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La Unión Europea y Estados Unidos son férreos aliados, tanto que podría decirse que son mutuamente el aliado más importante para el otro, pero eso no les exime de tener problemas. Durante la administración Trump estos problemas se hicieron evidentes, aunque algunos de ellos ya se atisbaban durante el mandato de Obama, con las medidas proteccionistas y el desprecio hacia los intereses europeos.

Autor: Marco Verch Professional Photographe

Por esta razón, Joe Biden se marcó como una de sus prioridades reconstruir la relación con Europa y, en parte por la diferencia de talante que imprimió a las relaciones trasatlánticas comparado con Trump, así como por el contexto internacional de inestabilidad en Europa que hace que la UE se apoye más en EEUU, lo ha conseguido. Sin embargo, las medidas de EEUU para atajar la inflación y su deslizamiento hacia el proteccionismo han vuelto a provocar que desde Bruselas se vea a Washington con suspicacia.

La Inflation Reduction Act

La Inflation Reduction Act (en adelante, IRA) es la nueva ley de la administración Biden con la se pretende reducir la inflación y las emisiones contaminantes, así como potenciar su industria verde. La UE es, con diferencia, la región del mundo que muestra más compromiso climático y recibió la legislación de buen agrado, especialmente su parte dedicada a la industria verde, que no sólo puede contribuir al objetivo global de reducción de emisiones, sino que también puede abrir oportunidades de negocio para muchas empresas europeas con experiencia y liderazgo en el sector.

Las suspicacias de la UE provienen del sistema de subsidios recogido en la ley, para potenciar la industria verde la legislación estadounidense incluye un paquete de 385.000 millones de dólares entre exenciones fiscales y subsidios directos para la producción energética y la industria, especialmente en el caso de los coches eléctricos o baterías.

El problema para Bruselas radica en que para acceder a estos beneficios estos productos se deben producir en Estados Unidos, es decir, un coche eléctrico fabricado en Alemania valdrá más caro que su contraparte producida en Estados Unidos y que es elegible para estos incentivos, que podrían llegar hasta los 7.500$ de descuento por vehículo.

La UE ha remitido formalmente sus quejas a EEUU, ya que perciben que las medidas tomadas son proteccionistas y van contra las normas de la Organización Mundial del Comercio por condicionar las ayudas a la producción local,  pudiendo dañar la industria europea a través de la competencia desleal haciendo más atractivo para empresas europeas relocalizarse en EEUU para aprovecharse de las ventajas que ofrece el gobierno.

La UE no es el único actor que ve con preocupación la IRA y Reino Unido, Japón o Corea del Sur han expresado quejas similares, aunque en el contexto actual con los precios de la energía disparados, desde Bruselas ven como esta legislación llega en un momento de especial vulnerabilidad y temen que se acumulen factores que contribuyan a la perdida de competitividad de la industria europea.

Preocupa especialmente la situación respecto al vehículo eléctrico, la UE domina el mercado produciendo más de un cuarto de los coches eléctricos del mundo, mientras que EE. UU. sólo supone el 10% de la producción mundial, pero desde Bruselas temen que esta ley ayude a revertir esta situación.

La reacción europea

Las reacciones desde Bruselas no se hicieron esperar y fueron especialmente airadas en Francia, donde acusaron directamente a EE. UU. de competencia desleal y dañar la industria europea. Macron dejó claro su punto de vista: “Tienes a China protegiendo su industria, a Estados Unidos protegiendo su industria y Europa que es una casa abierta”. En su visita de estado a Francia el presidente Joe Biden prometió modificar la ley para no penalizar a la industria verde europea, aunque cualquier modificación deberá ser aprobada por el congreso estadounidense.

La UE ha decidido responder por dos vías; La diplomática tratando de hacer ver a EEUU el daño que podría hacer a la industria europea su legislación y creando un grupo de trabajo conjunto dentro del Consejo de Comercio y Tecnología para discutir el posible camino a seguir.

Por otro lado, desde Bruselas han comprendido que sus rígidas reglas sobre ayudas estatales se están quedando desactualizadas en el actual contexto internacional de creciente competencia geopolítica y, al igual que ya hicieron durante la pandemia, se espera que se flexibilicen para permitir ciertos subsidios y ayudas directas a empresas para no perder competitividad.

La presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen llegó a declarar que la UE necesitaba su propia IRA. Esto resume bien el estado de ánimo en Bruselas, la IRA ha supuesto un toque de atención a una UE que ahora tomará la política industrial como una de sus prioridades y parte fundamental de la autonomía estratégica.

La pregunta clave para la UE es cómo hacer esto. Si se flexibilizan las reglas sobre ayudas estatales se corre el riesgo de que los países con más margen fiscal (Alemania, por ejemplo) puedan ofrecer más y mejores ayudas que el resto, lo que podría tensionar el mercado único que es precisamente lo que se quiere proteger.

Además, en un contexto en el que el descontento europeo con países como Alemania y su plan de 200.000 millones para paliar la crisis energética aún no se ha disipado, tal decisión política sería tóxica y el consenso radica en que Europa no puede seguir proponiendo soluciones individuales que cronifiquen las desigualdades en la UE, sino políticas conjuntas y globales, algo en lo que el gobierno alemán está de acuerdo.

Así, la manera más probable de que se realicen estas políticas es con fondos europeos, si se tratará de recursos nuevos o ya existentes, que aún no se han gastado provenientes del fondo de recuperación o el REPower, está por ver pero, teniendo en cuenta que el presupuesto de la UE está cerrado hasta 2027 y que para aprobar nuevos recursos al margen del mismo se necesita un consenso que ahora mismo no existe, lo más probable es que se permita gastar parte de lo ya presupuestado en medidas de este estilo.

Atendiendo a la propuesta de la Comisaria de Competencia Margrethe Vestager, la UE facilitará los trámites para que las ayudas estatales puedan otorgarse más rápido para determinadas industrias y podría crear una nueva categoría llamada “Ayuda a la inversión anti relocalización”, que permita a los Estados Miembros igualar los subsidios extranjeros que se ofrezcan a sus empresas para evitar que trasladen su producción fuera de Europa.

Estas ayudas serán temporales y “proporcionales” y respecto a la financiación, la Comisaria de Competencia deja la puerta abierta a que la financiación sea europea para no fragmentar aún más el mercado único.

Por su parte, EEUU podría incluir algunas excepciones (ya se incluyen para Canadá y México) para que la industria europea paliara el impacto. Además, desde Washington se ha animado a Bruselas a que cree su propio sistema de ayudas y subsidios para proteger su industria, por lo que todo apunta a que la situación en los próximos meses será bastante diferente a la que existe ahora.

Si lo ponemos en perspectiva, aunque las cifras del plan de EEUU (385.000 millones) puedan impresionar y es, sin lugar a dudas, una cantidad significativa, lo cierto es que ese es el gasto total para la próxima década, quedándose en unos 40.000 millones anuales, que es aproximadamente la mitad de lo que gasta la UE en renovables al año.

Teniendo en cuenta, además, que la UE presentó su propio plan para fortalecer la industria y la transición ecológica en la recuperación por la pandemia, el NextGeneration EU, y que puede movilizar hasta 800.000 millones (el doble que el plan americano), de los que 338.000 millones son transferencias directas, y que la industria europea lleva años de ventaja a la estadounidense respecto a la producción de coches eléctricos (uno de los puntos que más preocupa) podríamos pensar que la UE está exagerando su reacción. Sabiendo esto ¿Porqué la IRA preocupa tanto en Bruselas?

La IRA no preocupa tanto por su escala o la cantidad de sus ayudas, sino porque es síntoma de un cambio de paradigma internacional que no gusta a la UE. Con sus acciones EE. UU. relega el fomento del libre comercio a un segundo plano (algo que ya llevaba años anunciándose con la imposición de aranceles por parte de Trump) para priorizar la protección de su industria en un contexto de creciente rivalidad con China.

Líderes del Mercosur y la Unión Europea reunidos durante una conferencia de prensa en Osaka, Japón, el 29 de junio de 2019. Fuente: Alan Santos/PR

No es sólo la IRA, los controles a las exportaciones chinas también son una muestra de este giro hacia dentro de EEUU. Desde Washington esperan que estos movimientos generen una especie de carrera industrial entre sus aliados aumentando la inversión que en último término refuerce su soberanía y reduzca su dependencia de China, asentando la posición de EE. UU. en el tablero global.

La UE, en cambio, ve con profunda preocupación las medidas proteccionistas de EE. UU. Con la OMC en claro declive, con una capacidad para imponer sus reglas cada vez más debilitada y una credibilidad cuestionada, la UE se encuentra sola en la defensa del libre comercio. El libre comercio no es sólo uno de los pilares de la UE, está en el propio corazón de la UE, la Unión es el mayor bloque comercial del mundo y el mercado único su mayor obra, la UE no defiende el libre comercio, la UE es el libre comercio, ya que sin su existencia habría sido imposible su creación.

Por esto preocupa la IRA, ver como la mayor potencia global y el mayor aliado de Bruselas relega la defensa del libre comercio de sus prioridades deja la UE en una posición profundamente incomoda con opciones imperfectas.

Por un lado, podrían seguir el modelo americano y priorizar su industria con proteccionismo a coste del libre comercio, esto supondría que la última línea de defensa de laissez faire estallaría y podría generar un efecto en cadena donde el resto de actores internacionales hacen lo mismo con el consiguiente retraso económico que supondría, dañando la posición de la UE como potencia comercial y generando un mundo menos interconectado y más inseguro.

Países con acuerdos de libre comercio con la UE

Por otro lado podrían continuar siendo el adalid del libre comercio pero, en el contexto de rivalidad creciente entre China y EEUU, la ruptura con Rusia y una politización de las relaciones económicas globales, la UE correría el riesgo de perder el tren por tratar de frenar un proceso en el que tiene una influencia limitada y ver como sus empresas se relocalizan a otros lugares más atractivos gracias a su apertura y la competencia de otros lugares que no tienen que cumplir las reglas que la UE se ha dado así misma, lo que supondría un enorme daño a la capacidad económica de la UE y su posición global.

EE. UU. está abandonando la defensa del libre comercio y esto deja a Bruselas en una posición muy incómoda. De momento han optado por un enfoque hibrido, seguir defendiendo el libre comercio y reivindicando el papel de la OMC como árbitro global al tiempo que pretenden copiar el modelo estadounidense para defender su industria de la competencia extranjera.

No es asunto menor pues el libre comercio forma parte de la propia naturaleza de la UE y con estas medidas se juega su propia identidad. Es una tarea complicada pues no deja de ser como buscar la cuadratura de un círculo, encontrar un lugar entre el proteccionismo y el libre comercio. Sin embargo, la UE, como potencia comercial global, debe posicionarse de manera decisiva para reclamar su espacio u otros lo harán. Sólo el tiempo dirá si Bruselas está en posición correcta o el contexto internacional ha vuelto a dejarla fuera de juego.

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