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Si hablamos de poder en Europa hablamos de París, Berlín y, hasta 2016, de Londres. Tras el Brexit el eje franco alemán se quedó sin actores en los que apoyarse y esto, unido a un retroceso de la influencia de Alemania tras los titubeos en política exterior de Scholz y la responsabilidad de Berlín en la crisis energética actual por negarse a revisar sus lazos con Rusia tiempo atrás, han creado un vacío de poder que otros estados europeos pretenden ocupar, y España es uno de ellos.

Banderas de España (roja y amarilla) y Europa (azul, con 12 estrellas) en la Plaza de la Villa de Madrid (España), para conmemorar la presidencia española de la Unión Europea en el primer semestre de 2010.. Fuente: Contando Estrelas

Influencia creciente

La crisis económica de 2008 puso la influencia española en la UE bajo mínimos. La crisis redujo significativamente la potencia económica de España con el consiguiente aumento del desempleo y la deuda pública. Esto provocó que el gobierno español se centrara en asuntos internos y las consecuencias de la crisis más que en su política europea, condenando al país a la segunda fila en Bruselas.

Con la llegada al poder de Pedro Sánchez la situación comienza a cambiar, pues entre los pilares de su agenda estaba la de reposicionar a España como uno de los pilares en la toma de decisiones de la UE.

A partir de ahí España comienza a tomar un papel más activo, enviando non-papers (documentos que los Estados Miembros envían a Bruselas explicando su posición respecto a temas concretos) y buscando alianzas con otros países para buscar ser un equilibrio al eje francoalemán tratando de abandonar el histórico seguidismo hacia Paris y Berlín que se practicaba históricamente desde Madrid.

En esta nueva estrategia de geometría variable se enmarca el acercamiento a Países Bajos, uno de los países que no suele estar del lado de España en los debates europeos y que, sin embargo, firmó un acuerdo con España sobre un tema de tanta importancia como la reforma de las reglas fiscales.

A España le faltaba la voluntad para ejercer como un verdadero poder europeo y ahora la tenía y se movía con más soltura en Bruselas, pero no sólo con voluntad iba a conseguir Madrid convertirse en uno de los actores principales en Europa, necesitaba algo más. Y ese algo más llegó con la nueva coyuntura internacional provocada tanto por la pandemia como por la guerra de Ucrania.

El reto: hacer permanente lo coyuntural

La pandemia obligó a la Unión Europea a moverse rápidamente para hacer frente a una crisis sin precedentes. Para ello desde Bruselas tenían que salir de su zona de confort y pensar en nuevas soluciones imaginativas para fomentar la recuperación. De ese proceso salieron los fondos de recuperación, en los que España fue fundamental tanto en su diseño (que es fundamentalmente español) como en las posteriores negociaciones en el Consejo donde España mantuvo su postura hasta el final obligando al resto de miembros a ceder.

Otra crisis, la energética, también supuso un espaldarazo a la posición europea de España. España tiene las mayores capacidades de regasificación de la Unión Europea, no depende de Rusia para garantizar su suministro energético y es uno de los países de la Unión que más decididamente apuesta por las energías renovables. Esto le permitió ganar autoridad en los debates europeos y ser un actor decisivo tanto en el diseño del REPower EU como en la creación de la excepción ibérica o la propuesta española acerca del tope del gas.

Las dinámicas internas de la UE también jugaron un papel a favor de España. En primer lugar, la llegada al poder en Alemania de Olaf Scholz supuso un espaldarazo al gobierno de Sánchez en gran parte por la cercanía entre el PSOE y el SPD y los intereses convergentes de ambas naciones en materia energética, haciendo ambos presión a Francia para mejorar la interconexión entre España y el resto de la UE.

Por la parte francesa, los titubeos de Alemania en política exterior, especialmente tras la guerra en Ucrania, provocaron una disminución de la credibilidad y poder de Alemania y, por tanto, del eje francoalemán. Macron, preocupado ante la perspectiva de que la pérdida de influencia alemana arrastre a Francia, decidió buscar alianzas alternativas.

Para ello miró a Roma, la Italia de Draghi era un actor respectado y constructivo en Bruselas y se convirtió en la alternativa elegida por Macron para reforzar su influencia. Sin embargo, la apuesta de Macron por Draghi tuvo muy corto recorrido. Poco después cayó su gobierno y la llegada de Meloni congeló las relaciones por su falta de sintonía con Macron y sus profundas diferencias con respecto a la integración europea. Tras el fracaso en Roma Macron miró a Madrid.

El Tratado de Barcelona equipara la relación entre España y Francia a la que tienen Francia y Alemania y convierte a España en socio privilegiado de París, consolidando así su poder y su lugar como tercera pata del eje francoalemán.

Consolidada la renovada influencia de España en Bruselas el reto ahora para el gobierno español es hacer de esta posición su nuevo estatus permanente. La coyuntura le vino extraordinariamente bien y le permitió tener mayor autoridad que antaño, pero esta coyuntura debe verse precisamente como la oportunidad para construir los cimientos del establecimiento de España como poder europeo.

Pedro Sánchez y Macron durante la firma de Tratado de Barcelona.

Teniendo en cuenta la gran apuesta del gobierno de Sánchez por Europa, el mayor reto que enfrentará España al respecto serán las lecciones de finales de 2023 dependiendo de la dirección del nuevo gobierno.

España siempre será un actor de cierto peso en la UE, su tamaño económico, su posición geografía o sus vínculos con Latinoamérica hacen que sea un actor fundamental en debates troncales de la UE como el migratorio, el energético, o el comercial (España es el segundo mayor productor de coches en la UE, sólo superado por Alemania).

Sin embargo, este peso no siempre se ha traducido en una gran influencia, bien sea por falta de voluntad o por una coyuntura desfavorable. Recientemente hemos visto como la voluntad de influencia y una coyuntura favorable están permitiendo a España disfrutar de un poder renovado en Bruselas. El reto, pues, es seguir manteniendo está influencia en el futuro, especialmente se debe tener en cuenta que el contexto cambiará inevitablemente tarde o temprano. El tiempo dirá.

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