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Tras la pandemia de coronavirus, se presenta un panorama económico complejo. Por un lado, los bancos centrales han intentado salvar la economía llevando a cabo una expansión monetaria nunca antes vista, por otro, los problemas logísticos a escala global producen un desabastecimiento mundial y un alza en los precios que ralentiza la recuperación económica e inicia su estancamiento.

Padre e hijo sostienen un cartel que dice "Cuidado con los ladrones de gas" durante la crisis del petróleo de 1973.

Es probable que estemos ante las puertas de un peligroso escenario de estanflación, una compleja crisis económica en la que, de manera simultánea, se produce un escenario de inflación, una parálisis económica y un incremento del desempleo. De ser así estaríamos ante uno de los peores escenarios económicos posibles, puesto que cualquier actuación para corregir uno de los problemas anteriormente descritos puede tener un perverso efecto dominó y agravar los otros dos.

Este, sin embargo, no es un fenómeno nuevo, sino que ya se vivió una situación similar en los años 70 con una subida de precios generalizados y un estancamiento económico de difícil solución.

Antecedentes

Durante los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el producto nacional bruto estadounidense (la media de todos los bienes y servicios producidos en el país) pasó de 200.000 millones de dólares en 1940 a casi un billón en 1970. La potencia americana, a pesar de suponer el 6% de la población mundial, concentraba el 40% de la riqueza global.

Pero a finales de la década de los sesenta, la economía mostraba signos de parálisis. El desempleo creció un 30% y el índice de precios al consumo subió un 10%. Los salarios se estancaron, los hogares estadounidenses perdieron poder adquisitivo y, en 1971, por primera vez desde 1893, el país experimentó su primera balanza comercial negativa.

La economía de la primera potencia mundial había entrado en estanflación.

Los principales causantes fueron el coste masivo de la guerra de Vietnam y un ambicioso plan de gasto social puesto en marcha por las administraciones Kennedy y Johnson que provocaron unos altos niveles de demanda y, consecuentemente, de un incremento generalizado de precios en bienes y servicios.

Ante esta situación se entró en un proceso especulatorio que, a su vez, alimentó la inflación mientras los trabajadores pedían aumentos salariales para evitar una pérdida de su poder adquisitivo y conseguían que se introdujeran cláusulas de revisión automática para ello. La espiral inflacionaria estaba en marcha y lista para retroalimentarse.

Asimismo, las naciones del Golfo (ya molestas de por sí tras la devaluación del dólar con la que se compraba el crudo) decidieron levantar un embargo sobre los países que apoyaron a Israel en la guerra del Yom Kipur. El precio del petróleo se multiplicó casi por cuatro, así como el resto de productos, lo que empeoró aún más la mala salud de la economía estadounidense y acrecentó la inflación.

Un hombre sosteniendo el periódico que anuncia el racionamiento de la gasolina (en el fondo podemos ver una gasolinera que tiene un cartel indicando que no tiene gasolina), enero de 1974.

A nivel internacional la posición de Estados Unidos se debilitó al no poder imponerse en la Guerra de Vietnam y perder influencia en Oriente Medio.

En la política interna las cosas no iban mucho mejor debido a una creciente inestabilidad institucional durante la administración Nixon tras el estallido del escándalo del Watergate, que posteriormente fue remplazado por el dubitativo y vacilante Carter.

¿Cómo estamos ahora?

En la coyuntura actual, la estanflación puede estar renaciendo en la economía mundial.

Por un lado, la pandemia ha forzado a una paralización literal pero desacompasada de la producción en sectores productivos muy diversos, pero íntimamente ligados y dependientes en un entorno global.

Las medidas de expansión monetaria laxas, la desaceleración económica de las principales potencias y el estrangulamiento de la producción nos pueden llevar a un escenario parecido al de la crisis de los años 70, además de a un creciente riesgo de crisis de la deuda soberana.

Durante los momentos mas duros de la pandemia, los gobiernos se coordinaron con los bancos centrales para aplicar una política monetaria y fiscal excesivamente laxa que nos puede estar llevando a un exceso de demanda agregada y a un shock inflacionista.

En la actualidad encontramos una subida generalizada de precios que afecta a toda la cadena productiva y shocks negativos en la oferta que agravan la escasez de bienes y productos y, con ello, fomentan la subida de precios de los pocos que hay disponibles. Esto, sumado al alza del precio de la materia prima y la energía y a los problemas logísticos mundiales, está provocando una desaceleración económica.

Sin embargo, esta situación se podría agravar si se ponen en marcha los millonarios planes de infraestructuras que los gobiernos han diseñado para activar la economía, ya que se estaría pujando a nivel mundial por los recursos disponibles cuando aún son escasos.

En el medio y largo plazo vamos a tener que hacer frente a gran cantidad de adversidades inflacionistas que afectarán enormemente a la economía mundial: la inestabilidad en el sureste asiático, fruto de las tensiones entre China y Estados Unidos y la guerra comercial; las tendencias de globalizadoras, que encarecerán muchos productos; el envejecimiento de la población occidental y de mercados clave del sureste asiático como Japón, China o Corea; y la adopción de medidas climáticas que encarecerán la energía, la producción industrial y el nivel de vida.

En la política internacional volvemos a ver a un Estados Unidos exhausto, que por momentos pierde el control de la política global y acaba de salir “derrotado” por un enemigo mucho mas débil. En la política interior, volvemos a ver una inestabilidad interna dejada por la administración Trump, una creciente polarización de la sociedad y a un vacilante Biden que no consigue hacerse con el control del gobierno y no puede llevar a cabo su programa, como vemos con los retrasos en los planes de infraestructuras.

Conclusión

Hay un paralelismo claro con la crisis de los años 70 que puede estancar la economía mundial. Aun así, existen herramientas para solucionar los problemas actuales, antes de la situación empeore y siempre conviene recordar que tras la crisis de los 70 en los años 80 y 90 se experimentó un gran crecimiento económico.

El reto ahora es salir de la senda estanflaccionaria en un momento extremadamente complejo en el que han aparecido nuevas reglas y jugadores en el tablero geopolítico mundial.

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