Explorando las “líneas rojas” y la coerción en el conflicto ruso-ucraniano
En noviembre de 2021, el presidente Vladimir Putin dijo que Rusia se vería obligada a actuar si la OTAN cruzaba sus "líneas rojas" sobre Ucrania. Desde que estalló la guerra, el concepto de “línea roja” ha sido cuanto menos flexible. Si bien la capacidad de coerción debe tener un componente de credibilidad para su correcto funcionamiento, Moscú ha ido moviendo sus propias “líneas rojas”.
El objetivo de Occidente ha sido desde el primer momento evitar un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia, y esto ha marcado en gran medida la magnitud del envío de armamento a Kiev. Desde la transferencia de los aviones de combate MiG-29, pasando por los tanques Challenger, la batería de misiles antiaéreos Patriot, los misiles de crucero Storm Shadow y ahora el potencial envío de F-16. Tanto Estados Unidos como sus aliados han visto pocas respuestas tangibles ante estos movimientos, y es difícil saber hoy en día donde están las verdaderas líneas rojas.

En base a ello, este artículo busca profundizar en la compleja dinámica de la coerción y el papel de las líneas rojas en el contexto de la guerra. Las naciones suelen emplear tácticas de coerción para influir en el comportamiento de sus adversarios, mientras que las líneas rojas representan límites que, si se traspasan, desencadenan respuestas significativas.
N. Nelson (2014) las define como límites explícitos o implícitos que, de cruzarse, desencadenarían una respuesta o acción significativa. Las líneas rojas sirven como marcadores que delimitan acciones o comportamientos que un Estado considera inaceptables y que justificarían una reacción severa.
Para que una “línea roja” sea efectiva, el componente de coerción debe ser creíble. La coerción ha sido ampliamente estudiada y sus implicaciones en tiempos de guerra se han aplicado en múltiples conflictos modernos.

Jervis (1982) explora la aplicación de la teoría de la elección racional a las estrategias de coerción en conflictos internacionales. Su artículo, publicado en International Security en 1982, destaca varios puntos clave.
Jervis emplea la teoría de la elección racional como marco para analizar la dinámica de la coerción en tiempos de guerra. Esta teoría asume que los actores actúan racionalmente para maximizar sus propios intereses y toman decisiones estratégicas basadas en un análisis coste-beneficio.
Para que las estrategias de coacción sean eficaces, las amenazas y las acciones disuasorias deben ser creíbles, lo que significa que el actor coercitivo debe convencer al objetivo de que los costes del incumplimiento serán mayores que los posibles beneficios. La credibilidad depende de la percepción que tenga el objetivo de las capacidades del coaccionador, de su determinación y de las posibles consecuencias del incumplimiento.

Jervis también aborda los riesgos de la escalada y la manipulación en las estrategias de coacción. Las acciones coercitivas pueden conducir involuntariamente a una escalada si el objetivo se niega a cumplir o responde con contracoerción. Esto puede crear un ciclo de amenazas y contraamenazas crecientes que podría desembocar en un conflicto militar involuntario.
Robert Pape (1989) por su parte se centra en la idea de que el poder de hacer daño, más que la fuerza militar, es el principal mecanismo de coerción en las relaciones internacionales.
Pape sostiene que la capacidad de infligir dolor o daño, como las sanciones económicas, las amenazas o el uso de la fuerza militar, puede utilizarse para influir en el comportamiento de otros Estados. Subraya que la coerción no se limita a la fuerza física, sino que abarca también las presiones psicológicas y económicas.
La comunicación eficaz desempeña un papel crucial en la coacción. El coaccionador debe comunicar claramente al objetivo las exigencias y las consecuencias del incumplimiento, garantizando la credibilidad y la comprensión de la amenaza.
Pape sostiene que la coerción se emplea a menudo para evitar la guerra o alcanzar objetivos estratégicos sin recurrir al conflicto militar. Sin embargo, la coacción también puede desembocar en una guerra si el objetivo se niega a obedecer o responde con la fuerza.

Fearon (2001) explora en cambio la dinámica estratégica y la eficacia de la coerción en el contexto de los conflictos armados. Fearon se centra en la lógica y los cálculos tanto de los coaccionadores como de los objetivos en tiempos de guerra.
Fearon sostiene que la coerción en tiempos de guerra implica un proceso de negociación entre el coaccionador y el objetivo, en el que el coaccionador pretende inducir al objetivo a cambiar su comportamiento o a cumplir ciertas exigencias. El autor subraya que la coacción no es un proceso unilateral, sino más bien una interacción estratégica en la que influyen diversos factores.
El artículo profundiza en el concepto de señalización costosa en la coacción, en la que el coaccionador debe demostrar tanto su capacidad como su determinación de infligir un daño significativo al objetivo. Fearon subraya que la eficacia de la coacción depende de la percepción que tenga el objetivo del compromiso del coaccionador de cumplir sus amenazas. Es más probable que el objetivo ceda cuando cree que el coaccionador tiene los medios y la determinación para infligir costes sustanciales.
Fearon reconoce que existen riesgos e incertidumbres inherentes, ya que la coacción puede tener consecuencias imprevistas, provocar una escalada de la situación o provocar el desafío del objetivo. El coaccionador debe evaluar cuidadosamente los costes, riesgos y beneficios potenciales antes de decidir emplear la coacción. Los coaccionadores a menudo se enfrentan a presiones de tiempo, ya que cuanto más tiempo dura la coacción, más difícil resulta mantener la credibilidad y sostener los costes de la coacción.
Fearon analiza el concepto de "punto muerto mutuamente perjudicial" en la coacción, en el que tanto el coaccionador como el objetivo llegan a un punto en el que los costes de continuar el conflicto superan los beneficios potenciales. En tales situaciones, la coacción puede ser un medio para inducir negociaciones y resolver el conflicto.
De esta manera, podríamos preguntarnos cual es el papel de las líneas rojas en la gestión de crisis. Astorino-Courtois et al. (2019) analizaron el significado y la eficacia de las líneas rojas en la gestión de crisis y examinaron su papel en la conformación del comportamiento del Estado en momentos de mayor tensión.
Los autores argumentan que las líneas rojas desempeñan un papel crucial en la gestión de crisis al proporcionar una clara delimitación de acciones o comportamientos inaceptables que desencadenarían una respuesta severa. Las líneas rojas sirven como medio para establecer la disuasión, señalar la determinación y dar forma a los cálculos y expectativas tanto de adversarios como de aliados.
Los autores reconocen que las líneas rojas pueden ser subjetivas y estar abiertas a la interpretación, lo que puede dar lugar a percepciones erróneas y malentendidos entre las partes implicadas en la crisis.
Además, los autores señalan que la imposición de líneas rojas puede tener a veces consecuencias imprevistas, como una escalada accidental o una pérdida de control sobre la situación. Los Estados deben asegurarse de que sus líneas rojas son creíbles, demostrando su voluntad y capacidad de cumplir sus amenazas o promesas.
Las incoherencias o las deficiencias percibidas en el cumplimiento pueden socavar la eficacia de las líneas rojas y erosionar la disuasión. El establecimiento de líneas rojas requiere una cuidadosa consideración para evitar arrinconarse inadvertidamente o erosionar la credibilidad por una aplicación incoherente. Los adversarios también pueden tratar de poner a prueba o explotar las líneas rojas, lo que podría conducir a una escalada involuntaria.

Esta conclusión puede extrapolarse a la dinámica vista durante la guerra de Ucrania y las amenazas de Moscú. Occidente busca poner a prueba, de manera controlada, las líneas rojas de Rusia, mediante el envío escalado de armamento cada vez más potente.
Stevenson (2013) lo deja claro cuando menciona que las líneas rojas pueden crear dilemas entre la credibilidad y la cautela, pues los Estados deben equilibrar la necesidad de demostrar determinación con los riesgos de una escalada o un enredo involuntarios. Las líneas rojas también pueden plantear problemas a la hora de gestionar alianzas y coaliciones, ya que las diferentes interpretaciones o compromisos respecto a las líneas rojas pueden dificultar la cooperación.
Alemania y Francia tardaron en unirse a la alianza de países que proporcionaban armamento pesado como tanques, baterías antiaéreas o incluso entrenamiento para cazas, por miedo a una potencial escalada nuclear con Rusia.
Stevenson sostiene que las líneas rojas vagas o cambiantes pueden crear confusión y aumentar el riesgo de una escalada no intencionada. Los Estados deben considerar cuidadosamente las posibles consecuencias y las señales no deseadas que se envían al establecer o alterar las líneas rojas.
En conclusión, comprender la dinámica y la eficacia de las estrategias de coerción permite a los investigadores analizar cómo los actores tratan de influir en el comportamiento de los adversarios mediante amenazas, la fuerza y la manipulación de costes y beneficios. La coerción, cuando se ejecuta con credibilidad y una comunicación clara de las consecuencias, puede disuadir de la agresión y evitar la escalada de los conflictos.