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No tiene pólvora y quizás, por ello, no se oiga fácilmente. Sin embargo, la violencia sexual lleva desde el inicio de la invasión rusa siendo un arma más truncando las vidas de muchos civiles en Ucrania.

A escasas semanas de que se cumpla un año de la ocupación militar, toca hacer balance del horror que ha experimentado la población civil más allá de las bombas y la escasez, más allá de los disparos y el éxodo. Numerosos informes han ido desvelando el alcance de la violencia sexual que se ha infligido sobre la población ucraniana desde el inicio de la invasión.

Según el informe de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, desde el fatídico 24 de febrero hasta octubre de 2022 se han documentado 86 casos de violencia sexual relacionada con el conflicto contra hombres, mujeres y niñas de las diferentes regiones de Ucrania, así como en centros penitenciarios de la Federación Rusa. Estos casos abarcan violaciones, violaciones grupales, desnudez forzosa -incluso en público- y tortura sexual, entre otros.

Estos espeluznantes hechos los corrobora también el informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Ucrania, que concluye que la comisión documentó hasta octubre de 2022 violaciones y otros actos de violencia sexual perpetrados en zonas bajo control ruso. El informe afirma que dichos actos de violencia sexual se cobraron víctimas de todas las edades, desde cuatro a ochenta años, e incluso en ocasiones, se obligaba a familiares y niños a presenciar los crímenes. Crímenes que, según concluye el informe, constituyen crímenes de guerra.

Los casos que se detallan son terroríficos, desde mujeres mayores de ochenta años violadas en Cherníhiv, a repetidas violaciones a menores durante más de tres meses. Incluso el periódico británico The Guardian reveló que en Bucha veinticinco chicas de catorce a veinticuatro años fueron retenidas en un sótano por soldados rusos que amenazaban con abusar de ellas hasta el punto de no querer dejarlas estar con ningún otro hombre, para prevenir que tuviesen hijos ucranianos. Nueve de ellas acabaron embarazadas.

Cabe destacar, sin embargo, que esta violencia sexual no ha sido perpetrada exclusivamente por militares rusos, pues también se han documentado algunos asaltos por parte de miembros de las fuerzas ucranianas.

Lo cierto es que, desafortunadamente, la violencia sexual durante los conflictos armados no es un rasgo excepcional de esta guerra concreta. Más bien al contrario, en la mayoría de los conflictos, por no decir en todos, este tipo de crímenes se perpetran contra la población civil.

La violencia sexual y de género ha sido parte del conflicto de Siria desde su inicio en el 2011. Según se expone en un informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre la República Árabe de Siria, las partes del conflicto han usado la violencia sexual como arma de guerra con el fin de aterrorizar a la población y establecer su control sobre el territorio.

Las fuerzas gubernamentales han perpetrado violencia sexual de manera sistemática contra la población civil durante redadas, detenciones y en puestos fronterizos, algo que constituye un crimen de guerra. También se han sucedido actos de violencia sexual entre los miembros de otros grupos armados.

En especial en las zonas controladas por ISIS, bajo amenazas, abducidas o vendidas por sus familias, muchas mujeres han acabado como esclavas sexuales o casadas forzosamente a sus miembros, siendo violadas sistemáticamente y embarazadas a la fuerza como forma de reforzar su control sobre el territorio a la par que, como mecanismo para ampliar su base demográfica, pues un hijo de padre musulmán es musulmán por derecho.

Así, tal y como se relata en otro informe de Naciones Unidas, con la macabra intención genocida de exterminar poblaciones “infieles”, tales como los Yazidis, los insurgentes han tomado a las mujeres recurriendo a la violencia sexual como estrategia para evitar la futura descendencia de estas poblaciones.

En Somalia, estado fallido envuelto en un conflicto desde hace décadas, las mujeres son vulnerables a las violencias sexuales por parte de los grupos armados pese a los recientes esfuerzos del gobierno federal para poner fin a estas violencias. Como expone la organización Girls Not Brides,las niñas son a menudo forzadas a casarse con los combatientes, y se conoce que especialmente el grupo islamista insurgente Al-Shabaab ha perpetrado matrimonios infantiles y abusos a menores como forma de imponer su interpretación estricta de la Sharía en las zonas bajo su control.

De forma similar, en los conflictos de países como la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Sudan del Sur, Nigeria o Libia, entre otros, también se han documentado numerosos casos de violencia sexual y de género. De hecho, tal y como señala el medio británico The Telegraph, este tipo de violencia se está usando como arma de guerra en al menos 18 conflictos actuales.

La gran pregunta es, tal vez, ¿por qué aumenta la violencia sexual y de género durante los conflictos armados? En la actualidad, existen tres principales teorías que tratan de buscar una explicación a estos hechos, tal y como detallan las académicas Ferrales y McElrath (2014). La primera teoría afirma que esta violencia sexual se debe a las desigualdades de género preexistentes, las cuales se magnifican durante los conflictos armados y por ello se incrementa la violencia sexual.

La segunda alega que, durante los conflictos, las normas sociales y la ley pierden fuerza, y en el caos, aumentan las violencias sexuales, dado que se corrompen los valores y la moral, y reina la impunidad. Por último, la tercera teoría expone que la violencia sexual y de género se usa como arma de guerra, con fines estratégicos como desplazar poblaciones, desmoralizar al enemigo, contaminar el linaje del enemigo mediante embarazos forzosos o como una técnica de interrogatorio.

Independientemente de la causa, ya sea por las desigualdades de género, por la caótica conjetura bélic, o porque haya una estrategia clara de usar la violencia sexual como arma de guerra -o por las tres a la vez-, lo cierto es que a lo largo de la historia la guerra siempre ha ido acompañada de este tipo de violencia, y en la guerra de Ucrania no ha habido excepción.

Sin embargo, los expertos temen que los datos que se conocen hasta la fecha no sean más que la punta del iceberg, pues documentar crímenes de violencia sexual y de género es realmente complejo durante el conflicto. Las víctimas temen contar los abusos que han sufrido por miedo a represalias y al estigma que supone ser víctima de violencia sexual, algo que se agudiza aún más en el caso de los hombres, que ven estos hechos como una amenaza a su masculinidad.

De hecho, pueden pasar décadas hasta que las víctimas se atreven a dar el paso de contar su experiencia, y en algunos casos, jamás lo llegan a dar. Asimismo, las víctimas tienen dificultades para denunciar y para acceder a servicios e infraestructuras de apoyo, y a su vez resulta difícil recabar pruebas que puedan corroborar el abuso.

Por ello, pese a la prevalencia de este tipo de violencia, y pese a constituir un crimen de guerra según el derecho humanitario internacional, estos casos suelen quedar impunes, por lo que las oportunidades de obtener justicia y compensación para las víctimas son remotas. Aun así, cabe apreciar que los fiscales ucranianos y la fiscalía de la Corte Penal Internacional ya han iniciado algunas investigaciones.

Así pues, con las posibilidades de justicia bastante remotas, y con una guerra que no avista todavía un fin, los expertos ya advierten que a Ucrania le llevará años e incluso décadas recuperarse de la cicatriz que dejan las violencias sexuales. Más allá del impacto psicológico, estas violencias pueden acarrear enfermedades de transmisión sexual, así como embarazos precoces y no deseados.

Además, varias de las víctimas admiten considerar el suicidio como única escapatoria del horror que han vivido. Parece, pues, que esta arma sin pólvora seguirá acechando Ucrania mucho después del ansiado alto al fuego, y se necesitaran muchos recursos para lograr curar estas profundas heridas.

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