La geopolítica blanda del ajedrez
Imagen de portada vía Wood Chess - Disadvantages
Forma parte del imaginario colectivo relacionar el término “geopolítica” con el estudio de los conflictos, normalmente armados, entre Estados, siguiendo de manera inconsciente la teoría realista de las relaciones internacionales. No obstante, la geografía política como campo de estudio se ocupa de una gran variedad de cuestiones, la mayoría de las cuales tienen un carácter menos espectacular y polémico que lo militar y, por ello, pasan desapercibidas para el gran público.
Algunos de estos fenómenos se pueden englobar en lo que el profesor de Harvard Joseph Nye denomina “poder blando”, esto es una serie de elementos culturales como la música, el cine, la comida o el deporte, que dan lugar a intercambios y enfrentamientos formalmente pacíficos entre naciones, como las competiciones internacionales –piénsese en Eurovisión, los Oscar o los Juegos Olímpicos–.

La ostentación del poder blando suele coincidir con el “duro”, aunque esto no sea necesariamente así en todo momento y lugar. Los países utilizan su poder blando para mostrar una imagen amable de sí mismos y persuadir al resto del mundo a través del estilo de vida que conlleva su modelo económico y político, logrando cambios más estables y mucho menos costosos que los que podrían conseguir por la vía armada.
De entre todos los pasatiempos inventados por el ser humano, el ajedrez es el que más interés despierta debido a la dificultad y belleza que se esconde tras la aparente sencillez de sus sesenta y cuatro casillas. Este pasatiempo, considerado un deporte en el nivel más alto, puede ser visto como un reflejo más o menos fiel del sistema internacional de Estados en cada momento histórico, y su vocabulario ha sido utilizado como metáfora en obras como “El gran tablero mundial”, del ex Consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos Zbigniew Brzezinski o, “El Ajedrez Geopolítico Mundial” del militar y profesor venezolano Néstor José Contreras Pineda, y también en expresiones como “poner en jaque”, “enrocarse” o “tablas”.
Durante los últimos meses, el ajedrez volvió a colarse en la agenda mediática debido a la celebración del Campeonato Mundial de 2021 –aplazado en 2020 por el coronavirus– entre el noruego Magnus Carlsen y el ruso Ian Nepomniachtchi, que no ha estado exento de análisis geopolíticos, y la elección de Madrid como sede del próximo torneo de candidatos en los meses de junio y julio. Aprovechando la ocasión, a continuación se presentan unas pinceladas de la geopolítica del juego más complejo que haya inventado el ser humano. Y es que, adaptando el clásico lema feminista para el propósito de este artículo, “lo entretenido es político”.

De la Edad Media al campeonato del mundo
El nacimiento exacto del ajedrez no está claro. La historia más conocida es la de un matemático que le ofreció su invento al rey de un país de Oriente a cambio de que este le pagase con un grano de trigo en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera y así hasta cubrir todo el tablero, un trato cuyo cumplimiento posteriormente se descubría como imposible.
Este episodio, cierto o no, es utilizado todavía hoy en día para explicar la progresión geométrica en matemáticas y al menos apunta al origen geográfico más probable. La mayoría de las fuentes coinciden en que el ajedrez moderno surge en Europa durante el siglo XV como evolución del shatranj, un juego que llegó a Persia en el siglo VI a partir del chaturanga, otro juego, en este caso de India, del que existen referencias documentales desde el siglo III a. C.
Ya en su versión actual, el clérigo Fray Ruy López de Segura es considerado el primer gran jugador de ajedrez de la historia en el siglo XVI, demostrando la primacía del Imperio español en su apogeo conquistador, y seguirá siendo un síntoma del dominio de los países por medio de grandes jugadores como el francés François-André Philidor en el siglo XVIII, el inglés Howard Staunton en la primera mitad del siglo XIX, el austríaco Wilhelm Steinitz –primer campeón oficial del mundo en 1886–, el estadounidense Paul Morphy en la segunda mitad del siglo XIX y el alemán Emanuel Lasker al principio del siglo XX.

Como es lógico, un juego basado en el talento individual da lugar a excepciones como el ruso Alexander Alekhine o José Raúl Capablanca, el cubano que arrebató el campeonato del mundo a las potencias europeas en el período de entreguerras. Sin embargo, la extensión, popularidad y posibilidades de dedicarse profesionalmente al ajedrez están muy ligadas al desarrollo económico de cada país y son utilizadas por estos como símbolo de su estatus.
La Guerra Fría del ajedrez
El ajedrez era el entretenimiento preferido de Vladimir Lenin, lo que unido a sus virtudes pedagógicas provocó que fuera intensamente promocionado por parte de la Unión Soviética, hasta el punto de convertirse en el deporte de Estado. Esta política dio sus frutos y, durante la Guerra Fría, el ajedrez fue fuertemente dominado por la URSS, que ostentó el título mundial desde 1948, año de creación de la Federación Internacional De Ajedrez (FIDE), hasta su disolución como país –e incluso más allá, si se considera a Rusia– gracias a las victorias de Mikhail Botvinnik, Vassily Smyslov, Mijaíl Tal, Tigran Petrosian, Boris Spassky, Anatoly Kárpov y Garry Kaspárov, con la única excepción del estadounidense Bobby Fischer durante tres años.
Esta monopolización se leía en los círculos de poder comunistas como la prueba irrefutable de la supremacía intelectual soviética y, por ello, de la preferencia de su modelo, que habría sido concebido por mentes superiores, sobre el capitalista.
En una época en la que Estados Unidos y la Unión Soviética competían en todo, el dominio soviético del ajedrez era objeto de deseo e incluso de admiración en Estados Unidos, de ahí que la victoria de Fischer fuera un gran motivo de orgullo nacional. No obstante, la historia personal de Fischer no termina ahí: sus problemas psicológicos, que casi le cuestan la victoria en el match contra Spassky en 1972, fueron una constante a lo largo de su carrera –y de la de muchos otros ajedrecistas– y el motivo por el que no se presenta a la revalidación del título en 1975 contra Kárpov.
Fischer pasa de héroe a olvidado y posteriormente a villano cuando en 1992 reaparece en Yugoslavia para volver a jugar contra Spassky, incumpliendo el bloqueo estadounidense sobre ese país. Como consecuencia, en 2004 le es retirado el pasaporte e Islandia, el país donde se había coronado campeón del mundo, le concede la nacionalidad para que viva desterrado en la fría isla del Atlántico norte hasta su muerte tres años después.

El ajedrez también sirvió en este período para dirimir los asuntos internos de la URSS, con Kárpov defendiendo los intereses de la nomenklatura hasta en dos ocasiones. En la primera, sale victorioso en su enfrentamiento por el título mundial contra el desertor Viktor Korchnói, mientras que en la segunda se reproduce el enfrentamiento ideológico entre los sectores más duros a los que pertenecía como profesor de economía, y los más aperturistas y a la postre vencedores, tanto en el ajedrez de la mano de Kasparov como en la pugna por el control del Estado soviético con la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov.
El ajedrez multipolar
El mundo del ajedrez se dividió en 1993 a raíz del desencuentro entre, por un lado, el presidente de la FIDE y, por otro lado, los contendientes del mundial, el campeón Kaspárov y el candidato Nigel Short, que crearon juntos la Professional Chess Association (PCA). La FIDE y la PCA convivieron durante años, nombrando cada una a su campeón mundial, hasta que en 2006 se reunifican con la victoria del ruso Vladimir Krámnik.
En 2007, el hindú Viswanathan Anand se convierte en el primer campeón del mundo del continente asiático, demostrando el papel creciente de Asia en la política mundial, y mantiene el título hasta 2013, cuando el noruego Magnus Carlsen se convierte en el campeón del mundo más joven de la historia con 22 años, título que ha revalidado cuatro veces, abriendo el debate sobre si ya es el mejor jugador de todos los tiempos, que la mayoría atribuye a Kaspárov.
Tras la caída del bloque comunista, el mundo del ajedrez también parece haberse abierto a la multipolaridad del nuevo sistema internacional de Estados. El fin de la inercia del dominio ruso ha permitido el ascenso a la élite de jugadores de nacionalidades diferentes, entre los que se pueden nombrar al búlgaro Veselin Topalov, al armenio Levon Aronian o al chino Ling Diren.

Ante esto, los países occidentales llevan años apostando por la nacionalización de talentos extranjeros, como Hikaru Nakamura –japonés–, Fabiano Caruana –de padres italianos pero nacido en Miami–, Wesley So –filipino hasta 2021– y Leinier Domínguez –cubano nacionalizado en 2018– en el caso de Estados Unidos; Anish Giri –nacido en Rusia de padre nepalí– por Países Bajos; Alireza Firouzja –iraní– por Francia e, incluso España con Alexéi Shírov –nacido en la URSS y nacional de Letonia–.
La competición femenina, a pesar de su menor seguimiento, revela al menos otros tres aspectos interesantes. En primer lugar, la vida de la húngara Judith Polgar, considerada la mejor jugadora de la historia y producto del empecinamiento de sus padres, pedagogos, por “fabricar” talentos en sus propias tres hijas. En segundo lugar, la hegemonía china, que ha tenido a seis campeonas mundiales solo en el siglo XXI, incluyendo a la actual número uno del mundo en la categoría femenina, Hou Yifan, adelantándose con respecto a la competición masculina en el desplazamiento del eje del ajedrez mundial hacia oriente.
En tercer lugar, el caso de la jugadora iraní Dorsa Derakhshani, que enlaza con el de Firouzja, ya que ambos han dejado de jugar para su país natal por cuestiones políticas: él, por la prohibición de su federación de jugar contra rivales israelíes, y ella por la suspensión que le supuso competir sin hiyab, por lo que ahora lo hace con la nacionalidad estadounidense.
La importancia política del ajedrez
En la actualidad, el ajedrez no tiene el seguimiento de la segunda mitad del siglo XX, cuando medio mundo se paraba para ver las partidas de Fischer o los duelos entre Karpov y Kasparov, pero sigue alcanzando un pico de popularidad en partidas online cada dos años y en ocasiones puntuales, como en la pequeña Noruega tras la primera victoria mundial de Carlsen y en todo el mundo con el lanzamiento de la serie de Netflix Gambito de dama, que disparó el número de mujeres y niñas aficionadas. Además, la relevancia del ajedrez sigue erigiendo a sus estrellas en figuras mundialmente conocidas, cuyo máximo exponente es la carrera política de Kasparov, el opositor más famoso de Vladimir Putin.

Que el ajedrez sigue siendo un asunto de Estado para Rusia en la era postsoviética también lo demuestran las declaraciones que hicieron varios jugadores rusos contra su compatriota Daniil Dubov por formar parte del equipo de preparación de Carlsen para el mundial de 2021; pero, por supuesto, no se trata solo de Rusia, como demuestran las nacionalizaciones de jugadores extranjeros o las sanciones políticas.
Referencias
CHESScom (2019): “Historia del ajedrez | Desde los comienzos hasta Magnus”, Chess.com. https://www.chess.com/es/article/view/historia-ajedrez
Ginestra, E. (2017): “Arte y juego: el ajedrez como vidriera de la Colonialidad”, Analéctica, 4(25).
Zwick, E. (2014): El caso Fischer, Gail Katz Productions, MICA Entertainment, Material Pictures y PalmStar Media.