Medio de comunicación independiente

Por Yago Rodríguez.

A pesar de las amenazas de Grecia de oponerse a una exploración por la fuerza, Turquía comenzó los estudios de hidrocarburos en el Mar Egeo durante la primavera de 1974. Un buque hidrográfico de la marina turca, el Candarli, realizó estudios sísmicos amparado por un ejercicio naval, y las tensiones aumentaron a medida que ambos ejércitos se pusieron en alerta. Grecia se abstuvo de emprender una acción militar [...] La crisis del Egeo empequeñeció cuando se produjo el golpe de Chipre y la posterior invasión turca.

Por todos aquellos que seguimos la actualidad internacional es de sobra sabido que en el Mediterráneo Oriental la inestabilidad crece a golpe de conflicto, pero de entre todos estos, el más antiguo y el potencialmente más grave es el que involucra a dos Estados: Grecia y Turquía.

Enraizado en la historia y hasta en el relato mítico de sus respectivas naciones, griegos y turcos se ven a si mismos como las cunas de culturas distintas, y a menudo antagónicas, que han cristalizado en choques y limpiezas étnicas a lo largo de la historia. La última como consecuencia de la Guerra de Chipre de 1974.

A principios del año 2000 un observador externo podría haber pensado que las fuentes históricas de conflicto se estaban diluyendo , sin embargo siempre quedaron rescoldos en la forma de reclamaciones territoriales, marítimas y el siempre candente asunto de Chipre.

Los rescoldos de ayer se convierten en la leña de hoy, y así avivan la evolución de la política turca en la última década: La desaparición de los Kemalistas, la purga de los Gülenistas, la autocracia de Erdogan y el descenso hacia una suerte de neo-otomanismo impulsado por las estrafalarias ideas de figuras como el Almirante Cem Gurdeniz.

Ciertamente, no sabemos si lo anterior significa que "Turquía ha recuperado la confianza en si misma", como muchos académicos turcos alegan, o si es que ha desarrollado un exceso de confianza ante lo que bajo cierta perspectiva constituyen éxitos  de su política exterior:

  • La conquista de parte del Norte de Siria.
  • La intervención en Idlib con momentos agridulces.
  • La supervivencia del GNA.
  • El apoyo a Azerbaiyán ante Armenia.
  • La intervención contra los kurdos en Iraq.

Debemos distinguir dos componentes de los éxitos militares turcos: De un lado, las Fuerzas Armadas, y de otro lado la voluntad política de usarlas.

Turquía siempre fue uno de los grandes Estados de Oriente Próximo, pero nunca desde su fundación había tenido la voluntad de utilizar sus Fuerzas Armadas (FFAA en adelante) más allá de proteger sus intereses ante los kurdos o Grecia. Sin embargo, tras varias campañas militares exitosas e insuflada por una nueva corriente política, Turquía se ha malacostumbrado a utilizar su herramienta militar como medio para obtener peso político y hasta riqueza económica, y no como última ratio para conservar aquello que ya poseen.

Voluntad, uso de la fuerza, triunfos bélicos y una corriente política que acepta mayores riesgos, constituyen acicates que nos han llevado a donde estamos: Turquía realizando malabares estratégicos sobre las aguas griegas provocando la enésima escalada que viven ambos Estados.

Es cierto no obstante, que todo esto ha pasado factura a Ankara, sobre todo en términos económicos y diplomáticos, sin embargo hay que recordar que países como Irán, Cuba o Corea del Norte demuestran que existiendo voluntad política y cierta base material, las penalizaciónes económicas o diplomáticas se pueden sobrellevar.

Dicho esto, la respuesta de la Unión Europea respecto a este tipo de políticas ha sido tibia, como poco, por no decir que han sido solo ciertos Estados y no la Unión quienes se han posicionado realmente.

No parece haberse aprendido la lección de 2015, cuando los flujos migratorios hicieron de toda Europa un mismo ente afectado por la dinámica de los refugiados, que fue promovida por Ankara para obtener réditos. Las desavenencias, la división y solo en parte, el Brexit, fueron las consecuencias.

No contentos con lo anterior, se le ha permitido a potencias como Turquía o Rusia instalarse cómodamente en Libia, otra encrucijada de los flujos migratorios controlada militarmente por Estados que distan de ser amigables ¿Y el lenguaje del poder?

Hubo un cambio dialéctico por parte del Alto Representante Josep Borrell, y además debemos reconocerle la rapidez a la hora de orquestar la Operación Irini, pero las palabras y la Operación Irini han sido aplastadas por la roda de las fragatas turcas y de los aviones rusos o más bien por la decidida voluntad de Recep Tayip Erdogan y Vladimir Putin.

Mientras tanto, el artículo que alude a la seguridad colectiva dentro del Tratado de la Unión Europea se convierte en papel mojado cuando nada se hace para ayudar a la pequeña Grecia, que para más inri fue quien soportó la crisis migratoria y la financiera.

Naturalmente nadie habla de ir a la guerra, ni mucho menos, pero sí al menos de adoptar algún tipo de medida, aunque solo sea económica, que penalice a Erdogan, de otra forma no solo se estará demostrando, de nuevo, la insolidaridad europea sino que se estarán consintiendo comportamientos que crean dinámicas viciosas y que rompen los equilibrios regionales.

En conclusión, es necesario que se adopten medidas reales en diversos asuntos, en particular Grecia y Libia, por parte de la Unión Europea, si no para preservar un interés estratégico inexistente, si al menos para demostrar cierta unidad de acción que de credibilidad a una UE cuya acción exterior parece ser carne de meme.

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