Brexit: Irlanda del Norte como Daño Colateral
Por Francisco José Matías Bueno.
Cuando los británicos votaron a favor de la salida de la Unión Europea, posiblemente no tuvieron muy en cuenta que a su vez podrían abrir una caja de Pandora que lleva unas dos décadas dormida, el conflicto de Irlanda del Norte. La salida del Reino Unido suponía también la modificación del estatus de una de sus fronteras, la que hay entre las dos Irlandas. Esto, y el miedo a volver a lo que denominan “frontera dura”, puede echar por tierra parte del trabajo realizado desde los acuerdos de paz de 1998, además del realizado por la Unión Europea en la des-fronterización. De momento, salvo alguna crisis puntual, el gobierno británico ha preferido ceder parte de su soberanía a aumentar las tensiones de manera innecesaria.

Los orígenes del Conflicto Norirlandés
Los británicos han concebido Irlanda como un problema geopolítico desde hace siglos, ya que era una puerta de entrada para sus rivales continentales, desde españoles, a la Francia revolucionaria o la Alemania del Kaiser. De ahí que desde los siglos XVI y XVII haya consolidado el poder sobre la isla, hasta 1923, cuando ésta consigue separarse de Gran Bretaña, aunque no del Imperio Británico, cosa que ocurriría pocos años después. Pero esta separación no fue completa, sino que seis condados de mayoría protestante del Ulster permanecieron en Gran Bretaña, a pesar de los reclamos nacionalistas irlandeses que no concebían una isla con dos estados. Para más inri, la línea de la frontera dividió diócesis, redes de transporte, mercados y servicios siguiendo el trazado de las fronteras de los condados, creando numerosas disfunciones (Daly, 2017).
Es fácil imaginar cómo estas rivalidades históricas han fraguado dos comunidades que se han mirado con recelo, desconfianza e incluso odio. Aunque la frontera entre ambas no era la causa principal del conflicto, sí que ha sido fiel reflejo de las dinámicas entre Irlanda del Norte, Irlanda y el Reino Unido. Es por ello que durante el conflicto que duró desde 1968 a 1998, ésta estuvo fuertemente militarizada, con numerosos símbolos de sectarismo nacionalista. Además, la frontera se convirtió para los nacionalistas en un símbolo del imperialismo británico, que dividía una nación (Wilson, 2020). Esta era una dinámica que se retroalimentaba, a más conflictividad, más “frontera dura”, y a más “frontera dura”, más conflictividad (Soares, 2017).
Acuerdo de Viernes Santo, Unión Europea y des-fronterización
Con el Acuerdo de Viernes Santo (GFA por sus siglas en inglés) de 1998 se pone fin al conflicto de manera formal y comienza el proceso de paz. Con este acuerdo se transforma una frontera que separaba dos comunidades, que las enfrentaba y causaba conflicto, a una frontera de encuentro a través de diversas instituciones, la eliminación de barreras, y el aumento de la actividad económica entre ambos lados.
El GFA hizo de una frontera fuertemente militarizada, símbolo de la barrera a las aspiraciones nacionalistas, o de pertenencia al RU para los unionistas, que cristalizaba identidades y fidelidades, a una más permeable (Soares, 2017). Permitía, por ejemplo, adoptar una de las dos nacionalidades o ambas, estableciendo instituciones de cooperación en muy diversas materias entre el gobierno irlandés y el norirlandés (Soares, 2017).

Si bien el GFA fue la hoja de ruta a seguir para el proceso de paz, el proyecto de integración europeo fue el marco facilitador. La europeización es un proceso que provoca acciones en los distintos ámbitos, como económico, legal, político, etc., tanto a nivel intergubernamental como por encima de los estados. A su vez, también lo hace por debajo del nivel estatal, estimulando las relaciones transfronterizas entre regiones, ciudades y localidades aledañas (McCall, 2018). Esta cooperación a todos los niveles ha sido fundamental para la des-fronterización de ambas Irlandas.
Por último, y sobre el aspecto ideológico, Europa y el GFA consiguieron reducir la importancia de la soberanía territorial y desarrollar un nacionalismo más liberal (Holden). En especial, el proceso de integración europeo ha sido capaz de reducir la importancia de las fronteras y de transferir la soberanía política a entes supraestatales, dos aspectos clave de conflictos como el norirlandés (Soures, 2017).
¿De frontera invisible a frontera visible? ¿Refronterización?
El 23 de junio de 2016 el Reino Unido da rienda suelta a su tradicional antieuropeísmo, a través de un referéndum sobre la permanencia o no del país en la Unión Europea, ganando la opción de abandonarla.
Si el proceso de paz había conseguido que la frontera fuera menos importante, no sólo en términos físicos (puestos de control, aduanas, etc), sino mentales o ideológicos, estos logros son desafiados por el Brexit, que vuelve a poner en el centro de atención, tanto la frontera, como las identidades (Gormley-Heenan y Aughey, 2017). El debate del Brexit y sus posteriores consecuencias han devuelto a la centralidad el elegir ser británico o irlandes, pues ambos significan estar dentro o fuera de la UE.
La posibilidad de que la salida del Reino Unido de la Unión Europea trajera consigo una “frontera dura” ha sido una preocupación que parece que se ha conseguido solventar gracias a las intensas negociaciones, no sin problemas, entre ambos actores. Estas dieron lugar a lo que se denominó Protocolo de Irlanda del Norte. Dicho Protocolo es un ejemplo de lo complejo que pueden llegar a ser las fronteras y, por ende, la soberanía territorial. También ha puesto en tela de juicio el eslogan de los que apoyaban el Brexit que decía “retomar el control”. Un eslogan que no tiene en cuenta las complejidades de la soberanía territorial en la actualidad, en especial, en territorios como Irlanda del Norte, donde la soberanía territorial exclusiva por parte del Reino Unido es incompatible con los acuerdos de paz (Hayward, 2020).

El Protocolo mantiene a Irlanda del Norte en la zona aduanera de la UE y gran parte del mercado único. Sin embargo, a las mercancías que provienen del resto del Reino Unido se les aplicarán las inspecciones y controles necesarios que estipula la UE, a menos que no exista riesgo de que sigan circulando hasta la misma (Irlanda incluida). Es decir, que el eslogan de “retomar el control” queda en nada en el caso de Irlanda del Norte, ya que esto supone que la frontera se traslada del Ulster al Mar de Irlanda.
Aquí surgen numerosos debates entorno a la soberanía y el concepto de frontera, ya que como vemos, a pesar de que el Reino Unido conserva la soberanía, esta está bastante limitada, a menos que se reavive el conflicto. También contemplamos una disociación del concepto de frontera y territorio, pues observamos la creación de nuevas demarcaciones dentro de una región soberana.
Esta limitación de soberanía, junto con la creación de nuevas fronteras dentro del propio Reino Unido, es algo que no ha sentado nada bien en los unionistas de Irlanda del Norte. Que su territorio, que consideran británico y en igualdad de condiciones al resto, disponga de un trato diferente, casi similar al de un país de la UE, a la cual una mayoría de ellos no quería pertenecer, no es bien visto (Edgington y Morris, 2021).
Por otro lado, un aspecto menos ideológico y más pragmático, pero que también está causando tensiones políticas, son los problemas que están surgiendo a la hora de importar productos del Reino Unido, en especial los alimentos frescos. A pesar de que se dieron unos meses sin que se aplicaran las nuevas reglas para que los supermercados norirlandeses se adaptaran, esto no ha sido posible, por lo que el Reino Unido ha prorrogado la entrada en vigor de la nueva frontera regulatoria hasta octubre de 2021.

Esto ha sido condenado por la UE, ya que supone violar los acuerdos, por lo que se esperan medidas legales. Esta disputa alcanzó su cenit, aunque efímero, cuando la UE anunció el 29 de enero que introduciría controles de exportación en las vacunas contra el COVID-19 producidas en la UE, que se trasladaban entre Irlanda e Irlanda del Norte. Este anuncio fue revocado a las pocas horas, pero creó cierto malestar (Edgington y Morris, 2021).
Conclusiones
El Brexit ha tenido como daño colateral, entre otros, el proceso de paz de Irlanda del Norte, a pesar de que se han salvado los papeles con el Protocolo, cuyo principal objetivo era salvaguardar el GFA.
Aun así, el marco de integración de la Unión Europea no se puede sustituir con el Protocolo, por lo que es probable que el proceso de paz se vea afectado. En el Brexit se han impuesto unos conceptos de frontera y soberanía poco adaptados a la realidad actual, en especial a la de Irlanda del Norte, por lo que al final se ha creado una situación paradójica en la cual se crea una nueva frontera interior en el Reino Unido, pero se mantienen en líneas generales los acuerdos de paz. Aunque quedan unos cuantos aspectos por perfilarse, no es probable la vuelta a una frontera dura, pero los beneficios de la integración y financiación europeas se han esfumado.
Bibliografía
Daly, M. E. (2017). Brexit and the Irish Border: Historical Context. A Royal Irish Academy-British Academy Brexit Briefing.
Edgington, T., Morris, C. (9 de marzo de 2020). Brexit: What is the Northern Ireland Protocol and why are there checks?https://www.bbc.com/news/amp/explainers-53724381
Gormley-Heenan, C., & Aughey, A. (2017). Northern Ireland and Brexit: Three effects on ‘the border in the mind.’ The British Journal of Politics and International Relations, 19(3), 497–511. https://doi.org/10.1177/1369148117711060
Hayward, K. (2020) Why it is impossible for Brexit Britain to ‘take back control’ in Northern Ireland. Territory, Politics, Governance, 8(2), 273-278.
Holden, P. (2020). Territory, geoeconomics and power politics: The Irish government's framing of Brexit. Political Geography. 76.
McCall, C. (2018) Brexit, Bordering and Bodies on the Island of Ireland. Ethnopolitics, 17(3), 292-305.
Soares, A. (2017). Cooperation , Identity and Brexit at the Irish Border.
Wilson, T. (2020). Fearing Brexit: The Changing Face of Europeanization in the Borderlands of Northern Ireland. Ethnologia Europaea 50(2), 32–48.