Etnia uigur: ¿Está Pekín haciendo una auténtica caza de brujas?
Por Iván López Miralles
"Me llamo Zumrat Dawut. Soy de Turquestán Oriental. La policía (de Xinkiang) me llamó y me dijo que quería que fuese a la comisaría. Entonces supe que iba a pasar algo malo, porque había oído que la policía había llamado a muchas otras personas y las había detenido. Salieron fuera y pasé toda la noche en aquella habitación. No me dieron comida, no me dieron agua y no me dejaron dormir. La policía vino fuera y me puso unos grilletes en los pies y una capucha negra en la cabeza y querían que fuese con ellos. Pensé que iban a ejecutarme o a matarme en algún sitio, y por eso tenía miedo. Había muchos, todos eran uigures. No había chinos. Y algunos de ellos estaban llorando, y cuando lloraban, la policía se ponía a pegarles y les decía: “no llores, no hables y no hagas ruido”.
En cuando a la vida en el campo de internamiento, a primera hora de la mañana teníamos que cantar el himno nacional chino, y teníamos que darle gracias a Xi Jinping. Después le alabábamos y alabábamos al Partido Comunista. Después de terminar el desayuno se suponía que nos llevaban a clase. Llevábamos grilletes en los pies y esposas en las manos, y obligaban a todo el mundo a tragarse una especie de pastilla que, cada vez que la tomábamos, sentíamos somnolencia y nuestra cognición no era muy clara. No pensábamos mucho".
Testimonio recogido en el medio El País, en “Los Cables Secretos de China".

Este pequeño testimonio de Zumrat, donde cuenta los entresijos de su estancia en los campos de internamiento a los que someten a los uigures, contiene una realidad muy latente. Abusos policiales, denigración y falta de respeto a los Derechos Humanos están a la orden del día. Contábamos recientemente en The Political Room que la Corte Penal de Investigación (CPI) había decidido no investigar las detenciones masivas de la población uigur en China tras haber sopesado las pruebas presentadas, siendo uno de los principales motivos que Pekín no es un Estado parte de la CPI. Aunque la resolución judicial aún no haya llegado, los testimonios como los de Zumrat ponen de manifiesto la vulneración de derechos que está sufriendo la población uigur. ¿Cuál es la historia y por qué se ha empezado a perseguir a esta población? Lo contamos a continuación.
Todo comienza en la región china de Xinkiang, donde cerca de 2 millones de Uigures de religión musulmana, están siendo perseguidos y encerrados en centros de reeducación con la única finalidad de moldear el pensamiento, degradando hasta lo más profundo la identidad de las personas que allí se encuentran.
Desde el nacimiento de la República Popular de China en 1949, pasando por la etapa de las cuatro modernizaciones de Deng Xiaoping, hasta llegar a la situación actual con Xi Jinping a la cabeza, China ha experimentado un crecimiento vigoroso. Ha pasado de aportar un 1,8% del PIB mundial a convertirse en la segunda economía del mundo. El modelo de descentralización productiva le ha permitido convertirse en la fábrica del mundo, pasando de imitar productos a apostar por la innovación.
En este contexto, con un objetivo claro de ocupar el centro del escenario internacional, China ha echado mano del soft power como instrumento para venderse al mundo. Su principal prioridad era exportarse con una fachada de aliado emprendedor, cuyo ascenso siempre sería de forma pacífica, por lo que ningún actor debería preocuparse de un posible conflicto directo. No obstante, su modelo se encuentra actualmente dando los últimos coletazos con claros síntomas de agotamiento.

Esta oscuridad al final del túnel ha llevado al gigante asiático a desprenderse de su tenue disfraz y tratar de ocupar el lugar que cree que le corresponde en el orden internacional a través de todos los medios habidos y por haber; y eso incluye entrar en conflicto con todo aquel que vaya en contra de sus intereses, así como someter a cualquiera que se salga de la línea marcada por el Partido Comunista Chino.
Este cambio de perspectiva queda ejemplificado en los diversos enfrentamientos que ha tenido con India en la frontera del Himalaya y, por otra parte, el caso que nos compete, el sometimiento de los uigures.
No vamos a sorprendernos de que el régimen Chino no muestre una simpatía natural por el cumplimiento del Estado de Derecho. Xi Jinping es el presidente vitalicio, y eso le confiere la oportunidad de planificar a futuro sin tener que preocuparse por las acciones que cometa hoy, con la total convicción de que su pueblo se mostrará subordinado a sus decisiones y, en el caso contrario, no dudará en emplear la fuerza, como así ya lo ha demostrado. El sometimiento de los críticos disidentes, el establecimiento de un control de vigilancia omnipresente sobre sus ciudadanos y la persecución de la población uigur, no hace más que alimentar la amenaza que supone el Gobierno Chino en materia de Derechos Humanos.
Como sabemos la población uigur es de mayoría musulmana. Su naturaleza étnica es sustancialmente más parecida a las poblaciones de Asia Central que a la etnia mayoritaria en China, los Han. Como consecuencia de los flujos de migración que se han producido durante las últimas décadas, el número de colonos Han no han parado de aumentar en la zona acentuando las fricciones entre ambas poblaciones y desplazando a los Uigures.

En los últimos años han sido muchos los medios de comunicación que han reportado la situación a través de reportajes autorizados por el gobierno chino. En estas visitas guiadas por los campos de reeducación, las autoridades de los centros aseguran que su única finalidad es reducir el extremismo religioso, así como enseñar mandarín y realizar todo tipo de actividades culturales. No obstante, los testimonios de numerosos uigures señalan que las autoridades de los centros son advertidos de la llegada de periodistas, las respuestas a las posibles preguntas están controladas al milímetro e incluso algunos presos son desplazados y encerrados con el fin de no interferir en la escenificación de una gran mentira.
Pero ¿cuáles son realmente los motivos por los que el gobierno chino persigue a los uigures? Adrian Zenz, uno de los mayores expertos mundiales en políticas de China en Xinkiang, ejemplifica esta incógnita en la llamada Lista de Karakax (Karakax es un condado de la ciudad de Jotán, zona donde más del 90% de la población es de etnia uigur).
Esta lista esclarece que el gobierno chino considera cualquier expresión de creencia religiosa como una cuestión de deslealtad. Entre los principales motivos de internamiento declarados destacan la violación de las políticas de control de nacimiento, cuestiones de desconfianza, motivos religiosos o vínculos con el extranjero. Es evidente que esta lista está concebida como un instrumento de disuasión, tratando de justificar estos centros de reeducación con el objetivo de combatir el terrorismo y el extremismo religioso. No obstante, gracias a testimonios como el de Zumrat la realidad es como la describe Adrian Zenz, una auténtica cazas de brujas.
Hasta el momento, como hemos visto, China ha salido indemne por la vulneración de Derechos Humanos. No es la primera, ni será la última vez que lo haga. China tiene un objetivo claro en mente que será llegar al año 2049 convertido en el actor central del escenario internacional. Xi Jinping hará todo lo que esté en su mano aunque ello implique la vigilancia y espionaje a su población, la vulneración de derechos y en definitiva la subordinación de cualquier persona, país u organización que sea concebida como una amenaza.

La dificultad para abordar esta cuestión radica en que el modelo institucional que fue creado en Bretton Woods sigue vigente en la actualidad, con un engranaje anacrónico que poco o nada tiene que ver con las demandas del periodo actual. Este sistema fue creado sin tener en cuenta al gigante asiático, dada su escasa relevancia a mediados de siglo pasado. Esto implica que en muchas cuestiones de ámbito legal, China salga indemne por no formar parte de determinados organismos internacionales. Mirando hacia futuro, las opciones son dos: o China entra a formar parte del marco institucional actual, o Pekín buscará otras vías autónomas, como ya lo ha demostrado con la creación de diferentes instituciones financieras como el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras.