El retorno de los familiares de yihadistas a Asia Central, ¿una amenaza para la seguridad de la región?

Un total de 7.000 combatientes yihadistas y salafistas de las repúblicas de Asia Central se habrían unido a las filas de Estado Islámico, popularmente denominado Dáesh, durante los últimos seis años. Ahora que el grupo terrorista ha perdido gran parte del territorio que controlaba en Siria e Irak, estos países se están plateando las estrategias para el retorno de los familiares de los combatientes a sus lugares de origen. De todos modos, a pesar de que sus capacidades operativas se han visto mermadas, Dáesh no está derrotado, y los gobiernos centroasiáticos lo tienen en cuenta. Pese a ello, el presidente de Kazajistán ha afirmado, según las declaraciones de su representante, Erlan Karin, que “‘cualquier amenaza potencial a la seguridad sería mucho mayor’ si Kazajstán dejara a sus ciudadanos, especialmente a las mujeres y los niños, varados en campos de refugiados en Siria”, por el riesgo de que pudieran caer de nuevo en las redes de los extremistas.
“El califato ha sido destruido y no tienen un Estado, pero la ideología y la inspiración todavía están” afirma el ex agente del FBI, Ali Soufan. Soufan pone especial atención en la situación que se está viviendo en el campamento sirio de al-Hol. Allí, las condiciones son deplorables y las infraestructuras se han visto desbordadas tras la caída de la aldea siria de Baghouz, uno de los últimos reductos de Daesh. En el campamento de al-Hol, situado al noroeste de Siria, se refugian alrededor de 73.000 familiares de los combatientes de la organización terrorista. La gran mayoría de esos miembros son mujeres y niños. De hecho, se estima que un total de 49.000 son menores y el 95 por ciento de ellos no alcanza los 12 años, según funcionarios kurdos y de la ONU. Muchos de los militantes yihadistas de Asia Central se encuentran desplazados en este campo, que no cuenta con escuelas para los menores, con lo cual es probable que estos continúen recibiendo las enseñanzas de sus tutores o padres, algunos de ellos miembros o ex combatientes de Daesh.
Debido a esto, los gobiernos de Asia Central han puesto en marcha varios programas de repatriación. Kazajistán repatrió a un total de 500 de sus ciudadanos de Irak e Siria, y el gobierno Uzbeko también ha comenzado a traer de vuelta a sus ciudadanos, un total de 156 personas —la mayoría mujeres y niños— regresaron a Tashkent, la capital uzbeka, el pasado 30 de mayo como parte de una operación denominada “La Bondad”. En abril de 2019 volvieron a Tayikistán 84 menores de edad, todos ellos hijos de combatientes de Estado Islámico.
Según el periodista kazajo Aigerim Toleukhan, en estos procesos de repatriación se debe prestar especial atención a los desafíos en la rehabilitación de los niños, profundamente traumatizados, cuyas únicas experiencias en la vida hasta ahora han sido peleas, ataques aéreos y la muerte y destrucción que les siguió.
Es poco probable, de todos modos, que haya un retorno masivo de combatientes de Estado Islámico a los países de Asia Central, debido a la naturaleza autoritaria de los regímenes políticos que ostentan el poder en las antiguas repúblicas soviéticas. Muchos de los que han vuelto a sus lugares de origen han sido encarcelados, lo que ha supuesto un aumento del riesgo de radicalización entre los reclusos. Este problema ha resultado particularmente grave en Tayikistán, donde en noviembre de 2018 se produjeron disturbios en las cárceles que involucraron a miembros de Estado Islámico y que causaron 50 muertes. Lo mismo ocurrió en mayo de 2019, cuando otras revueltas en cárceles donde había presos yihadistas dejaron 32 fallecidos.
Uno de los principales problemas que puede traer el retorno de los familiares de los terroristas, en cualquier caso, radica en Afganistán. Allí, el grupo extremista Estado Islámico en el Iraq y el Levante-Khorasán (EIIL-K), que fue incluido en la Lista de asociados de Dáesh y Al-Qaeda el 14 de mayo de 2019 por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha estado especialmente centrado en el reclutamiento de combatientes centroasiáticos, aprovechando la frontera de Afganistán con varios países de la región.