido repitiendo en país tras país, como si el ejemplo dado por el que ha experimentado el embate del virus anteriormente fuera inexistente, como si se viera tropezar al que va justo delante y ni siquiera se tomara la consideración de mirar al suelo para evitar el obstáculo que le hubiese hecho caer.
Contrariamente a la confusión en las gestiones realizadas por la mayoría de países occidentales, cuyas acciones han respondido más a la indecisión e improvisación, característica de ir haciendo las cosas sobre la marcha, que a una estrategia bien fundamentada. Existen otras vías por las que los países que todavía no han sido afectados por el virus en toda su virulencia, e incluso los que ya lo han hecho, pueden controlar el alcance de los daños producidos por la enfermedad.
De un lado, y obviando por un momento las ineludibles responsabilidades del gobierno chino en la evolución de la pandemia, China es uno de los países que, por el momento, con más éxito ha controlado la propagación del Covid-19, hasta el punto de que a día de hoy ya se ha puesto fin a la cuarentena en Wuhan, que se consumará el día 8 de abril.
China ha logrado detener los contagios a través de unas medidas draconianas dirigidas a aislar a casi 60 millones de personas en toda la provincia de Hubei (donde se encuentra la ciudad de Wuhan). En la que se pusieron en marcha todo tipo de mecanismos para evitar el contacto entre personas, obligando a presentar permisos para poder salir de casa, disponiendo obstáculos físicos en las vías públicas e incluso estableciendo un sistema de reparto a domicilio para reducir al mínimo el tiempo que la gente debía pasar fuera de su hogar. Sin perder de vista lo bien que aparentemente ha funcionado este sistema en China, cabe decir que el Estado chino se siente muy cómodo en lo que concierne a controlar hasta la saciedad a sus ciudadanos, un rasgo con el que difícilmente se puede identificar una democracia saludable y un estado de derecho real.
De hecho, no es demasiado atrevido decir que las razones que llevaron a los mandatarios chinos a cometer graves negligencias al comienzo de la epidemia, en orden de mantener su tradicional opacidad, son las mismas por las que unas actuaciones así de expeditivas han sido tan bien acogidas por esos mismos dirigentes, es decir, las razones que impulsan un estado dictatorial.
De otro lado existe una alternativa más moderada que las estrictas formas con las que China ha combatido al coronavirus. Cuando nos enfrentamos a la tarea de resolver cualquier problema, una de las primeras labores que razonablemente debemos acometer es el conocimiento de la dimensión del mismo para, de esta manera, darle una solución apropiada. En el caso de la pandemia del coronavirus no es distinto, por lo que uno de los pilares fundamentales de la estrategia de países como Corea del Sur o Alemania pasa por la realización masiva de pruebas que permitan la detección de los individuos contagiados, en Corea se combinaron una sustancial cantidad de test con un eficaz trabajo de investigación, que permitió encontrar rápidamente los focos del virus, así como la progresión real de los contagios.
Otro elemento crucial en la estrategia coreana depende del acceso de las personas a una información honesta, que trate a los ciudadanos como hombres y mujeres maduros y responsables, sin alarmismos, pero dando a la población la suficiente perspectiva para, de nuevo, comprender la dimensión de la crisis a la que se enfrentan y actuar consecuentemente.
En Alemania, aunque todavía es pronto para sacar conclusiones definitivas sobre el relativamente bajo número de muertes, es un hecho que los alrededor de 160.000 test por semana que es capaz de realizar el país germano son determinantes a la hora de calibrar una respuesta adecuada por parte de las autoridades.
LAS CONCLUSIONES
La rápida detección de los contagios debe ser vista por los países que ahora registran sus primeros casos como la mejor herramienta para cortar de raíz la expansión del virus, evitando una transmisión masiva que se ha demostrado realmente rápida en países como España o Italia y sobre todo Estados Unidos. Un tándem entre el confinamiento y el control del crecimiento del virus es el mejor escudo preventivo frente al descalabro sufrido en el sur europeo.
Y aunque en España ya es tarde para ser honestos con la población, todavía estamos a tiempo de seguir el ejemplo de los países que realmente han obtenido resultados en la lucha contra el virus, y aumentar el bajo número de test que somos capaces de hacer, el cual actualmente se encuentra en torno a poco más de 600 por cada millón de habitantes (test realizados a 22 de marzo) frente a los 3800 de Alemania o a los 5800 de Corea, cosa que se está intentando, si bien envuelta en la torpeza característica de nuestro Gobierno.
Todo ello en orden de reducir al mínimo la duración de una cuarentena, cada hora de la cual daña, severamente, la economía de nuestro país y la moral de todos y cada uno de los que la sufren.