Manu Brabo: “Cuando voy a hacer fotos a la guerra no me importa ganar el Pulitzer, yo quiero que mis fotos provoquen una reacción en la gente”

Manu Brabo es un fotoperiodista especializado en conflictos armados, nació en Zaragoza pero pasó la mayor parte de su vida en Asturias. Manu Brabo ha cubierto gran cantidad de guerras para diversos medios internacionales. El reconocido fotoperiodista ha trabajado en Libia durante la caída de Gadafi, también realizó trabajos desde la guerra de Siria y en el conflicto del este de Ucrania, entre otros.
Su trabajo ha sido reconocido a nivel internacional con varios premios, entre los que destacan el Overseas Press Club of America de Nueva York o el British Journalism Awards. Manu Brabo también fue galardonado con el Premio el Pulitzer en 2013 por sus fotografías en el conflicto sirio.
Todos los que nos metemos en el mundo del periodismo y de la comunicación es porque, de alguna manera, queremos mostrar nuestra forma de ver el mundo. ¿Qué fue lo que despertó en ti las ganas de mostrar tu visión del mundo?
Yo lo que quería de pequeño era ser fotógrafo. Pero también es cierto que detrás de ello hay cierta conciencia social; me crié en Asturias y, quieras que no, aquí la gente es muy combativa. He crecido con la reconversión industrial y era consciente de que esta sociedad iba cada vez a peor. Fui testigo de muchas manifestaciones que acababan violentamente, y siempre me fijaba en el trabajo que hacían los fotógrafos, y yo pensaba: “me apetece estar ahí”.
Por otro lado, también tuve la suerte de que aquí, en Asturias, durante muchos años, se hacían encuentros de fotoperiodismo muy potentes, y tenía acceso a las fotos de aquellos profesionales, veía sus exposiciones, asistía a conferencias… Todo eso me despertó algo dentro. Y ahora, aquí estamos.
¿Por qué escoges la fotografía? ¿Es esta una manera de combatir?
Lo cierto es que mi abuelo ya hacia fotos, mi padre y mi tío también, y mi primo es fotógrafo profesional. La fotografía tiene algo muy atractivo, el aparato, la mecánica, la magia de darle a un botón y que de repente aparezca una imagen.
Obviamente, el resultado último de mi trabajo me gustaría que fuera dejar un mundo mejor cuando me vaya, lo que va a ser muy complicado. Pero ya metidos en la pelea tampoco la vamos a abandonar.
Además de contar los acontecimientos a través de la fotografía, también escribes. ¿Cómo enfocas el comunicar a través de la palabra? ¿Cuál es la principal diferencia para ti?
Yo creo que la fotografía y el texto son complementarios. La imagen puede ser muy “mitificadora”, y la palabra puede ayudar a desmitificar. Por ejemplo, cuando ves a los soldados en el frente disparando, parecen todos unos tiarrones, y luego resulta que son chavales de diecinueve años que están cagados de miedo. Es muy difícil mostrar eso en imágenes si no te dan el espacio suficiente para publicar un reportaje de doce o catorce imágenes, y esto con la palabra es bastante más fácil.
Cuando escribo, la figura mía está muy presente. Siempre utilizo la primera persona y los plurales. Escribo un poco a modo de diario de Manu.
¿Cuándo supiste que querías trabajar en zonas de conflicto, y cómo te preparas para ello? ¿Cuál fue tu primer destino?
Yo supe que quería hacer fotos en la guerra desde que empecé a estudiar fotografía, porque sabía que quería estar ahí. Siempre lo tuve clarísimo.
A mí no me gusta andar con prisas, y antes de entrar en una guerra yo pensaba en todas las cosas que tenía que aprender. Tienes que aprender a contar una historia y a desenvolverte en ambientes violentos. Además, yo siempre digo que jugarte la vida por una foto es una gilipollez, pero jugarte la vida por una foto sobreexpuesta esto ya es para matarte. Hay que ir asimilando determinados hábitos, aprender a estar en determinados entornos y cada vez exigiéndote un poco más.
Mi proyecto de fin de ciclo fue hacer la trashumancia con unos pastores. Después me fui a Argentina, luego viajé a Bolivia para trabajar sobre los mineros. Estuve también en Kosovo, Haití, Palestina y después llegó Libia en 2011. Y, en Libia, yo consideré que tenía la base suficiente para meterme en un sitio y por lo menos que no me temblara el pulso, que no se me olvidase medir la luz y todos esos detalles mientras están pasando cosas intensas a mi alrededor.
Dentro de un contexto de guerra, cuando estás haciendo la foto, ¿qué se te pasa por la cabeza?
Lo que más se pasa por la cabeza es: “estás sacando las fotos”. La función principal es esa, por eso me metí en este lío y me estoy comiendo estos problemas. Por la foto. Una vez que acercas el ojo al visor empiezan a funcionar otros elementos. Incluso antes de darle al botón estás mirando al paisano, estás pendiente de cómo le entra la luz, esperas por ejemplo a que apriete el gatillo, a que meta la ráfaga. Yo he estado esperando a que le caiga la lágrima a alguien, porque sabes que le va a caer. De alguna manera eres como un cirujano cuando tiene que arreglar cualquier órgano. En el fondo es lo que tienes que hacer, es tu trabajo.
¿Cómo es ganar un Pulitzer? ¿Cuándo y dónde te enteras?
La verdad es que lo gané sin querer (risas). Yo lo digo siempre, el fin último del periodista tiene que ser contar historias, y que esas historias cambien la sociedad a mejor. Que tu trabajo motive a la gente para poder cambiar determinados problemas puntuales a mejor. Cuando voy a hacer fotos a la guerra de Siria no me importa ganar el Pulitzer, yo quiero que mis fotos provoquen una reacción en la gente y que esas personas se muevan para que esa guerra no continúe así. Si luego ganas el Pulitzer, pues mejor. A nadie le amarga un dulce, y menos tan dulce.
Yo en aquella época estaba basado en El Cairo. Un día mi editor se pone en contacto conmigo y me dice que por la tarde me van a llamar de una televisión para hacerme una entrevista, y eso nunca me había pasado. En aquel momento me encontraba de visita en casa de mis padres, en Gijón. Recuerdo que por la tarde estaba con un colega, y precisamente hablábamos de que aquel día se conocerían a los premiados del Pulitzer. Entonces le conté que mi jefe me había llamado para una entrevista , me quedo mirando a mi amigo y le digo: “¿te imaginas que me llaman y me dicen que he ganado el Pulitzer?” Y los dos nos reímos. Al rato me llamó el jefe de fotografía de AP (Associated Press) desde Nueva York y me dijo que había ganado el Pulitzer.
Y ahora, tras paso del tiempo, ¿qué es lo que permanece en ti de este gran reconocimiento?
Ganar el Pulitzer es una responsabilidad, y es para toda la vida. El Pulitzer premia la excelencia periodística, según mi forma de entenderlo. A partir de ahí tienes esa responsabilidad, la responsabilidad de que tu trabajo se mantenga dentro de los principios que te pueden llevar a esa excelencia periodística, como son el compromiso, la honestidad y el trabajo duro.

¿Cómo puede escaparse un corresponsal de guerra de la propaganda y del alineamiento ideológico en ciertos acontecimientos donde parece que los buenos y los malos están establecidos por decreto?
No puedes escaparte, porque en el fondo no depende de ti. A mí me pasa mucho que cogen mi trabajo y que digan que soy pro-OTAN o que estoy al servicio de la OTAN, que si me paga Israel… Determinada izquierda recalcitrante de este país, aunque la derecha también se dedica a decir este tipo de cosas. Pero tuve más problemas con izquierda porque se supone que Bashar al-Ásad es de izquierdas. Entonces llegas a un punto en el que te das cuenta de que la gente quiere una información que satisfaga su punto de vista sobre el mundo, y contra eso no puedes hacer nada. Si yo, estando en Siria, digo que Bashar ha matado a cierto número de personas, pues otros van a decir que Estados Unidos le está pagando al «Estado Islámico». Y como yo trabajo para un medio estadounidense, pues entonces yo soy constructor del discurso imperialista. Con lo cual se trata de eso, no puedes hacer nada, no está en tus manos.
Lo único que puedo hacer es seguir haciendo el trabajo de forma honesta. La honestidad forma parte de mis códigos, de mis principios, de mi forma de entender el mundo, y esto choca con otras formas de entender el mundo.
¿En alguna ocasión te has sentido amenazado por decir lo que piensas?
He tenido trolls en casi todas las redes sociales. Pero al final donde yo paso miedo es en el conflicto, y es ahí donde yo me siento amenazado. Que una persona cualquiera me diga cualquier cosa pues perfecto, esa es su opinión desde su sofá de Almería, por ejemplo. Pero mi opinión desde Alepo es otra. Y punto.
Si ahora volvieses a Siria o a cualquier otro conflicto en el que hayas estado, ¿cómo sería tu manera de fotografiar? Es decir, ¿qué es lo que se debería fotografiar en una posguerra?
Yo creo que depende mucho el momento en que pilles la posguerra, de los temas que hagas. Pienso que consiste en encontrar la historia, ya que la posguerra es un contexto y lo que importa es la historia dentro de ese contexto.
En la posguerra pasan muchas cosas, desde hambrunas a chicas que tienen que ejercer la prostitución o un grupo de chavales que monta una empresa de hacer tuberías con la chatarra militar, por ejemplo. Yo creo que el punto está, más que en contar el contexto, en contar la historia interesante. Y a través de la historia interesante ya percibes el contexto. Además, siempre existe la posibilidad de encontrar historias interesantes y diferentes. Al final, la guerra es noticia el primer año, y a partir de ahí en ocasiones especiales. Por ejemplo, si ahora vas a Siria tienes que encontrar la historia distinta, particular, que llame la atención lo suficiente para poderla meter en la parrilla del día.
Aunque suene a tópico, ¿qué consejos o recomendaciones darías a aquellas personas que quieran trabajar en zonas de conflicto y no perder dinero?
Para no perder dinero hay que hacerse valer, tienes que tener las cosas claras. Todos hemos pasado por ahí, pero si vas a cualquier conflicto y la primera oferta que te encuentras es que te van a pagar 50 euros por una crónica, pues igual es preferible estar menos tiempo y gastarte todo tu dinero, que estar el mismo tiempo, gastarte la mitad y andar dejando el trabajo a 50 euros, porque entonces va a ser muy difícil a partir de ahí que te pongas en 100. Muchas personas han estado trabajando de camareros, o haciendo otros trabajos para hacer cosas con los ahorros. En el fondo todos lo hemos hecho. Palmar pasta entra dentro de los baremos de muchos periodistas. Yo he hecho trabajos en los que he perdido dinero, pero hay otros en los que he ganado.
A los escritores yo siempre le digo lo mismo, que manejen el inglés como si fuera su lengua materna porque en España cada vez se paga peor y lo del corresponsal ya no se lleva.
A día de hoy, si fuese posible, ¿cambiarías algunos de los destinos que has escogido para trabajar?
No cambiaría ninguno, pero hay algunos que no repetiría o que no repito. Por ejemplo, en Honduras he estado una vez y no he vuelto. Lo mismo me pasó en El Salvador y Colombia. Y, sin embargo, no sé cuántas veces he entrado en Siria. En Libia tampoco me acuerdo, y lo mismo en Ucrania. Habré entrado siete u ocho veces en cada uno de esos sitios.
¿Ya has escogido tu próximo destino?
Estaré en Bangladesh, voy a hacer una historia allí durante quince días, y luego ya veremos. De momento tengo un par de ideas en la cabeza, pero hay que esperar por la visa, que no es fácil.