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Fotografía de Joseph Chan.

Tras más de dos meses de protestas en Hong Kong, lo que comenzó como una disputa local entre buena parte de la sociedad civil y el gobierno de la región por una polémica ley de extradición ha derivado en una complicada pugna internacional, a la que se han visto arrastrados varios países y que no es fácil gestionar para ninguno.

Carrie Lam, la jefa del ejecutivo de Hong Kong, tuvo en junio la posibilidad de poner fin a la que se ha convertido en una intermibable serie de protestas en la ciudad, que por entonces solo demandaban la retirada total de un polémico proyecto de ley de extradición que permitiría a la China continental, entre otros países, juzgar según sus propias leyes a los ciudadanos de Hong Kong que hubieran cometido algún delito en su territorio. Sin embargo, su negativa a hacerlo y la posición cada vez más firme de la policía, que ha empleado la fuerza para dispersar varias concentraciones, ha provocado que los manifestantes hayan aumentado su lista de peticiones y que ahora se reúnan cada vez con más asiduidad y en lugares más estratégicos, como el aeropuerto de la ciudad, que lograron paralizar durante varios días.

La amenaza de la intervención de Pekín, en el aire

La situación dentro de Hong Kong es de impasse total. Las autoridades no están siendo capaces ni de convencer ni de controlar a los manifestantes, pero tampoco están dispuestas a dar su brazo a torcer. Si Carrie Lam gobierna la región es gracias al apoyo de un comité local lleno de simpatizantes de Pekín, y en la capital china nunca perdonarían que una masa popular le ganase la partida a uno de sus “representantes”. Por eso, el Partido Comunista ha decidido tomar cartas en el asunto y mandar mensajes de advertencia a Hong Kong. En la misma semana, oficiales de la administración china han comparado varias veces a los manifestantes con terroristas y el embajador del país en Reino Unido ha asegurado que, si la situación sigue deteriorándose, China está lista para intervenir y ponerle fin por la vía rápida. Sus palabras han tomado fuerza, además, tras la difusión de varias imágenes y videos que muestran tropas del ejército del país concentradas en Shenzhen, ciudad que limita con Hong Kong.

Aun así, la constitución de Hong Kong —que fue aprobada por el Partido Comunista Chino— recoge que una intervención militar de China solo es posible si el gobierno de la ciudad se lo pide expresamente o si Pekín declara el estado de emergencia en la región. El hecho de que desde la China continental se haya empezado a etiquetar a los manifestantes como “terroristas” puede sugerir que el país se está preparando para una de esas dos situaciones. Pero lo cierto es que, pese a la presión, a Pekín no le interesa una acción militar en Hong Kong; la masacre de Tiananmén todavía resuena en la memoria de mucha gente y repetir algo así solo dañaría su reputación.

Tampoco parece que pueda interesar a China revertir la autonomía de Hong Kong, al menos en el plano económico, porque la ciudad es uno de sus socios comerciales principales: en 2018, el 80% de la inversión directa extranjera que llegó a China lo hizo a través de Hong Kong, y la ciudad fue el segundo destino principal de las exportaciones de la China continental, reportando un beneficio de más de 300.000 millones de dólares a Pekín. Además, China ya ha desarrollado un plan para integrar económicamente a Hong Kong con Shenzhen, Guangzhou y Macao y convertir la zona de la «Gran Bahía» en un centro puntero en tecnología. El proyecto, a simple vista, podría ser atractivo para Hong Kong, cuya economía crece últimamente a un ritmo bastante bajo, dado que le facilitaría el acceso a nuevos mercados y contaría con el respaldo de Pekín, lo que es sinónimo de beneficios.

El problema es que el plan es a largo plazo, ya que se espera que no esté listo antes de 2035. Eso invita a pensar que el Partido Comunista no tiene un plan para hacerse con los mandos de la economía de Hong Kong de manera inmediata. Por eso, intervenir la autonomía de la región por las bravas a buen seguro generaría mucha incertidumbre en los mercados locales. Y China, que acumula una deuda de unos 6 billones de dólares estadounidenses (la mitad de su PIB) y que está embarcada en un macroproyecto de financiación de infraestructura a nivel global, no puede permitirse este tipo de sustos en una región de la que ahora mismo saca una rentabilidad importante.

Visto así, el riesgo de entrar por la fuerza en Hong Kong es muy elevado. Xi Jinping sabe que la ciudad volverá a estar bajo la soberanía de China en 2047, porque así lo acordaron su país, Reino Unido y Hong Kong en 1984, cuando establecieron que a partir de 1997 la ciudad dejaría de formar parte de Reino Unido y se integraría en China, que, como contrapartida, debía garantizar la autonomía de la zona durante cincuenta años. Así que no tiene por qué forzar las cosas ahora y adelantar acontecimientos. Eso solo generaría rechazo entre los millones de hongkoneses que apoyan las protestas, quienes se lo pondrían muy difícil al Partido Comunista para integrar pacíficamente la región al resto del país cuando llegara el momento. Esperar a que el asunto se resuelva por sí solo es su mejor opción.

Pero obviar las amenazas vertidas por los oficiales del Partido Comunista durante las últimas semanas sería irresponsable. A fin de cuentas, cabe la posibilidad de que la situación dentro de Hong Kong se deteriore tanto que el gobierno local necesite realmente su ayuda para restablecer el orden. Y, en ese caso, el mensaje es claro: si tienen que entrar, nadie podrá acusarles de no haber avisado.

Eso es precisamente lo que temían los manifestantes cuando comenzaron a protestar contra la ley de extradición, con la que aseguraban que el gobierno de la región pretendía facilitar las cosas a China para perseguir a sus opositores en la ciudad. Ahora, tras más de dos meses de protestas, la posibilidad de que el régimen comunista refuerce su autoridad en Hong Kong antes de tiempo se ha vuelto más real que nunca.

El PIB de Hong Kong comparado con el de China, en porcentaje. Fuente: ejinsight.

Los manifestantes saben que, si esto llega a pasar, estarán en desventaja. En 1984 pudieron negociar su autonomía porque China era un país en desarrollo, aún bastante débil. Entonces, el PIB de Hong Kong era equivalente al 15% del PIB total de China y los comunistas, desesperados por mejorar la situación económica y social del país, no tuvieron más opción que aceptar sus demandas de libertad para poder a cambio beneficiarse de su crecimiento. Pero ahora la situación es diferente. De tener que lidiar a solas con el Partido Comunista, los hongkoneses tienen poco que ofrecer para seguir siendo tratados como una región excepcional, más aun cuando ciudades como Shanghái, Pekín o Shenzhen contribuyen más a la economía del país y están perfectamente integradas en China.

Reino Unido y Estados Unidos: defensores estériles de la libertad en Hong Kong

Por eso, los manifestantes son conscientes de que, ante una potencial intervención de China, necesitarán apoyo exterior para poder negociar sus libertades, que es lo que realmente está en juego. Y lo han empezado a buscar. El viernes 16 de agosto miles de personas se reunieron en el Chater Garden de Hong Kong para pedir a Reino Unido y Estados Unidos que intercedieran en su favor. Al primero le exigen que declare que China ha roto el acuerdo de 1984 que garantizaba su autonomía. Y, a los dos, les piden que impongan sanciones a los responsables, tanto en China como en Hong Kong, de lo que ellos consideran una violación de sus derechos y libertades en los últimos meses.

Cartel de la manifestación que congregó a miles de personas para pedir una intervención de Reino Unido y Estados Unidos. Fuente: Dimsum Daily.

Parece poco probable, de todos modos, que llegado el momento cualquiera de los dos países pueda frenar realmente las intenciones de China. Por ahora, el ministro de exteriores de Reino Unido se ha limitado a sugerir a Hong Kong la puesta en marcha de una investigación sobre la violencia desatada en algunas concentraciones. Pero China ha reaccionado rápido, con una portavoz del gobierno cerrando la puerta a esa posibilidad e instando a Reino Unido a mantenerse al margen, recordando que ya no tiene ningún tipo de soberanía sobre el territorio. Además, el primer ministro británico, Boris Johnson, se ha declarado “pro-China”, y ha asegurado estar entusiasmado por seguir haciendo negocios con el país. No hay que olvidar que China es el quinto destino de las exportaciones británicas y el segundo país desde el que más importa. Con la posibilidad de un Brexit duro cada vez más cerca, a Reino Unido no le interesa perder socios comerciales precisamente ahora.

Puede ser que a Estados Unidos sí le interese más involucrarse. Enzarzado en una interminable disputa comercial con China, que hace unos días dejó caer el precio del yuan a su valor más bajo en la última década para abaratar sus exportaciones, quizás Donald Trump se anime a coger el testigo y posicionarse del lado de los manifestantes de Hong Kong, aunque solo sea para tener una carta más con la que negociar sus propios intereses con Pekín. De hecho, el 15 de agosto animó a Xi Jinping, vía Twitter, a reunirse con los manifestantes en persona y negociar con ellos. Algunos de los líderes de las protestas se hicieron eco de la propuesta, pero de momento no han recibido respuesta desde China. Quizás sea lo mejor para ellos, al fin y al cabo.

Aunque, si Trump ha dejado algo claro en el tiempo que lleva a los mandos de Estados Unidos, es que su prioridad en materia internacional es la economía, y que las libertades civiles vienen después, si es que vienen.  Por eso, cuesta pensar que el magnate vaya a defender las exigencias de democracia y libertad de los hongkoneses hasta el final. En su lugar, lo más probable es que se centre en asegurar que, si China llega a intervenir de alguna forma en Hong Kong, la región mantenga el mismo grado de autonomía económica que hasta ahora. Para Estados Unidos esto es importante, ya que hay más de 1.300 empresas y alrededor de 85.000 ciudadanos estadounidenses asentados en la ciudad. Pero, sobre todo, porque el superávit comercial (la diferencia entre el beneficio de las exportaciones y el coste de las importaciones) que ostenta con Hong Kong es mayor que el que tiene con cualquier otro país. Es decir, que Hong Kong es su socio comercial más rentable.

Como esta es una perspectiva que también beneficiaría a China, en principio no habría motivos para que las dos potencias que enfrentasen. Pero esta opción tampoco le iba a salir gratis a Pekín; los comunistas lo tendrían complicado para someter a la población de Hong Kong a sus estándares sociales, y Estados Unidos seguro se posicionaría de su lado para sacar rédito de la situación. Para quitarse a Trump de encima en este sentido, Xi Jinping tendría que ofrecerle algo significativo a cambio. Por ejemplo, una cesión importante en materia comercial, algo que beneficie de manera clara a Estados Unidos y le permita sacar pecho por ello.

Un acuerdo local, la mejor de las opciones

En definitiva, si China interviene por la vía militar se arriesga a rememorar uno de los episodios más oscuros de su historia reciente y ganarse definitivamente la enemistad de los hongkoneses, a quienes tendría muy complicado integrar en las dinámicas del resto del país. También corre el riesgo de que Hong Kong entre en recesión, poniendo en riesgo sus proyectos económicos. Y tendría que ceder en su guerra comercial con Estados Unidos para evitar que actuase de escudero de los manifestantes en su lucha por las libertades civiles.

Visto lo visto, lo mejor que puede hacer Xi Jinping es aflojar la cuerda con la que tiene atado al gobierno de Hong Kong y dejar que Carrie Lam se siente a negociar una solución con los manifestantes. La lógica dicta que, cuando una causa social tiene tanto apoyo —ya son tres las veces que las manifestaciones han sacado a más de un millón de personas a las calles—, el gobierno debería ceder en algún punto y facilitar que las cosas vuelvan a la normalidad. Aunque a Pekín esto pueda parecerle un signo de debilidad, sigue siendo mejor que arriesgarse a empeorar la situación y poder echar por tierra los ambiciosos proyectos que tiene en marcha. A Hong Kong le quedan 28 años de autonomía. China no pierde nada por esperar y disfrutar mientras tanto de los beneficios que le reporta su relación con la ciudad mientras se prepara para asimilarla.

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