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El mundo de hoy, un sistema internacional organizado por Estados y básicamente protagonizado en abrumadora mayoría por Estados, nace en la paz de Westfalia, en 1648. “Cuius regio, eios religio”, este mantra será la sólida base en la que se construirá el principio de soberanía. La regla más fundamental del sistema. Los estados, como entes unitarios, serán desde este momento la máxima expresión en términos de poder y autoridad que una organización social puede llegar a alcanzar.

La seguridad desde 1648 hasta 1919 se entendería de la misma forma. Asegurar tanto la supervivencia del Estado como sus intereses más allá de sus propias fronteras. Algo que creaba dinámicas constantes de intereses contrapuestos entre naciones. Entendían, como definió Clawsevitz, que la guerra era una mera extensión de la política.

Soldados británicos en abril de 1918, cegados por un ataque de gas lacrimógeno, en fila a la espera de tratamiento.

De hecho, era común creer que la guerra tenía efectos “positivos”. Una pequeña guerra en Crimea en 1853 podía frenar al Imperio ruso de destruir al Otomano y desestabilizar la balanza de poder con catastróficas consecuencias. Sí, se perdían vidas y costaban dinero, pero para el Estado los beneficios de estas guerras superaban con creces sus costes. La guerra era una herramienta diplomática más entre todas las que poseía el Estado, la última si acaso. Como rezaban los cañones de Luis XIV “ultima ratio regum”.

En 1914 todo ello cambió. Estrictamente hablando cambió antes, claro. Pero no fue hasta 1914 que esta mentalidad se alineó con una capacidad industrial masiva. La primera batalla del Marne, sumó más de medio millón de bajas en menos de una semana. Una generación entera de alemanes y británicos fueron ejecutados en cuestión de días.

La guerra total, que exigía tal esfuerzo bélico, transformó el concepto de la guerra. Ya no podía ser una simple herramienta diplomática, ya que su capacidad destructiva llegaba hasta un punto del todo inasumible. La primera guerra mundial, a pesar de lo que dijera el tratado de Paris, no la ganó nadie. La perdieron todos.

Todo ello alcanzó una dimensión superior, grotesca, en 1945. Las armas nucleares redefinieron la guerra de nuevo. Las armas de destrucción masiva fueron para los Estados lo que el revolver Colt fue para la sociedad del salvaje oeste. “…Y llego Colt e hizo a todos los hombres iguales” no importaba si eras bajito, débil o tan siquiera un niño, si podías presionar un gatillo, podías eliminar al hombre más forzudo de la tierra.

George Armstrong Custer durante la expedición de Black Hills de 1874; Las pistolas Colt son visibles.

Las armas nucleares llevaron esta democratización de la aniquilación al nivel de los Estados. No importa lo débil que económicamente sea un Estado, o que demográficamente sea insignificante, o que carezca de aliados por completo, si posee un arsenal nuclear tiene la capacidad de destruir al Estado más poderoso de todos. Este principio, sintetizado en la doctrina MAD, (destrucción mutua asegurada), trajo un peligrosísimo equilibrio de paz entre las potencias nucleares.

Sin embargo, las prácticas asociadas a la guerra y la seguridad cambiaron para siempre. Durante la Guerra Fría las guerras interestatales disminuyeron muy notablemente debido, en gran parte, a la doctrina MAD. Esto no significa que la paz llegara a la Tierra. Las superpotencias se enfrentaban entre ellas a través de terceros en guerras proxy en lo que muchas veces degeneraba en guerras civiles con patrocinios del rango de EEUU o la URSS.

En 1991 el mundo entró en un interregno entre el S.XX y el XXI. El planeta, durante la hegemonía americana de los años noventa, conoció un periodo de paz interestatal sin precedentes que se prolongó de hecho, más allá. Sin embargo, esos años también fueron testigos de un aumento de los conflictos interestatales. Estos, además, resultaron ser en gran parte de origen étnico y religioso. Esto se explica parcialmente por la desaparición de la política de bloques en la escena internacional, pues la pertenencia a uno de estos bloques antagónicos aletargaba las diferencias más locales.

El nuevo milenio no llego en el 2000, sino un año más tarde. Los eventos del 11-S lo cambiaron todo. La “guerra” no vino de otro Estado. No hubo una declaración formal de ésta. De hecho, no podía siquiera calificarse de guerra, tan fuera de los patrones estaba el nuevo escenario que se proponía en 2001.

Ante esta nueva tesitura, el concepto de seguridad quedaba completamente desfasado y carente de utilidad. La nueva realidad internacional quedo perfectamente resumida en un informe de la National Security Strategy (NSS) que dijo en 2002 “America is now threatened less by conquering states than we are by failing ones".

El foco de aquello que desafía la seguridad de un estado fue ampliado por necesidad. Ampliado y profundizado. Los actores capaces de provocar daños a un Estado ya no serían únicamente otros Estados. Grupos terroristas, bandas de crimen organizado o guerrillas se erigían, en una creciente perdida del monopolio de la violencia por parte del Estado, como los “nuevos” actores de las quizás mal llamadas “nuevas guerras”.

En definitiva, los estudios de seguridad han tenido que migrar a un terreno infinitamente más complejo debido a la nueva realidad internacional, donde las respuestas clásicas perecen impotentes. El nuevo foco, como señala la NSS 2002, se centra en Estados fallidos o muy débiles que constituyen los llamados “safe heavens” donde grupos de terroristas, crimen organizado y guerrillas paraestatales, entre otros, pueden conducir sus operaciones con impunidad. Somalia, Libia, Yemen o el área del Sahel, son algunos ejemplos.

El núcleo geográfico de estas amenazas se concentra en Oriente Medio y África. Se deduce que una de las causas de que un Estado se encuentre en una situación de conflicto donde se perturbe la paz es la pobreza económica, las desigualdades o la intolerancia social. De modo que, abordado el problema con una perspectiva fuertemente liberal, el objetivo ha sido tanto combatir la pobreza de estos países como fomentar su democratización, bajo la égida teórica de la paz democrática.

Los infantes de marina de la 15.a Unidad Expedicionaria de la Infantería de Marina marchan a una posición de seguridad después de apoderarse de Camp Rhino de manos de los talibanes, 25 de noviembre de 2001.

Los conflictos interestatales, en su mayoría de origen étnico, sean estos conflictos internacionalizados o no, son otro de los pilares de la ampliación conceptual de la seguridad. Tras el Holocausto, el planeta dio un paso adelante en la sensibilización humana y, tras la guerra, Naciones Unidas adoptó para si los llamados crímenes de lesa humanidad, ilegalizando así aquellas acciones que buscaban dañar individuos o colectivos, de modo que el sujeto a ser protegido empezaba a cambiar también, ya no era el Estado, o no únicamente, también lo eran las personas.

Aun así, bajo el principio de soberanía, nada pudo hacerse en los genocidios de Ruanda y Srebrenica en los años noventa. Un paso más parecía necesario. Nació la doctrina R2P, (Responsabilidad de Proteger, en sus siglas en ingles). La doctrina, activada una sola vez para el caso de Libia en 2011, hace responsable a la comunidad internacional de proteger a cualquier colectivo humano de genocidio, crímenes de guerra, de lesa humanidad o de limpieza étnica.

Es una llamada a la comunidad internacional a usar cualquier medio disponible para prevenir tales atrocidades. Sin embargo, la R2P colisiona frontalmente con el principio de soberanía, en un conflicto aún por resolver.

Así, el Estado deja de ser el único elemento que proteger. Las personas, la humanidad, son también sujeto de la seguridad. La paz, el desarrollo y la seguridad quedan pues entrelazadas hasta el punto en que la obtención de una es requisito imprescindible para el logro de las demás.

Todo ello ha tejido un lazo que une, de forma imprescindible, el desarrollo con el buen gobierno. Pues sin buen gobierno no es posible garantizar el acceso a los bienes básicos ni una seguridad social mínima. Así, seguridad y desarrollo quedan íntimamente unidas: El desarrollo no será posible mientras exista pobreza y exclusión social. Aspectos ambos que debe garantizar el Estado, aspectos que un Estado débil o fallido no puede garantizar. La paz como prerrequisito indispensable para el desarrollo.

Es en este nuevo contexto que hay que entender las misiones de peace-bulding, esto es, asegurar la paz para posibilitar el desarrollo de una comunidad. El vínculo entre seguridad y desarrollo está servido. Fue en el PNUD de 1994 cuando la seguridad entro de lleno en la agenda del desarrollo, como objetivos primordiales para garantizar el desarrollo humano: Seguridad económica; seguridad alimentaria; seguridad sanitaria; seguridad medioambiental; seguridad personal; seguridad política y seguridad comunitaria.

El desarrollo ahora juega un papel vital en la prevención de conflictos: La cooperación al desarrollo se erige como la herramienta preferida para tal fin. Con ella, se intenta prevenir y gestionar crisis que afectarán, de prosperar, tanto a la paz como al desarrollo. El objetivo pues, es modelar y convertir desde una política de prevención a aquellos Estados débiles en socios estables en un mundo más kantiano.

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