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Conforme acaba esta década se apagan entre la población iraní las ilusiones generadas a partir de la elección como presidente del país de Hasan Rohani  en 2013, su reelección en 2017 y sobre todo la victoria de la coalición moderada-reformista que le apoyaba en las elecciones parlamentarias de 2016.

Esta victoria, prácticamente total, suponía el control no solo de los órganos legislativo y ejecutivo, sino también el de las grandes urbes del país y diversos órganos propios del sistema político iraní conocido comovelayat e fiqh”que permitían entre otras cosas elegir al sucesor del Ayatollah Jamenei en caso de fallecimiento.

Sin embargo, todo este poder no ha supuesto un cambio sustancial en la vida de los iraníes, que ven como cada vez es más difícil llegar a fin de mes por culpa de la hiperinflación que se come sus ahorros mientras el gobierno elimina subvenciones a productos de primera necesidad. La falta de ingresos por las fluctuaciones del precio del petróleo impiden mantener un sistema de protección social. Además, su agresiva política internacional consiste en financiar a grupos armados en Iraq o Líbano, tropas y milicias en Siria y probablemente armas e instructores en Yemen.

La diplomacia armada le ha permitido mantener a su aliado sirio en el poder aun a costa de tiranteces con Rusia, buenos resultados de los partidos políticos bajo la influencia de la Fuerza al Qods tanto en Iraq como en Líbano o prolongar el conflicto yemení. Sin embargo, en Oriente Medio solo ha conseguido atraer a su bloque a Qatar. Más que un éxito diplomático de Teherán, este acercamiento es más una salida a la desesperada de los qataries al ser repudiados por sus vecinos, que rompieron relaciones diplomáticas con el emirato e incluso amenazaron con la invasión del país debido al apoyo de los al Thani a la Hermandad Musulmana y los intentos de estos de subvertir el orden de los Estados colindantes.

El descontento de la población iraní va en aumento, tal y como se vio en las manifestaciones de finales de Diciembre de 2017 a Enero 2018 contra la política económica del gobierno y la corrupción de las altas instancias del país, ya que estas derivaron en protestas contra el sistema teocrático de gobierno y han tenido replicas en los meses de Agosto, Noviembre y Diciembre pasados.

El clérigo reformista Mohammad Jatamí, presidente de Irán entre 1997 y 2005, se ha hecho eco de esta situación y ha alertado del más que posible aumento de la abstención en las próximas elecciones. Estas declaraciones indican una desconfianza en el sistema político actual de una persona que siempre ha creído en él, pese a que los componentes de órganos no democráticos del mismo han actuado con dureza contra su persona y sus partidarios.

En un escenario de elecciones legislativas para 2020 y presidenciales para el año siguiente, al que además no puede concurrir Rohani al cumplir los dos mandatos que permite la constitución de la República Islámica de Irán, la falta de apoyo de Jatami a los candidatos moderados haría naufragar sus candidaturas. Frente a esta inesperada oportunidad, los sectores principalistas, con el apoyo de  Alí Jamenei. están tomando posiciones para recuperar los órganos democráticos del poder maniobrando desde los creados ad hoc por el velayat e fiqh y cuya elección no necesariamente pasa por una votación popular.

Para ello, el mismo Líder Supremo ha nombrado jefe de Justicia al ultraconservador Ebrahim Raisi, que fue uno de los responsables de la muerte de miles de militantes de Mujahidin e Jalq en 1988  cuando era fiscal adjunto del Tribunal Revolucionario de Teherán y que en 2017 se presentó a las elecciones presidenciales en las que Rohani revalidó su cargo. Este puesto, a la postre, supone un trampolín en la carrera para elegir al sucesor del actual Líder Supremo cuando este fallezca, que será decidido por un órgano como la Asamblea de Expertos. Este se encuentra teóricamente en manos de reformistas-moderados, pero con un número de compromisarios de lealtad dudosa lo suficientemente relevante como para que se decanten por Raisi dependiendo del contexto político del momento.

Además, las candidaturas tanto a la presidencia del país como para el Parlamento o la Asamblea de Expertos que eligen al sucesor del Ali Jamenei han de pasar por la aprobación del Consejo de Guardianes, un órgano de 12 miembros que son elegidos a medias entre el Líder Supremo y el Jefe de Justicia, y que actualmente está compuesto íntegramente por principalistas. En teoría, el Consejo de Guardianes solo puede desestimar las candidaturas que no reúnen los requisitos constitucionalmente tasados. Con la interpretación que hacen de los mismos en cada elección suelen dejar de forma arbitraria fuera a numerosos candidatos que consideran que pueden poner en peligro el sistema político. Este ejercicio de imparcialidad excluyó en su totalidad en las últimas elecciones al sector ultraconservador liderado por el anterior presidente, Mahmud Ahmadineiyad, también partidario de desmontar el sistema político vigente. El ex presidente iraní ha liderado recientemente las protestas contra la corrupción y la carestía de vida.

Estamos ante un escenario preocupante en Irán, en el que un sector político como el principalista está usando todos los medios a su alcance (la arbitrariedad, la represión y la cárcel) contra los que considera enemigos del sistema que defienden, mientras que la coalición moderada-reformistas parece deshacerse por momentos debido a la inoperancia de sus representantes políticos.

De cara a la próxima década es probable que los principalistas retengan todos los resortes del poder de la República Islámica, pese a representar a un sector cada vez más minoritario de la sociedad y la oposición al régimen la encabecen los ultraconservadores liderados por Ahmadineyad una vez la población interiorice que la derrota del sistema vigente proviene de enfrentarlo y no de desmontarlo desde dentro mediante una reforma política.

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