Medio de comunicación independiente

Por Iván López Miralles

Cuando Joseph Nye, geopolítico y profesor estadounidense, pronunció por primera vez el término soft power en 1990, la concepción de poder clásico, entendido como la capacidad de un Estado de imponer su determinación sobre su adversario moldeando su conducta y llevándolo a emprender acciones que de forma voluntaria nunca llevaría a cabo, llegaría a una nueva dimensión, abriendo una etapa sin precedentes en la cual la revolución informativa demandaría nuevas formas de emplear la diplomacia.

Foto: Joseph Nye, padre del término soft power.

Podemos definir el soft power o poder blando, como la capacidad de un Estado para emplear los recursos procedentes del conocimiento con el fin de influir en los procesos diplomáticos. Si pasamos de la teoría a la práctica, las cosas resultan mucho más tangibles. Pensemos por un momento en las clásicas formas de diplomacia. Nos encontramos en el año 1648, en la región de Westfalia, donde finalmente se pondría punto y final a la Guerra de los 30 años en Alemania y la Guerra de los 80 años entre España y los Países Bajos, mediante un tratado de paz del cual participarían los principales monarcas de la época.

Sin embargo, quedaron atrás los años en los que para emprender acciones diplomáticas entre dos países se tuvieran que reunir las cúpulas elitistas. Hoy en día, el mismo presidente de los Estados Unidos puede escribir un tweet en el cual ponga en cuestionamiento la capacidad intelectual de cierto líder norcoreano, y las relaciones diplomáticas entre ambos países emprenderían una carrera abocada al desastre. Las redes sociales se han convertido en un instrumento clave y, quien las domine, dominará el orden económico internacional.

Foto: Paz de Westfalia de 1648.

En el año 1983 surge Internet y con él un cambio en el orden internacional. Durante los años venideros, el número de usuarios empezaría a crecer y con ello la interconexión a nivel mundial comenzaría a ser una realidad palpable. La velocidad de procesamiento de los microchips se multiplicaba exponencialmente ofreciendo mayores posibilidades digitales. Desde el año 2013, el boom de las redes sociales no ha hecho más que reforzar el proceso de globalización, por el cual ningún actor que participe en este juego se encontrará exento de verse afectado directa o indirectamente por las decisiones que emprendan otros actores.

Foto: Tweet de Donald Trump haciendo referencia a la superioridad nuclear de EEUU respecto a Corea del Norte

Hemos visto únicamente una cara de la moneda. Evidentemente, el boom de la revolución informativa y de las redes sociales ha implicado que los Estados tengan que adaptarse en la búsqueda constante por influir y marcar su agenda con el único fin de generar credibilidad. A pesar de esto, la capacidad de doblegar a tu adversario a través de los canales oficiales de ensalzamiento del poder militar sigue siendo para muchos una realidad aún muy patente. Pensémoslo un momento. Si preguntáramos a la sociedad civil, ¿Qué aspecto considera más importante que debe presentar un Estado a la hora de ejercer su poder? Seguramente el poder militar y el desarrollo económico ganarían por goleada. Estamos por lo tanto hablando del hard power o poder duro.

En este contexto, los ejemplos se vislumbran con mucha más facilidad. El caso norcoreano, un actor presente en el panorama internacional y cuyas acciones a lo largo de los últimos años distan mucho de ser consideradas pacíficas, únicamente es capaz de marcar su agenda a través del almacenamiento de armas nucleares. Se trata de un país que no posee capacidad económica, ni reservas de recursos naturales, y que se encuentra ahogado por sanciones de medio mundo aunque en la práctica encuentre canales secundarios para escabullirse de ellas.

Foto: Varias rutas por Internet.

No obstante, esto no implica que el líder de un Estado tenga que echar a cara o cruz que tipo de poder utilizar. Esto va más allá. Cabe recordar una de las leyes de la geopolítica por la cual todo vacío de poder será inmediatamente reemplazado por las aspiraciones de otro actor del panorama internacional.

Por lo tanto, no resultaría muy convincente que EEUU, por poner un ejemplo, se desarmara nuclearmente, mientras otros actores de la escena internacional tengan la capacidad suficiente como para ensombrecer esa posible debilidad militar, es decir, el equilibrio es fundamental. Puede que la revolución informativa esté en su punto más álgido y que las formas de generar credibilidad y legitimidad hayan cambiado, pero es evidente que, por ahora, un país puede marcar su agenda únicamente con la producción de armas nucleares, lo que es una realidad peligrosa.

Las dos Guerras Mundiales sucedieron como consecuencia del agotamiento de un modelo que simplemente explotó. El Patrón Oro ya no generaba confianza y, como consecuencia de las aspiraciones colonialistas de las principales potencias del momento, ocurrieron una serie de fricciones que llevaron a una escalada armamentística derivando en el estallido de un conflicto bélico a gran escala. Posteriormente surgió una nueva forma de guerra, más fría y estratégica, nunca mejor dicho, donde el actor que se mostrara al mundo como una potencia con mayor arsenal nuclear salía victorioso.

Foto: Desfile del armamento nuclear norcoreano.

Desde entonces hemos vivido uno de los períodos de estabilidad más largos de la historia reciente, donde se asemeja complicado, sino prácticamente imposible, un conflicto armado entre los principales socios occidentales, puesto que en la actualidad todos apuntan a una misma dirección, aunque esto no implica que en un futuro la situación gire drásticamente.

El poder blando abre las puertas de una nueva forma de hacer diplomacia. No obstante, no todos los líderes mundiales han interpretado correctamente como ejercer ese tipo de poder. La capacidad de generar atracción sólo es posible si generas la credibilidad y legitimidad suficiente en la forma en la que te presentes al mundo. Escribir un puñado de tweets no es la elección acertada. Se debe realizar un esfuerzo consciente. Es el momento del cambio.

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