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El conflicto en Ucrania ha generado una reacción sin precedentes por parte de la Unión Europea que promete ser un punto de inflexión de cara al futuro. La Unión siempre ha carecido de una política exterior eficiente y ahora la propia presión de los acontecimientos le ha obligado a desarrollar una postura sobre la marcha, ¿estamos ante el nacimiento de una Unión geopolítica?

Las banderas de la UE hondeando en el edificio de la Comisión en Bruselas.

La pérdida de la inocencia

La Unión Europea no ha desarrollado una política exterior a la altura de su potencial comercial por varios motivos, el primero es la propia estructura en construcción de la UE, las competencias en política exterior continúan en manos de los estados y, a medida que ha ido ampliándose la red de miembros, más difícil se ha vuelto conseguir la unanimidad necesaria para generar posturas comunes, la propia estructura de toma de decisiones lastra la constitución de una política exterior efectiva.

Por otro lado, esto también es así porque no se ha querido que sea de otra manera. En Europa (principalmente en Berlín, grandes valedores de esta estrategia) se ha impuesto una visión del mundo en la que la interdependencia económica y las buenas relaciones entre estados bastaban no sólo para evitar el conflicto, sino también para contribuir al desarrollo de ambas partes.

Según esta teoría, a medida que los demás países se desarrollaran (Rusia y China, por ejemplo) irían adoptando progresivamente los valores europeos y occidentales y, por tanto, acercándose más a la Unión. Así la convergencia económica generaría también cierta convergencia en valores e instituciones. Esto era una postura extremadamente ingenua que la realidad se ha encargado de desmentir incluso antes de la invasión de Ucrania.

En contrapartida a este pensamiento, la Comisión de Von der Leyen prometió ser la primera Comisión geopolítica de la historia basada, en parte, en el reconocimiento de esta realidad, es decir, que el poder blanco y las relaciones comerciales no iban a cambiar las posiciones de países que tenían valores muy diferentes a los nuestros, la situación en Ucrania simplemente ha terminado por dinamitar una ilusión a la que ya empezaban a vérsele las costuras.

De esta manera, podríamos decir que la Unión ha pasado por un proceso de madurez y de pérdida de la inocencia, en Bruselas ya admiten sin ambages que sólo con el poder blando no es suficiente para defender nuestros interés e influir en nuestro entorno, y que el mundo es un lugar peligroso y crecientemente inestable por lo que la Unión tiene que convertirse en un proveedor de seguridad si quiere hablar de tú a tú con las grandes potencias mundiales.

En el ámbito de la energía es dónde se hace más evidente este cambio, si antes precisamente lo que se buscaba era generar interdependencia con respecto a Rusia (Rusia necesita el mercado europeo y Europa su gas) y esta se veía como algo positivo ya que “obligaba” al mantenimiento de unas buenas relaciones e impedía a ambas partes una ruptura total, ahora precisamente se busca la independencia y acabar con las compras de combustibles fósiles rusos.

A corto plazo, se hará diversificando proveedores para no depender tanto de un solo actor, más aún de un actor hostil como es Rusia, pero a largo la Unión busca no depender de nadie gracias al impulso de las energías renovables, que permitirán ganar en independencia y ahorrar costes no sólo a las arcas del estado sino también a los consumidores.

La energía es sólo un ejemplo de los campos dónde la UE está tratando de reducir su dependencia del exterior; la fabricación de microchips, la producción de alimentos y medicamentos o los aumentos del presupuesto militar, responden también a esta pérdida de inocencia en la que UE podía dejar sectores vitales de su economía en agentes externos, ahora Bruselas sabe que tiene que valerse por sí misma.

Nuevas promesas, mismos problemas

La UE ha dado pasos importantes estas últimas semanas y hay que reconocer su buen hacer en política exterior, algo para nada habitual. Sin embargo, sin dejarnos llevar por el optimismo y mirando a largo plazo, la Unión se va a encontrar con grandes problemas para mantener este impulso como actor exterior.

En primer lugar, el mayor lastre de la UE continúa presente, la unanimidad sigue siendo el método para la toma de decisiones en materia exterior y, mientras esto continúe siendo así, Bruselas lo tendrá muy difícil para ser un actor efectivo. Es cierto que ahora se ha producido el consenso necesario para imponer las sanciones más duras de la historia que, además, están teniendo un impacto considerable en los ciudadanos europeos, pero esto responde más a factores coyunturales que a una nueva realidad.

La invasión rusa de Ucrania es un hecho tan cercano, tan grave y con tan poca justificación que el consenso en su contra lo generó Rusia con sus acciones, por eso no es esperable que un hecho así vuelva a producirse, por lo que no es realista pensar que a partir de ahora será más fácil generar la unanimidad necesaria para actuar de manera efectiva como Unión.

De hecho, a medida que las sanciones se prolonguen en el tiempo y afecten a los electores europeos es muy posible que muchos gobiernos se sientan presionados para relajarlas y ahí el consenso volverá a verse amenazado.

Con respecto a la defensa, la mayoría de planes que hemos visto vienen de los estados miembros, que van a aumentar el gasto militar por su cuenta y, salvo proyectos ya existentes, como la brújula estratégica o la Fuerza de Intervención Rápida, no se están proponiendo soluciones europeas en materia militar más allá del reforzamiento de la Alianza Atlántica, por lo que en la práctica aún no hemos visto ni siquiera proyectos nuevos que apoyen el entusiasmo acerca del nacimiento de la Europa de la defensa.

Uno de los pilares de la política exterior europea que más suele pasarse por alto es la política de adhesión. Estos días hemos visto la petición de entrada de Ucrania, Moldavia y Georgia en la UE, pero conviene recordar que ninguno de estos países entrará en la Unión ni a corto ni a medio plazo, la adhesión es un proceso complejo que lleva mucho tiempo y estos Estados están extraordinariamente lejos de cumplir con las condiciones de entrada. Sin embargo, algunas de las iniciativas más interesantes de la UE en su entorno podrían generarse en este ámbito.

A la UE se le ha acusado (con razón) de no tener políticas efectivas para su vecindario más allá de la política de adhesión, teniendo en cuenta la situación existente de presión para acelerar determinados procesos de integración no sólo en Ucrania sino también en Macedonia del Norte y Albania y, sabiendo que la integración en Europa tardará décadas, la UE tiene por primera vez tanto los incentivos como la presión necesaria para generar nuevos mecanismos de colaboración e integración con sus vecinos que no sean la propia adhesión. De momento no tenemos anuncios ni proyectos oficiales, pero es esperable algún movimiento en este sentido.

La UE no es un gigante dormido que comienza a despertar como dicen algunos, la UE es un gigante despierto pero encadenado, encadenado por un proceso de toma de decisiones ineficaz y una estructura organizativa que impide tomar decisiones rápidas y efectivas. Parece que el gigante está bien despierto y con ganas de caminar pero las cadenas continúan allí, puede que se hayan aflojado un poco y se haya ganado margen de movimiento, pero sin una reforma profunda el gigante seguirá estancado, anclado en la inoperancia.

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