La amenaza del terrorismo yihadista en América Latina

America Latina se configura como una región libre de terrorismo de corte islamista. Solo los atentados perpetrados presuntamente por Hezbolá en Buenos Aires en 1992 y 1994, donde perdieron la vida 107 personas, y el ataque suicida contra un avión panameño, también en 1994 y donde fallecieron los 21 ocupantes de la aeronave, han turbado la tranquilidad del continente en este sentido.
Si bien es cierto que desde hace 25 años dicha región no sufre un atentado, esta paz podría acabar. Según Román Ortiz, coordinador del Área de Estudios de Seguridad y Defensa de la Fundación Ideas para la Paz, América Latina está percibida como un escenario donde las reglas de la seguridad internacional se aplican de forma peculiar. Con la globalización, esto ha ido cambiando y ahora el continente muestra una imagen más homogénea. Aun así, después de los atentados del 11 de septiembre se han ido acumulando evidencias de la presencia de grupos islamistas debido a la aceptación de la rama más radical del islam entre las comunidades musulmanas extendidas a lo largo y ancho de la región.
La huella de Hezbolá, por ejemplo, es amplia; los atentados de Buenos Aires tienen su marca. Además, se reparte tareas de captación, reclutamiento y adoctrinamiento en la zona junto con la Guardia Revolucionaria de Irán. El proceso de radicalización no requiere, en muchos casos, de un imán y una mezquita, así como tampoco de alguien que cree un vínculo cara a cara con los potenciales atacantes. Las redes sociales se han convertido en el terreno de juego perfecto para que los terroristas consigan adeptos por la causa sin realizar demasiados esfuerzos, dejando las anteriores prácticas en el pasado gracias a internet y la difusión que esta herramienta permite.
El aumento del activismo islamista en America Latina es una señal del creciente riesgo de que la región se convierta en un objetivo del terrorismo yihadista. Según el Consejo de Seguridad de la ONU, un centenar de latinoamericanos y caribeños han actuado en Afganistán, Irak y Siria. Abu Hudaifa Al-Meksiki, quien, conocido como “El Mexicano”, saltó a la luz mediante varias cuentas de Twitter asociadas con el Estado Islámico (EI), viajó a Siria para combatir con dicho grupo terrorista. Bastián Alexis Vásquez y Francis Peña Orellana, ambos de origen chileno, son otros dos casos. El primero abandonó su pueblo para enrolarse en las filas del EI, mientras que la segunda fue detenida por las autoridades españolas en 2015 por reclutar a mujeres para, posteriormente, llevarlas a Turquía.
Pero también los habitantes de la zona árabe viajan a América Latina. La Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay atrae un gran flujo migratorio, tanto regular como irregular, que ha hecho posible la llegada de ciudadanos de esa zona a Sudamérica. Dichas oleadas migratorias comenzaron como resultado del panorama geopolíticamente inestable de algunas regiones del Medio Oriente, lo que provocó la migración forzada de sus habitantes. Aunque no existen evidencias de que los grupos terroristas se beneficien de los flujos migratorios, las políticas migratorias excesivamente restrictivas podrían estar creando las condiciones propicias para la proliferación de este fenómeno. Además, los migrantes son quienes establecen flujos de circulación desde y hacia los países de origen, por donde pasan los bienes y servicios que transportan.
Pese a la necesidad de controlar estas rutas con la implantación de medidas acordes a la amenaza, las agencias de inteligencia de América Latina no se dedican a estudiar en profundidad el terrorismo yihadista, dejando un vacío que permite la proliferación de estos grupos radicales. A este respecto, la Triple Frontera supone un área de interés para el desarrollo de actividades ilícitas por parte de grupos como Al Qaeda, Hezbolá o el Estado Islámico, pero también para el crimen organizado, que campa a sus anchas en dicho territorio dado que existe una gran porosidad, las aduanas son muy permisivas y la corrupción está muy normalizada.
Como explica Johana Pérez, investigadora de la escuela de Inteligencia y Contrainteligencia de Bogotá, existe una relación simbiótica entre grupos yihadistas y organizaciones de crimen organizado que está basada en intereses comunes, y que se manifiesta con mucha frecuencia. Estamos ante un uróboro, ya que el mencionado vacío de poder permite que tanto los grupos terroristas como los criminales organizados se relacionen para lucrarse y financiar sus actos criminales.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito sobre el Monitoreo de Cultivos de Coca en Colombia, en 2017 aumentó la producción de esta planta en más de 48 mil hectáreas, hecho que tiene una relación e incidencia directa muy importante en la parte estratégica y financiera de los grupos terroristas. Mediante la ‘Ruta A-10’, que conecta Sudamérica con África Occidental, los narcotraficantes y los grupos de delincuencia organizada transportan la cocaína al continente africano, donde se relacionan con grupos yihadistas como el EI o Al Qaeda. El intercambio de armas por el permiso para distribuir drogas en el área del Sahel es un trueque muy lucrativo para ambas partes.
El Instituto de Estudios Estratégicos asegura que, en 2011, al menos 20 grupos terroristas tenían domicilio en Brasil, donde llevaban a cabo actividades como la recaudación de fondos, el reclutamiento de otros extremistas, y la difusión de propaganda de corte yihadista. La proliferación de estas entidades se debe en parte a que gobiernos como el de Venezuela promueven una ideología contraria a los Estados Unidos, lo que hace que tengan gran afinidad. Otros grupos tienen conexiones con Colombia y las FARC. La organización criminal Joumaa, por ejemplo, realiza desde hace años actividades relacionadas con el trafico de drogas y el lavado de dinero en el país, y sus ingresos van dirigidos directamente a Hezbolá. También los Zetas se lucran de los tratos con el yihadismo, ya que este les proporciona la droga que venden posteriormente en Estados Unidos.
El comercio de pasaportes es también un problema mayúsculo. Misael Lopez, exconsejero de la embajada de Venezuela en Irak, denunció a su país por mercadear con pasaportes para personas afiliadas a Hezbolá, permitiendo a potenciales terroristas circular con total libertad por América Latina. Asimismo, la localidad de Ciudad del Este, en Paraguay, supone un punto de reunión para personas como Assad Barakat —de origen libanés—, quien se hizo con un pasaporte falso para pasar desapercibido. Este lugar concentra traficantes, criminales comunes, organizaciones mafiosas y terroristas islámicos indocumentados o con documentos emitidos por países de Latinoamérica.
A modo de confrontación y teniendo en cuenta que los escenarios son bastante distintos, los atentados que se han ido sucediendo en Europa, sobretodo en la Unión Europea, han tenido rápidamente una respuesta y se ha sabido casi al instante quién ha llevado a cabo dichos ataques. En America Latina no ha resultado así. Pese a que los atentados de Buenos Aires tengan casi con total seguridad la marca de Hezbolá, hasta hace poco no se ha podido establecer su autoría. Algo similar ocurre con el ataque suicida de Panamá. Pese a que el clima pueda parecer calmado por el hecho de llevar tanto tiempo sin un problema de estas características, las autoridades harían bien en poner el punto de mira en la Triple Frontera, ya que, como se ha detallado, supone un punto de reunión para todo tipo de criminales organizados, incluidos los que tienen fines terroristas.