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La intervención de diversos estados árabes (y en realidad algunos no-árabes) a partir de 2015 contra la alianza Salé-Hutí ha estado sometida a una fuerte polémica pero ¿estaba justificada o por el contrario ha sido un acto de mala vecindad internacional?

Tras la Primavera Árabe, Hadi sustituyó al dictador del país, Abdulá Salé.

Hadi representaba la idea de un candidato «progresista», para lo que es el contexto yemení, y que había nacido en el extinto Yemen del Sur, que recordemos había desaparecido cuando Yemen del Norte lo conquistó y unificó tras la guerra civil de 1994.

Sobre el país siempre pesó la diferencia norte-sur: en la costa sureña, que da al Océano Índico miraba la rica ciudad portuaria de Adén, y los puertos y refinerías para los hidrocarburos que salpican la costa.

Los misiles hutíes suministrados por Irán han atacado constantemente a las ciudades de Arabia Saudita.

Adén había sido la joya británica, había estado dominada por los portugueses, e históricamente había sido una ciudad pacífica, rica y centrada en la pesca y el comercio.

Por el contrario Yemen del Norte, con capital en Sanna era una zona montañosa, poblada por pueblos duros, acostumbrados a la necesidad y con escaso contacto con gentes de otros lugares, pero con mucha experiencia en el guerrear.

Hadi nació en Abyan, cerca de Adén, y había sido un importante lugarteniente de Salé, pero su permanencia en el poder solo fue posible porque le apoyó una parte del ejército, y ciertas potencias vecinas, esencialmente Arabia Saudita.

El ambicioso Salé pronto reorganizó su asalto al poder, solo que esta vez sorprendería al mundo aliándose con sus antiguos enemigos, los hutíes, un pequeño grupo que ocupa las tierras del norte de Yemen y que se había opuesto sistemáticamente al gobierno central de Sanna.

Desde la Primavera Árabe los hutíes habían incrementado su poder, y ahora contaban con cierto número de tropas e incluso con apoyo iraní.

Así las cosas, el antiguo dictador aprovechó la lealtad de buena parte del ejército y su alianza con los hutíes para dar un golpe de estado al que siguió una operación de conquista del resto de Yemen.

Hadi no tuvo ninguna oportunidad, la mayor parte de la Guardia Republicana estaba en su contra y el avance de los golpistas pronto fue imparable, hasta el punto de llegar a luchar por Adén.

Ante la presencia de un dictador que se había convertido en enemigo de Riyad, y de unos guerrilleros hutíes apoyados por Irán. Un buen número de países árabes estaban preocupados.

Los golpistas parecían cerca de aniquilar a los últimos restos de Hadi en Adén, permitiendo que todo el país se quedara en manos de los proiraníes y Salé.

A Arabia Saudita se le agotaban las opciones. En los años 90 Riyad había tenido que intervenir en el norte de Yemen para garantizar la seguridad de su frontera sur. Incluso se estableció la gigantesca base de King Khalid no muy lejos de la frontera y que albergaría a más de 50.000 hombres.

Además de lo anterior, Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP) y el Dáesh estaban creciendo en algunas zonas remotas de Yemen, por lo que la amenaza de la yihad también estaba presente.

¿Era posible para Arabia permitir que su enemigo regional armara a sus enemigos en la puerta trasera? La respuesta parece obvia, la intervención militar era inevitable.

Para garantizar el apoyo internacional los sauditas atrajeron a su coalición a un gran número de estados, que participaron militarmente en alguna medida. Marruecos, Egipto, Sudán, Senegal, Emiratos Árabes Unidos e incluso Qatar.

¿Fue este un movimiento injusto?, ¿acaso Irán debía poder interferir en el conflicto yemení, mientras el vecino saudita se quedaba de brazos cruzados?

A nuestro modo de ver, la intervención estaba plenamente justificada desde el punto de vista del legítimo interés nacional.

El dinero de Arabia Saudita y su aliado emiratí ha reconstruido buena parte de las infraestructuras dañadas, como el aeropuerto de Adén, a la par que su dinero ha permitido sostener en sus territorios a una economía yemení que es muy endeble y que solo sobrevive gracias a las ayudas internacionales.

Es cierto que los ataques aéreos de la coalición han abatido a cierto número de personas, en algunos casos civiles inocentes, pero es igualmente cierto que ni Abu Dhabí ni Riyad han perseguido esto como un objetivo militar, ni han usado su poder aéreo y naval para asfixiar completamente a sus enemigos asentados en lo que era Yemen del Norte.

Hay importantes miembros de la realeza emiratí que han combatido y perdido sus piernas en Yemen, su dinero ha servido para mejorar las vidas de quienes estaban en su territorio y ciertamente, han sacrificado las vidas de muchos de sus soldados por una causa que no les era vital.

Al fin y al cabo, la coalición árabe ni siquiera ha pretendido regalar la victoria a Hadi mediante una intervención directa, sino que más bien han procurado cierto equilibrio, ya que por ejemplo no han empleado sus fuerzas armadas en ofensivas directas en dirección a Sanna.

Y todo esto en el contexto de los misiles de largo alcance que Irán suministró a los hutíes y que han sido usados para atacar y matar a civiles y militares dentro de Arabia Saudita.

En resumen: a pesar de que toda guerra es indeseable, y Yemen no es una excepción, a falta de la posibilidad de llegar a acuerdos.

Ante la intervención de su enemigo iraní, es comprensible la intervención militar árabe, que en ningún caso ha sido desproporcionada a tenor de las circunstancias, e igualmente nunca ha buscado el terror por el terror, a pesar de los errores en la identificación de objetivos para los ataques aéreos.

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