La ambivalencia de Lukashenko: reflexiones sobre la política exterior bielorrusa
Hace unos días Bielorrusia interceptó un vuelo de Ryanair que cubría la ruta Atenas-Vilnius para detener al famoso periodista Roman Protasevich, que tenía concedido asilo en Lituania. Protasevich, incluido en la lista de “actividades terroristas”, era editor jefe y mano derecha de Stepan Putilo, fundador y director de NEXTA, un medio de comunicación alineado con la oposición que ha coordinado manifestaciones en toda Bielorrusia desde 2015, transmitiendo imágenes de la violencia que se vivió en las protestas por parte de las autoridades.
La respuesta por parte de la comunidad internacional, como era de prever, se ha manifestado de forma asimétrica, con dos bloques diferenciados que ejemplifican el modus operandi de Bielorrusia en la escena internacional. Por una parte, Estados Unidos y la Unión Europea han adoptado un cierto cambio de tono en el discurso, calificando la acción como “secuestro” y adoptando una respuesta coordinada para sancionar a los responsables.
Rusia por su parte considera “razonable” el enfoque adoptado por Bielorrusia, correspondiendo a las autoridades aéreas internacionales evaluar el incidente. Como vemos, dos puntos de vista significativamente diferentes. La denuncia frente a la prudencia, la acción frente a la inacción. ¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Realmente Bielorrusia está alineada con Moscú? ¿Por qué se habla de que Lukashenko pivota entre ambos lados? Y lo que es más importante, ¿cómo ha sido la relación con la Unión Europea?
Caracterizando la política exterior bielorrusa
En retrospectiva, podríamos decir que su política exterior se caracteriza por un continuo en el que Lukashenko ha estado jugando al mismo juego de siempre, pero en un nuevo contexto más dinámico y ciertamente complicado. La razón de ser de su política exterior se centra en la preservación del statu quo, aunque en la práctica no parece que a ambos lados de la balanza haya los mismos pesos.
En este sentido, si bien durante estos últimos años se auguraba por una inminente integración con Rusia, la realidad no parece responder a esos parámetros, al menos de momento. Pese a que la cooperación militar entre ambos actores se ha intensificado, resultaría un error aventurarse a pronosticar una inminente integración. En el otro lado de la balanza, tampoco parece que Lukashenko haya pretendido en algún momento potenciar una mejora fundamental de las relaciones con las instituciones europeas, los Estados Unidos y sus vecinos inmediatos en su frontera occidental, como Polonia y los países bálticos.

La política exterior de Bielorrusia no es más que la extensión de las consideraciones que marcan su política interna, es decir, una preocupación primordial por la supervivencia del régimen, que efectivamente descarta las acciones necesarias para revitalizar el proceso de integración con Rusia o “descongelar” las relaciones con la Unión Europea. Esta ausencia de reformas estructurales ha sido el candado con el que Lukashenko ha jugado para soportar la presión externa, tanto las políticas occidentales para buscar una transición democrática, como la política rusa para liberalizar la economía.
La difuminación de la frontera entre la política interior y exterior ha dejado a Bielorrusia en un impasse en la hipotética búsqueda de una política exterior multidireccional. Puede que la única posibilidad que le quede a Lukashenko será estimular la búsqueda activa de vínculos comerciales y políticos con antiguos estados clientes de la Unión Soviética. En caso contrario, el estancamiento de las relaciones con ambos bloques puede llegar a ser el catalizador de una prematura caída en el abismo.
Un claro ejemplo de la dificultad intrínseca a la que se enfrenta Bielorrusia cuando mira hacia el exterior lo encontramos en la crisis energética del año 2007. Bielorrusia introdujo el concepto de “nueva política exterior” como un marco de actuación más independiente de Rusia, basado en dos componentes clave: la diversificación de actores en sus importaciones de suministros energéticos, con una postura más cercana a los países ricos en hidrocarburos, y la adopción de un discurso pro-UE pidiendo una cooperación más estrecha en varios campos mutuamente beneficiosos.

En esta última línea, podemos recordar la postura favorable de Lukashenko en el plano discursivo a favor de que la UE abriera su mercado interior a los productos bielorrusos. Sin embargo, esta “nueva política exterior” de Lukashenko hacia la UE fracasó, ya que no hubo una voluntad visible de emprender cambios en la política interna bielorrusa. ¿Tenía esta retórica proeuropea alguna consideración honesta? ¿O simplemente se buscaba una mejora de las condiciones con Moscú?
Benno Zogg, investigador de la ETH Zurich, nos habla de Crimea como un punto de inflexión en la “nueva política exterior” de Lukashenko. En esta línea, el gobierno bielorruso ha estado fomentando un nacionalismo moderado para crear un sentido identitario diferenciado al de Rusia. En el caso de la crisis de Ucrania, Minsk hizo hincapié en su “neutralidad situacional” y prosiguió los negocios con ambos países.
Las acciones de Minsk de permitir a las naciones occidentales permanecer por períodos cortos de tiempo sin una visa desde febrero de 2017 llevó a Moscú a reintroducir unilateralmente los controles fronterizos. Una acción que fue vista por parte de expertos y medios de comunicación rusos como un síntoma de deslealtad por parte de Lukashenko. Pese a ello, ningún otro país sigue siendo más cercano a Rusia en términos de valores, cultura y estructura estatal como Bielorrusia. Por lo tanto, se antoja inverosímil que Rusia deje de ser la piedra angular de la política exterior del gobierno bielorruso, de una forma u otra.

La respuesta de la Unión Europea ante la “Nueva Política Exterior” bielorrusa
Las relaciones entre la Unión Europea y Bielorrusia apenas han cambiado desde que Alexander Lukashenko llegó al poder en 1994. Bielorrusia ha languidecido en un estado de autoaislamiento político, a pesar de las sucesivas ampliaciones de la Unión, la más notable en el año 2004, que hacía de Bielorrusia un vecino directo de la UE, y la formulación en ese mismo año de la estrategia comunitaria conocida como la Política Europea de Vecindad.
El doble enfoque de la UE fundamentado en la imposición de sanciones y en las restricciones al comercio, al mismo tiempo que se promueve una democratización en Bielorrusia no parece haber tenido un efecto significativamente positivo; más bien los resultados han sido mínimos. La realidad es que, en la actualidad, todavía no existe un marco de diálogo político de alto nivel entre ambos actores. Simplemente las relaciones entre Bielorrusia y la Unión Europea fluctúan en base a giros tácticos y cíclicos, donde Lukashenko juega la baza de promesas retóricas con la esperanza de obtener concesiones occidentales relativas a préstamos o al levantamiento de sanciones, a menudo traducido en ninguna acción concreta, como cuando el Fondo Monetario Internacional le prestó miles de millones al régimen en 2010/2011.
El cambio de tono de Lukashenko con la Unión Europea mostró su primer síntoma con la integración de Bielorrusia en la Asociación Oriental junto con Ucrania y Moldavia, dos países que cuentan con sectores de un carácter más eurófilo. La dependencia energética del país con respecto a Rusia parece que se suplía estrechando lazos comerciales con la Unión Europea. En 2016, la UE había levantado todas las sanciones económicas contra Bielorrusia, exceptuando el comercio de armas, con el fin de “recompensar” la política de acercamiento de Lukashenko. No obstante, la situación en materia de democracia y de derechos humanos parece ser un muro insalvable en la relación entre ambos actores, lo que nos lleva a un último punto de máxima actualidad.
La detención de Roman Protasevich ha volado por los aires el statu quo. La vuelta a la aplicación de sanciones parece una realidad cada vez más tangible, como se evidenció tras la reunión del Consejo Europeo. Entre las medidas adoptadas, las aerolíneas de la Unión deben evitar el espacio aéreo bielorruso y prohibir a aerolíneas bielorrusas acceso al espacio aéreo de la UE. Se piden además sanciones a personas, entidades y sociedades económicas. Una respuesta que parece proporcional en el corto plazo.

Un efecto colateral al que la Unión Europea deberá saber darle respuesta será a un posible posicionamiento de Rusia en favor de Minsk. Las relaciones diplomáticas entre la UE y Rusia están en punto muerto y la cuestión de Protasevich puede suponer la estocada final. Todavía es pronto para pronosticar el devenir de los acontecimientos, pero una cosa está clara: la actuación de Lukashenko ha sido del todo errática. Parece que se ha movido más por una cuestión emocional como acto de venganza contra uno de los cerebros de NEXTA. Veremos si no le sale caro.
Referencias bibliográficas
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