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El reciente golpe militar en Níger ha vuelto a poner en el punto de mira internacional a los denominados estados fallidos. Son numerosas las causas que pueden llevar a que se califique como tal a un estado, lo que implica que este es incapaz de realizar las funciones y cumplir las garantías principales de una nación soberana, tales como el correcto funcionamiento de sus administraciones, el acceso a servicios básicos, la seguridad de la población y de sus fronteras, y la estabilidad económica, entre otros.

Aunque estas causas (políticas, económicas, sociales, demográficas, climáticas, etc.) están interrelacionadas entre sí -y sería un error analizar solamente una de ellas de manera independiente- es necesario abordar la que quizás marca el ritmo y la evolución de las demás en mayor medida: la economía.

Autor: Marko Milivojevic

Es innegable que vivimos en un mundo cuya evolución está marcada por la economía, pero no por ello significa que vivamos en una sociedad corrupta o amoral. El dinero es, al fin y al cabo, una moneda de cambio cuyo tenedor utiliza para mejorar su vida y satisfacer sus necesidades y, en el caso de las naciones, defender sus intereses. Dependiendo de la nación, estos intereses pueden ser sociales, elitistas, nacionalistas, ideológicos… Y es esto lo que realmente marca la moralidad y la tendencia del sistema económico a nivel mundial.

En el actual contexto político internacional, son numerosos los estados a los que podríamos considerar como fallidos. Hay que tener en cuenta que no existe ningún informe que identifique una lista oficial de estados fallidos, puesto que esto acarrearía numerosas consecuencias en las relaciones diplomáticas de los gobiernos que lo aceptaran. Sin embargo, sí que existe un índice que puede ayudar a determinar con mayor facilidad si un país merece tener esta calificación.

Índice de Estados Frágiles

El thinktankestadounidense The Fund for Peace redacta anualmente el IEF (Índice de Estados Frágiles), el cual es aceptado por prácticamente la totalidad de la comunidad internacional.

Este índice tiene en cuenta diferentes indicadores económicos, políticos, sociales y de cohesión, identificando las presiones a las que el estado en cuestión es sometido e identificando las vulnerabilidades que contribuyen a su fragilidad, a la cual se le asigna un valor de entre 0 y 120 puntos, agrupando a los países en varias categorías que van desde países muy sostenibles hasta países en alerta máxima. En la siguiente imagen se puede observar la distribución de los países según este índice en el año 2023.

Mapa de calor del Índice de Estados Frágiles. Fuente: The Fund for Peace (2023).

Con un simple vistazo se puede contrastar lo ya esperado, y es que prácticamente la totalidad de los países en las categorías de alerta, alerta elevada y alerta máxima (entre los 90 y los 120 puntos de fragilidad) son países en zonas de conflicto de África y Oriente Medio con economías extremadamente débiles.

Ahora bien, ¿cuál es el origen de esta debilidad? ¿Se puede achacar la inestabilidad económica de estos países a los conflictos en los que se encuentran involucrados o justamente se han involucrado en dichos conflictos debido a la inestabilidad de su sistema económico y, por tanto, de la gobernabilidad general? Para responder a estas preguntas es necesario estudiar la evolución histórica de la fragilidad y de la economía de los países más vulnerables.

Características económicas de los países más frágiles

Los países que ocupan los primeros puestos del IEF del 2023 tienen numerosas características comunes en lo que respecta a sus economías, ya que estas tienen un nivel de desarrollo muy bajo, dependencia del sector primario, inestabilidad, pocas garantías y dependencia de remesas y ayudas internacionales.

Si tenemos en consideración a los ocho países más frágiles del índice (Somalia, Yemen, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Siria, Afganistán, Sudán y República Centroafricana), los cuales podemos considerar estados fallidos, seis de ellos han visto cómo el indicador de Declive económico y pobreza empeoraba desde el año 2006, al igual que su índice de fragilidad general en el IEF.

El 15 de abril de 2023 estalló la tercera Guerra Civil sudanesa. El número de refugiados que huyeron de Sudán a Chad se duplicó en una semana.

Con la excepción de Siria, estos países ya sufrían de una situación económica muy inestable previa al inicio del conflicto que viven en la actualidad, como es el caso de Afganistán, Yemen y Sudán. Esto nos muestra cómo el conflicto armado no tiene por qué ser la causa de la inestabilidad económica. De hecho, algunos de estos países han visto mejorada su economía durante el conflicto, como es el caso de Somalia, aunque esto puede atribuirse a que venía de una situación económica difícilmente empeorable.

Desde luego, esto no quiere decir que los conflictos armados no tengan consecuencias terribles para la economía, pero es importante no atribuir a estos todos los problemas económicos de los países que los sufren, como ocurre muy a menudo.

Debido a que los conflictos llevan varios años en activo, la sociedad los ha acabado normalizando hasta el punto de olvidarse de la situación previa de los países afectados. Por ello, se tiende a achacar todos los problemas de un país en conflicto a dicho conflicto, olvidando que justamente las causas que llevaron a este pudieron ser esos mismos problemas.

Incorporación al comercio internacional y apertura a la inversión extranjera

Ahora bien, ¿cuál es la solución para que los estados fallidos dejen de serlo? Claramente es necesaria una reforma integral de todo su sistema, pero este escenario es altamente improbable debido a su complejidad. Por ello, es necesario enfocarse en una estrategia que solucione uno de los muchos problemas de estos estados, y que, de manera pausada pero estable, vaya mejorando la situación general del país por medio de una reacción en cadena.

En este caso, la estrategia ha de centrarse en un desarrollo económico a nivel internacional. Por medio de una economía competitiva y una apertura al mercado global, los estados pueden enriquecerse, ofrecer cierta estabilidad a sus ciudadanos y desescalando las tensiones derivadas de las difíciles condiciones de vida.

Obviamente, esta estrategia no está exenta de dificultades, ya que la inestabilidad política y social, junto con los conflictos armados de estos países, conforman un clima extremadamente complicado para el desarrollo económico. Sin embargo, no por ello deja de ser algo posible.

Para poder acceder al mercado internacional de manera competitiva y que los estados fallidos puedan beneficiarse realmente de este, primero deben realizar varios cambios en sus economías.

Aunque la diversificación económica es la estrategia más recomendada para economías más desarrolladas, en el caso de los estados fallidos es necesario primero llevar a cabo una especialización, poniendo todos los esfuerzos y los limitados recursos del país en aumentar la competitividad en un sector o producto concreto en el que disfruten de una situación ventajosa. De esta manera, una vez conseguida cierta mejora y estabilidad, se puede proceder a impulsar otros sectores de producción, ya que tratar de impulsarlos todos a la vez sería un error.

Aunque lo ideal es promover un mercado interno fuerte y estable, en el caso de los estados fallidos es necesario depender primero de otros países con mayor poder adquisitivo, que son los que inyectan dinero en la economía nacional. A medida que esta se vaya equilibrando, lo natural es que el estado promueva políticas económicas que garanticen la seguridad de acuerdos e inversiones, puesto que le interesa seguir recibiendo dinero del extranjero, ya sea este un estado corrupto o democrático.

Por ello, a medida que los estados fallidos se abran al comercio internacional, se irán modificando las políticas, primero económicas y luego sociales, que permitan traer la estabilidad a sus gobiernos. Esto propiciaría el levantamiento de las sanciones impuestas a estos estados por numerosos países, lo que permitiría una incorporación aún más integral en el ámbito económico internacional.

Sin embargo, este proceso necesita de varios años para poder llevarse a cabo, algo muy difícil en los casos de países con gobiernos inestables ya que no suelen tener estrategias realistas a más de uno o dos años vista.

Ante un impulso económico en estos países surgen numerosos problemas de diversa índole, principalmente relacionados con la corrupción, la gestión adecuada y responsable de los recursos y el abuso por parte de los estados más ricos, problemas a los que hay que enfrentarse por medio del establecimiento de reformas estructurales a largo plazo.

El caso de Guyana

En el año 2014, aunque Guyana no estaba en una situación lo suficientemente grave como para considerarse un estado fallido, el país contaba con un alto índice de fragilidad, valorado en 71 puntos, enmarcándolo en la categoría de “advertencia elevada” en el IEF. Sin embargo, el descubrimiento de yacimientos petrolíferos en el 2015 por parte de ExxonMobile ha llevado a un gran desarrollo económico que ha sacado a decenas de miles de habitantes de la pobreza y disminuido la fragilidad del país en casi 10 puntos, es decir, un 13%.

Actualmente está a una distancia de solamente 1,7 puntos en el IEF de pasar a formar parte de los países en la categoría de “estables”, en la que se encuentran miembros de la UE como Grecia, Chipre o Rumanía.

Localización de Guyana. Autor: BAÑERAS

Previamente a este descubrimiento, la economía de Guyana estaba muy poco desarrollada, con uno de los PIB más bajos de toda Sudamérica. En cambio, tras el impulso económico de 2015, el país ha llegado a duplicar su PIB, compitiendo con los tres principales productores mundiales de petróleo y superando a Kuwait como el principal productor de petróleo per cápita. Solamente en el año 2022 Guyana experimentó un aumento en su economía del 57,8%, según datos del Banco Mundial.

Esto es una muestra de cómo un país puede reducir su fragilidad por medio de una mejora de la economía. En este caso, Guyana se aprovechó de sus recursos naturale, y se especializó en estos, algo que también pueden hacer la mayoría de los estados fallidos, que son ricos en petróleo y otros recursos. Aunque la diversificación económica más allá del petróleo y la agricultura sigue siendo un desafío, la composición de las exportaciones de Guyana ha ido cambiando lentamente, en la cual otro tipo de productos han ido ganando más peso.

A su vez, cabe destacar que las inversiones en infraestructuras, las cuales son clave para asegurar la estabilidad del estado a largo plazo, han aumentado de manera considerable a partir del descubrimiento de los yacimientos petrolíferos. La inversión y cooperación extranjera se han visto impulsadas con el objetivo de desarrollar plantas de energías renovables y otras infraestructuras.

El gobierno guyanés ha sabido identificar las necesidades de la población y ha comenzado a invertir en el sistema educativo y sanitario nacional, para así aumentar la calidad de vida y la competitividad de su capital humano. En lo que respecta a la corrupción, se han creado organismos y fondos que controlen y lleven un seguimiento del gobierno, para así poder garantizar la seguridad de las inversiones extranjeras.

Por todo esto, Guyana es un claro ejemplo de cómo el impulso económico llevado de la manera correcta puede disminuir la fragilidad de los estados y, a su vez, repercutir a largo plazo en otras políticas que aumenten la estabilidad y la transparencia del gobierno, junto con las condiciones de vida de sus habitantes.

La economía: base para el desarrollo

En definitiva, aunque es un error simplificar los problemas de los estados fallidos afirmando que simplemente necesitan mejorar su economía para dejar de serlo, es importante saber darle la importancia que tiene esta, e identificar que impulsarla ha de ser el primer paso para poder salir de la situación de inestabilidad que viven.

En lo que respecta al desarrollo de medidas sociales en detrimento del avance económico, estas han de posponerse hasta asegurar la estabilidad económica en el largo plazo. Hay que recordar que todas las ideologías precisan de dinero y lo buscan para poder lograr sus objetivos y mantener sus políticas. En cambio, la economía puede prescindir perfectamente de un tipo de ideología concreta, por lo que la sociedad no va a poder desarrollarse de manera satisfactoria si no existe un clima de estabilidad económica en el que apoyarse.

Sin embargo, esto no significa que mientras se estabiliza la economía no se puedan llevar a cabo medidas para garantizar los derechos humanos y reducir injusticias. El desarrollo económico ha de realizarse dentro de unos estándares mínimos humanitarios que promuevan la dignidad de las personas y las condiciones justas para todos.

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