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La guerra es un fenómeno tan recurrente como cambiante. Desde los albores de la humanidad ha existido el conflicto, pero el modo en que este se ha manifestado ha cambiado con el paso de los siglos y el consecuente desarrollo de las civilizaciones.

Asimismo, de la misma manera que la guerra muta, también lo hace la concepción de esta, pues no existe una forma unánime e histórica de comprender el fenómeno, sino que los distintos pueblos y culturas han comprendido el acto bélico desde distintos prismas, en ocasiones más similares y en otros casos radicalmente distintos.

Base militar en Perevalne durante la ocupación de la República Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol por tropas rusas en 2014. Autor: Anton Holoborodko (Антон Голобородько)

Sea como fuere, pese a las distintas mutaciones de la guerra, lo cierto es que seguimos denominando “guerra” a todos los tipos y modos de lo bélico, con sus variaciones y contingencias culturales e históricas, lo que demuestra su existencia sustancial y prolongada a lo largo del tiempo.

Pongamos el ejemplo de una rueda: La rueda es una invención humana con siglos de historia. Existen a este respecto casi infinitos tipos de rueda, desde la más primitiva de madera, hasta la sofisticada rueda de un avión. Sin embargo, todas ellas son “ruedas” y lo han seguido siendo a lo largo del transcurso del tiempo. Salvando las evidentes distancias, lo mismo podemos afirmar de la guerra. Pero entonces, ¿qué es lo más definitorio de la guerra moderna?

Lejos de entrar en los sofisticados avances militares tanto en lo técnico como en lo táctico, quisiera indagar en el sentido que cobra la guerra en el seno de la comunidad internacional, así como en el modo en que esta se configura de acuerdo al marco normativo que la precede.

En filosofía política existe un muy longevo debate acerca de la primacía del individuo sobre la comunidad o viceversa. Los contractualistas como Hobbes y Locke parten del individuo para explicar que una comunidad se basa en una unión de personas con intereses particulares que se asocian por una cuestión de conveniencia racional.

John Locke, considerado como uno de los más influyentes pensadores del empirismo inglés y conocido como el «Padre del Liberalismo Clásico».​​​

Puede suceder también que se comprenda a la comunidad como anterior al individuo, el cual se constituye como tal en tanto que pertenece a dicha comunidad. Sea como fuere, lo cierto es que desde ambas nociones se defiende la existencia de un proyecto político. Es decir, allí donde hay comunidad hay un proyecto de política que nunca se acaba.

La política siempre está en ejercicio cuando hay sociedad. Sin embargo, hay infinitud de comunidades y estas contraen relaciones entre sí. Entonces, ¿qué sucede cuando la voluntad del proyecto político de una comunidad se ve obstaculizada por el proyecto de otra?

La guerra surge así a raíz de un conflicto de intereses que, como afirmó Clausewitz, “es una continuación de la política por otros medios”, es decir, los medios violentos enfocados al sometimiento de la voluntad contraria para la prosecución del proyecto político propio. De esto se sigue que, si cuando hay comunidad hay política, cuando hay política hay guerra, de manera que el acto bélico es algo propio del hombre y por tanto inevitable.

Ahora bien, esta visión de las guerras condujo a que el derecho internacional y las dinámicas de pugna interestatales se configurasen de un modo muy particular. Este modo es encarnado en el denominado Ius Publicum Europaeum, periodo comprendido entre la conquista de los territorios americanos, el fin de las guerras de religión en Europa y el estallido de la Gran Guerra.

Húsares prusianos en la batalla de Leipzig de 1813.

En el Ius Publicum Europaeum, la guerra, en tanto que propia del hombre, no se concebía de acuerdo a si poseía o no causa iusta, de modo que no se entraba en consideraciones acerca de la justicia del acto de agresión. Ello conllevó una inexistencia de reproches y criminalizaciones del contrario, que era concebido como un igual en tanto que estado soberano. Ese reconocimiento mutuo implícito desembocó en que la guerra fuese limitada o acotada.

El acto bélico poseía límites fijos, entre ellos su fin, el cual seguía siendo el doblegar la voluntad del enemigo para proseguir el proyecto político. Es decir, utilizar la guerra para desarmar al enemigo, ya que este último, mientras se trate de un Estado soberano, es concebido como un igual, pudiéndose imponer la voluntad política propia, tal y como afirmó Clausewitz, teórico militar del Ius Publicum Europaeum.

Esta es la visión alternativa a la moderna, cuya concepción parte de una consideración completamente opuesta: La guerra es un acto repudiable y un crimen contra los valores humanistas contemporáneos (humanidad, civilización y progreso). Ahora bien, sin perjuicio de negar que la guerra es un fenómeno no deseable por cualquier mente sana, cabe destacar que la ordenación internacional alternativa al Ius Publicum Europaeum desembocó en guerras totales, es decir, no limitadas o acotadas, que devinieron en guerras donde el fin no fue el desarme del enemigo sino su total aniquilación.

Así, la ordenación que defendió el progreso de la humanidad en su conjunto acabó dando lugar a la destrucción de la misma. La clave fue que desde esta perspectiva la guerra se concibió como evitable y en tanto que evitable como crimen en el momento en que se produjo. La acusación de criminal implica tratar al contrario al margen del derecho, repudiándolo y velando por su aniquilación.

La Liga de la asamblea de las Naciones, celebrada en Ginebra, Suiza, 1930. Fuente: Bundesarchiv, Bild 102-09042 / CC-BY-SA 3.0

Ello conduce a que el encarnizamiento de las guerras se acentúe dando lugar a masacres sin precedentes como la Gran Guerra. A todo ello hay que sumar el desarrollo de la industria, que derivó en la transformación de la figura del guerrero clásico en la de un operario al servicio de la industria armamentística, una mera extensión de la máquina.

En el Dombás podemos observar cómo estas dinámicas están ocurriendo. Llevamos casi una década de ataques y reproches mutuos, de criminalización del contrario por ambas partes y de promesas por llevar la contienda hasta el último término posible. Ello se debe en parte a que la ordenación internacional vigente no admite ningún tipo de margen hacia el inicio de la contienda bélica, adjetivándola como criminal.

A su vez, los actores de la guerra, aun guiados por decisiones racionales conforme al cálculo coste-beneficio, se ven inmiscuidos en una dinámica de aniquilación que los atrapa, atacando su racionalidad pura y llevándolos a tomar decisiones que desembocan en guerras tales como la guerra de desgaste, en la cual existen más reproches mutuos y carnicerías en las trincheras, que avances militares y estratégicos relevantes.

La guerra en el sentido moderno es pues, un acto criminal sin límite alguno, que pese a ser concebido como repudiable sigue siendo recurrentemente. Las expectativas respecto al caso concreto del Dombás nos hacen prever una continuación prolongada de la guerra, que podrá desembocar o no en cambios sustantivos en el panorama político, mientras una agresiva retórica se impone ante el valor de las vidas de aquellos que por años seguirán acudiendo al frente.

Basado en “El nomos de la Tierra” de Carl Schmitt.

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