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Por Mateus Lopes

Durante las elecciones presidenciales de 2018 en Brasil, Jair Bolsonaro se presentó como un candidato de ruptura que reformaría el aparato del Estado, combatiría la corrupción y lo "políticamente correcto", y conduciría una administración que respetaría los valores "conservadores, cristianos y occidentales" del país. Se suponía que este proyecto incidiría en distintas áreas de la esfera pública y, para lograr este objetivo, el entonces candidato se comprometió a construir un gabinete técnico, con individuos capacitados en sus respectivas áreas y sin la influencia de sesgos ideológicos en sus decisiones.

Para Relaciones Exteriores, el elegido fue Ernesto Araújo, anunciado como ministro en noviembre de 2018. En principio, Bolsonaro parecía haber cumplido con su promesa de realizar nombramientos técnicos. Filólogo educado en la prestigiosa Universidad de Brasilia, Araújo ingresó al Servicio Exterior en 1991 y desde entonces ha ocupado cargos en distintos puestos diplomáticos en Europa y América, además de trabajar para las representaciones brasileñas en la Unión Europea y en el Mercosur. En el momento de su nombramiento, estaba al frente de la División de Estados Unidos y Canadá del ministerio.

Palacio Itamaraty, en Brasilia, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Sin embargo, el nombramiento de Araújo como ministro no estuvo libre de contradicciones. Muchos miembros del Servicio Exterior consideraban que había ascendido al rango de Ministro de Primera Clase hacía poco y, por lo tanto, era un miembro de un rango todavía muy bajo de la carrera diplomática. Se entendió que Bolsonaro no había respetado la jerarquía interna del ministerio al elegir a Araújo sobre los candidatos más experimentados propuestos por el equipo de transición, como el embajador retirado José Alfredo Graça Lima o el secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores, Marcos Galvão.

Las posiciones políticas de Araújo también fueron objeto de preocupación, ya que era conocido por hacer campaña contra el llamado movimiento “globalista”, que supuestamente ponía en peligro las identidades nacionales y las libertades individuales, además de negar el cambio climático y expresar una excesiva admiración por Donald Trump, al punto de considerar al entonces presidente de EE. UU. como un “salvador de Occidente”. En conclusión, su afinidad ideológica con el presidente electo fue el factor principal para llevarlo a su gabinete, lo que contradecía la promesa original de Bolsonaro de no dejar que eso influyera en su elección de ministros.

El nuevo gobierno rápidamente demostró que no le importaban las críticas y Araújo fue investido como Ministro de Relaciones Exteriores en enero de 2019. Según Casarões (2019), la campaña presidencial de Bolsonaro trazó 4 puntos principales de ruptura en el tema: el tratamiento del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela; los esfuerzos de integración regional (como Mercosur y UNASUR); las relaciones Brasil-China; y el conflicto entre Israel y Palestina. El ministerio de Araújo se movió rápidamente para implementar estos cambios promoviéndolos como la “nueva política exterior brasileña”, que estaba destinada a defender la democracia y las libertades civiles, mientras rechazaba lo que se consideraba agendas izquierdistas y globalistas.

Araújo durante su discurso de inauguración como Ministro de Relaciones Exteriores.

El resultado fue el cambio más radical jamás visto en la diplomacia brasileña, superando el pragmatismo que prevaleció en las diferentes administraciones civiles y militares del país desde al menos la Proclamación de la República en 1889. Esencialmente, condujo a una alineación casi absoluta con la administración Trump, un acercamiento al gobierno israelí que puso en peligro las relaciones comerciales con los países árabes, y la adopción de un discurso más agresivo contra China y Venezuela.

El patrón de las declaraciones brasileñas en los organismos multilaterales también ha cambiado, llevando a sus representantes en las Naciones Unidas a abstenerse o votar en contra de medidas a favor de la salud reproductiva y los derechos de la mujer. Además, las preocupaciones sobre la preservación de la selva amazónica, expresadas por líderes como Emmanuel Macron o Angela Merkel, fueron repetidamente tratadas como una falta de respeto a la soberanía brasileña.

Al mismo tiempo, no se impusieron barreras para la visita de Mike Pompeo, entonces Secretario de Estados de EE. UU., en septiembre de 2020, para reunirse con la comunidad venezolana del estado de Roraima (ubicado en la región amazónica), acto ampliamente interpretado como una colaboración del gobierno brasileño con los esfuerzos de reelección de Trump. Araújo incluso viajó a Boa Vista, la capital del estado, para saludar a su homólogo.

Rueda de prensa con Araújo y Pompeo, en el Palacio Itamaraty.

En consecuencia, esa “nueva política exterior” ha alejado a Brasil de aliados y agendas donde era referencia internacional, como los derechos humanos y el medio ambiente, en nombre de vínculos más estrechos con líderes igualmente populistas y conspiracionistas. Bolsonaro nunca ocultó que vive según su propia interpretación de la realidad, pero su elección como presidente le dio la posibilidad de proyectarlo en las relaciones internacionales de Brasil, y tuvo la suerte de encontrar entre el cuerpo diplomático a alguien que simpatizara con esas ideas lo suficiente para actuar como su ministro.

El escenario internacional actual no parece estar de acuerdo con dichas ideas. En 2021, Joe Biden está en la Casa Blanca, despojando a Bolsonaro de su principal alianza internacional, mientras refuerza las críticas de los líderes europeos a su política ambiental. En febrero, un informe incluso recomendó al Ejecutivo estadounidense que congelara cualquier acuerdo firmado mientras Bolsonaro permaneciera en la Presidencia.

Brasil es también el segundo país más afectado por la pandemia de COVID-19, con más de 220 mil muertos, y su presidente insiste en deslegitimar los esfuerzos de las autoridades estaduales y municipales para prevenir la propagación del virus, calificándolas como un intento de despojar a los ciudadanos de sus libertades individuales. Ni siquiera el inicio de la campaña de inmunización en enero de 2021 con la Coronavac, una vacuna desarrollada por el laboratorio chino Sinovac y el Instituto Butantã, con sede en São Paulo, atenuó el discurso del gobierno, con declaraciones hostiles a Pekín partiendo del presidente, de su hijo Eduardo Bolsonaro (miembro de la Cámara de Diputados) y del propio Araújo.

Respuesta de la embajada de China en Brasil a las declaraciones hechas en Twitter por el diputado Eduardo Bolsonaro, que culpaba al país por la creación y diseminación del Coronavirus.

En consecuencia, las autoridades chinas supuestamente han exigido la destitución de Araújo como ministro como muestra de buena fe de Brasilia, a cambio de la cual Pekín permitiría la exportación de material para la producción local de vacunas. A fines de enero, mientras el ministro era filmado en un evento riéndose y aplaudiendo comentarios ofensivos de Bolsonaro contra la prensa, el vicepresidente Hamilton Mourão afirmaba que su reemplazo era casi seguro.

Aunque Bolsonaro haya descartado esta posibilidad, cada vez más políticos, diplomáticos y otros especialistas exigen una reforma ministerial, con Relaciones Exteriores como uno de los primeros en la línea, para reajustar la acción externa del país y evitar un aislamiento total de Brasil en el escenario internacional, lo que tendría graves implicaciones económicas y afectaría los esfuerzos para poner fin a la pandemia en su territorio.

Sin embargo, ¿es posible el nombramiento de un nuevo canciller? ¿Cambiaría eso algo?

Las posiciones conspiracionistas de Araújo son aprobadas por los grupos ideológicos dentro de la base de apoyo del presidente, que es la más fiel a su gestión. Sin embargo, Bolsonaro también debe cumplir con los intereses de los segmentos militares y de los tecnócratas neoliberales a los que ha confiado ministerios como Economía, Agricultura y Minas, y Energía.

En 2018, esos grupos tomaron una decisión mayoritariamente condicionada de apoyar a Bolsonaro, lo que podría revertirse si este representara una amenaza para sus intereses políticos y económicos, con las relaciones comerciales con China en la parte superior de la lista. Esos grupos demostraron ser capaces de revertir las decisiones presidenciales durante los primeros meses del gobierno, en 2019, cuando se suspendió "temporalmente" el traslado de la embajada de Brasil en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, para evitar represalias del bloque árabe a la compra de productos brasileños. Por lo tanto, la presión adecuada de los agentes adecuados podría impulsar la renuncia de Araújo.

Sin embargo, Bolsonaro ha enseñado a los analistas a esperar lo inesperado. Durante 2020, su cruzada personal contra João Doria, gobernador de São Paulo y gran crítico de su manejo de la pandemia, demostró que el presidente toma las victorias de la oposición como golpes a su autoridad y orgullo personal. Bolsonaro parecía dispuesto incluso a impedir la autorización del uso de una vacuna si eso significaba "tener razón".

En consecuencia, es posible que esta vez decida favorecer su base ideológica en lugar de las más pragmáticas, manteniendo a Araújo en el cargo a pesar de los efectos negativos que su proyecto pueda tener para Brasil. Con las nuevas elecciones presidenciales programadas para 2022, también puede abstenerse de decisiones poco populares entre sus seguidores más apasionados, cuyos votos están mejor asegurados.

Además, no nos debemos olvidar que el despido de Araújo no sería una solución definitiva. Si un nuevo ministro compartiera las mismas ideas, no sería útil en absoluto. Se debe producir un cambio real en el abordaje de la política exterior para que el país recupere la confianza y el prestigio en el escenario internacional. "Congelar" la acción exterior brasileña, manteniéndola al mínimo hasta las elecciones de 2022, se ha tratado como una solución para evitar mayores daños. Por otro lado, dicha posibilidad no considera una posible reelección de Bolsonaro, que todavía depende de los otros candidatos que se presentarán para el cargo.

Al fin y al cabo, Araújo representa el proyecto de política exterior elegido con Bolsonaro en las urnas, y ahora estamos viviendo sus consecuencias. En definitiva, su despido es un primer paso importante, pero un primer paso, no obstante. El presidente tiene que elegir: tomar en consideración los mejores intereses reales de Brasil y reformar el Ministerio de Relaciones Exteriores de acuerdo con ellos, o seguir escuchando a los intereses más ideológicos de su gobierno, lo que llevará al país a un mayor aislamiento.

En el escenario actual, no sería prudente esperar hasta 2022 para tomar medidas. Jair Bolsonaro, como actual presidente de la República Federativa de Brasil, debe ser quien mejor lo entienda si se planea estar en el cargo por 4 años más.

Una cosa es cierta: la Historia no será amable con los años de Ernesto Araújo como Ministro de Relaciones Exteriores.

Referencias

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