El ascenso “pacífico” de un gigante en silencio
Por Iván López Miralles.
“Cuando China despierte, el mundo temblará”. Hace 200 años Napoleón Bonaparte profetizaba con sus palabras lo que acabaría convirtiéndose en una realidad latente para unos, y un dolor de cabeza para otros. Sin embargo, la unipolaridad que caracteriza nuestros días parece estar mostrando los primeros síntomas de agotamiento ante la presión sistemática de un país que durante más de dos décadas ha estado creciendo a tasas reales del 10-12%, bajo el amparo de un modelo económico de crecimiento explosivo. Pocos pueden negar que China ha llegado para quedarse, y que no descansará hasta que desbanque a Estados Unidos de su posición hegemónica y de status quo mundial. ¿Pero es todo tan bonito cómo se nos pinta? ¿Hasta qué punto está dispuesta llegar China en su afán de poder mundial? ¿Realmente hay algún tipo de línea roja?
La geopolítica se sustenta en un afán incansable de búsqueda de poder. Bajo el pilar de la defensa del interés nacional, los países emprenden y articulan estrategias en su política exterior que buscan romper fronteras e ir un paso por delante en su afán de participar en los procesos y entresijos del orden mundial. En un mundo donde la transición del unilateralismo al multilateralismo parece ser una cuestión de tiempo, China ha conseguido estar presente en la agenda geopolítica de todo el mundo, aunque bajo prismas diferentes; por una parte como amenaza y por otra como aliado, especialmente en lo relativo al ámbito económico.

DE LA POBREZA A CONVERTIRSE EN LA FÁBRICA DEL MUNDO
Desde la fundación de la República Popular China en 1949 de la mano de Mao Tse Tung, China había buscado fundamentalmente salir de la pobreza. La articulación de proyectos controvertidos como el Gran Salto Adelante (1958-1962) que buscaba una remodelación multidimensional de la economía agraria del país o la Revolución Cultural (1966-1976) fundamentada en una lucha constante contra los partidarios del capitalismo contribuyó según relatan fuentes independientes a una situación generalizada de hambruna y de persecuciones a disidentes ideológicos. No obstante, bajo una situación de pobreza generalizada, será en 1972 cuando el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, tenderá su primer puente de relación con Pekín y a tomarla en consideración como un actor relevante en el escenario internacional.
Unos años más tarde, en 1978, Deng Xiaoping toma el relevo a la muerte de Mao y resurgirá un concepto tópico que acompañará cada discurso que se enuncie en el gigante asiático: “el Imperio del centro”. China se entiende a sí misma como el actor que debe ocupar el centro del escenario internacional y además ha sabido proyectar el mensaje. La Revolución de la Información y las nuevas tecnologías han permitido a Pekín modular las opiniones públicas extranjeras a través de técnicas propagandísticas y campañas de desinformación relativas a concienciar sobre su identidad o naturaleza propia, que se puede resumir en una palabra: centrificación.
Redirigiendo nuestra atención a la etapa que abarca la presidencia de Deng, desde 1978 hasta 2012, se coordinará una auténtica reforma multidimensional conocida como las 4 modernizaciones bajo diferentes ejes de actuación:
ü Una modernización de la agricultura que se traducirá en una transición de la propiedad estatal a un reconocimiento de la iniciativa privada englobada bajo una descentralización integral de la política agraria.
ü Una modernización industrial que se articula en base a una mayor apertura comercial y una diversificación productiva bajo las premisas de un modelo de imitación de productos.
ü Una modernización científico-tecnológica en la que se introducirá un elemento que diferenciará a China del modelo productivo que había llevado a cabo Japón tras la 2ª Guerra Mundial: un interés por aprender. Por esta razón Pekín “deslocalizará” a miles de estudiantes para estudiar en las mejores universidades fuera de sus fronteras, con el único objetivo de forjar un capital humano suficientemente competitivo.
ü Una modernización militar que se tradujo en la permuta de una milicia popular a unas fuerzas armadas jerarquizadas militarmente bajo el control del Partido Comunista Chino.

La explotación del modelo económico basado en productos cada vez más competitivos junto a una política de bajos salarios ha llevado a China a convertirse en la fábrica del mundo. Pekín ha conseguido crear una interdependencia comercial que gradualmente ha ido incrementándose con el tiempo permitiéndole de esta forma acaparar cada vez un porcentaje más amplio del comercio mundial.
En noviembre de 2012, Xi Jinping toma el relevo a la presidencia de Deng y continuará articulando políticas que permitirán a China seguir creciendo a unos ritmos reales del 8-9%. Sin embargo el efecto arrastre provocado por la crisis sistémica del año 2008 dejará al descubierto los primeros síntomas de un modelo que amenaza con agotarse.
EL AGOTAMIENTO DEL MODELO PRODUCTIVO CHINO
La crisis del año 2008 supone un shock económico a escala global. Con su origen en Estados Unidos, se proyectó con rapidez a Europa dada la gran facilidad y libertad en los movimientos de capitales junto a un control escaso del sistema financiero. En la Unión Europea el efecto fue demoledor. Dado que conforman una unión monetaria y por lo tanto respaldada bajo el amparo de una moneda única, muchos países, en especial los del sur, se vieron obligados a aplicar políticas de austeridad, puesto que no eran capaces de mantener el baremo de productividad que marcaba especialmente Alemania. Los déficits externos les acabaron provocando una depresión interna. El mundo entero se había parado; volvió el individualismo y la irrupción de partidos políticos anti-establishment. El comercio mundial estaba en jaque y afectó especialmente a la “fábrica del mundo”.
China se había convertido en un país netamente exportador. Había pasado de ser un imitador tecnológico a un innovador tecnológico y había generado una interdependencia comercial con medio mundo. Sin embargo, las políticas de austeridad aplicadas en los países occidentales implican un frenazo en seco a la importación de bienes. China se va a encontrar con una sobreproducción que los mercados mundiales no absorben y cuya población interna no tiene el suficiente poder adquisitivo para poder asimilar.

Por su parte China también deberá hacer frente al problema del envejecimiento de su propia población. La imposición de la política de hijo único, junto a una esperanza de vida cada vez mayor y una tasa de mortalidad decreciente ha llevado a China a incorporarse al club de los países occidentales caracterizado por un mayor ensanchamiento de la cúspide de la pirámide poblacional, lo que ha comprometido en gran medida el reemplazo generacional.
Con un reemplazo general comprometido, el mantenimiento de los mercados laborales se convierte en una cuestión clave para mantener la maquinaria en funcionamiento. China se ha hipotecado a futuro y necesitará una reestructuración de su modelo económico, político o social si quiere mantener sus cotas de crecimiento en el largo plazo.

IMPERATIVOS GEOPOLÍTICOS PARA PEKÍN
La estrategia geopolítica de China ha estado orientada a establecer una franja de amortiguadores fronterizos en torno al núcleo central que le permite actuar con rapidez y apaciguar cualquier tipo de escalada de tensión. La cohesión integral de la zona entre el Río y Amarillo y el Río Yangtzé es una pieza clave para Pekín, puesto que es ahí donde se concentra el mayor volumen de población y de actividad económica. De la misma forma, ya en The Political Room hablábamos de la represión que estaba sufriendo la población de etnia uigur en la región de Xinkiang. Esta región es un pilar básico en la estrategia geopolítica de Xi Jinping puesto que su estabilidad garantiza una puerta de acceso segura a los mercados internacionales.
Del mismo modo, en la zona del Mar del Sur y del Este de China encontramos actualmente uno de los mayores focos de tensión, especialmente bajo un contexto de impasse entre Washington y Pekín en el que ninguno de los dos quiere dar su brazo a torcer. En esta zona encontramos la llamada línea de 9 perlas que engloba a China y Japón, pero también a países como Malasia, Brunei o Filipinas y una serie de islas e islotes. Estas islas e islotes no solo poseen un importante componente pesquero, sino que también son una fuente de hidrocarburos en yacimientos submarinos, por lo que se ha convertido en una variable geopolítica en disputa.

La estrategia del gobierno chino con los países de su vecindad es de sobra conocida. Embauca a todos estos países con proyectos económicos y creando una interdependencia comercial de la cual saldrían muy perjudicados si tomaran la decisión de romper relaciones con Pekín. De esta forma China se asegura que ningún país de su entorno se atreva a poner en cuestión la superioridad del gigante asiático. Sin embargo, hasta el momento, Estados Unidos había aprovechado su superioridad en los mares y océanos mediante la ventaja comparativa que le ofrece su fuerza naval para no ceder terreno y mantener la presión sobre China.
La estrategia del gobierno chino se ha centrado en llenar la superficie de los arrecifes e islotes con hormigón creando una realidad terrestre en la que pueda haber vida humana permanente mediante la construcción de infraestructuras de despegue de aviones o de batería de artillería, barcos de explotación de hidrocarburos, que le permitan al gobierno chino declarar una zona económica exclusiva. Por lo tanto si tú posees el control sobre ese punto neurálgico, puedes negar la presencia a otros actores, donde la cabeza visible es Estados Unidos.
El aumento en la escalada de tensión entre ambas potencias se ha escenificado con el anuncio de que Estados Unidos estaría pensando construir una red de misiles en la primera cadena de islas. Anna Ferrer, especialista en estudios de China y Japón nos cuenta como este cinturón resulta un imperativo geopolítico para Pekín para proteger el Mar Amarillo, el Mar de China Oriental y el Mar Meridional ante un posible ataque estadounidense. Sitúa el anuncio bajo el amparo de la doctrina de mano dura contra China por parte de la Administración Biden, aunque su efectividad no parece estar del todo asegurada, dado que Japón no querrá bajo ningún concepto empeorar las relaciones diplomáticas con Pekín.

Por su parte, en el ámbito económico hemos visto como con la creación en 2014 del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras y en 2017 la puesta en marcha del banco BRIC, China ha ido creando instituciones paralelas que en muchas ocasiones se han entendido como una baza de negociación que el gobierno Chino ha ideado para reclamar una mayor participación en las instituciones regladas bajo el modelo anacrónico de finales de la 2º Guerra Mundial, momento en el que China era todavía un país insignificante en el escenario internacional.
SHARP POWER
Si bien es cierto que todo este crecimiento económico ha tenido un efecto arrastre que ha permitido sacar de la pobreza a millones de personas, debemos preguntarnos si en la balanza geopolítica del gobierno chino prima algún tipo de consideración moral y ética. Hasta el momento han sido muchas las acciones disruptivas encaminadas a desestabilizar los sistemas democráticos occidentales externalizando el foco de atención y aprovechando cualquier mínima posibilidad de señalar públicamente a tu adversario. En este sentido China lo ha entendido a la perfección. Pese a que está ejerciendo una auténtica caza de brujas con la etnia uigur, siendo señalado por diversos países occidentales, el gobierno chino no ha tardado en redes sociales en acusar a Estados Unidos de haber nacido bajo la sangre de los Nativos Americanos.

Joseph Nye apunta que países como China o Rusia tienen enormes dificultades para sacar rendimientos de su escaso poder blando a la hora de difundir sus ideas y valores, lo que les está conduciendo a estas nuevas formas más agresivas, aprovechando de forma asimétrica la libertad de expresión en el mundo occidental mientras que mantienen barreras a los medios e ideas occidentales. De esta forma aprovechan la velocidad de alcance global y la extrema intensidad de los ataques que aportan las nuevas tecnologías. Podemos estar más de acuerdo o no, pero bajo esta nueva guerra híbrida, China va un paso por delante.
CONCLUSIONES
China ha estado muy cómoda durante la era de la administración Trump. Ha movido los hilos del juego geopolítico y ha aprovechado la débil política exterior de Donald Trump para afianzar su candidatura al liderazgo mundial. A Estados Unidos no le interesa un enfrentamiento directo con Pekín, pues sería un desgaste que podría salirle muy caro. Por su parte, ha descuidado las relaciones con sus aliados tradicionales como son la Unión Europea, Japón y Corea del Sur, los cuales han intensificado las relaciones comerciales bilaterales con el gigante asiático.
China tiene todas las armas para jugar a este juego. En el año 2049 se cumplirá el centenario del nacimiento de la República Popular Chin y Xi Jinping hará todo lo posible para llegar a ese año como el “imperio del centro”. Puede sonar a cliché, a tópico de propaganda china, pero la centrificación está más cerca que nunca.