EL HAMBRE DEL DRAGÓN
Reza el famoso dicho popular que, si todos los chinos saltasen al mismo tiempo, moverían el mundo. Esto que puede parecer una exageración simpaticona, deja de tener gracia si pensamos en otras cuestiones para las que si pueden “ponerse de acuerdo” todos los habitantes de China como, por ejemplo, comer carne.

El crecimiento económico que experimenta el país desde finales del siglo pasado tras las reformas de Den Xiaping, ha llevado aparejado un aumento del poder adquisitivo que incluso ha conseguido, al menos en teoría, la desaparición de la pobreza extrema en el país. Uno de los primeros efectos que tiene el aumento del poder adquisitivo es un cambio radical en la cesta de la compra de las familias. En este sentido China se ha convertido en el principal productor y consumidor de comida a nivel mundial.
El país es, por ejemplo, el principal productor de carne mostrando casi un crecimiento exponencial. De todas las especies ganaderas, el cerdo representa el paradigma del consumo cárnico chino. Y es que casi la mitad de la carne de cerdo que se consume en el mundo anualmente se produce China (Figura 1), que además es también el mayor importador de porcino.

Si hablamos de agricultura, China posee el 10% de la tierra arable del planeta y es el mayor productor de cereales del mundo principalmente debido a su gran producción arrocera que representa un tercio del arroz producido en la Tierra . El país está, además, en la lista de los principales productores de otros alimentos como el girasol, la soja, aceite de palma, legumbres, patata, tomate, manzana, uva, plátano…
En cuanto a la pesca, los chinos son también líderes indiscutibles y eso sin contar con que está comprobado que la flota pesquera china esta infraestimada y podría ser de 5 a 8 veces mayor de los 1600-3400 buques calculados oficialmente. Y pese a todo ello, el gigante asiático necesita además importar cantidades ingentes de comida hasta ser el principal importador de alimento en términos generales
Podría pensarse que esta voracidad es fruto tan solo del aumento generalizado en el nivel de vida del segundo país con más habitantes de la Tierra. Sin embargo, parece que es un fenómeno mucho más complejo influenciado no solo por el número de habitantes, sino también por la reestructuración de la población china en torno a las grandes urbes de la costa este. Por ejemplo, aunque los índices de perdida y desperdicio de comida tienen una precisión relativa y hay que tomarlos con cautela, las grandes urbes del este chino desperdician 150 kg de comida por persona y año.

Lo cual es en torno a 100 kg por encima de la media calculada para todo el país, incluyendo las zonas rurales, y es de 90 y 100 kg superior respecto a EEUU e India que son dos mega países similares a China. Esto parece indicar que, para mantener altos niveles de oferta alimenticia en megalópolis como Jing-Jin-Ji o los deltas de los ríos Yangtzé y Perla (290 millones de habitantes entre las tres), la producción/importación y desperdicio de alimentos debe de ser desorbitadamente alta al menos bajo los actuales estándares de mercado.
Los costes ambientales de esta revolución demográfica/alimenticia son incalculables. Un tercio de las emisiones antrópicas de CO2 provienen de la producción de alimentos y, de ese tercio, un 13.5% procede de china liderando el ranking mundial con casi el doble de emisiones por producción de alimentos que EEUU. Son también líderes tanto en la cantidad neta como en la cantidad por hectárea de pesticidas aplicada a sus cultivos y lo mismo ocurre con los fertilizantes.
En el caso de la ganadería, además de las emisiones de CO2 hay que añadir una ingente cantidad de metales pesados y drogas veterinarias que no solo amenazan el medio ambiente sino también a la salud pública. Respecto a la pesca, la sobreexplotación de la flota de altura china está literalmente vaciando de vida los mares circundantes, pero además, esta presión se está trasladando a las aguas de otros continentes como América y especialmente sobre los bancos de totoaba, marisco y cefalópodos.
A todos estos impactos, habría que sumar algunos efectos más indirectos del aumento de consumo chino como por ejemplo la defaunación provocada por la caza furtiva que suministra productos a la medicina tradicional china, así como el consumo general de animales salvajes como ocurre con los famosos pangolines, relacionados con la aparición de la COVID19.
Por último, una de las principales fuentes de contaminación por plásticos son los envases alimenticios de un solo uso y, en este aspecto, China ostenta el dudoso honor de tener varios de sus ríos entre los que más plásticos arrojan al mar aunque la magnitud de estos vertidos es difícil de calcular y está todavía sujeta a debate entre la comunidad científica.
Este breve artículo no pretende criminalizar el legítimo derecho de la población china a mejorar sus condiciones de vida y, por supuesto, nuestras economías occidentales tienen también sus propios pecados ambientales que expiar.

La cuestión es si en el actual escenario de crisis climática y ambiental, el planeta y sus recursos pueden soportar los actuales niveles de consumo en los que, como hemos visto, China lidera la mayoría de los índices relevantes. Y en el más que probable caso de que la respuesta sea no, la siguiente pregunta es qué medidas puede y va a tomar el resto de la comunidad internacional para coordinarse con la segunda economía del planeta y evitar un colapso ambiental generalizado.