Filipinas: Una política exterior entre dos aguas (Parte 2/2)
En la primera parte de este artículo pudimos hacer un repaso histórico de las relaciones exteriores de Filipinas respecto de sus vecinos y especialmente China. En esta segunda parte evaluaremos el presente y el posible futuro que jugará este país en la disputa entre EEUU y el gigante asiático.

El pragmatismo de Duterte
Duterte recogió el testigo de unas relaciones con China que han experimentado ciertas turbulencias, con la emergencia de varias controversias y disputas. Los problemas de los proyectos de desarrollo han arrojado dudas sobre la integridad de las inversiones chinas y revelaron la susceptibilidad al soborno de las instituciones filipinas. Además, la tensión en la disputa marítima entre los dos países ha llevado al deterioro de las relaciones bilaterales, que han alcanzado su punto más bajo desde que fueron establecidas en junio de 1975.
Sin embargo, bajo la administración de Rodrigo Duterte, las relaciones bilaterales han dado un giro inesperado, desde una percepción más hostil a una visión más amigable. En su visita a China en octubre de 2015, Duterte anunciaba la realineación con China, después de 5 años sin contactos de alto nivel entre los dos gobiernos. Duterte optó por restar importancia a los problemas de seguridad en favor de revivir las relaciones políticas y perseguir los lazos económicos con China.
Durante la administración de la presidenta Aquino, las relaciones bilaterales con China estuvieron marcadas por las disputas marítimas. Desde 2012, China se ha hecho con el control efectivo del Arrecife Scarborough, situado en la Zona Económica Exclusiva de Filipinas. La situación se agravó aún más por el establecimiento ilegal de infraestructuras en la zona y la prohibición de acceso a los pescadores filipinos.
Bajo este contexto, en el año 2016, el Tribunal Internacional del Derecho sobre el Mar se pronunció con respecto a esta cuestión. En su fallo reiteraba que “Filipinas tenía derechos de soberanía exclusivos sobre el Mar de Filipinas Occidental y la línea de nueve perlas de China basada en derechos históricos es inválida”. La respuesta de Pekín se basó en rechazar cualquier tipo de decisión del tribunal de arbitraje y acusar a Estados Unidos y a otros países como Japón de injerencia en la disputa.
Desde entonces, Duterte se ha tenido que enfrentar a dos desafíos fundamentales: cómo manejar las relaciones con China tras la decisión del tribunal y definir el rol que la alianza Filipinas-Estados Unidos debería jugar en las próximas disputas en el Mar del Sur. Las primeras declaraciones de Duterte fueron una hipérbole pero ya marcaban la orientación de sus preferencias: una posición más pragmática con respecto a China. “Puedo hablar con más franqueza con los chinos que con los americanos” declaraba en una de sus intervenciones. Destacó que estaba abierto a cooperar con China en negociaciones bilaterales persiguiendo el desarrollo conjunto de recursos, y que minimizaría la cuestión de la soberanía si China hacía lo mismo.
Por su parte, la postura respecto a Estados Unidos es ciertamente complicada. La posición de Duterte parece encaminada a dudar de la sinceridad y fiabilidad de Washington, que no habría ayudado en la prevención de China de construir islas artificiales en las aguas reclamadas por Filipinas. “Si a Estados Unidos le hubiera importado, éste habría enviado aviones de combate y fragatas de misiles en el momento que China empezó a reclamar los territorios, pero eso no pasó”.

Al mismo tiempo reconocía la importancia de Estados Unidos para mantener el equilibrio de poder en Asia: “no podemos librar una guerra con China porque no tenemos brazos, por lo que estamos condenados a pedir ayuda a Washington porque es la única fuerza capaz de luchar contra China, pero no queremos hacer eso, por eso pedimos a los chinos que no busquen problemas”.
Por lo que hemos visto, parece que Duterte considera que concentrarse más en el comercio y en los aspectos económicos de las relaciones entre Filipinas y China beneficiaría a la población más que insistir en las demandas marítimas. Además, la administración de Duterte anunció una política exterior “independiente” que busca desengancharse de la dependencia de Estados Unidos, al estilo de la “nueva política exterior bielorrusa” con Rusia.
Aprovechando la “carta de China” y minimizando la histórica victoria de Filipinas en sus reclamos marítimos, el gobierno de Duterte desafió la dependencia estratégica respecto a Estados Unidos. Al mismo tiempo, también impulsó a Washington a reevaluar su papel clave en Filipinas en la proyección de una presencia estratégica continua en la región.

Pese a este nuevo enfoque pragmático de Filipinas en sus relaciones bilaterales con China, en la actualidad las tensiones entre ambos en el Mar del Sur son más que palpables. Filipinas ha aumentado el número de patrullas con un incremento nunca visto en los últimos años, después de que China enviara 287 buques de la milicia marítima hacia la Zona Económica Exclusiva filipina. “Nuestra amistad termina aquí” decía Duterte después de la decisión de Filipinas de no retirar buques en aguas disputadas en el Mar de China Meridional.
Una relación complicada con numerosos bandazos que dificultan realizar un pronóstico del devenir de los acontecimientos. Incertidumbre es la palabra. Una incertidumbre que puede decantar la balanza en cualquier dirección.
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