Cuarenta años de un tango interminable: los F-16 daneses se le escapan a Buenos Aires
El 29 de noviembre de 2015 los Deltas argentinos se despedían, tras 43 años de servicio y más de 130.000 horas de vuelo. En un emocionante acto sobre los cielos de la Base Aérea de Tandil, Argentina daba de baja sus últimos aviones de caza, que tan valientemente habían defendido la escarapela azul celeste en las Malvinas. Contra todo uso de razón, la baja de los Mirage no fue acompañada por la adquisición de sus sustitutos y, durante los siguientes ocho años, los diferentes ejecutivos argentos han dado palos de ciego a la hora de hacerse con aviones modernos.
La pérdida de capacidades militares de las Fuerzas Armadas Argentinas desde la Guerra de las Malvinas es dramática, marcada por una dejadez gubernamental, falta de miras estratégicas y siempre lastrada por las limitaciones económicas. De entre todas las armas que componen las fuerzas armadas del país platense, sin duda el arma aérea es el que se encuentra en peores condiciones.

Por situar el contexto, en 1982, justo antes del conflicto armado con el Reino Unido, la Fuerza Aérea Argentina (FAA) contaba con 240 aviones en su inventario, entre los que destacaban cerca de un centenar de cazas Mirage, aviones de ataque a tierra Skyhawk y bombarderos Super Etendard. Cuarenta años después, los únicos pájaros con los que cuenta la FAA son 18 A-4AR Fightinghawks, de los que únicamente una decena se encuentra en condiciones operativas, otros tantos IA-63 Pampa de entrenamiento y una docena de Embraer Tucano de ataque ligero.
Esta preocupante escasez de medios empeora si se tiene en cuenta que, en mayo de 2023, la Armada Argentina dio de baja los catorce Super Etendard que aún mantenía en su inventario, aunque llevaban años sin volar por falta de repuestos.
Entre la economía y los ingleses, cuarenta años de operaciones fallidas
A lo largo de estas últimas cuatro décadas, Argentina ha intentado hacerse con nuevos aparatos de caza supersónicos para su fuerza aérea, pero la falta de decisión política en unos casos, la situación económica en otros y, sobre todo, el embargo británico a la venta de equipo militar a Argentina ha frustrado todos los intentos.
El primero se da tan pronto como en 1989, cuando Argentina propone a Israel el trueque de 60 IAI Kfir, versión mejorada hebrea de los Mirage III, por 100 aviones de entrenamiento Pampa. La operación no prospero, aunque en años posteriores el Kfir se convirtió en el objeto de deseo del Ministerio de Defensa argentino.

Hasta en cuatro ocasiones intentó hacerse con estos aparatos israelíes, la última vez en 2007. Ese año, el Ministerio anunció un plan de cinco años para la adquisición de aviones de caza. Sin embargo, dotado con unos insuficientes 107 millones de euros, el proyecto no prosperó.
La intentona más plausible llegó en 2013, cuando Argentina acuerda con el Gobierno Español la compra de 16 Mirage F1 que acababan de ser retirados del servicio por el Ejército del Aire. Sin embargo, aunque el acuerdo era firme y la compra llegó a estar presupuestada por el Ejecutivo bonaerense, el embargo británico a ciertos componentes electrónicos del avión truncó el acuerdo. Lo mismo ocurrirá en 2016, esta vez con 12 Mirage franceses del mismo modelo.
A partir 2018, y hasta la actualidad, todos los Presupuestos Generales de la Nación Argentina han incluido una partida reservada para la financiación de aviones de combate, confirmando la intención de recuperar las capacidades supersónicas de las FAA. Ese año, se barrunta la posibilidad de incorporar aviones ligeros, concretamente KAI FA-50 surcoreanos, para desempeñar la función de caza ligero. Al igual que con los Mirage españoles unos años antes, cuando la adquisición ya se había anunciado públicamente, el veto británico a seis componentes esenciales del avión truncó el acuerdo en 2020.

Abandonada la opción surcoreana, Argentina se sumerge a principios de 2021 en un nuevo plan de búsqueda de aviones, esta vez dando prioridad a cazabombarderos alejados de los posibles vetos británicos. En marzo, Rusia propone a Argentina la adquisición de 12 aparatos MiG-35, si bien su elevado coste de operación les convirtió en inasumibles para la nación sudamericana. En cualquier caso, la invasión de Ucrania imposibilita la operación por razones políticas.
En parecida situación se encuentran los F/A-18 Hornet, que en su versión C/D también le habrían sido ofrecidos a Argentina en 2021. Aunque parece que eran la opción preferida por los militares argentinos, la precaria situación del erario público platense tampoco se lo permite y, de todos modos, estos aviones ya no están en fabricación y la obtención de repuestos se torna difícil para unos aparatos que, se espera, defiendan la soberanía aérea argenta durante las próximas dos décadas.
Desde Buenos Aires, todos los caminos llevan a Pekín
Estando esas dos opciones fuera de la ecuación, son tres los modelos que se mantienen en la carrera: el F-16 estadounidense, el JF-17 chino y el HAL Tejas indio.
Quizás el contendiente más sorprendente sea este último modelo, aunque carece de opciones reales para equipar a la FAA, tanto por las limitadas capacidades del modelo Tejas MK1A como por el temido veto británico a ciertos componentes. Además, el avión solo ha sido adquirido en pequeña cantidad por la propia Fuerza Aérea India como escalón para el desarrollo del Tejas MK2, lo que crea serias dudas sobre el futuro suministro logístico de piezas para Argentina.
El pulso real se da entre el F-16 y el JF-17, y es que las implicaciones geopolíticas de la elección de uno u otro modelo por parte de la Casa Rosada van más allá de la simple decisión sobre cuál será el pájaro de guerra de los pilotos argentinos.
El idilio entre el ejecutivo bonaerense y los JF-17 viene de lejos. Ya a mediados de la década pasada, Pekín comenzó a ofertar el aparato como una solución al problema argentino. Sin embargo, este acercamiento no prospero, Argentina deseaba el muy superior Chengdu J-10, mientras que China únicamente ofrecía el JF-17 Block 2, una versión que no satisfacía los requerimientos de la FAA.

La situación cambia cuando en 2019 se presenta la versión Block 3, que sí cumple con creces los requisitos de la FAA. Una misión militar argentina prueba el aparato y en 2021 se presupuesta la compra de 12 aviones por 664 millones de dólares para el ejercicio de 2022. La compra no llegó a efectuarse, algo a lo que Argentina ya nos tiene acostumbrados. Sin embargo, la mera presupuestación de los JF17 constata que la posibilidad de que el aparato chino-pakistaní acabe aterrizando en Argentina es alta y ha de tomarse en serio.
Por su parte, desde los Estados Unidos se ha intercedido para posibilitar la llegada de material occidental a la Pampa. Descartados los F-18 por su alto coste, Argentina se centró en la posibilidad de hacerse con F-16 de segunda mano, en este caso daneses.
Con el apoyo de Washington, Londres aceptó tácitamente no hacer uso de su veto. Cuando parecía que la operación era segura, la invasión rusa de Ucrania ha truncado los planes argentinos. El beneplácito de Joe Biden al uso de F-16 holandeses y daneses para el entrenamiento de pilotos ucranianos ha puesto en jaque un acuerdo que en las últimas semanas se ha congelado. Todo hace sospechar que los aviones acabarán al servicio de Kiev, muy lejos de los cielos argentos.
Llegados a este punto, las opciones están claras para Argentina: o espera a que los Estados Unidos propongan otra opción; o se lanza a por la opción china.
Esta última parece la más factible, tanto por coste como por motivos logísticos. El principal escollo con el que se encuentra la opción americana es que se trata de aviones de segunda mano, con muchas horas de vuelo a las espaldas y cuyos repuestos se antojan difíciles de procurar, algo que no pasaría con los aviones chinos. Además, Pekín ha propuesto el establecimiento de una planta de ensamblaje en la Patagonia, mejorando con creces la oferta estadounidense.

En segundo lugar, es innegable que la penetración china en Argentina es palpable: es ya el segundo mayor socio comercial del país sudamericano; opera una base en la Pampa y está negociando la construcción de una base naval en la Tierra del Fuego. Por último, merece la pena recordar que Argentina usa material de origen chino, aunque la experiencia no ha sido del todo satisfactoria con la calidad del mismo.
Sólo el tiempo dirá cuál es la opción seguida por el ejecutivo bonaerense para suplir su falta de aviones Hoy en día, parece que la opción china es la que más papeletas tiene para hacerse con el contrato argentino. Parece que, en condiciones normales, los JF-17 ya estarían en servicio con las Fuerzas Armadas Argentinas. Sin embargo, la decisión conlleva unas implicaciones geopolíticas desmedidas para lo que no deja de ser la selección de un sistema de armas por parte de un país alejado de los puntos calientes del globo.
Habrá que ver hasta donde llega la presión estadounidense para impedir la elección del JF-17, y sobre todo, si Washington articula una opción viable para Argentina, como lo eran los F-16 daneses que ahora se le escapan a Buenos Aires.