Medio de comunicación independiente

Por Yago Rodríguez

La nueva administración encabezada por Joe Biden afronta grandes retos en materia de política exterior. No hay duda de que China será el principal reto para Estados Unidos, sin embargo Europa y Oriente Próximo también son dos regiones muy relevantes.

Donald J. Trump ha dejado un legado ambiguo en la región. De un lado es cierto que Washington ha perdido posiciones en Iraq, sin embargo la muerte de Soleimani habría frenado o ralentizado la expansión iraní en la zona.

Por lo demás, se podría argumentar que la presencia estadounidense con fines disuasorios ha aumentado en Oriente Próximo, tanto en Arabia Saudita contra Irán como en Siria contra Turquía y Assad.

Donald J. Trump ha satisfecho muchas de las peticiones de sus aliados regionales, como Israel o Emiratos Árabes Unidos: ha conseguido abrir la puerta a un reconocimiento generalizado del Estado de Israel, ha sabido marcar líneas rojas a Irán por medio del asesinato de Soleimani y ha ayudado a Arabia Saudita a defenderse de los ataques mediante misiles y drones de los hutíes y de Irán. Todo ello sin inmiscuirse en los asuntos internos de los estados de la región.

La parte negativa la representa Turquía, ante la que Trump ha mantenido la inercia institucional previa; y hasta se podría argumentar que ha sido indulgente, aunque ha aprobado sanciones contra Ankara al final de su mandato.

Antes de que Trump llegara al poder, Barack Obama firmó unilateralmente el Acuerdo Nuclear con Irán, pero el clausulado de este era demasiado blando desde la óptica árabe e israelí. La unilateralidad molestó  entre las monarquías árabes, quienes escenificaron su desafecto con Obama enviando a un responsable de tercera fila durante su visita de Estado a Arabia Saudita.

En resumen, se podría decir que la política de la Administración Trump en Oriente Próximo ha permitido recomponer la red de aliados que Barack Obama había dañado, -una ventaja para Biden-, y que se ha logrado contener a Irán mediante el amojonamiento de líneas rojas con fines de disuasión estratégica.

La parte negativa que heredará Biden es que si bien Irán ha sido contenida, es probable que haga falta redoblar los esfuerzos para sostener dichas líneas rojas y evitar que estas sean desvirtuadas mediante acciones en la Zona Gris que emplean una estrategia de objetivos limitados y control de la escalada.

Las otras dos cuestiones clave son un posible resurgimiento del Estado Islámico y las relaciones bilaterales con una Turquía que se ha erigido en hegemon regional que no siempre atiende a límites, y sobre todo que no parece que vaya a realinearse con Estados Unidos y la OTAN.

La última amenaza  y oportunidad para Joe pasa por su propia trayectoria política: de un lado se trata de un perfil asociado a la política exterior, algo extraño entre los presidentes de EEUU. Además es un político razonablemente serio, aunque tiene las manchas propias de una dilatada carrera profesional y de haber sido el segundo vicepresidente de Obama en la época en la que se firmó el Acuerdo Nuclear.

El programa nuclear iraní, aunque por ahora se limita a objetivos civiles puede ser la base de un programa nuclear con fines militares.

Si analizamos la cuestión desde la óptica de los países de Oriente Próximo encontraremos nuevos matices. En líneas generales, para casi todos los Estados, excluida Siria,  interesa que haya una fuerte oposición a un Irán nuclear, ya que ello desembocaría en una grave inestabilidad regional e incluso en una carrera armamentística sin precedentes.

El principal representante de esta postura será Arabia Saudita, si bien para Riyad es fundamental que se siga manteniendo el principio de la no intervención en los asuntos internos, en especial cuando se trata de situaciones como la del asesinato del periodista Yamal Jasogi. Al margen de eso, las autoridades sauditas estarán preocupadas por la creciente incertidumbre ante el futuro económico del país.

Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos buscarán mantener su hábil juego de equilibrios diplomáticos con potencias como EEUU, Rusia o China, pero será especialmente importante que la acción exterior emiratí se concentre en poner de relieve su papel como socio estratégico de Washington en el Golfo, así como en su larga cooperación antiterrorista desde los ataques contra las Torres Gemelas.

Abu Dabí pondrá el énfasis en su papel como punta de lanza de las libertades y de la moderación en Oriente Próximo, -incluida la nueva ley que consiente la homosexualidad-, a fin de atraer al sector más liberal de la nueva administración. Por último harán hincapié en los Acuerdos de Abraham y en el papel de las bases estadounidenses.  

Cabe decir que como gesto hacia Biden, Arabia Saudita y Emiratos han utilizado el argumento medioambiental y han resaltado la importancia de la multilateralidad para abordar las cuestiones ecológicas y medioambientales.

En el caso de Qatar, el pequeño país deberá buscar la manera de mejorar unas relaciones "congeladas" durante la era Trump, en  la que Doha apenas ha tenido un papel por las bases occidentales y por su papel como mediador y espacio de diálogo para la pantomima de las negociaciones con los talibán.

En el caso sirio podemos asumir que su principal objetivo pasará por intentar que se rebajen las sanciones económicas, ya que han provocando la quiebra absoluta de la economía nacional que ha vuelto a un estado de autarquía. Evitar una acción militar estadounidense y mantenerse en el poder también serán los cuestiones relevantes para los Assad.

Los israelíes procurarán que la política de Washington en Oriente les siga considerando su principal socio regional y lo normal es que procuren que cumplan los compromisos adquiridos con Emiratos. A partir de ahí los intereses del Eje Árabe confluyen con los de Israel a la hora de impedir que Irán desarrolle la bomba atómica.

El caso iraquí es uno de los más complicados. Baghdad está a merced de su vecino, el Imperio Persa, la potencia natural de la zona, pero a la vez están presionados económica y políticamente por Estados Unidos, con quien no pueden romper lazos o se exponen a graves sanciones económicas y a la pérdida de capacidades militares. Asimismo el ejecutivo iraquí tendrá que cabalgar con la brecha que divide a la comunidad sunita y chiita, la inacabable insurgencia yihadista y el separatismo kurdo.

En definitiva la posición de Baghdad será muy poco envidiable y sufrirá fuertes presiones desde numerosos flancos de manera simultánea amenazando incluso la viabilidad del fragil Estado.

En otro orden de actores encontramos a Kuwait, que procurará seguir siendo la cabeza de playa estadounidense en el Golfo como garantía de seguridad ante Iraq y sobre todo Irán, Omán, que procurará mantener sus relaciones con EEUU, Jordania, siempre preocupada por el ascenso de posibles islamismos, y la porosidad de la frontera con Siria e Irak.

Por último, Palestina continuará buscando el anhelado reconocimiento internacional, el desreconocimiento de Jerusalén como capital de Israel e idealmente la mediación de Washington, aunque todos ellos parecen objetivos lejanos en la actualidad.

La conclusión es clara. El escenario de Oriente Próximo siempre se ha caracterizado por la multiplicidad de actores estatales y no estatales, un rasgo que por mera ley de la probabilidad tiende a provocar un número más elevado de fricciones y dilemas políticos y de seguridad. Esa naturaleza heterogénea y conflictiva volverá a poner a prueba la capacidad de decisión estadounidense mediante dilemas en los que habrá que elegir entre lo malo y lo aún peor.

Aunque el Indo-Pacífico siga siendo el eje de la política exterior estadounidense, los hidrocarburos de Oriente Próximo, y el desafío de Irán; más aún si este se nucleariza, seguirán teniendo mucho peso, por eso resulta impensable un abandono de la región durante el mandato Biden.

Por último, cabe recordar que gracias a los enormes acuerdos con Irán, China podría crear un corredor terrestre desde Irán hasta China pasando por Pakistán, y tampoco sabemos que política seguirá Xi Jinping respecto a Oriente Próximo, es decir, que no debemos descartar una mayor implicación china en la región que añada un reto más.

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