Afganistán: En el punto de mira de la Nueva Ruta de la Seda china
Desde que Joe Biden anunció la decisión de retirar paulatinamente las tropas estadounidenses de Afganistán, parece que China ha vuelto a activar la ruta de integración del país afgano en su macroproyecto geopolítico de la Franja y la Ruta. Una decisión que no es para nada novedosa. China lleva sopesando en los últimos años la extensión de su iniciativa al “Corazón de Asia” en un intento de reforzar su influencia en la región, instando a una cooperación económica y de seguridad más estrecha entre todas las partes implicadas.

En la cuarta reunión trilateral de los ministros de Relaciones Exteriores de China, Pakistán y Afganistán, las tres partes llegaron a un consenso de ocho puntos, que incluía acuerdos para impulsar el proceso de paz y “dar la bienvenida a los talibanes a la corriente política principal”; fortalecer la confianza política y las relaciones, con China desempeñando “un papel positivo en la mejora y el desarrollo de los lazos entre Pakistán y Afganistán”, así como profundizar en la cooperación económica y comercial, y fortalecer los esfuerzos contra el terrorismo, citando específicamente el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental.
China ha mostrado su proactividad para desempeñar el papel de potencia capaz de equilibrar las diferentes fuerzas de poder. ¿Cuáles son, por lo tanto, los principales objetivos de China en Afganistán? Este artículo pretende ofrecer una visión integral de una hipotética sinergia entre la Nueva Ruta de la Seda y el país afgano. Un país con miras a alcanzar el status de “socio estratégico”.

China, Afganistán y la Franja y la Ruta
La iniciativa de la Franja y la Ruta es uno de los planes de desarrollo estratégico más ambiciosos de la historia. Pese a la dificultad inherente de definir un proyecto de tal magnitud, los actores implicados suelen hacer alusión a tres conceptos clave: conectividad, integración económica y proyectos de infraestructuras a través de Asia y en dirección a Oriente Medio, África y Europa. Han sido muchos los estudios que han tratado de arrojar luz sobre las dinámicas de seguridad y las implicaciones locales y regionales de la BRI, como es el caso del informe planteado por el FES y el SIPRI. Los investigadores Mariam Safi and Bismellah Alizada recogen el testigo de sus líneas maestras y ofrecen cuestiones muy relevantes sobre la integración de Afganistán en la BRI.
El punto de partida reside en analizar la idiosincrasia de Afganistán. Un país que se define como “un punto de transbordo” o “punto neurálgico” donde confluyen Asia Central, el Sur de Asia y Oriente Medio, con un potencial significativo como centro para el comercio, tránsito y cooperación regional. Las relaciones económicas y comerciales entre Afganistán y China han mejorado considerablemente en las últimas dos décadas.
En la era post 2001, China emergió como el mayor socio comercial de Afganistán. En 2006, un Comité Económico sino-afgano se estableció para mejorar el comercio bilateral y, en 2010, ambos gobiernos firmaron el Acuerdo Integral de Asociación Cooperativa para impulsar la cooperación económica y tecnológica. Posteriormente, en 2017, ambos gobiernos firmaron una serie de acuerdos de libre comercio aduanero y expandieron las relaciones del sector privado y la cooperación entre sus respectivas cámaras de comercio.

La riqueza de recursos minerales en Afganistán ha evocado un gran interés por parte de China, que se ha convertido en el mayor inversor en la región. En 2018, Pekín se había adjudicado el mayor número de contratos mineros, así como los derechos de perforación en Amu Darya Basin, y los derechos de exploración en la mina de cobre de Aynak. Sus aspiraciones en facilitar una red de transportes para exportar esos minerales han estimulado la inversión, la capacidad de infraestructura y la asistencia técnica a los ministros afganos y autoridades responsables del desarrollo de carreteras, autopistas y redes ferroviarias.
Como mencionamos previamente, Afganistán se reconoce como el “Corazón de Asia”. Esta razón de ser supone un catalizador para los intereses chinos en la región, puesto que la integración en la conectividad y la cooperación económica regional ha llevado a Afganistán a interesarse en profundizar su presencia en la BRI. Un aspecto que se refleja con el Memorando de Entendimiento firmado en 2016 entre ambos países como expresión de su compromiso de aunar esfuerzos bajo el paraguas de la Franja y la Ruta.
La postura de Afganistán
Una de las grandes preocupaciones que ronda la cabeza de los dirigentes afganos es que, fruto de la debilidad institucional, el país esté condenado a ser un beneficiario de políticas, o policy-taker, en vez de ser un elaborador de las mismas, o policy-maker. Afganistán vio en la Nueva Ruta de la Seda una oportunidad para habilitar la integración del país en la región recuperando las rutas tradicionales comerciales y la reconstrucción de infraestructuras significativas que se han ido minando durante décadas de conflicto.
Nadir Ahmad Anisha, ministro de asuntos exteriores afgano, hacía énfasis en esta cuestión: “En política exterior, principalmente como país pequeño, cercado orográficamente, somos más un beneficiario de políticas que un elaborador de las mismas”. La geografía de Afganistán condiciona muchos de los aspectos del país. En los últimos 17 años, el país ha tratado de proyectar una imagen más como punto de interconexión que de una zona de contención para las civilizaciones de su entorno.
Para ello, los elementos de conectividad regional, cooperación económica e integración se convierten en pilares de la política exterior del país, como dejaba claro Andisha: “Afganistán tiene que conectar e integrar con esta región. La interconectividad regional tiene que ser el camino”. La efectividad de su aplicación pasa por que Afganistán ofrezca primero un ambiente para la inversión y el negocio, donde los estados y las compañías privadas se sientan seguras y puedan introducirse en el mercado, proteger sus intereses, y abandonar en el momento que consideren oportuno. Aunque, hasta el momento, los conflictos internos y la inestabilidad política le impiden fortalecer su posición en la región, lo que da como resultado que los intereses de Afganistán permanezcan en un segundo plano.
El ministro de energía, Amanullah Ghalib, decía esto sobre cuál debería ser la estrategia de Afganistán: “La estrategia desde que el Gobierno de Unidad Nacional se formó es convertir al país en un centro para la energía, para las interrelaciones y para la fibra óptica”. El objetivo sería convertir al país en un puente entre Asia Central y el Sur de Asia mediante interrelaciones energéticas, lo que se ha venido a llamar el pivote del “landlocked” al “land-connected”. Afganistán buscaría ser el eje de un transvase energético de los países de Asia Central, con un superávit energético, a los países del Sur de Asia, con un déficit en este aspecto. En este sentido, uno de los proyectos más importantes es la línea de transmisión de energía CASA-1000 desde Kirguistán hacia Tayikistán y Pakistán a través de Afganistán.
En términos de transporte y conectividad, Afganistán también ha dado algunos pasos importantes. Después de más de una década de negociaciones que empezaron en 2003, el primer cargamento de bienes procedentes de la India fue enviado a Afganistán a través del puerto iraní de Chabahar en octubre de 2017, marcando la operatividad oficial del proyecto conjunto firmado entre Afganistán, Irán e India en 2016.
Otro punto de inflexión es el Acuerdo del Corredor de Tránsito y de Comercio Lapis Lazuli firmado entre Afganistán, Azerbaiyán, Georgia, Turquía y Turkmenistán en noviembre de 2017, que conectaría Afganistán con Europa a través de tierra, mar y aire. Sin embargo, voces locales advierten que los desafíos vinculados a las rivalidades comerciales, la inexperiencia de los comerciantes comparadores con otros en la región, la inseguridad y la debilidad institucional son un lastre prácticamente insalvable para la plena implementación de estas ventanas de oportunidad para el país afgano.

Con respecto a la BRI, Afganistán parece encajar bien en el cinturón de la Ruta del Sur, que empieza en China y continúa hacia el sudeste asiático, el sur de Asia y el Océano Índico. Bajo este marco de actuación, son tres los proyectos en los que ambos países se han visto envueltos:
- El proyecto ferroviario 5 naciones, que conecta China y Afganistán a través del Puerto de Sherkhan.
- El 3º Corredor del Plan Ferroviario Nacional de Afganistán.
- La Ruta de la Seda Digital
Por su parte, ¿qué podríamos decir que ofrece Afganistán en términos geopolíticos? En primer lugar le ofrece a Pekín el camino más corto para llegar a Oriente Medio y África, donde China ha mostrado un gran interés en los últimos años. También le permite al sur de Asia la ruta de tránsito más corta hacia Asia Central, Rusia y Europa, a través del Cáucaso.
Los obstáculos, la postura de China y el CECP
Afganistán se enfrenta a un cúmulo de factores que imposibilita la visión en el medio-largo plazo. El cortoplacismo en el que vive Afganistán se engloba en base a una situación de inseguridad, donde destaca la fortaleza de los talibanes en su lucha por el control del poder, lo que en muchas ocasiones supone un condicionante insalvable para que los países escojan Afganistán para el comercio o el tránsito.
Por otra parte, un déficit en infraestructuras y falta de recursos para fortalecer el sector, donde la fragilidad en términos de seguridad inhibe la inversión extranjera, incluyendo las infraestructuras necesarias para las aspiraciones de conectividad e integración. Abdul Qadeer Mutfi, investigador del AISS se mantiene en esta línea: “Necesitamos una buena diplomacia comercial, pero desafortunadamente tenemos esta debilidad estructural en Afganistán”. A estos dos factores se le unen además la corrupción y la débil gobernanza, que se ha institucionalizado en el país.
Con respecto a China, en los frentes diplomáticos y político, está asumiendo roles más significativos, particularmente en las conversaciones de paz con los talibanes, así como la mitigación de tensiones entre Afganistán y Pakistán. No obstante, una de las grandes preocupaciones que mantiene Pekín hace referencia al volumen de comercio, y así lo hacía notar el diplomático chino Yao Jing: “El comercio entre Afganistán y China es de 1.000 millones de dólares de acuerdo con las estimaciones afganas, pero sólo de 400 millones de acuerdo con las estimaciones chinas”.
Por su parte, resulta relevante destacar la participación de Afganistán en el Corredor Económico China-Pakistán. La sensación generalizada del gobierno afgano hacia el CPEC es positiva, siendo visto como un juego de ganar-ganar y una oportunidad para estrechar lazos económicos.
La fricción en las relaciones entre Afganistán y Pakistán y la consecuente propagación de inseguridad y tensiones políticas en las relaciones económicas bilaterales tienen como resultado sucesivos cierres de fronteras, lo que supone un obstáculo añadido para los comerciantes. Dado que los productos paquistaníes son competitivos con los productos locales en Afganistán, los cierres de fronteras tienden a provocar un aumento en el precio de ciertos artículos.

La tensión ha empujado a Afganistán a reducir su dependencia del puerto marítimo de Karachi y de las mercancías de Pakistán en los últimos años. El CPEC brinda una oportunidad para que ambas partes apliquen su visión independiente para el transporte regional y la conectividad energética al mismo tiempo que se crea un entorno idóneo para estrechar lazos económicos y articular una interdependencia integral.
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