EL CORONAVIRUS, ¿UN VIRUS CHINO?
Por Diego Rodríguez
Los virólogos y los medios científicos mundialmente más reputados ya habían avisado al inicio del siglo XXI que la transmisión animal de enfermedades (zoonosis), provocadas por virus, era el peligro a combatir en las próximas décadas. Alertaron de que el mayor foco de infección eran los animales salvajes, por sí mismos o a través de otras especies, verdaderos reservorios de virus letales que ellos no padecen al estar inmunizados, pero que podían transmitir al hombre como ya había ocurrido en anteriores ocasiones. Particularmente se refirieron a la familia del coronavirus. Más aún, incidieron en la necesidad de controlar desde el punto de vista sanitario los mercados populares asiáticos en los que a diario se venden animales salvajes vivos. A pesar de ello, ninguna medida en este sentido se adoptó en el sureste de Asia.

Si hay una epidemia que se asemeje con la actual del COVID19, esa es sin duda la provocada por el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave, por sus siglas en inglés) en 2003. El SARS fue causado por un virus de la familia de los coronavirus que emergió en noviembre de 2002 en la provincia china de Cantón (Guangdong) y fue la primera enfermedad grave transmisible del siglo XXI. Su contención se logró con medidas de control ancestrales, en ausencia de medicamentos y vacuna, al igual que lo que se está haciendo con el coronavirus COVID19 que padecemos actualmente. Hay estudios solventes que apuntan a que el SARS se transmitió por el murciélago al hombre a través de la civeta, mamífero salvaje vendido vivo en mercados chinos por su carne, el mismo contexto en que surge el COVID19, cuyo punto común de los primeros casos fue el mercado diario de la ciudad china de Wuhan, en la provincia de Hubei, un nodo fundamental de las comunicaciones sínicas y el epicentro de la actual crisis sanitaria mundial.
En el caso del SARS, debido a que su propagación no alcanzó el grado de pandemia y a su baja mortalidad (se calcula que ocasionó alrededor de 800 muertos), no se planteó ninguna disputa sobre su evidente origen chino entre las potencias hegemónicas mundiales, al revés que lo que ha acontecido con la actual pandemia del COVID19.

Pese a que en un principio China no puso en duda el origen del brote del COVID19 en el país, posteriormente parte de su comunidad científica mostró otra visión. Es cierto que en febrero el senador del Partido Republicano Tom Cotton insistió a través de diversos canales que el virus podría haberse originado en un laboratorio de bioseguridad de Wuhan, una hipótesis refutada hoy por la comunidad científica, pero -oficialmente- la guerra dialéctica comenzó el 12 de marzo cuando el portavoz del Ministerio de Exteriores Zhao Lijian, a través de un tuit, insinuó que el virus lo había traído a China el Ejército de Estados Unidos tras su participación en los Juegos Mundiales Militares celebrados en Wuhan, en octubre de 2019, que reunió a competidores de más de 100 países.
El presidente de EEUU, Donald Trump, y el Secretario de Estado, Mike Pompeo, contraatacaron con el lenguaje a partir del 13 de marzo, denominando al agente patógeno “virus chino” o “virus de Wuhan”, bien es verdad que desoyendo las recomendaciones de la OMS de no vincular cualquier virus con una zona en particular o grupo, para evitar estigmatizar a ningún colectivo.
La OMS ha señalado que, pese a que el recorrido exacto que hizo el virus hasta saltar a los humanos aún no está claro, el COVID-19 «no era conocido antes del brote que comenzó en Wuhan, China, en diciembre de 2019«. Con amparo en esta declaración de la OMS, el Jefe de la Comisión Nacional de Salud de China, el eminente doctor Zhong Nanshan, omnipresente en las noticias sobre la epidemia en ese país, ha insistido en distinguir entre el “origen” del virus, desconocido para él con el argumento de que no había sido confirmado por la OMS, y su “procedencia” que, aunque no lo cita expresamente el científico, asumía como china.
El Buró Político chino no quiere acordarse de la campaña de desinformación y censura que desveló el oftalmólogo Li Wenliang del hospital de Wuhan cuando en enero, junto con otros siete médicos, lanzó la alarma sobre el nuevo coronavirus. Tampoco de que la policía china, semanas antes de su muerte a causa del patógeno, le había obligado a retractarse -también a los otros siete colegas de profesión- bajo la acusación del delito de “difundir rumores”, un cargo que en China puede suponer hasta siete años de cárcel.
Sin embargo, ahora parece claro que el gobierno comunista chino está luchando para que no se estigmatice a su país con esta pandemia y sabe que el lenguaje es la primera herramienta para evitarlo.
No ocurrió así en otras épocas, hace ya más de 100 años. España arrastró la cruz de la pandemia de gripe más letal del siglo XX, desatada a partir de 1918, que se denominó injustamente en todo el mundo y pasó a la historia como “la gripe española”. Su origen estuvo en EEUU y los primeros casos en Europa se registraron en Francia, luego pasó al Reino Unido, Italia, Alemania y, por último, llegó a España. No fue tampoco, con mucho, el país más afectado, “sólo” hubo alrededor de 200.000 muertos en España (el 1% de su población), frente a los más de 50 millones de víctimas en todo el mundo. Pero, como país neutral en la Primera Guerra Mundial, España no censuró la prensa y eso le valió aparecer ante el orbe entero como la causante de la pandemia, mientras que las naciones beligerantes, con una prensa férreamente censurada a causa de la guerra, ocultaron los desastres que estaba causando en sus respectivos países y, de forma particular, en los soldados destinados en los frentes de las potencias Centrales y de la Entente.