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La figura de Elon Musk es, cuanto menos, divisiva. El retrato que sus admiradores suelen dibujar de él es el de un visionario, un empresario inventivo empeñado en resolver grandes problemas contemporáneos. La atención mediática que siempre han recibido sus movimientos empresariales le han permitido extender una poderosa narrativa basada en el tecnooptimismo y en la fe en los mercados desregulados.

Gracias a esta cobertura ha podido escapar de un escrutinio público crítico y hacerse con un papel dirigente en numerosas industrias cruciales, en las que se incluyen el almacenamiento eléctrico, la movilidad, la exploración espacial o la robótica. Pero por mucha devoción que haya recibido, Musk es cada vez más visto como un milmillonario hostil, incontrolable y con un cuestionado historial de fracasos en sus proyectos industriales.

Imagen generada por DALL · E.

Musk rompe tres veces sus acuerdos

Intentar hacerse con Twitter ha sido uno de los últimos agujeros en sus planes. El proceso de compra fue problemático desde el principio, como ya comentamos aquí.

En abril de este año, Musk anunciaba la adquisición de una participación del 9,2% de la red social, convirtiéndose en su principal accionista. Días después, Twitter anunciaba la incorporación de Musk a su junta directiva, una oferta que aceptó inicialmente pero que luego rechazó ya que limitaba sus opciones futuras de compra.

La tormenta se desencadenó cuando, a finales de abril, Musk lanzaba la oferta pública de adquisición (OPA) por 44 mil millones de dólares para hacerse con el control total de la plataforma, y que Twitter acabaría aceptando poco después. A pesar del acuerdo firmado, Musk comenzó una campaña pública de hostigamiento contra la compañía que estaba a punto de adquirir, y anuló la compra. Twitter, a su vez, demandó al magnate en verano para obligarle a cumplir con el acuerdo, con vistas a un juicio que se celebraría el 17 de octubre.

Aunque Musk pretendía ejercer su influencia mediática y poner el foco en los bots de la plataforma para así torcerle el brazo en el juicio, la mayoría de analistas coincidían en que Twitter tenía todas las de ganar.

El 5 de octubre, apenas dos semanas antes de que se celebrase, Musk recuperaba la oferta de compra de 44 mil millones, con la condición de que Twitter retirara la demanda. Las dos vías siguen abiertas a día de hoy, tanto la judicial con la demanda que Twitter aún no ha retirado, como la del posible acuerdo de adquisición, pintando un panorama complicado que tiene visos de complicarse todavía más.

Ínfulas superficiales

Bajo ningún prisma podemos hablar de una estrategia coherente en esta sucesión de movimientos impulsivos, erráticos y desorientados, tal y como revelaron los mensajes hechos públicos durante la preparación previa al juicio, y que puedes consultar aquí.

Además de para constatar que Musk intercambia mensajes con personalidades de la alt-right norteamericana como Joe Rogan o Ron DeSantis, los mensajes también sirvieron para evidenciar lo adulatorios y serviles que son los poderosísimos hombres con los que Musk habla y, en cierta manera, no demasiado inteligentes.

Por ejemplo, el inversor Jason Calacanis le sugirió implementar mensajes directos promocionales masivos previo pago: “Imagina que le pedimos a Justin Beaver (sic) volver y permitirle lanzar MDs a sus fans… podría vender millones en camisetas o entradas instantáneamente. Sería una LOCURA”.

En unos mensajes enviados el 9 de abril a su hermano Kimbal, Musk mostraba su interés en fundar una red social basada en blockchain. Describía que, mediante micropagos, podría acabar con los problemas de spam y bots en la red social.

Apenas 11 días después, Musk recibía un mensaje en nombre del milmillonario Sam Bankman-Fried prometiéndole 5 mil millones de dólares en financiación para la operación de adquisición de Twitter si Musk se encargaba de desarrollar su idea de blockchain en redes sociales. “Twitter Blockchain no va a ser posible”, respondía de vuelta Musk.

De manera parecida, el inversor Marc Andreessen le ofrecía 400 millones de dólares: “¡Gracias!”, contestaba. En otro intercambio, Musk tanteaba al fundador de Oracle Larry Ellison para entrar en la operación: “Claro, por supuesto (…) Mil millones… o lo que me recomiendes”.

A la lista de magnates que han entrada en la operación de financiación de Musk se suman el empresario chino Changpeng Zhao, CEO de la plataforma de intercambio de criptomonedas Binance, o el príncipe saudí Alwaleed Bin Talal Bin Abdulaziz Alsau.

Una lotería que solo los ricos pueden ganar

Estas situaciones ilustran la manera en la que funcionan las inversiones en torno a la figura de Musk, y en general a las empresas tecnológicas: un club de magnates en un entramado en el que tiran dinero a sus amigos como si vivieran en una noche de póker. Quizás el mantra fundamental sobre el que se vertebra el consenso neoliberal (hoy en día moribundo) sea este: cuanto mayor poder económico recaiga sobre el sector privado, más posibilidades hay de que este se dirija a empresas eficientes.

Para ellos, un poder económico gobernado por un Estado acaba cayendo en una burocracia ineficiente y electoralista, comandada por mentirosos carismáticos y populistas.

Sin embargo, el comportamiento de Musk y los mensajes que intercambia ilustran que esa historia de terror sobre una camarilla de autonombrados visionarios que se orquestan para dirigir la política económica (e incluso militar) de su país mediante subsidios a proyectos empresariales ineficaces ya está aquí, y ocurre en manos privadas.

Y todo dirigido por un mentiroso carismático como Musk, con dinero suficiente para hacer lo que le plazca y apañárselas para aterrizar de pie —eso sí, casi siempre con la ayuda del gobierno—.

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