La Francia Ensimismada
El pasado domingo 10 de abril se celebró la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas con el resultado más esperado: Emmanuel Macron y Marine Le Pen pasan a la segunda vuelta que tendrá lugar el día 24. Cinco años después, Francia volverá a elegir entre un candidato liberal y europeísta y una candidata ultraderechista, pero a diferencia de la holgada victoria de Macron en 2017 las encuestas dan ahora casi un empate técnico.
Se pueden analizar muchos aspectos de estas elecciones, como los posibles trasvases de votos a los dos candidatos en la segunda vuelta o el descalabro del bipartidismo formado por el Partido Socialista y Los Republicanos, que no suman ni el 7% de los votos entre ambos. Sin embargo, este artículo se centra en las transformaciones profundas de la sociedad francesa que se han reflejado en los resultados de la primera vuelta.

Francia tiene una tradición revolucionaria que se puede remontar hasta el siglo XVIII y que lo convirtió en el país de las movilizaciones sociales contra cualquier retroceso social. Solo durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial fue el hervidero de gran parte de los principales intelectuales orgánicos de la izquierda en todo el mundo: el existencialismo de Albert Camus y Jean-Paul Sartre, el feminismo de Simone de Beauvoir, el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss y Louis Althusser, el postestructuralismo de Michel Foucault, la sociología crítica de Pierre Bourdieu, el psicoanálisis de Jacques Lacan o la decolonialidad de Frantz Fanon –Martinica–.
Frente a este espíritu reivindicativo que dio lugar a la Revolución Francesa, la Comuna de París y Mayo del 68, hoy en día la izquierda resulta minimizada por una ola reaccionaria de la extrema derecha que por primera vez tiene opciones reales de llegar al Elíseo.
Una nación en busca de sí misma
Francia es el gran Estado político de Europa: tiene el ejército más poderoso y la mayor presencia exterior de la Unión Europea y es el único con arsenal nuclear y asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, la sociedad francesa parece atravesar una crisis existencial, profundamente dividida por cuestiones aparentemente no materiales pero que tienen su origen en lo material, como la Unión Europea, el medio ambiente, la inmigración o el terrorismo.
Las condiciones de vida de los franceses siguen siendo muy altas incluso para los estándares europeos, sostenidas por un gran Estado del bienestar que les permite entre otros privilegios mantener la edad de jubilación en 62 años, pero que no impide que el crecimiento vaya acompañado de desigualdades cada vez mayores que dejan a una parte de su población atrás.
Mapa de desigualdad en Francia y mapa del voto a LePen. Igual tiene algo que ver pic.twitter.com/J8njrxtp9p
— Idafe Martín Pérez (@IdafeMartin) November 16, 2016
Estos son los perdedores de la globalización que, si bien existen en todos los países ricos, en Francia tienen unos fenotipos –rasgos físicos como el color de piel– y una ubicación geográfica –las banlieues o suburbios urbanos y determinadas zonas rurales– muy definidos.
Francia tiene un porcentaje de población inmigrante superior a la media europea, sobre todo entre quienes tienen un origen africano y quienes practican el islam, pero su número y los problemas sociales que se les imputan son exagerados por determinados medios de comunicación, que prestan su altavoz a teorías delirantes como la del gran reemplazo, defendida por el candidato ultraderechista Éric Zemmour.
En 2016 una encuesta de Ipsos Mori preguntó a ciudadanos de toda Europa cuántos musulmanes creían que vivían en su país, y en todos ellos la percepción era muy superior a los datos reales debido al miedo que se ha generado hacia la minoría musulmana. Concretamente en Francia aproximadamente un 7’5% de la población es musulmana, pero la media de las respuestas era el 31%.

El panorama francés se complica aún más con su activa política internacional, que históricamente –desde Charles de Gaulle a François Mitterrand– ha reivindicado una voz y una presencia propias frente a la subordinación a la OTAN o a un hipotético ejército europeo.
Francia conserva su soberanía sobre territorios de su pasado colonial por todo el planeta, habiendo otorgado a algunos de ellos –Guadalupe, Martinica, Guayana Francesa, Reunión y Mayotte– el estatus político de “departamentos y regiones de ultramar”, pero al mismo tiempo tiene que hacer frente a nuevos movimientos independentistas, entre los que destaca el de Nueva Caledonia, que ha celebrado tres referéndums de independencia en los últimos cuatro años.
Francia también mantiene una importante influencia política en sus antiguas colonias africanas, acompañadas en algunos casos por operaciones militares bajo el pretexto de la lucha contra la implantación territorial del terrorismo islamista en el Sahel, pero que suelen ir acompañadas de golpes de Estado en favor de presidentes más receptivos a la voluntad de Francia para la región.
Especialmente complejo resulta el caso de Mali, donde las operaciones Serval y Barkhane han entremezclado el enfrentamiento contra Al-Qaeda y la integridad territorial del Estado frente al secesionismo de los tuaregs del Azawad. No obstante, la situación se repite a lo largo y ancho del norte de África, desde las protestas en Senegal de 2021 a la caída de Muamar el Gadafi como presidente de Libia en 2011.
Más allá de las diferencias nacionales, en todos estos episodios se cruzan los intereses franceses en los recursos naturales –petróleo, uranio, fosfatos…– y la unidad monetaria del Franco CFA, que obliga a sus países miembros a depositar la mitad de sus reservas en el Banco de Francia, perdiendo así su soberanía monetaria.
El expresidente Jacques Chirac llegó a afirmar, en un ejercicio de sinceridad poco habitual, que “Francia depende de los ingresos procedentes de África para no caer así en la irrelevancia económica”. Sorprendentemente, Macron ha dado un giro al respecto y ha apoyado públicamente la salida de algunos de estos países hacia una moneda común del oeste de África, el Eco.
Todos estos elementos y otros como las crisis sanitaria, económica, territorial y climática, son experimentados por la ciudadanía francesa como un lento pero inexorable declive que estalló el segundo año de la presidencia de Macron con las protestas de los chalecos amarillos. Este movimiento que surgió como rechazo al aumento del impuesto sobre el carbono, se extendió rápidamente a otras reivindicaciones sociales a pesar de la retirada de la iniciativa por parte del gobierno.
Desde el primer momento, tanto la extrema derecha como la izquierda trataron de apropiarse de este “15-M” francés, pero su lenguaje transversal no casaba del todo bien ni con el chovinismo de los primeros ni con la interpretación del mundo en términos exclusivamente de clases sociales de los segundos.

La derechización de estas elecciones
El sistema de partidos sobre el que se ha apoyado la Quinta República está completamente roto. Los Republicanos no se recuperan de la salida del poder de Nicolás Sarkozy hace diez años, mientras que el Partido Socialista sigue pagando la decepción de la presidencia de François Hollande, aunque curiosamente el único miembro de su gobierno que se presentaba a estas elecciones fuera Macron.
Al presidente su pasado en un gobierno “socialista” nunca le ha pasado factura porque ha logrado integrar a numerosas figuras de la derecha moderada como el ex primer ministro Édouard Philippe o el ministro de economía Bruno Le Maire.
No obstante, el particular sistema electoral francés de doble vuelta condiciona enormemente las decisiones de los votantes. Quienes lo defienden argumentan que permite a los electores manifestar su verdadero deseo en la primera vuelta y quedarse con el mal menor en la segunda, pero si esa premisa alguna vez fue cierta ha dejado de serlo.
En la primera vuelta ha habido un masivo voto útil que se ha concentrado en torno a tres candidatos: Jean-Luc Mélenchon desde la extrema izquierda al centro izquierda, Le Pen desde el centro derecha a la extrema derecha y Macron entre ambos. La excandidata socialista Ségolène Royal anunció que votaría por Mélenchon y criticó que las candidaturas minoritarias de izquierda, incluida la de su partido, no se retiraran, y llevaba razón, porque la diferencia entre los tres primeros candidatos y el resto ha sido mucho mayor de lo que parecía hasta la última semana de campaña.

Durante meses las encuestas dibujaban unos resultados muy extraños, en los que los cuatro candidatos con más opciones de victoria se ubicaban en la derecha –Macron, Pécresse, Le Pen y Zemmour–, mientras que la izquierda parecía desaparecida por completo.
La ausencia transitoria de la izquierda alimentaba la teoría de la herradura, según la cual la extrema derecha y la extrema izquierda comparten más aspectos ideológicos entre sí que con el resto del espectro político, y que se ha demostrado electoralmente falsa en casi todos los lugares del mundo salvo quizás Francia, donde sí existe un cierto trasvase de votos entre ambos extremos.
Sin embargo, tras una buena campaña que no ha sido suficiente para revertir los años de malas decisiones en la izquierda, Mélenchon ha obtenido su mejor resultado histórico y se ha quedado muy cerca de pasar a la segunda vuelta.

Los resultados de Macron en la primera vuelta son superiores a las encuestas y a los de 2017, probablemente porque el presidente haya salido beneficiado de su imagen de hombre de Estado ante la invasión rusa de Ucrania, que ha marcado profundamente la campaña. Sin embargo, la segunda vuelta estará mucho más igualada que la primera, y Macron necesita atraer a los votantes de izquierda que le votaron hace cinco años y se plantean no hacerlo ahora.
En la propia noche electoral ya se activó el cordón sanitario: todos los candidatos que se han posicionado salvo Zemmour y Dupont-Aignan han manifestado su apoyo a Macron en la segunda vuelta, aunque lo hayan hecho de más o menos gana. Este aislamiento de la ultraderecha, que también se produjo en Alemania hace un año, contrasta con la investidura del primer gobierno autonómico con participación de Vox en España.
Las tendencias que vienen para quedarse
Aunque Macron vuelva a vencer, la cuestión fundamental es si los cambios han llegado para quedarse, si en la extrema derecha se va a normalizar estar por encima del 30% de los votos y la alternativa para una gran cantidad de votantes va a ser elegir entre dos candidatos a los que detestan, unos ingredientes que conforman un cóctel muy peligroso: que tanto vaya el cántaro a la fuente que en algún momento Francia acabe eligiendo a alguien a la derecha del gaullismo o directamente con el apellido Le Pen.
Las encuestas muestran una Francia cada vez más tolerante con cuestiones como la inmigración o las orientaciones sexuales y también más preocupada por la salud y el medio ambiente. Por ello, puede sorprender que el mayor ciclo actual de movilizaciones sociales de Europa tenga una traducción electoral de apoyo a candidatos cada vez más a la derecha, pero es algo más habitual de lo que parece.

Mitterrand ya se quejaba hace décadas de que “los franceses hacen huelga los lunes porque suben el pan, los martes se manifiestan porque ganan poco, los miércoles protestan por la falta de libertades… Y el domingo votan a la derecha”.
Los franceses siguen preocupados por las divisiones sociales, pero las cuestiones que más dividen al electorado son otras: la Unión Europea, la sanidad junto con la gestión de la pandemia de covid-19, la inmigración y las diferencias territoriales, con especial mención del efecto centrífugo de París y su carácter “progre”, en términos similares al desdén mutuo entre la costa este y el cinturón del óxido en Estados Unidos, que le valió la elección a Trump en 2016.
El debate político aborda muchos temas, algunos que tradicionalmente favorecen el discurso conservador, como la inmigración, y otros que impulsan el progresista, como la crisis climática, aunque resulta evidente que no se les dedica el mismo tiempo.
En cualquier caso, el mayor problema es el enfoque cada vez más nacionalista: por ejemplo, al hablar sobre la invasión rusa de Ucrania, los análisis no se centran en los refugiados ucranianos sino en cómo puede afectar esta a los franceses; o cuando se debate sobre la Unión Europea, hasta Macron lo hace en términos del liderazgo francés.
La France et l’Europe, c’est le bon tandem pour réussir le monde de demain. Il y a des choses qui ne nous manquent pas et qui sont nos principales richesses : l’ambition, l’enthousiasme, l’énergie de conquête. #VivaTech
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) May 16, 2019
En esta derechización juega un papel principal la exageración y manipulación de los problemas sociales por parte de la prensa. Los medios de comunicación como CNews han aupado a Zemmour y han contribuido al blanqueamiento de Le Pen, que logra presentarse como una figura presidenciable y relativamente moderada.
No obstante, la evolución de la agenda pública no es solamente responsabilidad de los canales más radicalizados: en 2017, ante las posibilidades de que Mélenchon pasara a la segunda vuelta, los franceses se sorprendían de que los periódicos y telediarios empezaran a informar por primera vez en su historia sobre la situación política en Venezuela.
La transformación de la sociedad francesa que se ha descrito transciende estas elecciones, y ni siquiera es una tendencia exclusiva de Francia, sino que la comparte con el grupo de Visegrado –Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría– y cada vez más con otros países de Europa occidental, como apuntan los sondeos favorables a la Lega y Fratelli d’Italia o el ascenso y consolidación institucional de Vox en España. Las interpretaciones de la derechización más general son muy variadas, desde la falsa conciencia marxista al populismo de Ernesto Laclau, pero no se pueden abordar en este artículo.
Referencias
Cuenca, A. (2021): “El lavado mediático a la extrema derecha francesa y su ascenso en las encuestas”, La Marea. https://www.lamarea.com/2021/05/07/le-pen-francia-encuestas-favorecen-reagrupamiento-nacional/
Del Amo, P. (2022): “Jean-Luc Mélenchon ¿la esperanza de la izquierda francesa?”, Descifrando la guerra. https://www.descifrandolaguerra.es/jean-luc-melenchon-la-esperanza-de-la-izquierda-francesa/
Fuentes, A. (2018): “Franco CFA: el vestigio colonial de Europa”, El País. https://elpais.com/elpais/2018/11/09/opinion/1541770243_623140.html#?rel=listaapoyo
Rubert Echevarría, A. (2022): “Francia se derechiza… ¿seguro?”, Agenda Pública. https://agendapublica.elpais.com/noticia/17656/francia-se-derechiza-seguro
Statista (2016): “Europe hugely overestimates its Muslim population”, Statista. https://www.statista.com/chart/7252/europe-hugely-overestimated-its-muslim-population/