Cuando el pensamiento se queda sin imagen
Decía Gilles Deleuze que pensar, siempre conlleva tener una imagen del pensamiento. En el ámbito filosófico, podríamos decir que durante mucho tiempo pensar suponía hacerlo bajo la imagen de la estructura –social, de clases, clasificando a los seres vivos–, del fenómeno –de donde surge la fenomenología del siglo XX– o más recientemente, el pensamiento se ha desplegado desde la imagen de la red –de ahí la sociedad-red, la interconectividad, o las redes sociales tal como las conocemos actualmente–.
Nadie puede negar que el mundo actual es un mundo dominado por la imagen –las redes sociales, los leds luminosos que saturan los centros de las ciudades o las múltiples cámaras de nuestros teléfonos nos lo recuerdan sin descanso–. Las imágenes nos permiten describir el mundo que nos rodea, entender nuestras relaciones con los demás, o expresar eso que sentimos o llevamos dentro ahí donde las palabras no alcanzan. Nos guste o no, las imágenes se han convertido en una herramienta indispensable en el mundo contemporáneo.

Pero ¿qué ocurre si un grupo, una sociedad, o un país se queda sin una imagen desde la que pensarse? Tenemos un ejemplo reciente, ocurrido en Chile durante este fin de semana.
Hace pocos días, trece millones de chilenos y chilenas eran llamados a las urnas de votación de forma obligatoria para aprobar o rechazar la nueva constitución creada por una convención de ciudadanos y ciudadanas de todo tipo de ámbitos y estratos sociales.
Previo a este acontecimiento, se celebraron las elecciones generales más polarizadas en el país, en medio de una disputa social y política por el diseño de la nueva Carta Magna.
Antecedido a su vez por el penúltimo episodio de revueltas sociales a raíz de la subida de 30 pesos -3 céntimos de euro- del precio del metro, en el que se cobraron vidas, ojos, cuerpos y las esperanzas de todo un país que se manifestaba pacíficamente por la transformación de un modelo político y social impuesto de la forma más cruel en la dictadura terminada en 1990 tras diecisiete años.
La imagen de “no son 30 pesos, son 30 años” recogía sintéticamente los afectos y el pensamiento de buena parte de los habitantes de Chile, y habitaba el espíritu de los acontecimientos descritos.

Ante el evento que parecía la culminación de un proceso largo y desgastante –crisis inflacionista y pandemia de por medio– en el que se confirmaría la nueva constitución de manera evidente, este fin de semana más de un 60% de los votantes eligió “rechazo”.
Rápidamente, políticos y periodistas comenzaron a analizar las causas de tan –aparente– paradójica elección: agotamiento por un proceso tan largo y manchado, incertidumbre ante un cambio social profundo, la supuesta tendencia conservadora de Chile, la desconexión de la propuesta constitucional con las necesidades inmediatas de la ciudadanía…
En pocas semanas, analistas expertos señalarán cuáles de estas afirmaciones han tenido su parte de razón y sentido en los resultados, pero la sensación de que siempre serán insuficientes y hay algo que se escapa ya está sembrada. Si el rechazo fue la mejor opción o no, el tiempo lo dirá.
Y es que, como si estos diagnósticos fuesen síntomas, la causa subyacente sigue indeterminada: ¿Y si Chile se ha quedado sin una imagen de pensamiento desde la que narrarse, vincularse como sociedad o expresar sus afectos en este histórico momento?
Aquel domingo quedó demostrado que la imagen “no son 30 pesos, son 30 años” ha sido amortizada y ha dejado de ser útil para estos propósitos. Seguramente, todos esos análisis que están aflorando estos días, implícitamente, estén dando cuenta no tanto de las causas de la votación si no del por qué Chile ha perdido una imagen con y desde la que pensarse.
"No son 30 pesos, son 30 años".La rebelión popular de 2019 golpeó con dureza a Piñera y al régimen heredero de la dictadura de Pinochet. Las elecciones de ayer son una confirmación. pic.twitter.com/7WMQg1a1fF
— Nicolas del Caño (@NicolasdelCano) May 17, 2021
Y es lógico: cuando el miedo aflora, cuando el hambre acecha, cuando la polarización divide, cuando nada está asegurado, la imagen con que se piensa deja de ser una prioridad.
El peligro real es que el desánimo, la confrontación y el individualismo constituyan nuevamente la imagen por venir. En ese caso, ya se conoce el resultado, el mismo que se ha vivido en los últimos 30 años: Sus consecuencias, son conocidas por todos. Si quieres resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo, reza el dicho. Por tanto, la construcción de una imagen diferente deviene urgente. Algunas semillas para ello pasan por:
- El reconocimiento de que ni “los del rechazo” son fascistas, ni “los del apruebo” son comunistas bolivarianos. Que la gente que escogió rechazar es múltiple y diversa y que los que escogieron aprobar lo hicieron pensando en el bien de todos y todas las chilenas. Como diría Rossi Braidotti: “estamos-(todos)-metidos-en-esto-juntos-pero-no-somos-uno-y-lo-mismo”. Imagen de rizoma, de multiplicidad.
- Que si algo ha caracterizado a Chile en estos treinta años ha sido la escasa atención a las necesidades comunes, cotidianas, “evidentes”, pero que tanto cuesta articular en la política institucional. Las prácticas micro-locales construyen las acciones macro-globales. No avanzamos si no puedo contar con el otro. Imagen de escucha, imagen de asamblea.
- Que esas necesidades no son (solamente) económicas. De hecho, las más importantes siempre han escapado de la mesura monetaria por más que todos los signos políticos traten de capturarla: respeto, apoyo, agrupación, cariño, amor. Imagen de cuidado, imagen de cultivo.
Pese a los errores, pese al dolor, pese al desánimo.