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Fuente del Merlion, mitad pez, mitad león. Es uno de los símbolos más reconocibles de Singapur.

Para ser un país tan joven (acaba de cumplir 54 años), Singapur lleva la delantera mundial en materia de seguridad nacional y competitividad económica, y despunta también en áreas como la educación y la productividad laboral de sus trabajadores, que es la segunda más alta de Asia-Pacífico. Con un PIB per cápita de casi 65.000 dólares estadounidenses, sus ciudadanos pueden presumir, además, de ser los segundos más ricos de la región.

A lo largo del último medio siglo, Singapur se ha ganado todo el prestigio del que goza a nivel internacional. Sin embargo, hay algo que no tiene y que, como cualquier otro país, necesita desesperadamente. Agua.

Sin grandes ríos ni lagos de los que extraer este elemento, el Estado es totalmente incapaz satisfacer por sí mismo los aproximadamente 1.630 millones de litros que necesitan cada día sus cinco millones y medio de habitantes. Los dos métodos tradicionales que utiliza para abastecer a la población (la recogida del agua de la lluvia y la desalinización del agua de sus costas) apenas sirven para cubrir la mitad de la demanda, a pesar de que se ha invertido bastante dinero en ellos. De hecho, las zonas de recogida y almacenamiento de agua de lluvia se han ampliado de manera tremenda desde 2011, y sus 17 reservas cubren ahora las dos terceras partes de la superficie del país. También se está realizando un esfuerzo similar en materia de desalinización, y para 2020 Singapur espera tener dos plantas nuevas —ahora mismo hay tres en funcionamiento— que permitan cubrir el 30% de la demanda de agua para 2060.

Pero no es suficiente. Por eso, la Administración Pública, en manos del Partido de Acción Popular —que lleva gobernando Singapur desde que declarase su independencia en 1965— ha apostado por dos soluciones bastante dispares para complementar las técnicas anteriores.

En este vídeo, el Gobierno de Singapur repasa su particular «historia del agua».

La primera la buscó hace ya bastante tiempo. En 1961 firmó un acuerdo con Malasia que permitía al país hacer uso libre, durante cincuenta años, de las reservas de agua de una zona delimitada en el estado de Johor, al sur de Malasia y a un tiro de piedra de la frontera norte de Singapur. A cambio, Singapur debía pagar una renta periódica a su vecino y suministrarle el 12% del agua que extrajera y tratase diariamente. El año siguiente, los dos países volvieron a firmar un acuerdo, esta vez por 99 años, que es el que rige ahora mismo, pues la vigencia del anterior terminó en 2011. En virtud de ese pacto, Singapur tiene hoy acceso a casi mil millones de litros de agua del río de Johor al día, siempre que siga devolviendo a Malasia parte de ese agua, ya tratada, y la acompañe del pago de una renta similar a la acordada en 1961.

De todos modos, por mucho que este acuerdo, sumado a la desalinización y a la recogida de agua de la lluvia, permita a los singapurenses tener prácticamente toda su demanda asegurada, a Singapur le interesa poner fin a la dependencia del país islámico, con quien tiene una complicada relación desde que lo expulsara de la Federación de Malasia en 1965, tras solo dos años en su seno. El último encontronazo entre ambos estados ha tenido lugar precisamente a raíz del acuerdo de 1962, con el primer ministro malasio proclamando en 2018 que el precio que Singapur estaba pagando por el agua —menos de un centavo estadounidense por cada 11.300 litros— era, literalmente, ridículo, y que pretendía estudiar medidas para elevarlo. Sus declaraciones provocaron una leve crisis diplomática en la que los líderes de ambos países han aireado sus desacuerdos y que todavía hoy no han llegado a resolver —en beneficio de Singapur, porque el precio del agua sigue sin haber cambiado—.

Gráfico explicativo sobre las tres fuentes de autoabastecimiento de agua de Singapur. Fuente: Agencia Nacional de Agua de Singapur.

Por eso, Singapur trabaja desde hace años en una solución rompedora con la que, si todo va bien, podrá cubrir más de la mitad de la demanda de agua de sus habitantes para 2060, permitiéndoles desvincularse de Malasia en este sentido. Y esa solución no es otra que reciclar las aguas residuales que cada día se generan en el país. El proyecto, bautizado con el nombre de NeWater, se puso en marcha en 2003 y ya suma cuatro plantas nacionales de tratamiento, donde se procesa el agua proveniente de los residuos de hogares e industrias para hacerla de nuevo utilizable.

El proceso consta de tres fases. En la primera, el agua pasa a través de varias membranas que retienen las partículas sólidas, bacterias y virus que pueda contener, dejando pasar solo algunas sales disueltas y ciertas moléculas orgánicas. Estas se eliminan en la siguiente fase, que consiste en un proceso de ósmosis inversa. Aquí se descarta la mayor parte de los componentes nocivos que quedan en el agua, dejando como resultado un líquido de alta calidad. Aun así, el agua debe atravesar una tercera fase, en la que se la somete a una desinfección ultravioleta que, ahora sí, termina de purificarla.

El proceso NeWater, en detalle. Fuente: Agencia Nacional de Agua de Singapur (pdf)

Aunque el agua resultante de este proceso se destina principalmente a la industria y a los aparatos de refrigeración, el líquido también sirve para el consumo humano. De hecho, el gobierno de Singapur ha invertido en la concienciación de sus ciudadanos a este respecto, rellenando miles de botellas con esta agua y repartiéndolas de manera gratuita en eventos para que los asistentes puedan comprobar de primera mano su calidad. También se ha abierto al público un centro de visitas para explicar a los curiosos todo lo relacionado con NeWater. Y, en los meses secos, cuando las reservas no tienen agua suficiente para abastecer al país, parte de esta agua reciclada se destina como agua corriente a los hogares singapurenses.

Entre los múltiples beneficios de NeWater, los expertos destacan que es un método más eficiente tanto en costes como en energía que la desalinización del agua del mar, lo que pone de manifiesto el acierto de Singapur al apostar por este proceso novedoso, que quizás podría exportar a otros países que, como India, Irán u Omán, también sufren de escasez de agua.

Por cosas como esta, no es de extrañar que Singapur también aparezca entre los líderes de los rankings de innovación. Nadie dijo que sobrevivir en un territorio de apenas 750 kilómetros cuadrados y rodeado por vecinos que no siempre han sido los mejores compañeros de viaje fuera fácil, pero, desde luego, la apuesta del país por el desarrollo tecnológico le está allanando el camino.

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