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¿Cuales son las dinámicas de la guerra de Libia?, ¿como se ha combatido? y lo más importante, ¿que se necesita para combatir? Responder a estas preguntas es fundamental para estimar cual será el resultado de la guerra.

En el escenario libio lo primero es saber como se relacionan los actores armados.

Las milicias surgidas después del linchamiento de Gadafi que se autojustifican mediante un relato de lucha contra el dictador han tomado el control.

En realidad la mayoría de ellas han surgido con posterioridad a 2011 y tienen sus raíces en la historia de Libia, que a su vez tiene un carácter tribal.

Como bien nos recordaba Guillermo Pulido, más que bandos que luchen por controlar el estado libio, encontramos «grupos de grupos». Grupos con aspiración estatal que son capaces de atraer a los grupos locales que a su vez nacieron de las tribus que configuran el país.

Aunque podamos caer en el prejuicio de pensar que el grupo estatal aglutinador es más fuerte que los grupos locales aglutinados, a la hora de la verdad esta supuesta superioridad es muy cuestionable.

Los actores con aspiraciones estatales a menudo son vistos con suspicacia, o son víctimas del tacticismo y los intereses puntuales de sus aliados locales, que bien pueden dejarles en la estacada en el momento clave.

No hay más que recordar como Haftar consiguió recientemente tomar la ciudad de Sirte, cuna de Gadafi, sin pegar un tiro, simplemente negociando la voluntad de las milicias de esa ciudad, que por el debido precio se han cambiado su lealtad.

Exactamente, no estamos ante la lógica de la guerra de una sola capa en la que se enfrentan dos bandos, estamos ante la lógica de un conflicto con varias capas superpuestas que implica distintos conflictos paralelos pero entrelazados.

Bajo este esquema, la capa superior es la capa en la que solemos fijarnos, por ser la que, de existir un vencedor; cosa que no ocurre desde hace seis años, tendrá mayor repercusión. Es ahí donde compiten el GNA y el LNA.

Pero la verdadera base de la victoria en un conflicto como este es una mezcla de aliados locales y foráneos que permiten obtener dinero, así como un aparato de comunicación que favorece la obtención de aliados y donantes locales, que a su vez proveen de dinero, armas y tropas.

Aliados, imagen, dinero, armas y número de fuerzas: un auténtico circulo virtuoso que cuanto más se alimente mayor fuerza otorga. Esa es la clave estratégica de esta guerra.

Haftar ha conseguido aventajar a sus enemigos en su círculo virtuoso: el apoyo del parlamento de Tobruk, su propia fama personal, el apoyo financiero de bancos de la Cirenaica, de clanes acaudalados, los miles de millones de dinares proveídos por Rusia, el apoyo aéreo y la financiación emiratí, y todo concentrado en un LNA controlado por un solo hombre…

Por el contrario el GNA ha alimentado mucho peor su círculo virtuoso: sus aliados son solo eso, no forman parte integra de una estructura de fuerza armada embrionaria. La financiación foránea ha provenido de Qatar, mientras que el armamento esencialmente de Turquía.

Echemos un vistazo a las cifras. Se calcula que el LNA dispone de una fuerza-núcleo de 7.000 hombres y una fuerza auxiliar de 18.000 efectivos, lo que sobrepasa a la inmensa mayoría de grupos libios, que habitualmente no llegan ni a reunir 2.000 combatientes.

Por ejemplo, la segunda fuerza con mayor número de tropas son las milicias de Misrata, que agrupan unos 6.000 hombres, que en este caso son fieles al GNA, al menos por ahora.

Como se aprecia, la toma de decisiones militares o de política de guerra en el GNA es más larga y compleja, ya que obliga a negociar con varios grupos armados a la vez, los que a menudo son reticentes a abandonar sus ciudades de origen, lo que imposibilita organizar ofensivas serias contra el LNA.

No obstante, hay que admitir que con la intervención turca nos topamos ante un escenario distinto, ya que Ankara trae sus propias milicias sirias apoyadas por sus fuerzas armadas, y no cabe duda de que a largo plazo algunas milicias libias serán incorporadas a una suerte de cadena de mando que culmina en Erdogan.

Mientras el LNA se organizaba para ejecutar una serie de intensos asedios, el GNA seguía sin poder siquiera aglutinar a sus milicias para intentar expandir su territorio, a lo sumo podía contar con que las milicias de Misrata o Zintan, reforzadas por alguna otra decidieran contraatacar a Haftar.

El marical Haftar consiguió atraer a algunas unidades del extinto ejército libio, con lo que pudo incorporar tropas con cierto adiestramiento y con material escaso y valioso: en esta categoría entran los blindados de artillería Oto Palmaria que emplean munición de 155 mm y que han proporcionado una ayuda inestimable en las batallas clave.

Encontrar a un grupo de artilleros o de carristas que además conserven sus blindados es como encontrar agua fresca en el desierto diamante, y no digamos si los emiratíes proveen municiones guiadas de 155 mm GP-1 y GP-6 chinas para los cañones.

Con más dinero, una imagen más prestigiosa en los medios libios, y con material de guerra a mansalva, Haftar ha podido reclutar a más tropas y equiparlas mejor.

Gracias a poder movilizar un cierto parque de artillería, poner en marcha algunos cazabombarderos de la era Gadafi con apoyo técnico ruso, y contar con un cierto número de reclutas, el LNA pudo soportar las durísimas batallas por Bengasi y Derna que obligaron a movilizar a todas sus fuerzas y aguantar varios años de asedio intermitente y desgaste contra Al-Qaeda y el Dáesh.

De hecho, durante aquellas operaciones Haftar pudo contar con la colaboración de Francia, quien envió a sus fuerzas especiales, incluyendo a francotiradores y controladores aéreos para solicitar ataques. Además, la pequeña aviación desplegada por emiratos también sirvió para vencer en estas batallas.

A costa de varios años de combates, el LNA fue derrotando a los yihadistas y conquistando sus feudos, incluyendo toda la coste este de Libia, con los importantes puertos y ciudades de Tobruk, Derna, Ras Lanuf, Sidra, Bengasi…

El LNA controlaba buena parte de la franja costera imprescindible para la exportación de hidrocarburos, así como un porcentaje elevado de la población Libia, y por supuesto la Autovía Costera que articula todo el norte del país.

Sin embargo, los yacimientos se encontraban tierra adentro en territorios desérticos, despoblados y dominados por grupos islamistas, y casi hasta por los bandidos.

El LNA había efectuado varias incursiones en el interior de la Cirenaica, pero no había buscado un control directo del territorio, y menos aún en la inmensa región de Fezán.

Pero en 2018, una vez casi derrotados los yihadistas, y con una fuerza armada considerable, el LNA y se vio suficientemente fuerte como para lanzarse a la ardua tarea de dominar Fezán.

Las tres grandes regiones de Libia.

Pero antes de nada, en una muestra de buen hacer impropia de esta guerra, el LNA reorganizó a la «73ª Brigada», constituyendo una fuerza compuesta por varios batallones (en realidad probablemente compañías) que materializaban una sola cadena de mando y una orgánica con algo de coherencia.

Las fuerzas de Haftar avanzaron rápidamente, pusieron en fuga a muchos de sus enemigos, negociaron con otros y aniquilaron a unos pocos y así, entre 2018 y 2019 Fezán cambió de signo, y la mayor parte de los yacimientos de petróleo y gas pasaron a manos del gobierno de Tobruk.

Entretanto es cierto que el GNA había aniquilado al GNC, y en general, sobre todo en 2016 los islamistas y el gobierno reconocido por la ONU habían tenido graves desencuentros que les habían minado militarmente.

Llegado 2019, Haftar tenía un notable control sobre la Cirenaica, Fezán y empezaba a adentrarse en la Tripolitania, una región con raíces otomanas que tradicionalmente había actuado como anverso de Cirenaica.

Aquí la oposición creció. En primer lugar, empezaba a haber más poblaciones, las rutas de suministro terrestre se habían alargado mucho, y para colmo el avance a través de Sirte se había demostrado difícil.

En lugar de enzarzarse en nuevos y largos combates urbanos avanzando por las ciudades costeras, el LNA decidió presionar por el norte y por el sur, atacando desde el interior en dirección al norte, que estaba coronado por la capital.

El avance hacia Trípoli desde el sur dio lugar a un tipo peculiar de guerra. Las líneas de suministro, de por sí muy estiradas se volvían vulnerables y era necesario dedicar tropas a protegerlas, en particular ciertas encrucijadas, como la que domina el aeropuerto de Al-Jufrah.

Siguiendo la tónica de la guerra de Siria o Ucrania, los aeropuertos se convertían en fortificaciones modernas, en particular si eran bases aéreas con refugios reforzados y buenas defensas perimetrales con vallas, ametralladoras antiaéreas, trincheras…

Para las operaciones del mariscal en el oeste, la encrucijada más importante era, y es, la dominada por Al-Jufrah, una base aérea desde la que volaban algunos MiG-23 para prestar apoyo, y a la que llegaban abastecimientos por vía aérea.

Jufrah también es un centro logístico desde el que distribuir los abastecimientos, almacenarlos temporalmente y dar un lugar seguro en el que descansar a los conductores y soldados.

Este tipo de instalaciones en retaguardia suelen estar guarnecidas por una mezcla de tropas locales y contratistas.

Pero a pesar de las medidas tomadas por el LNA, sus carreteras a menudo eran inseguras, así que algunos suministros; aunque desconocemos en que medida, se perdieron antes de llegar a sus destinatarios.

Pero al margen de la logística estaba el problema de eliminar los pequeños villorrios reforzados que se interponían en las carreteras por las que avanzaba el LNA.

El enemigo solía contar con reservas con las que, si hacía falta, acudía en ayuda de las posiciones semicercadas, así que no era fácil tomarlos, por lo que al final era necesario sacrificar tiempo y hombres en su captura.

La logística de las operaciones a gran distancia en Libia es fundamental.

Lo ideal era poder atacar por sorpresa con una serie de ataques aéreos y bombardeos artilleros, y a continuación emplear tanques T-55, y sobre todo Toyotas artillados para machacar la posición y que sus defensores se fugaran antes que enfrentar el asalto de la infantería.

Así, poco a poco, y tras dar y recibir golpes y contragolpes en unos meses Haftar se plantó en el alfoz de Trípoli, muy cerca de su gran aeropuerto.

Sin embargo, un enjambre de milicias que se había unido ante la amenaza de Haftar había acudido a defender la urbe, hasta el punto de que los 25.000 hombres del LNA, dispersos en un amplio frente y teniendo que conquistar una gran ciudad plenamente defendida lo tenían, por así decirlo, muy «crudo».

Había que cocinar la batalla antes de hincar el diente a Trípoli.

Ante este contexto se ideó la conocida como «Táctica Trípoli». El LNA tenía cierta superioridad material sobre sus enemigos, en particular gracias a la artillería de precisión y a los drones armados Wing Loong, sin embargo su número de efectivos distaba de ser suficiente.

Por tanto, era necesario desgastar, y mucho, a las milicias que protegían Trípoli antes de intentar seriamente la captura de la ciudad.

Se trata de una idea que recuerda a la que dio lugar a la batalla de Verdún en 1916, cuando el alto mando alemán esperaba atraer a los franceses a una batalla en la que los prusianos les infligirían mucho más desgaste gracias a una muy superior concentración de artillería.

Si los alemanes eligieron como cebo la región fortificada de Verdún, el LNA escogió el aeropuerto de Trípoli.

La táctica era desconcertante. Los grupos de asalto de Haftar tomaban una posición y la abandonaban, para esperar a que el enemigo la reocupara y así poder bombardearle con los misiles BA-7 de los drones, que están especialmente dotados para atacar objetivos atravesando varias plantas.

Pero el desgaste, los costes, y el apoyo turco impidieron la victoria de Haftar, al menos por ahora.

Las potencias que apoyan a ambos bandos han suministrado blindados y ciertas armas a sus protegidos: blindados jordanos y emiratíes para Haftar, y turcos para el GNA. Pero su cadena logística, el desconocimiento por parte de los técnicos libios, y su escasa potencia de fuego, al no contar con cañones, han impedido que lleguen a tener una gran relevancia.

No obstante, sí es cierto que la disponibilidad de vehículos blindados, unida a la protección que ofrecen han permitido, especialmente a Haftar, poder asaltar posiciones que de otra forma habrían sido mucho más duras de roer.

El escaso blindaje de los vehículos sobre ruedas lleva a que sus tripulaciones lo aumenten de forma casera, lo que no es más que un indicativo de la eterna necesidad de protección para los vehículos en este tipo de conflictos.

Y es que en esta guerra, todo lo que supere el calibre 23 mm y pueda resistir el impacto de la munición perforante de una ametralladora pesada tiene un gran valor.

El apoyo extranjero ha tenido especial importancia en la guerra aérea. Los aparatos voladores exigen un mantenimiento, conocimientos y sofisticación fuera del alcance de una Libia sumida en la acracia, de ahí la necesidad de apoyo foráneo.

Originalmente lo que había en Libia eran los restos de la aviación de la era Gadafi, donde los viejos MiG-21, MiG-23 y Mirage F1 constituían los últimos aparatos operativos.

Los sucesivos conflictos, la deserción de los técnicos y las constantes refriegas por el control de los aeropuertos habían destrozado a la flota de aeronaves: los cazabombarderos no tenían repuestos, los Il-76 habían sido destruidos mientras estaban parados en pista, mientras que los pocos aviones disponibles eran derribados o destruidos en tierra.

El mantenimiento impedía a cualquiera de los bandos superar la treintena de aparatos operativos entre helicópteros y aviones, si bien hay que admitir que ningún bando escatimó en usar cada aeronave disponible para apoyar sus ofensivas.

Buscando un empuje a la guerra aérea, fue el LNA quien se adelantó al solicitar la ayuda de Emiratos Árabes Unidos (EAU).

El avión de hélice AT-802U, de EAU ha demostrado su facilidad de despliegue y capacidad de ataque mediante bombas guiadas. Nótese además el designador láser/cámara de reconocimiento en una góndola bajo el vientre.

A lo largo de 2016 Abu Dabí, que probablemente cuenta con la fuerza aérea más competente de la región, solo tras la de Israel, envió una pequeña fuerza expedicionaria de carácter aéreo.

La fuerza se instaló en la base aérea de de Al-Khadim, en plena Cirenaica, allí desplegó un par de helicópteros utilitarios Blackhawk, 4 aviones de hélice AT-802U, para realizar misiones de apoyo aéreo, y sobre todo 3 drones Wing Loong de origen chino.

Los turcos por su parte desplegaron sus propios drones, los Baryaktar TB2, tras padecer los ataques aéreos emiratíes, que ascendían a 50 en octubre de 2016, y a más de 100 en noviembre.

Pero en general, el Baryaktar, un producto turco, se vio superado por los drones emiratíes, simplemente debido a que el techo de vuelo, la autonomía y la persistencia permitían a los Wing Loong esperar a que los Baryaktar tuvieran que aterrizar para atacarlos.

Sin embargo, la instalación de medios de guerra electrónica combinados con baterías antiaéreas turcas cerca han dificultado el empleo de la aviación en el conflicto.

Por último estaría la cuestión naval, que llegado el día tendrá su propio artículo.

En definitiva, la victoria depende de un complejo esquema de apoyos que se traducen directa o indirectamente en potencia militar, tal y como resumimos aquí.

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