Guía para ser sede de un Mundial: Los ejemplos de Qatar y Rusia
El mundial de fútbol es, con diferencia, el evento deportivo más importante del planeta. La cita futbolística concentra a cientos de millones de espectadores de todo el mundo, lo que implica una dimensión económica sin paragón; venta de derechos de emisión, merchandising, patrocinios, infraestructuras… En este sentido es fácil comprender que la competición no sólo se juega en el campo sino fuera de él, de hecho, comienza mucho antes del mundial en sí, con la elección de la sede que acogerá el máximo torneo deportivo.

La FIFA es la entidad encargada de organizar el mundial y elegir la sede del torneo, con tanto dinero en juego y un proceso de elección opaco, no es de extrañar que las sospechas de corrupción hayan empañado la preparación del torneo desde hace años. ¿Es la FIFA una organización realmente corrupta? Hoy hablamos de los dos últimos mundiales, en Rusia y Qatar.
Rusia
En marzo de 2009 se presentaron cinco candidaturas para albergar el mundial de 2018; México, Inglaterra, España-Portugal, Bélgica-Países Bajos y Rusia. México retiro su candidatura en septiembre de ese año por los costes de la candidatura, dejando sólo cuatro pretendientes para la fase final.
Todo apuntaba a que no iba a haber mucha emoción en las votaciones pues España partía como gran favorita, la candidatura conjunta cumplía todos los requisitos y las ya preparadas infraestructuras del país, capacitadas para albergar grandes eventos, suponían una ventaja que el resto de las candidaturas no podían igualar.
De hecho, parecía que ya estaba decidido que el mundial se jugaría en España antes de votar, tras unas declaraciones del entonces presidente de la FIFA Joseph Blatter asegurando que sería un honor que España acogiera la copa del mundo. La Federación española también lo daba por hecho con su entonces presidente, Ángel María Villar, que declaraba “vamos a ganar” tras una visita de Blatter.
La votación no se produjo hasta el año siguiente. España llegaba como campeona del mundo, lo que ponía su candidatura en una posición de partida única y todo llevaba a pensar que este sería también el año de España tanto dentro como fuera del terreno de juego. Sin embargo, el comité ejecutivo de la FIFA, compuesto por 24 miembros que son quienes eligen la sede, no lo tenía tan claro y en la primera ronda se impuso Rusia con 9 votos frente a los 7 de España, en la segunda ronda se confirmaron los temores de la delegación española y Rusia volvió a imponerse por 13 votos frente a 7. El mundial de 2018 se jugaría en Rusia.

La victoria rusa fue una sorpresa teniendo en cuenta que, de los 16 estadios que albergarían los partidos, 13 estaban sin construir al momento de la votación y los 3 restantes requerían renovaciones importantes. Además, la propia FIFA había mostrado su preocupación por las infraestructuras rusas, la limitada red de trenes de alta velocidad de Rusia y su falta de conexiones entre ciudades (sólo seis de las ciudades en las que se iban a celebrar partidos estaban conectadas entre sí por alta velocidad), lo que suponía mucha presión sobre el transporte aéreo ruso, que podía provocar disrupciones ante la falta de alternativas para el transporte de larga distancia. Siendo así, ¿cómo pudo imponerse Rusia?
Las votaciones estuvieron marcadas desde el primer momento por la corrupción, de hecho, de los 24 miembros del comité ejecutivo de la FIFA sólo votaron 22, pues los otros dos se encontraban suspendidos por aceptar sobornos.
Después de años de investigación el Departamento de Justicia de EE. UU. aseguró que representantes de Rusia habían sobornado a miembros del comité ejecutivo de la FIFA. Jack Warner, miembro del comité ejecutivo, recibió 5 millones de dólares por votar por Rusia, mientras que a Rafael Salguero, oficial guatemalteco, se le prometió un millón de dólares si votaba a Rusia.
A pesar de la polémica por las sospechas de corrupción, la cuestión de los derechos humanos respecto al tratamiento de las personas LGTB en Rusia e incluso el uso de trabajadores forzadosnorcoreanos para construir los estadios del mundial, el mundial acabó celebrándose con normalidad.

Qatar
Si la elección de Rusia como país anfitrión cuatro años después de la anexión de Crimea ya generó polémica, la de Qatar como sede de la cita de 2022 no eliminó la sombra de sospecha. Estados Unidos partía como gran favorito para albergar el mundial, pero la votación de la FIFA arrojó sorpresas de nuevo y el vencedor fue el pequeño país de Oriente Medio, obligando a celebrar el mundial en noviembre para evitar las altas temperaturas de verano. De nuevo un país con una candidatura a priori más débil que la de sus competidores se hacía con el torneo y, de nuevo, la corrupción tenía la respuesta.
Según la investigación estadounidense, tres oficiales sudamericanos (de Argentina, Paraguay y Brasil) recibieron dinero por votar por Qatar. Aproximadamente 20 días antes de la votación la televisión qatarí Al Jazeera firmó la compra de derechos del mundial por 400 millones de dólares, con 100 millones extra para la FIFA si Qatar celebraba el mundial. La FIFA, por su parte, niega que este acuerdo tuviera influencia alguna en la elección de la sede.
La FIFA abrió una investigación sobre estos hechos, pero se negaron a publicar los resultados de la misma, haciendo público solo un sumario de 42 páginas (la investigación completa ocupaba unas 350) que exculpaba a la FIFA como organización. El investigador jefe, el estadounidense Michael García, dimitió en protesta.

Finalmente Qatar ha acabo albergando la copa del mundo más cara de la historia, a pesar de las más de 6.000 muertes en la construcción de estadios deportivos, la falta de respeto por los derechos humanos y el dudoso proceso selección.
¿Es la FIFA una organización corrupta? ¿Compraron Rusia y Qatar sus mundiales? La respuesta a ambas preguntas solo puede ser sí. El propio presidente de la FIFA Gianni Infantino reconoció que la FIFA actuaba como una organización criminal. Las investigaciones y confesiones han probado que los sobornos están a la orden del día en la FIFA y que sí, Qatar y Rusia compraron sus mundiales, pero esto no supuso una excepción, sino que el soborno era el método habitual para decidir las sedes mundiales tal y como ocurrió con Brasil 2014, Sudáfrica 2010 o Alemania 2006.
Charles Blazer, el exsecretario general de la CONCACAF, admitió haber recibido sobornos por parte de Marruecos para adjudicarles el mundial de 1998 (curiosamente, afirma que aún así votó por Francia, dónde se celebró finalmente el mundial) y lo mismo ocurre con las subastas para hacerse con los derechos de emisión, dónde se incluyen sistemáticamente las mordidas correspondientes a los funcionarios de la FIFA.
Como respuesta al escandalo la FIFA decidió cambiar el proceso de votación y ahora en lugar de votar sólo los 24 miembros del comité ejecutivo votan los 211 delegados de los países asociados, dificultando así el soborno a miembros clave que puedan decantar la votación de un lado u otro. Bajo este sistema se ha otorgado la celebración del mundial 2026 a EE. UU., Canadá y México.
Política, deporte y dinero forman un triangulo inseparable. El fútbol es, probablemente, el mayor negocio del mundo y todos quieren su parte del pastel haciendo lo que esté en su mano para conseguirlo. Los gobiernos tratan de utilizar estas citas como escaparate para mostrar su modelo y su cultura a todo el mundo y atraer inversiones, y esto no es una estrategia nueva inventada por Qatar o Rusia.
El mundial de 1934 (el segundo de la historia) se celebró en la Italia fascista, el mundial del 78 bajo la Argentina de Videla y con otras competiciones deportivas globales ocurre lo mismo, los juegos olímpicos de Berlín de 1936 sirvieron como visión imponente del régimen nazi o, sin irnos más lejos, los juegos olímpicos de invierno en 2014 celebrados en Rusia mientras se ultimaba la anexión de Crimea.
Allá donde haya una oportunidad de hacer dinero y mejorar su imagen los regímenes del globo trataran de aprovecharse de ella. Ellos quieren comprar y la FIFA siempre está dispuesta a venderse. Qatar y Rusia son sólo dos ejemplos más de la clásica hipocresía que defiende la inclusión y el respeto por los derechos humanos hasta que llega la cifra suficiente como para olvidarlos. Mientras tanto, el balón sigue rodando.