El futuro de la Unión Europea tras la pandemia del COVID-19
Por David Rodas Martín y Nicolás Palomo Hernández, 89 Spain
“Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma”
Jaime Gil de Biedma
Las crónicas de la última reunión del Consejo Europeo dan cuenta de la divergencia entre, por un lado, las instituciones comunitarias y los países meridionales y, por el otro, Alemania, Holanda y los países nórdicos ante la respuesta común a la crisis derivada de la pandemia. La novedad es notable.
A diferencia de la crisis financiera de 2008, la Comisión ha entendido que la austeridad ordoliberal no puede ser llevada a cabo para superar esta crisis. Las desigualdades se han acrecentado así como las pulsiones eurófobas: en Bruselas saben que seguir las recetas de 2008 puede ser mortal para la UE como organización supranacional y para el estado democrático y de derecho de muchos miembros. Reseñable fue la falta de coordinación entre la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen y la Canciller alemana Angela Merkel (antiguas compañeras en el ejecutivo germano) durante la susodicha cumbre del Consejo.

Si bien el marco de discusión en torno a la respuesta económica está claro: mutualización de la deuda, sí o no (toda vez que se asume que el déficit de los Estados se disparará); el dilema de fondo plantea cuestiones trascendentales para una Unión en busca de rumbo. O solución integradora, o solución disgregadora; o se ayuda a todos los Estados a salir homogéneamente de esta crisis, o se acrecientan las lacerantes desigualdades norte-sur que ponen en jaque la propia supervivencia de la UE. Cómo se solvente la cuestión respectiva a la deuda puede dar notables indicaciones del futuro inmediato al que se enfrentará la ciudadanía europea.
Para tratar de dilucidar cómo se saldrá de este intrincado laberinto en que los sucesivos encuentros del Consejo Europeo han aportado más retórica que planes concretos, conviene que nos detengamos a analizar la situación que atraviesa Alemania como eje motriz de la política y economía europeas. Si bien el país germano anunció la mayor recesión de su economía desde la Segunda Guerra Mundial, sus previsiones son menos agoreras que las de Grecia, Italia o España, especialmente afectadas por el desplome del turismo.
Sin embargo, el Tribunal Constitucional alemán ha cuestionado el programa de compra de deuda pública del Banco Central Europeo, destinado a controlar las primas de riesgo de Italia y España. Esta decisión ha obligado a Bruselas a recordar la primacía del derecho comunitario y del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, así como la independencia del BCE. Paradojas de la historia.
La independencia de los bancos centrales, caballo de batalla tradicional del liberalismo económico, reivindicado por los cuadros socialdemócratas españoles e italianos para preservar el rol desempeñado hasta ahora por el BCE, y que, si atendemos a las declaraciones de su presidenta, Christine Lagarde, tiene previsto mantenerse y reforzarse para enfrentar la pandemia.

De esta forma, la cuestión de la mutualización de la deuda se presenta no solo como una respuesta a la crisis económica provocada por la pandemia, sino también como una demostración de la brecha entre los países más industrializados y los países cuyo sector terciario es su principal sustento económico. Es decir, la brecha entre el norte, por un lado, y el sur junto con las instituciones europeas, por el otro.
Una fractura que podemos presentar en términos pro-UE (con un sur necesitado de avanzar hacia mayor integración y auspiciado por las propias instituciones comunitarias) y anti-UE (con un norte a cuyas élites económicas les interesa mantener el modelo actual por los beneficios que les acarrea). Dicha división, y más teniendo en cuenta que presenta un desafío hacia las propias instituciones comunitarias, podría provocar no solo la debilitación sino la desintegración del proyecto europeo en su conjunto.
La Unión Europea pre-pandemia parecía avanzar hacia una mayor integración en materia económica y de seguridad común, especialmente tras la constitución de la nueva Comisión Europea. El Brexit era entonces el mayor desafío al que se había tenido que enfrentar la Unión en toda su historia, pero la salida del Reino Unido otorgaba cierta autonomía al proyecto europeo para ocupar un papel fundamental en el tablero político mundial. Con el socio prioritario de Estados Unidos fuera de la Unión Europea, resultaban más sensatas las ambiciosas aspiraciones de Ursula von der Leyen, que aseguraba querer construir una “comisión geopolítica”. Sin embargo, la inesperada pandemia y los efectos derivados de la misma obligan a replantearse dichas aspiraciones y recuerdan las tareas que quedan por resolver internamente para asegurar la continuación de la Unión.

Una hipotética desmembración de la Unión Europea no haría más que intensificar la bipolaridad a la que tiende la política mundial forzando a los Estados miembros a convertirse en satélites de una de las dos potencias dominantes.
Es complicado ser un actor con voz propia siendo una península de Asia con intereses geoestratégicos al otro lado del Atlántico: “la venganza de la geografía”, como diría Robert Kaplan. Pero es ahí, entre Estados Unidos y China, entre un imperio hegemónico en decadencia y una civilización oriental en auge, donde la Unión Europea ha de encontrar su sitio. Ser la bisagra del tablero de ajedrez mundial y asegurar la estabilidad de las relaciones internacionales tan solo es posible si la Unión Europea consigue hacer frente a sus grandes dilemas estructurales y da el paso definitivo hacia una mayor integración, un verdadero debate constituyente, que cada vez se demuestra más necesario. De otra forma, tanto dentro como fuera de las fronteras comunitarias, todos parecemos condenados al desastre.