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Mario Gallego Cosme

Como es ampliamente conocido, la isla de Formosa —más conocida como isla de Taiwán— es un escenario clave tanto para la República Popular China como para Estados Unidos. Los primeros reclaman el retorno de esta “provincia rebelde”, mientras que los segundos afirman estar dispuestos a defenderla de la injerencia de Pekín, mayormente por motivos que se explican a partir de la concepción securitaria que conciben para este ámbito del Pacífico.

Esta convergencia de intereses, por parte de las dos principales potencias del planeta, es clave para entender lo acotadas que se encuentran las opciones de Taiwán en el plano internacional. Sin embargo, un repaso a los orígenes de este conflicto, y al propio contexto social y político de la isla, permitirán brindar un mejor entendimiento sobre este escenario geopolítico.

Combinación de las banderas china y taiwanesa. Autor: Garoth Ursuul

El origen del conflicto data del contexto de la Guerra Civil China (1946-1949), cuando las fuerzas del Kuomintang —el partido liderado por Chiang Kai-shek, que se encontraba en el poder al momento del alzamiento de Mao Zedong— se ven obligadas a replegarse a Taiwán para organizar una contraofensiva que nunca llegó a ocurrir. Desde entonces, ambas facciones se enarbolan, con matices, como los gobiernos legítimos de toda China al tiempo que sostienen supuestas aspiraciones —más o menos realistas— de controlar los dos ámbitos.

En efecto, la República Popular China afirma que hará todo lo posible por integrar del todo a Taiwán al resto del país, mientras que, por varios motivos, estos últimos continúan haciéndose llamar República de China. Esto se debe a que el nombre, en sí, siempre sirvió de alegato justificativo del reclamo soberano que Taipéi ha venido enarbolando sobre la llamada “China continental”; pero también porque en realidad no pueden cambiar esta denominación, ya que ello implicaría, a su vez, cambiar su constitución —que es la misma que tenían antes de la revolución— y esta modificación sería considerada como un agravio por parte de Pekín.

En este punto cabe afirmar que, si bien estos planteamientos se constituyen como un resumen que explica buena parte de la situación actual, existe otro matiz que no siempre es considerado en toda su dimensión a la hora de entender las bases de este conflicto. Se trata de que, en términos étnicos y culturales, siempre existieron marcadas diferencias entre ambas chinas, y que la llegada del Kuomitang a la isla fue el evento que terminó por propiciar la verdadera aproximación entre estas dos realidades.

Tal y como también ocurre con el caso de la República Popular China, la población de la República China dista de ser étnicamente homogénea. Al margen de la influencia que han podido tener las múltiples etapas coloniales en la isla[1], se suele hablar de que está compuesta por, al menos, cuatro grupos: los hakka, los hokklo, los considerados de origen aborigen, y los llegados del continente, mayormente a partir de 1945[2].

Chiang Kai-shek con el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower durante su visita a Taipéi en junio de 1960.

Sobre estos últimos, cabe destacar que se trata del grupo que más poder disruptivo ha tenido para esta sociedad; no solamente por la cantidad de chinos continentales que llegaron en muy poco tiempo —más de dos millones de personas, durante el conflicto[3]—, sino debido a que estos mismos son los que comienzan a ostentar el poder en la isla enarbolando una causa que trascendía, por mucho, a las dinámicas políticas que hasta el momento se habían vivido en Taiwán.

Desde el primer momento, el gobierno de Chiang Kai-shek impulsa un proceso de “chinización” para la isla, que buscaba aproximarla a la realidad de la China continental[4], siempre con el objetivo de legitimar su causa soberana sobre ambos ámbitos. Así, se plantean diversas reformas en diferentes sectores, que van desde la modificación de topónimos y calles —algunos con alusiones a valores confucianos— hasta la promoción del mandarín en los medios de comunicación, pasando por la inclusión obligada de esta lengua en los sistemas educativos[5].

De cualquier modo, en la actualidad, aunque la isla mantiene cierta diversidad lingüística, se puede afirmar que el mandarín es protagonista[6]. Hay que tener presente que el Kuomitang gobernó desde Taipéi de forma ininterrumpida desde 1949 hasta el año 2000, y buena parte de ese lapso temporal lo hizo de forma autoritaria y sin oposición real, siempre bajo un marcado anticomunismo.

Otro aspecto relevante de ese período es la marcada vocación global que ha tenido la política taiwanesa desde mediados del siglo XX, evidenciada sobre todo en la arena de la seguridad internacional, pero también a partir de la preocupación por el mantenimiento de los reconocimientos soberanos de cuantos Estados fuese posible.

Soldados de la República de China, ya en Taiwán, que fueron capturados durante la Guerra de Corea (1950-1953), son repatriados a la isla tras un intercambio en 1954.

Al respecto, hay que admitir que el Kuomitang fue capaz de sostener internacionalmente la causa china por bastante tiempo, pues supo vender la idea de que la revolución en el continente no sería duradera. Solo el paso del tiempo cambió las cosas, y el punto de inflexión, sin duda, lo marca la asunción de Pekín —a expensas de Taipéi— de los asientos asignados a “China” en las Naciones Unidas, en 1971, poco después de la visita de Kissinger a Zhou Enlai[7].

Tanto la República de China como la República Popular China siguen afirmando que únicamente hay una China y que la isla es una mera provincia de un todo. Sin embargo, la manera en la que se entiende esta premisa a ambos lados del estrecho de Taiwán no es equivalente.

Si bien la República Popular reitera que Taiwán debe integrarse al resto del país antes del centenario de la revolución[8], la República de China, en 1991, ya había abandonado formalmente la idea de recuperar el control de la parte continental. Tal planteamiento no solo es congruente con el desequilibrio —económico, demográfico y de fuerzas— existente entre ambas chinas, sino también debido al cambio social e identitario que la propia República de China ha ido experimentando con los años.

A pesar de la evidente revitalización de un sentimiento más taiwanés forjado a lo largo de los años, la cuestión sobre el estatus internacional de la República de China sigue siendo un tema de complicado abordaje, incluso a nivel doméstico[9]. El debate sobre la independencia se encuentra muy presente en la sociedad, donde se dan posiciones muy polarizadas, que irían desde una elevada aceptación a esta vía —que buscaría el pleno reconocimiento internacional y la entrada a las Naciones Unidas como entidad desvinculada de la idea de una sola China— hasta el rechazo más absoluto a la emancipación[10].

No obstante, este aludido rechazo a la completa autodeterminación también cuenta con posturas encontradas, dado que en este grupo entrarían tanto los que optarían por unirse con la República Popular China como los que prefieren el status quo actual[11].

En términos prácticos, de hecho, es esta última postura la que prevalece, al menos a nivel de la política doméstica, ya que una declaración de independencia significaría una invitación a que la República Popular China intervenga para impedirla. El mejor reflejo de ello se comprueba con los discursos actuales de los principales partidos de la sociedad taiwanesa —el Kuomitang y el PPD; los dos únicos que han gobernado en la isla[12]—, que sostienen respuestas pragmáticas a esta cuestión.

Por una parte, el Kuomitang se vende como el abanderado de la verdadera causa china y por ello rechazan la idea de una República de China independiente que se desvincule totalmente de la China continental, aunque, como se vio anteriormente, tampoco se plantean la recuperación territorial de ese ámbito —sobre todo porque, de hecho, en sus filas aún figuran defensores de la unificación—.

Por otro lado, se debe mencionar al PPD, de corte más progresista, que defiende ideas más nacionalistas —o taiwanesas, si se prefiere— pero también rechaza la necesidad de profundizar en una independencia de la República de China; en este caso bajo la premisa de que ya la isla ostenta cierta soberanía y, por lo tanto, no resulta necesario proclamarla.

En definitiva, se trata de posturas bastante consecuentes. Sin embargo, resulta evidente que dichos planteamientos únicamente seguirán resultando sostenibles mientras el contexto internacional más inmediato se mantenga sin cambios —y/o la República de China pueda seguir contando con suficiente respaldo por parte de Estados Unidos—. En la actualidad no hay apenas nada que pueda hacer el gobierno en Taipéi, por sí solo, para controlar o surcar estas dinámicas, salvo, acaso, invertir en disuasión y continuar vinculando su futuro con el de los intereses occidentales en la región.

Fuera de estos esquemas, llegados a cierto punto, en el que la voluntad de Pekín sea difícil de contener, las únicas bazas que se identifican en el rango de acción de Taiwán, si desea seguir ostentando cierta autonomía, serían soluciones negociadas de corte político —alguna suerte de soberanía compartida o de unión de otro tipo, ya sea temporal o permanente—, aunque, llegado el caso, esta tipología de opciones no pueden darse por garantizadas.


[1] Andrade, T. (2008). How Taiwan became Chinese: Dutch, Spanish, and Han colonization in the seventeenth century. Columbia University Press. http://www.gutenberg-e.org/andrade/index.html

[2] Damm, J. (2001). “Taiwan’s Ethnicities and their Representation on the Internet”. Journal of Current Chinese Affairs, 40, 1, pp. 110-124. https://journals.sagepub.com/doi/pdf/10.1177/186810261104000104

[3] Se calcula que para 1945 había seis millones de personan viviendo en Taiwán. En la actualidad hay más de 22 millones. Fuente: https://twgeog.ntnugeog.org/en/population_geog

[4] Dreyer, J. T. (2003). “Taiwan’s evolving identity”. Asia Program, No. 114, p. 5.

https://www.wilsoncenter.org/sites/default/files/media/documents/publication/asia_rpt114.pdf

[5] Ibídem.

[6] Mair, V. H. (2005). “How to forget your mother tongue and remember your national language”, Pinyin.info. https://www.pinyin.info/readings/mair/taiwanese.html

[7] Blurr, W. (2002). “The Beijing-Washingto back channel and Henry Kissinger’s secret trip to China”. The National Security Archive. https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB66/

[8] Davidson, H. (Oct., 2022). “China’s plans to annex Taiwan moving ‘much faster’ under Xi, says Blinken”. The Guardian. https://www.theguardian.com/world/2022/oct/18/chinas-plans-to-annex-taiwan-moving-much-faster-under-xi-says-blinken

[9] Nótese la articulación de ambos espectros, con matices, en las coaliciones que en Taiwán se identifican con colores. Los partidos alineados con el verde, liderados por el PPD, tienden a la “taiwanización”. Los azules, con el Kuomitang a la cabeza, son más partidarios del sostenimiento de la situación actual o, incluso, proclives a mayores vínculos con la “China continental”, aunque varían las visiones sobre cómo lograr esto último.

[10] Resulta interesante recordar que Taiwán es considerado un archipiélago en términos de su propia constitución provincial, pues al territorio de la isla de Formosa se le adscriben otros, como los de las islas Pescadores o los de Fuchien, justo en adyacencia a las costas de la República Popular China. Este último aspecto justifica que ciertos sectores segmenten a estos territorios de cualquier consideración respecto a las ideas secesionistas.

[11] Yu-ze Wan, P. (2016). “Taiwan Left, independentists, unificationists and radicals – Taiwan’s democracy, self-determination and the socialist project”. Intercoll.net. https://intercoll.net/Taiwan-Left-independentists-unificationists-and-radicals-Taiwan-s-democracy

[12] En el 2000 resulta elegido por primera vez el Partido Progresista Democrático, o PPD, que se mantiene en el poder hasta el 2008, cuando el Kuomitang vuelve al gobierno por otros ocho años. Desde el 2016 hasta la actualidad es el PPD el que se encuentra a la cabeza del ejecutivo.

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