Djibouti: El brainstorming de Pekín
Por Iván López Miralles
En el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, Xi Jinping inauguró una nueva era de modernización pluridireccional, estaba sentando los pilares del objetivo vital que marcaría su mandato: una reorientación geoestratégica con el fin de situarse en el año 2049, fecha en la que se celebra el centenario del nacimiento de la República Popular China, en el centro del escenario internacional, relegando a Estados Unidos de su posición hegemónica y de status quo del poder mundial.
Durante estos últimos años hemos visto como China ha activado el macroproyecto de la Nueva Ruta de la Seda, que ya hemos explicado al detalle en The Political Room, tanto en su variante marítima como terrestre, así como la necesidad de hacer frente a tres imperativos geopolíticos clave: el control y amortiguación de sus costas, en especial referencia a la zona del Mar del Sur y del Este de China, la hibernación de la situación en la región de Xinkiang, donde se está llevando a cabo uno de los mayores ejercicios de represión contra la población de etnia uigur; zona importante para Pekín dado que es la salida natural a los mercados internacionales y, por último, un mayor control de los mares y océanos, donde la subordinación naval a Estados Unidos es total.
Este último imperativo geopolítico implica por lo tanto que China debe abandonar su zona de confort. Ya no sirve amedrentar a los países de su entorno, que se caracterizan por una interdependencia comercial plena con Pekín. Si Xi Jinping quiere cumplir su objetivo de llegar a 2049 como hegemón mundial, debe abandonar su conformismo regional. Esto nos lleva al tema central de este artículo: ¿Por qué es Djibouti tan importante en este sentido?
Djibouti es un pequeño país situado en el Cuerno de África, a lo largo del Estrecho de Bab al-Mandeb que conecta el Río Rojo con el Golfo de Aden. Es considerado como un punto neurálgico o geoestratégico clave, puesto que concentra el transcurso de una cuarta parte de las exportaciones mundiales, al conexionar los mercados asiáticos y del Mar Mediterráneo. Entre sus países fronterizos destacan Etiopia y Somalia, así como una aproximación geográfica cercana con la Península Arábiga.
Todo punto o llave neurálgica es susceptible de ser controlada por las potencias mundiales. Si ampliamos por un momento el foco de visión y redirigimos nuestra atención al Mar del Sur y del Este de China podemos observar una situación de escalada de tensión por el control del Estrecho de Malaca, al igual que ocurrió en su momento con el Canal de Suez o el Canal de Panamá.
Volviendo a nuestro pequeño país africano, si hay algo en lo que las potencias mundiales no han perdido el tiempo es en mostrar su predisposición a asentarse sobre el terreno. Un país que comparativamente es más pequeño que el Estado de Massachusetts alberga bases navales de Francia, Italia, Estados Unidos, Japón y China, esta última inaugurada en Julio de 2017, siendo la única que posee Pekín en territorio extranjero. Este país alberga además una operación de la OTAN y de la UE, así como presencia española en el marco de la Operación Atalanta llevada a cabo en 2008 con el fin de hacer frente a la piratería.
Este progresivo acercamiento de Pekín al Djibouti está cargado de intenciones, pese a que el gobierno chino ha manifestado repetidamente que sus propósitos son en gran medida de carácter logístico. La realidad es que desde la firma del Acuerdo de seguridad y defensa en 2014 entre ambos países, Pekín ha encontrado un Djibouti un diamante en bruto no sólo en el ámbito económico, en el que han invertido ingentes cantidades de dinero para la construcción del puerto de Dolareh, así como aeropuertos, gaseoductos y oleoductos, sino que dentro del enclave geoestratégico de Xi Jinping, Djibouti es un auténtico centro de prácticas en el que ganar experiencia en su objetivo de obtener mayores capacidades en mares y océanos del escenario internacional.
Evidentemente la instalación de la base naval por parte de China no ha sentado nada bien en Washington. En un momento en el que tanto China como Estados Unidos han tratado de ganar aliados y establecer un cerco o bloqueo sobre su adversario con un doble objetivo: por una parte, Estados Unidos trata de mantener su hegemonía y status quo mundial mientras que, China, por su parte, aspira a desbancar al país norteamericano y situarse en el centro del escenario internacional.
Esta estrategia china, enmarcada en la seducción económica como pilar básico con el fin de ganar aliados y socios, la hemos visto aplicada en numerosas ocasiones en los países de su vecindad, generando una interdependencia y subordinación comercial a estos países que saldrían perjudicados en el caso de que rompieran relaciones con el gigante asiático. Durante los últimos años, algunos países con los que China mantiene relaciones comerciales plenas han empezado a ser reticentes y ciertamente conscientes de que la subordinación a Pekín puede no sea la mejor de las opciones. Veremos cómo evolucionan las relaciones en los próximos años, pero hasta el momento los contactos diplomáticos entre ambos países han ido en la buena concordancia.
El escepticismo de Washington no está evidentemente vacío de contenido. Hay que recordar que el encargado de llevar a cabo las negociaciones en Djibouti ha sido Chang Manquan, responsable de la estrategia de hard power llevada a cabo en el Mar del Sur de China. Xi Jinping empieza a ser consciente de que tiene que ampliar su área de influencia sobre el terreno fuera de sus fronteras. Su visión estratégica a largo plazo pasa por mantener empantanado a Estados Unidos mientras que el gigante asiático en su fachada de ascenso pacífico va dando pequeños pasos que le acercan a su objetivo central.
A Djibouti podemos compararlo por lo tanto como un laboratorio de ideas que le permita a Pekín experimentar con nuevas estrategias y maniobras navales, mientras que al mismo tiempo le permite tener influencia sobre un enclave geoestratégico por el que transcurre una gran parte del comercio internacional. Se une por lo tanto a las diferentes acciones que está emprendiendo Pekín con el fin de evitar la contención impuesta por la administración Trump, entre las que destacamos la articulación de la línea de las 9 perlas que le permita evitar un posible bloqueo del Estrecho de Malaca, el desarrollo de las telecomunicaciones 5G, inteligencia artificial y semiconductores. El nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, tendrá que hacer frente a un contexto internacional en el que China ha ido ganando progresivamente más peso como actor mundial, al mismo tiempo que deberá cerrar fracturas internas que los aspirantes al poder mundial no dudarán en aprovechar.