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Se acabó, o al menos eso parece, el partido conservador finalmente se ha hartado de la forma de hacer política de Boris Johnson y ha decidido que ya no es útil y, en un movimiento clásico de los conservadores británicos, ha organizado una rebelión contra él para forzarle a dimitir.

Johnson ha tratado de aguantar, pero la maquinaria del partido es demasiado poderosa y se lo ha llevado por delante. Eso sí, al momento de escribir estas líneas parece que Johnson no ha dicho su última palabra y aún no sabemos si dejará el cargo inmediatamente o si, como pretende, llegará como Primer Ministro a la convención del partido que se celebra en octubre y dónde se elegirá su sustituto. En cualquier caso sus días como Primer Ministro están contados.

Boris Johnson. Fuente: Chatham House

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Boris Johnson era un cadáver político desde enero. En el momento en que se conocieron sus numerosas fiestas navideñas durante el confinamiento y su respuesta fue mentir y poner excusas, cambiando a una versión cada vez más inverosímil que la anterior (llegó a decir que estuvo en una fiesta pero no sabía que era una fiesta) comenzó su declive.

A la inevitable sangría en las encuestas que siguió al escándalo navideño, se sumó la pérdida de confianza dentro del partido. Los Tories se debatían que hacer con Johnson cuando estalló la guerra en Ucrania y el Primer Ministro supo utilizarla a su favor presumiendo de su buena relación con Zelenski y prometiendo estabilidad, lo que le dio una tregua de unos meses, pero su destino ya estaba sellado.

Así llegamos a las elecciones de mayo, que supusieron una derrota mayúscula para los Conservadores y que le costaron a Johnson una moción de censura de la que, a pesar de todo, consiguió salir vivo. Aun así, lejos de suponer un espaldarazo a su gestión fue una muestra de lo dividido que estaba su partido y de la poca autoridad que le quedaba. En este contexto y con su continuidad pendiendo de un hilo, llegamos a las dos elecciones anticipadas de junio y, para desgracia de Johnson, otras dos derrotas Conservadoras. Ahora la decisión ya estaba tomada, la cuestión era cuando iban los Tories a apretar el gatillo.

Y el disparo final ha ocurrido esta semana, cuando el escándalo de Chris Pincher ha sido la gota que ha colmado el vaso de un partido ya harto de su líder. Chris Pincher era el responsable de disciplina de los Tories y tuvo que dimitir después de que se hiciera público que acosó sexualmente a dos hombres en un pub. A raíz de la publicación de la noticia, más hombres salieron abiertamente a denunciar el comportamiento inapropiado de Pincher en algunos incidentes que se remontaban años atrás y al parecer eran ampliamente conocidos dentro del partido.

El problema para Johnson radica en que en febrero de este mismo año ascendió a Pincher a responsable de disciplina y, si las informaciones eran ciertas y el comportamiento inapropiado de Pincher era conocido por todos, ¿le ascendió Johnson a sabiendas de que era un acosador sexual? Johnson en un primer momento lo negó, pero hay pruebas contundentes de que efectivamente conocía su comportamiento desde hace años y aun así no le importó. Una vez más Johnson mentía al parlamento y dejaba en evidencia al partido, es aquí cuando los Tories se plantan y comienzan a llover las dimisiones que han forzado a Johnson a cesar en el cargo.

La caída de Johnson poco tiene que ver con la defensa de la ley, el estado de derecho, la democracia, la lucha contra el populismo o el honor de una nación avergonzada por su líder. La historia de la caída de Johnson es la de un activo electoral que fue perdiendo atractivo a una velocidad vertiginosa, hasta que se convirtió en un lastre y el partido decidió sacrificarle.

Al fin y al cabo, los mismos diputados que ahora piden su dimisión son los que le auparon al poder en 2019 a sabiendas de que no estaba ni remotamente cualificado para ser Primer Ministro, pero en aquel momento tenía un gran impulso electoral. Ahora, con ese impulso ya perdido, el personaje está más que amortizado y se han deshecho de él.

La política es cruel y hubiéramos podido decir que lo ha sido con Johnson, de no ser porque se ha ganado a pulso una caída tan deshonrosa como la que ha tenido. Su mandato será recordado como uno de los más infames de la historia reciente en Reino Unido, desde el primer momento estuvo plagado de escándalos y marcado por una enorme falta de respeto a la democracia y las leyes tanto de su país como internacionales.

La etapa de Johnson se define por un hombre buscando desesperadamente su propio interés político y su supervivencia a costa del país, no deja atrás ningún gran proyecto ni medida más allá de un acuerdo del Brexit del que el mismo reniega. Ningún británico puede decir hoy que su situación ha mejorado respecto a la que tenía hace 3 años, cuando Boris llegó al poder, y eso resume bastante bien su paso por Downing Street.

¿Ahora qué?

Es probable que todo cambie para que todo siga igual. La política británica vive un escenario incierto, ya que aún no sabemos quién será el sustituto de Johnson ni cuando le sustituirá, pero independientemente de quién y cómo sea el elegido o elegida no es previsible que la situación cambie mucho.

El partido Conservador sigue dominado por el grupo euroescéptico ERG y cualquier nuevo candidato que opte a suceder a Johnson tendrá que ganarse las simpatías del grupo si quiere tener opciones reales de hacerse con el puesto. Así, lo esperable es que los Tories sigan anclados en 2016 azuzando el Brexit para tratar de movilizar a una base electoral que cada vez se reduce más, y encontrando siempre alguna nueva disputa con la UE para proyectarse como los defensores del interés nacional frente a los burócratas abusones de Bruselas.

Boris Johnson es un personaje atípico que será difícil de replicar, por lo que sí es esperable un cambio drástico en las formas pero no tanto en el fondo. Reino Unido continua estancado en la trampa que ellos mismos se tendieron con el Brexit, tratando de hacer funcionar una decisión ruinosa que está teniendo unos efectos económicos muy dañinos, incapaces de asumir la responsabilidad de haber convertido un país próspero, respetado y prestigioso en el hazmerreír de Europa.

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