La Gran Estrategia de Trump. Análisis de su política exterior y de defensa.
Aunque la política exterior y de defensa de Trump en muchas ocasiones pueda ser vista como caótica y sin un rumbo fijo, producto de los caprichos ocasionales del presidente, en realidad puede observarse un patrón y una dirección claras con bastante más sentido estratégico del que puede parecer a primera vista.
Por otra parte, aunque la política exterior y de defensa de Trump tengan un sentido y dirección estratégica, la gestión podría denominarse de caos controlado, dando bandazos, y no siempre consiguiendo los objetivos estratégicos que se había planteado al comienzo de su administración.
Una forma adecuada de identificar estos patrones en política exterior y de defensa de Trump es comparándolo con el estilo y las decisiones de sus predecesores, especialmente con Obama, George W. Bush y Clinton, encuadrándolo en los debates sobre gran estrategia.

Gran Estrategia
La gran estrategia podría definirse en el modo en que se estructuran, se posicionan y se emplean todos los medios de poder nacionales (militares, económicos, político-diplomáticos y de información-propaganda), para enfrentar las amenazas y riesgos.
La estructura y despliegue de una fuerza armada cambiará considerablemente en función de una u otra gran estrategia. Lo mismo en el tipo de relaciones económicas y diplomáticas que se establezcan con el resto de países y organizaciones.
Por ejemplo, el Imperio Británico durante el siglo XIX siguió una gran estrategia en la que para equilibrar las grandes potencias europeas no requirió una gran fuerza terrestre, sino que se basó en una poderosa armada y dar apoyo selectivo a otras potencias terrestres europeas con el que tuvieran en común el mismo adversario. Las relaciones económicas que promovía el Reino Unido eran las de promover el libre comercio y la apertura forzada de mercados cuando se encontraba con resistencia el libre comercio (como en las guerras del opio).
Esa gran estrategia del Reino Unido cambió después de la Segunda Guerra Mundial, alteró su tradicional estructura de fuerza aumentando el esfuerzo militar en el despliegue terrestre permanente en Alemania para contener a la Unión Soviética. Y las relaciones económicas pasaron de promover el libre comercio a través de su Imperio para integrarse en la Comunidad Económica Europea.
Por su parte, los EE.UU. en el siglo XX pasaron de tener una gran estrategia aislacionista, que tenía una estructura de fuerza basada en una gran fuerza naval y un minúscula fuerza terrestre, a tener una gran fuerza terrestre permanentemente desplegada en Europa, una gran fuerza de bombarderos estratégicos y misiles intercontinentales, para ejecutar la gran estrategia de contención en la que se basó la Guerra Fría. Al mismo tiempo, promovieron un orden internacional liberal y en el que las relaciones económicas se fueran liberalizando progresivamente mediante organismos internacionales multilaterales.
Una vez acabó la Guerra Fría, se abrió el debate permanentemente inconcluso de qué gran estrategia debían seguir los EE.UU., discutiéndose las diferentes estructuras de fuerza que debía tener ese país, los compromisos de defensa en el extranjero y las relaciones económicas que debían fomentarse.
En su artículo de 1996 «Competing Visions for U.S. Strategy«, Barry Posen expuso los cuatro tipos ideales de gran estrategia que se debatían en EE.UU. en la posguerra fría, desgranando además las cuatro estructuras de fuerza adecuadas para cada una de ellas: neoaislacionismo, compromiso selectivo, seguridad cooperativa y supremacía.

En la tabla de las grandes estrategias obsérvese especialmente los asuntos de Pilar Analítico (Analytical Anchor), OTAN, Conflicto Regional, Conflicto Etnico, Intervención Humanitaria, Uso de la Fuerzas y Postura de la Fuerza.
En el resto del artículo se hará un repaso comparativo y selectivo (por motivos de espacio) de los estilos de política exterior y de defensa de Trump con sus predecesores de la posguerra fría, para tratar de identificar en cual de los tipos ideales de gran estrategia se ha situado Trump después de más de tres años de presidencia.
El estilo de Trump en defensa y política exterior
Primero, el estilo de Trump consiste combinar dureza y asertividad contra los adversarios de los EE.UU., pero sin llegar al punto de iniciar guerras contra ellos. Esto contrasta con el estilo de Obama, que tendía a no enfrentarse a los enemigos y adversarios de EE.UU., aunque paradójicamente era mucho más proclive que Trump a enredarse en campañas militares, como la de Libia en 2011.
Esta aparente paradoja en Obama (de política exterior de línea blando pero más proclive a la intervención exterior) se debía a que tenía una perspectiva más internacionalista y multilateralista de la política exterior de EE.UU.. Obama creía que debía intervenir y comprometerse militarmente, ya fuera para mantener y cultivar las alianzas que EE.UU. con sus aliados o porque creyese tenía algún tipo de obligación moral.
Obama intervino en Libia no porque fuera el interés nacional de EE.UU. hacer esa guerra, sino porque no podía dejar solos a sus aliados europeos que iniciaron la guerra por su cuenta (y no habrían podido sostener con éxito), además de porque creía que Gadafi era un terrible dictador.
Ese mismo imperativo moral de Obama de apoyar la guerra contra Gadafi, fue lo que le llevó a dejar caer al dictador Mubarak en Egipto (aliado de EE.UU.). Aunque el interés nacional americano pasaba por no promover la agenda islamistas de los hermanos musulmanes en Egipto, la creencia moral de estar en «el lado correcto de la historia» fue motivo suficiente para dejar caer a un aliado.
Por otra parte, desde la perspectiva de Trump, Clinton y la guerra de Kosovo es otro ejemplo en el que el imperativo moral y el ayudar a aliados militarmente incapaces, se antepuso al interés nacional de EE.UU., llevando a la guerra al país sin que el interés ni la seguridad nacional estuvieran realmente en riesgo.
La paradoja de las presidencias de Obama y Clinton es que a pesar de terminar enredándose en guerras con más facilidad que Trump, ante los verdaderos adversarios de los EE.UU. se mostraban apaciguadores o de línea blanda. Por ejemplo, para intentar evitar que Corea del Norte proliferara nuclearmente, Clinton no aplicó una campaña de máxima presión sino que firmó el Acuerdo Marco de 1994, a pesar que los norcoreanos aún estaban lejos de tener listos explosivos nucleares y misiles intercontinentales con los que amenazar a EE.UU..
Clinton tenía la posibilidad de hacer ataques militares limitados y preventivos para impedir que Corea del Norte tuviera armamento nuclear y capacidad para lanzarlos sobre los EE.UU., algo que no hizo. Sin embargo, fue a la guerra en Kosovo cuando no había una amenaza a la seguridad e interés nacional, interviniendo militarmente por cuestiones de moralidad-intervención humanitaria y por compromisos de ayudar a aliados.
Es decir, Clinton escogía el apaciguamiento cuando había amenazas reales en lugar de usar la fuerza, pero usaba la fuerza cuando no estaba la seguridad nacional amenazada (similar a Obama).
El caso norcoreano y las políticas de George W. Bush (hijo) también sirven de ejemplo para poner en contexto el estilo de Trump. Bush inició una guerra en Irak contra un país que no significaba en aquel momento un gran peligro inminente a la seguridad e interés nacional de EE.UU., inventándose la gravedad de la amenaza con ya infausto asunto de las armas de destrucción masiva de Sadam (generando además un gran caos en Oriente Medio).
Sin embargo, para abordar el asunto norcoreano, Bush no intentó una campaña de máxima presión. Es más, la invasión de Irak aceleró el programa nuclear y de misiles de Corea del Norte. El programa nuclear iraní, desde la perspectiva de Trump, tampoco fue debidamente enfrentado, ya que los EE.UU. eran arrastrados a una guerra sin fin en Irak.
Por lo tanto, aunque Bush y Trump comparten una aproximación de línea dura en los asuntos exteriores y de defensa, les separa que Trump no tiene la intención de enredarse en aventuras militares en ultramar con la facilidad de su antecesor. Clinton y Bush comparten los aventurismos militares que no responden al estricto interés nacional y de seguridad de EE.UU., sino que responden a agendas neoconservadoras o liberales de cambios de régimen, promoción de la democracia, etc.
Es decir, lo que habría hecho Trump en esos años con los asuntos expuestos, no habría sido invadir Irak, derrocar a Gadafi o bombardear Yugoslavia, sino que se habría limitado sus esfuerzos en impedir la proliferación de Corea del Norte e Irán.
En el asunto de Corea del Norte, Trump no tenía ya margen de maniobra para bloquear los programas nuclear y de misiles de ese país, por lo que la campaña de máxima presión ha tenido por objetivo intentar impedir el desarrollo de ambos programas. Aunque Trump ha conseguido que Corea del Norte no siga con pruebas de misiles intercontinentales, lo cierto es que Corea del Norte no le hace falta mucho más para tener un arsenal disuasivo con el que poder lanzar armas nucleares contra territorio norteamericano.
No obstante, en el presente asunto nuclear iraní sí puede observarse mejor cómo se habría comportado Trump en el caso norcoreano de haber sido presidente en los años 90. Obama con Irán siguió una política relativamente similar a la que Clinton hizo con Corea del Norte. En lo más esencial, ese estilo de política consiste en apaciguar al adversario y ofrecerle concesiones económicas, a cambio de que simplemente relentice sus programas nucleares y balísticos.
Por el contrario, Trump pretende hacer con Irán lo que cree que debió hacerse con Corea del Norte en su momento. Hacer la máxima presión para que desmantelen buena parte de su programa nuclear y también sus programas de misiles. Trump cree que el Acuerdo Nuclear de 2015 con Irán (JCPOA) no desmanteló nada realmente clave e importante para que los iraníes desplegasen armas nucleares (el JCPOA dejaba a Irán a menos de un año de tener material fisible suficiente para un arma nuclear, menos tiemp en caso que en secreto tuvieran centrifugadoras de última generación).
Para colmo, con el JCPOA el programa de misiles quedaba intacto. El alivio de las sanciones permitía tener mucho más dinero a un país adversario, pudiendo emplear parte de ese dinero y crecimiento económico para financiar milicias en el extranjero, su programa de misiles, etc.
Trump, al salirse del JCPOA e imponer sanciones aún más severas que las de la época Obama, pretende que Irán haga concesiones clave en sus programas nuclear, balístico y reduzca el apoyo a milicias en el exterior. Que Trump tenga éxito o no con ese tipo de políticas está por verse, al igual que está en discusión si quizás no fuese más práctico que Trump persiguiera objetivos menos ambiciosos como los de Obama o Clinton.
Las negociaciones sobre control de armas y estrategia nuclear es otro ejemplo para identificar el estilo y patrón de la política exterior y de defensa que sigue Trump.
Obama, ante las continuas violaciones de Rusia al tratado INF decidió durante algunos años ocultar dichas violaciones, para que no empañase su política de control y reducción de armas. Una vez no pudo ocultarse a la agenda pública tal estado de cosas, Obama no tomó ninguna decisión para enfrentar y equilibrar lo que implicaría que Rusia terminase desplegando una gran cantidad de misiles de alcance medio e intermedio en Europa (muchos de ellos armados con ojivas nucleares «tácticas» o no estratégicas).
Trump ha seguido una política contraria a la de Obama, denunciando públicamente con dureza las violaciones rusas y amenazando con adoptar medidas de preparación militar que equilibren esa política rusa.
Dado que Rusia tiene una gran cantidad de armas nucleares tácticas (las estimaciones varían entre 2.500 y las 9.000; los EE.UU. solo 500), y ya estaban desplegando una gran cantidad de misiles tácticos de gran alcance (de teatro), se hacía imprescindible que los norteamericanos hicieran algo.
Por ese motivo, durante la presidencia de Trump se ha aprobado el despliegue de ojivas nucleares de bajo rendimiento en misiles balísticos submarinos, con los que poder sostener brevemente la guerra nuclear limitada y táctica que planean los rusos en este momento (pueden consultar mi artículo Las Cuatro Olas de la Estrategia Nuclear Rusa).
Obama retrasaba las decisiones, pero Trump decidió salirse del INF, comenzar varios programas de armamento para que sus fuerzas armadas pudieran desplegar también misiles de alcance medio e intermedio (aunque dejando en suspenso que su despliegue en Europa, dejando esas unidades por el momento en EE.UU. cuando lleguen a estar disponibles).
También, para cotrarrestar la capacidad rusa de iniciar una guerra nuclear limitada y táctica en Europa. Además, como se ha comentado, Trump aprobó el desarrollo urgente de armas nucleares de bajo rendimiento que se desplegaran en submarinos (nueva ojiva en misil balístico ya desplegada, nuevo misil de crucero aún en desarrollo)
En armas nucleares estratégicas, Obama acordó con Rusia el acuerdo nuclear New START, que en 2009 sin duda puede calificarse que un buen acuerdo. No obstante, ese acuerdo fue con Medevev. Cuando Putin volvió a la presidencia comenzó a cambiar la política nuclear estratégica, desarrollando armas que estaban fuera de ese tratado (las armas nucleares exóticas del «8 de Marzo»), violaba el INF (desplegando miles de armas nucleares tácticas en misiles de alcance intermedio), etc. Para colmo, hay fuertes indicios de inteligencia que señalan que China desplegará en los próximos años una cantidad muy superior de ojivas nucleares.
Obama y los analistas que apoyaron sus políticas nucleares (controlistas nucleares), preferirían seguir con el New START tal como estaba, aunque eso deje a EE.UU. en una posición de clara inferioridad nuclear frente a Rusia y China.
Es decir, bajo la política de Obama, Rusia desplegaría nuevas ojivas y armas que no se cuentan en el New START superando a los norteamericanos, desplegando una gran cantidad de armas nucleares tácticas. Mientras que China probablemente desplegase cientos de ojivas nucleares nuevas en los años venideros.
Trump, al contrario que Obama, pretende renegociar el New START para incluir en él las nuevas armas nucleares de Putin, extender el control de armas a las nucleares no estratégicas y también incluir a China en ese nuevo tratado. Los EE.UU. tienen que tener ojivas nucleares suficientes para sostener un intercambio nuclear tanto contra Rusia como contra China, por lo que si quiere tener una estrategia nuclear que no sea simplemente de Disuasión Mínima, necesita un superior número de ojivas, o que los chinos se comprometan a limitar su crecimiento en ojivas y permitan inspecciones de control (como ocurre ahora con los rusos).
El gasto militar y la política militar es otro apartado con el que hay que se debe comparar a Trump con sus predecesores para entrever su estilo y patrón propio.
Obama, a pesar de enredarse en aventurismos militares, tuvo una política militar de reducir el gasto en defensa. Por ejemplo, de 2013 (ya se había retirado de Irak) a 2017 el gasto militar pasó de 673.000 millones a solamente 605.000 millones. La preparación para el combate se redujo considerablemente, se paralizaron programas de modernización militar, y la famosa política militar la Third Offset Strategy, no se implementaba en la práctica.
En los años de Bush, aunque el gasto militar se disparó considerablemente, ese gasto de desperdició en intervenciones extranjeras (especialmente en la inútil guerra de Irak). Los programas de modernización militar se paralizaron para comprar armamento que solo era útil para campañas contrainsurgencia.
Trump, hizo justo lo contrario a los dos predecesores mencionados. Al contrario que Obama, aumentó el gasto militar, pero al sin llevarlo a niveles poco sostenibles como hizo Bush: de los 605.000 millones ha pasado 712.000 en 2020 (las métricas varían según se contabilice el gasto militar), pero reduciéndolo ligeramente a 705.000 millones en 2021 (la cantidad concreta se esta debatiendo).
La modernización militar en Trump ha sido bastante radical, algo que contrasta con lo que hizo Bush (aumento del gasto sin modernización) u Obama (reducir gasto sin modernizar). Actualmente, las fuerzas armadas de EE.UU. están inmersas en un proceso de modernización militar muy revolucionario y sin precedentes, tratando de aplicar las nuevas doctrinas de Operaciones/Batalla Multidomino y de la Guerra Mosaico.
Esta modernización es mucho más radical a la de la Revolución en los Asuntos Militares de los años 90, o la modernización que se hiciera a fines de los 70 y luego en los años de Reagan. Esta modernización al mismo tiempo se está ejecutando sin hacer una ampliación sustancial y rápida del tamaño de la fuerza.
Es más, la armada, ejército de tierra y la fuerza aérea de EE.UU. han anunciado recientemente que reducen sus programas de ampliación y renuncian a varios programas, para así costear la radical modernización sin que ello suponga un gran aumento del gasto militar. Además, la modernización se costeará por una significativa reducción de los gastos militares en ultramar, por lo que sin grandes aumentos de gasto militar, habrá (teóricamente) un considerable aumento en I+D militar y adquisición de nuevo material.


En las relaciones con los aliados y los compromisos de defensa en ultramar, Trump, para bien o para mal, también se desmarca de sus predecesores. Si todos los últimos presidentes apoyaban militarmente de forma directa a sus aliados, yendo a la guerra en varias ocasiones para ayudarles, Trump ha anunciado que se reserva el derecho de no hacerlo si considera que eso va contra el interés y la seguridad nacional de su país.
Al mismo tiempo presiona a sus aliados para que aumenten su gasto militar. Los EE.UU. no va a librar la guerra del interés nacional de sus aliados en el caso que no coincida con los intereses nacionales norteamericanos.
En la perspectiva de Trump, estos aliados gastan muy poco en defensa y siempre esperan que cuando la situación se torne adversa, los americanos hagan un intervención militar par salvarlos. Los casos de Libia en 2011, Kosovo en 1999 o lo que ocurre actualmente en el Sahel, son ejemplos paradigmáticos de ello.
Desde la perspectiva de Trump, esos aliados gastan poco en defensa (bajo porcentaje de gasto respecto al PIB) comportándose como unos gorrones o free riders. Esta queja, es lo que está tras la retórica de Trump de distanciarse de sus aliados y exigirles un mayor gasto en defensa.
En ese sentido, paradójicamente Trump es el principal adalid de la Europa de la defensa, exigiendo y presionando por más gasto militar de un modo que ningún líder europeista hace. Bien es cierto que Trump lo hace por su visión de lo que es el interés nacional norteamericano, no por europeismo, pero al final del día está haciendo más por disminuir la dependencia e incapacidad en defensa de los europeos que cualquier líder europeo o cualquier otro presidente de EE.UU..
No obstante, aunque la retórica con sus aliados sea de renunciar a los compromisos de defensa, en realidad esto hay que interpretarlo como de compromiso selectivo. Trump con la OTAN de hecho se está comprometiendo mucho más que lo que hizo Obama (más gasto militar en Europa y más despliegue de fuerza militar).
Si Obama redujo a dos brigadas ligeras la fuerza de maniobra en Europa, Trump amplió en una brigada pesada en Polonia, varios batallones en el báltico y Polonia, y ha aumentado mucho las armas preposicionadas (listas para usar una vez el personal llega en avión desde EE.UU.).
Las maniobras Defender Europe 2020 desplegarán tres brigadas acorazadas adicionales, siendo las mayores maniobras norteamericanas en Europa en 25 años. Con la Iniciativa de Disuasión en Europa, Trump gasta más de 6000 millones de dólares cada año en mejorar la infraestructura defensiva europea. Es un gasto directo en material, infraestructura, despliegues, etc.
Téngase en cuenta que el presupuesto de defensa español (material, personal, etc) es de 9.000 millones de euros. Solo con esa Iniciativa EE.UU. es uno de los principales presupuestos de defensa europeo y todo se gasta en material. Además, EE.UU. despliega más de 70.000 militares en suelo europeo y es con diferencia la principal potencial militar en cuanto a unidades de maniobra listas para el combate se refiere. El gasto total militar directo al año de EE.UU. en Europa es de más de 30.000 millones de dólares
La retórica de Trump de compromisos limitados no debe confundirse con una retirada, sino que Trump expresa que se reserva el derecho a no sacar las castañas del fuego a sus aliados enredándose en guerras que no son del interés nacional de EE.UU..
En Corea o golfo Pérsico puede observarse un patrón similar. Aunque presiona para que sus aliados en esas regiones gasten más en defensa y costeen parte del despliegue militar norteamericano. Desde que llegó a la presidencia Trump ha ampliado la presencia militar en Corea y el golfo Pérsico.
De hecho, en el golfo Pérsico ha aumentado respecto a los años de Obama (y su Lead From Behind). Obama dijo a los saudíes y emiratíes que él pactaba con Irán y que no iba a ser asertivo con los iraníes en las cuestiones de seguridad y defensa que importaban a Arabia Saudí y Emiratos.
Trump ha desplegado militares en Arabia Saudí para defenderla de los ataque iraníes con misiles. También ha aumentado mucho la presión a Irán. Pero al contrario que Bush y otros presidentes de línea dura no se ha enredado en guerras con Irán o cualquier otro adversario. Al contrario, a pesar de mostrarse muy asertivo y duro con Irán (muerte de Soleimani, campaña de máxima presión), no va a iniciar ninguna guerra a menos que sea para defenderse de una agresión iraní a gran escala (algo que el régimen iraní no tiene intención de hacer, al menos por el momento).
Concretamente, la gran estrategia de Trump (en los aspectos militares) se denomina de «2+3», que significa enfrentarse y derrotar a China y Rusia, mientras se disuade a Irán, Corea del Norte y se hacen campañas antiyihadistas.
Por el contrario, Obama había reducido las exigencias militares a solo una gran guerra o contingencia militar, centrándose en China. De ahí que retirase tropas de la OTAN, reducía el tamaño de la armada, aumentando el despliegue en el Pacífico de la fuerza restante.
Obama, a pesar de reducir mucho el gasto militar, incrementaba su implicación en guerras y conflictos internacionales. Trump, aunque se ha mostrado firme con Irán o Corea del Norte, aumentando mucho la presión y hostilidad, ha decidido no pasar de ese umbral por su sola iniciativa (aunque respondería militarmente en caso de ataque mayor).



Respecto a los asuntos de comercio y economía internacional, pueden consultar este análisis que publiqué al respecto aquí en Political Room. En lo más básico, podría decirse que la estrategia de Trump en sus relaciones económicas internacionales, no está caracterizada por el aislacionismo, sino por el compromiso selectivo para intentar preservar la supremacía, desligándose del multilateralismo liberal.

Conclusiones.
Aunque la gestión diaria de Trump pueda ser caótica y errática, en el medio y largo plazo tiene un patrón y objetivos bastante claros y con una estrategia bien concebida que no responden a caprichos o meras improvisaciones.
Trump tampoco sigue una agenda aislacionista o de retirada, sino que está revisando los compromisos exteriores para solo implicarse directamente en conflictos armados que respondan a la seguridad e interés nacional.
Al mismo tiempo, aunque limita sus intervenciones en el exterior, sigue una agenda de línea dura en la consecución del interés nacional, ya sea en comercio, el programa nuclear iraní, la OTAN, política nuclear, etc.
Siguiendo el esquema que propuso Posen de cuatro tipos ideales de grandes estrategias de la posguerra fría, Trump es una mezcla de las grandes estrategias de Compromiso Selectivo y Primacía.
- En Pilar Analítico, sigue una combinación de unilateralismo y bilateralismo, con postulados del tradicional equilibrio de poder.
- Las Prioridades Regionales no son globales, sino a Eurasia y sus principales centros industriales.
- En Proliferación Nuclear no ha ejecutado aún ataques preventivos, pero en el caso iraní ha dicho que atacaría a Irán en el caso que traspasase ciertas líneas rojas.
- Respecto a la OTAN no apoya la expansión de la alianza (lo que haría un supremacista), sino que mantiene condicionalmente los compromisos con la OTAN. Las tempranas declaraciones de Trump de que la OTAN estaba obsoleta fueron corregidas poco después por varias decisiones que aumentaron la presencia militar norteamericana.
- En Conflictos Regionales e Intervención Humanitaria, también sigue parámetros encuadrables en el Compromiso Selectivo y la Primacía al no enredarse en conflictos.
- El Uso de la Fuerza es de Primacía, usándola a voluntad y sin miramientos, pero de forma comedida sin escalar a guerra (salvo cuando sea atacado en un futuro hipotético).
- La Estructura y Postura de la Fuerza es claramente también un rasgo de Primacía, al ir más allá de las dos MRC (dos contingencia regionales mayores: Irak 1991, etc), sino que sigue la Regla de las Dos Potencias, que consiste en tener suficiente fuerza para enfrentarse a la vez contra Rusia y China (por lo que expande su armada y fuerza aérea para contener a China; moderniza y expande despliegue en Europa de su fuerza terrestre).
Trump no tiene una gran estrategia aislacionista (como muchas veces se ha dicho de forma totalmente errada), sino una combinación de gran estrategia de Compromiso Selectivo y Primacía, distanciándose de la mezcla de Seguridad Cooperativa y Primacía de sus antecesores de posguerra fría.
Es decir, Trump sigue la línea dura en lugar de apaciguamiento con sus adversarios; recurriendo al bilateralismo e incluso unilateralismo con sus aliados y adversarios, en lugar del multilateralismo de anteriores administraciones. La fuerza la usa sin miramientos pero sin intención de enredarse en grandes conflictos. Moderniza radicalmente las fuerzas armadas de EE.UU. también sin precedentes respecto a presidentes anteriores (más que los presidentes de la Guerra Fría incluyendo Reagan).
En comercio y economía internacional, como hemos dicho y puede comprobarse en mi artículo al respecto, también Trump sigue un estilo similar al descrito en seguridad y defensa nacional.