En defensa de la democracia
La democracia liberal está en juego. En 2008, como ya ocurrió en 1929, el sistema financiero liberal colapsó. El sistema se rompió y demostró que tenía fallas que simplemente podían destruir la vida de millones de familias. Al igual que en 1929, 2008 se llevó por delante aquel segmento de la población imprescindible para el funcionamiento de una democracia liberal: la clase media.
Una clase media demográficamente fuerte y económicamente sana es el pilar fundamental, sino el único, de una democracia funcional. Ese pilar cayó en 2008 y no se ha conseguido reconstruir. Una clase media en vías de extinción se traduce en una sociedad con creciente desigualdad económica. Pobres más pobres y ricos más ricos. Ante una realidad polarizante, el discurso “todos somos iguales” del liberalismo pierde evidente fuerza. Se vuelve cínico y pedante.

La gente, ante un sistema que se resquebraja, busca alternativas que puedan brindar nuevas oportunidades. El auge de la extrema derecha en Occidente responde a esta necesidad. Marie Le Pen se ha consolidado recientemente como alternativa posible y legítima, tras contar con más del 40% de votos del país.
Prácticas iliberales proliferan por todo Occidente. Polonia carga contra la libertad de prensa, Orbán en Hungría adopta tics dictatoriales, Trump en 2020 deslegitimó la victoria de su rival atacando lo más sagrado en una democracia, las elecciones. Los valores liberales pierden prestigio y ya no son considerados principios inamovibles de nuestras sociedades. Son ideas que, si llega el momento, podemos substituir.
Adicionalmente, la ultraderecha que se erige como alternativa viable en Occidente no tiene inconveniente en reflejarse en aquellos modelos que están triunfando en el planeta. La dictadura China demuestra que la democracia liberal no es el único camino hacia la prosperidad económica, y quizás, ni el único ni el mejor. Es condición humana o instinto animal de supervivencia, imitar aquello que funciona mejor.
Texto íntegro del libro blanco “China: Democracia que Funciona”
— Embajada de China en Colombia (@china_embajada) December 8, 2021
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La ultraderecha occidental no tiene problema en coquetear con el autoritarismo porque el autoritarismo está funcionando en algún lugar, y eso es lo único que importa. Y mientras esto ocurre, la derecha moderada europea está cometiendo el error fatal de incorporar las propuestas antidemocráticas en sus programas con el único objetivo cortoplacista de mantenerse un poco más tiempo en el poder. Pero hay más responsables.
La responsabilidad de la izquierda
La izquierda occidental, liderada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial por la socialdemocracia, se derrumba por el mismo motivo que lo hace la democracia cristiana, incapaz de adaptar ni rescatar el marco de la democracia liberal, paraguas bajo el cual ambas se identifican. Posiciones a la izquierda de la socialdemocracia se imponen y lideran los movimientos sociales más dinámicos: feminismo, transición verde o la lucha contra el cambio climático.
La izquierda entiende que sus motivos responden a una necesidad superior, por encima de ideologías y partidos. Aquel mantra de corte sarcástico sobre la moralidad superior de la izquierda es abrazado de buena gana y esgrimido con la autoridad dogmática que solo da creerse con el privilegio único de la verdad.
La UE parece muy dispuesta a empujar a los estados miembros hacia el Green New Deal, pero no tanto a la hora de afrontar el grave déficit democrático que sufre. Así mismo, ríos de tinta corrieron en 2014 y los años posteriores señalando el inmenso error y la estupidez coronada que fue el brexit: los británicos elegían soberanía nacional por encima de la integración europea, para algunos los británicos estaban regresando o más bien retrocediendo al siglo XIX.
John Carlin: "El #Brexit es la victoria de la ignorancia, el populismo y la estupidez total" https://t.co/GurrlrOcyE pic.twitter.com/yP0sk0DkAq
— Radio Nacional (@rne) June 24, 2016
El gobierno del Reino Unido hizo, de hecho, el máximo ejercicio de democracia, esto es dejar que sus ciudadanos decidieran su permanencia en la UE. La respuesta generalizada en la socialdemocracia occidental fue que simplemente los británicos se habían equivocado y debía revertirse o incluso ignorarse el resultado o, en otras palabras menos eufemísticas, que el pueblo es demasiado ignorante para votar.
Lo mismo ocurrió en 2016 con la victoria de Donald Trump. Los estadounidenses no sabían votar. Sin percatarse que deslegitimar la victoria de Trump por su perfil iliberal es tan dañino para la democracia como su misma posición iliberal, se puede argumentar que incluso más.
Izquierdo: "La victoria de Trump es la entronización de la ignorancia y la barbarie en el país más poderoso" https://t.co/gE1ZiQr4y5
— Cadena SER (@La_SER) November 10, 2016
Las nuevas generaciones crecen alejadas de la democracia
Todo lo anterior rompe con el paradigma de entender la democracia liberal como las reglas de juego imperturbables que han sido durante setenta años. Para aquellas generaciones occidentales que han crecido o que incluso han conquistado la democracia, este momento escenifica un cambio preocupante.
Sin embargo, para las generaciones más jóvenes será una nueva normalidad. La democracia para las nuevas generaciones no se está percibiendo como un marco sagrado del que uno no debería desviarse, sino más bien de un sistema decadente que quizás deba ser substituido.
Las películas de Disney de un tiempo a esta parte carecen del antagonista malvado al que el héroe debe vencer. La idea es desterrar el concepto binario de malo-bueno. Disney desiste de los malos porque en esta nueva era nadie es malo y todo es relativo, las nuevas generaciones deben crecer sin dogmatismos y estar listas para escuchar y respetar cualquier propuesta.
Este relativismo despoja a los niños de capacidad para identificar sus propios intereses y confunde proselitismo ideológico con un set de valores morales estrictamente necesarios para la vida en sociedad democrática.
Ante esta perspectiva la democracia no es buena per se, o no más de lo que es un sistema autoritario, por ejemplo. La deconstrucción nihilista que lidera la izquierda en nombre de un progreso social superior, desde suprimir la religión como una ideología medieval, la competitividad como una dinámica toxica por naturaleza o la familia tradicional como una reliquia del patriarcado que debe dinamitarse, es una mera invitación irresponsable a la anarquía social.
Disney no es el único actor que se dispone a deconstruir los valores democráticos. El último filme del universo de Harry Potter se desenvuelve alrededor de unas elecciones cuyo resultado será decidido no por sus electores sino por una criatura de sabiduría superior que sabe mejor que la población lo que a ésta le conviene. Una llamada a la tecnocracia que ha encontrado en la pandemia de COVID-19 una excusa perfecta para ganar adeptos. ¡Que gobiernen los expertos!
Los demócratas debemos oponernos frontalmente a la tiranía de los filósofos reyes platónicos, pues filósofos o no, expertos o no, se trata de emprender el camino de la tiranía. ¿O acaso el lector cree que hay algún tirano que no crea que es él el más apto y digno para ocupar el lugar que ocupa?
Si después de Trump y del Brexit, la democracia nos trae ahora a Le Pen, habrá que implantar el sufragio censitario por formación.
— Max Pradera (@maxpradera) April 24, 2022
Votan solo aquellos que superen un test político tan duro como el de conducir.
Porque si un coche mata, la ignorancia, ni te cuento.
Un demócrata debe defender siempre que el mejor sistema posible para su comunidad es la democracia y con ella sus valores todos, sin excepciones. Es urgente que la democracia cristiana y la socialdemocracia se reinventen y trabajen conjuntamente para la recuperación de la democracia liberal o vendrán por múltiples flancos a destruirla.