Escocia ¿por fin independiente?
En el 23 de junio de 2016, cuando los electores británicos votaron sobre la salida de la Unión Europea, Escocia fue la más categórica en su respuesta: el 62% de su ciudadanía optó por seguir en el bloque. Sin embargo, el Brexit salió vencedor por una ligera mayoría sumando los votos de Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte (51.9%), lo que llevó a cerca de 3 años de complicadas negociaciones, con 2 cambios de gobierno, que culminaron en la retirada del Reino Unido de la UE a principios de 2020.

Además del descontento de los votantes, el Brexit también se enfrentó a un mal timing, pues todavía eran recientes los recuerdos del referéndum de 2014 sobre la independencia de Escocia, donde la perspectiva de seguir en la UE fue un factor determinante para sus resultados (55.3% en contra de la secesión, y 44.7% en favor). Muchos escoceses se sintieron traicionados por Londres y eso volvió a fomentar un debate sobre su eventual salida del Reino Unido, en especial como una forma de retornar al bloque como un Estado soberano.
El debate secesionista jamás ha desaparecido, las tensiones con sus vecinos se remontan a los siglos iniciales de la Edad Media, y la unificación de los reinos de Gran Bretaña en 1707 no contribuyó a crear una estabilidad duradera. Escocia y Inglaterra no poseían una identidad política, religiosa y cultural común, y los siglos de disputas dificultaban los intentos para la construcción de una.
La concentración de poderes en el Parlamento británico tampoco agradaba, lo que llevó a partir del siglo XVIII a demandas, si no por la independencia, al menos por la devolución regional de poderes, sobre las cuales se asentaría el moderno movimiento nacionalista escocés. En 1934, con la fusión del Partido Nacional de Escocia y del Partido Escocés en el entonces recién fundado Partido Nacional Escocés (SNP, en inglés), surgió un nuevo canal para la representación política de dicho movimiento. Con el crecimiento del partido a partir de los años 70, la campaña por mayor autonomía administrativa volvió a ganar fuerza.
En 1997, en el contexto de las negociaciones de paz en Irlanda, Escocia realizó su propio referéndum sobre la devolución de poderes a un gobierno regional, que fue exitoso. El Parlamento escocés se reunió por primera vez en mayo de 1999 y el SNP formó su primer gobierno de mayoría en la legislatura de 2011, lo que abrió camino para el referéndum sobre la independencia en 2014. Asimismo, en las elecciones generales británicas de 2019, el SNP conquistó a 48 de los 59 escaños de Escocia en Westminster, siendo la 3ª mayor fuerza política en el actual Parlamento británico, tras los Partidos Conservador y Laborista.

Se supuso que la devolución de poderes, también concedida a Gales e Irlanda del Norte, inauguraría una nueva era de convivencia harmónica entre las naciones constituyentes del Reino Unido, otorgándoles un grado de autonomía que les permitiera hacer frente a sus necesidades más particulares sin recabar en la independencia. Pero la cuestión nacionalista siguió presente en Escocia, y la salida de la UE sin su apoyo contribuyó para traerla de vuelta a la línea de frente del debate político y de las portadas de los periódicos.
Eso se hace más evidente si consideramos el impacto positivo de la UE en Escocia. Gracias a los fondos comunitarios, por ejemplo, el país pudo realizar obras de infraestructura para mejorar carreteras en sus islas y en la región de las Tierras Altas. El libre movimiento de personas también fue positivo para dueños de bares, restaurantes y hoteles, por la llegada de más turistas.
Asimismo, empresas abiertas por inmigrantes de otros países europeos dieron empleo a los locales. El Brexit, por lo tanto, fue ampliamente interpretado como un cierre a dichas oportunidades y, conforme ya mencionado, una traición tras la intensa campaña unionista en 2014, según la cual permanecer en el Reino Unido sería también permanecer en la UE.
Consecuentemente, la ministra principal, Nicola Sturgeon (SNP), jefa del gobierno regional de Escocia, se volvió una de las voces más críticas a Londres durante las negociaciones para el acuerdo de salida de la UE, y dejó claro en distintas ocasiones que no impondría trabas al ignorado debate sobre la independencia del país. Durante una conferencia digital del SNP en septiembre de 2021, la mandataria llegó a urgir a sus compañeros de partido a que estuvieran atentos a cualquier maniobra de Westminster para aumentar su control sobre Escocia para evitar una posible secesión.

Con el mundo empezando a acostumbrarse a un Reino Unido fuera de la UE, podemos discutir donde se encuentra el nacionalismo escocés en sus pretensiones y si la independencia puede hacerse realidad.
John Curtice, profesor de la Universidad de Strathclyde, en Glasgow, intentó encontrar una respuesta al analizar las 3 encuestas publicadas sobre un posible nuevo referéndum de independencia desde la salida del Reino Unido del mercado único y de la unión aduanera en enero de 2021, lo que finalizó formalmente el Brexit.
Para el académico, dichas encuestas no sugieren que el cambio haya alterado significativamente la demanda popular por la secesión, pues su apoyo fluctuó entre el 53% y el 55%, sin un gran crecimiento si lo comparamos con sondeos anteriores. Pero el Brexit sigue influyendo en las opiniones sobre la independencia: tan solo el 39% de los que votaron Leave en Escocia también votarían por la secesión, mientras que el 59% de los que apoyaron al Remaindirían que sí.

La pandemia del COVID-19, que se cobró a más de 130 mil vidas en el Reino Unido y casi 9 mil en Escocia, también tuvo su papel. Según la plataforma Panelbase, el 42% de la ciudadanía cree que una Escocia independiente habría hecho frente a la situación sanitaria con más eficiencia, contra el 23% que piensa que habría sido peor. Esencialmente, un 20% de los que votaron “no” por la independencia en 2014 ahora confían más en Edimburgo que en Londres, y cerca de 50% de la población está de acuerdo con que un nuevo referéndum sea celebrado en hasta 5 años.
Los ánimos ciertamente favorecen una nueva consulta popular sobre la independencia y Sturgeon sugirió que su partido hará esfuerzos para llevarlo a cabo de aquí a 2023. El primer obstáculo a dicho referéndum tiene un carácter obviamente político, ya que el primer ministro británico, Boris Johnson, ha dejado claro que no daría el visto bueno a su realización, por creer que sería un acto irresponsable en el momento pretendido por el SNP.
Como el Parlamento escocés no tiene competencia por si solo para aprobar ninguna legislación relacionada a la unión entre los reinos de Inglaterra y Escocia, una consulta relacionada al tópico sería difícil de realizarse sin el apoyo de Londres. En 2014, el referéndum se llevó a cabo tras un acuerdo ad hoc entre los gobiernos británico y escocés, el cual transfirió las competencias necesarias a la legislatura regional.
La postura de Johnson sugiere que el mandatario no pretende volver a negociar un acuerdo de dicha naturaleza y el SNP ha dejado claro que desea llegar a sus objetivos por las vías legales, que garanticen legitimidad a una eventual secesión.

También se puede hablar de una problemática económica para una eventual Escocia soberana. Según análisis del grupo de consultoría de riesgos Herbert Smith Freehills, Gran Bretaña sigue siendo un parcero esencial para el comercio exterior escocés. Y, en caso de que Escocia se separe, sería un Estado totalmente nuevo, sin una membresía ya establecida en la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuyas normas estaban disponibles como un “plan B” para el Reino Unido en caso de que no lograra un acuerdo de libre comercio con la UE.
Al contrario del Brexit, la independencia escocesa crearía un nuevo sujeto del Derecho Internacional y su gobierno tendría una capacidad limitada para declararse un Estado sucesor de tratados que crean organizaciones internacionales y/o intergubernamentales, algo que permitiría mantener su validez sin la necesidad de firmarlos nuevamente.
Así, Escocia se vería obligada a renegociar muchos de los tratados que viabilizan sus relaciones comerciales con el mundo. Y en un contexto de recuperación post-COVID, formalizar acuerdos con una nación pequeña y con un outputeconómico menor que el británico no sería una prioridad de muchos. La propia UE, que ha dejado la puerta abierta para un posible retorno a la membresía, podría tardar en ir a la mesa de negociaciones con Escocia, tras el complicado debate sobre la frontera irlandesa para el acuerdo de salida del Reino Unido.

Dicha posibilidad conlleva entonces un considerable aislamiento de Escocia tras su independencia, con consecuencias económicas que podrían incluir el desabastecimiento de productos esenciales, el aumento del desempleo y la desaceleración de la actividad económica.
Por esta misma razón, Sturgeon dejó claro tras la victoria de su partido en las elecciones escocesas de mayo de 2021 (donde el SNP se llevó 64 de los 129 escaños en el Parlamento) que un 2º referéndum era una cuestión de “cuando, no de si”. Y aunque sea en función de la legislatura local definir fechas, el gobierno trabaja para realizar la consulta para 2023, confiando en una recuperación post-COVID ya avanzada en ese momento. Además del SNP, el Partido Verde Escocés también apoya la medida. Considerando que ambos suman 72 escaños, lograr el apoyo legislativo al referéndum no debería ser un gran desafío.
Volvemos, otra vez, a la cuestión del timing. El visto bueno de Londres fue esencial para el éxito y la legitimidad de la consulta de 2014, y el actual gobierno británico no da señales de que apoyará la medida de momento. Las encuestas también no inspiran mucha confianza, con índices de apoyo y de rechazo a la independencia muy cercanos al 50%. Aunque no haya deseado el Brexit y no tenga mucho amor por Johnson, el pueblo escocés tampoco parece estar de acuerdo sobre si es el mejor momento para dejar la Unión.

Por lo tanto, la postura más sabia sería, por un lado mantener las discusiones activas, ya que el debate nacionalista lleva ya unos años traduciéndose en votos para Sturgeon y el SNP, pero, por otro, el movimiento debería enfocarse en el corto y medio plazo en consolidar la recuperación socioeconómica y una opinión más favorable en el medio internacional a una Escocia independiente, para tener una red de relaciones preparada si la secesión se hace realidad.
Referencias
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