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La Guerra en Afganistán nos demuestra que es un episodio histórico sin resolver desde la Guerra Fría (1945-1991), cuando la Unión Soviética (URSS) invadió Afganistán en 1979 y se desató una guerra civil interminable hasta la llegada al poder de los talibanes en 1996. Luego en 2001, dentro del marco de la Guerra contra el Terrorismo lanzada por EE.UU., tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, el régimen talibán es derrocado y desde entonces se libró una guerra de guerrillas con las tropas norteamericanas y sus aliados.

Sin embargo, tras dos décadas del conflicto, cuando las fuerzas occidentales empezaron una retirada durante la primavera del 2021, los talibanes lanzaron una ofensiva imparable ocupando casi todo el territorio afgano y en agosto recuperaron la capital del país (Kabul), restableciendo el Emirato Islámico.

El Mayor del Ejército de Estados Unidos, Christian Jenni, a la derecha, saluda a un residente local en Jani Kheyl, Afganistán, durante una misión de asistencia civil, el 1 de marzo de 2010. Fuente: The U.S. Army

Termina siendo frustrante que ni siquiera la intervención estadounidense trajera la paz y desestabilizara aún más la región, dejando un saldo de 2500 bajas de soldados norteamericanos, un costo de $933 mil millones de dólares y más de 2.5 millones de refugiados. Probablemente, se quedan en nuestra memoria esas crudas imágenes de civiles afganos desesperados aferrándose a las alas de los aviones intentando escapar.

Esto también nos hace recordar la humillante derrota que sufrió EE.UU. en la Guerra de Vietnam (1964-1975), ante el avance de los comunistas con la caída de Saigón en 1975. Irónicamente, la historia siempre tiende a repetirse porque no aprendemos de ella, por eso, vale la pena hacer una breve reseña histórica de los acontecimientos que marcaron la Guerra de Afganistán entre 1979 y 2021.

Para entender el conflicto en Afganistán desde la óptica de las relaciones internacionales y la ciencia política, surge la teoría del constructivismo propuesta por Alexander Wendt, como alternativa a la teoría del realismo (competencia económica y militar entre Estados) de Hans Morgenthau y la teoría del idealismo (paz democrática y cooperación entre Estados) de Robert Keohane.

La teoría de Wendt explica cómo se forman un conjunto de fenómenos socialmente construidos para entender la configuración del mundo contemporáneo, es decir, se centra más en las identidades, intereses, historia e interacciones sociales de los Estados que en sus capacidades, asignando un rol esencial a la cultura como base de una estructura normativa y la definición del quienes son (Wendt, 1999).

Refugiados de Vietnam del Sur cruzan en un barco de la Armada de Estados Unidos. Operation Frequent Wind, la operación final en Saigón, que comenzó el 29 de abril de 1975.

Para reforzar este análisis aparece la teoría del “choque de civilizaciones”, término popularizado por el politólogo norteamericano, Samuel Huntington, en un libro publicado en 1996 bajo el mismo nombre. Este autor sostiene que la cultura y las identidades le dan forma a los Estados como civilizaciones caracterizadas por patrones de alianzas y competencias entre ellos, para comprender el nuevo orden mundial multipolar en la era post-Guerra Fría.

Aplicando lo anteriormente dicho al conflicto de Afganistán, el constructivismo y el choque de civilizaciones nos permite comprender cómo las creencias intersubjetivas (la religión y la cultura) encarnan los intereses, la historia e identidades de los actores (talibanes). Partiendo del surgimiento de los talibanes tras la invasión soviética de 1979, que trajo un historial de enfrentamientos internos e intervencionismos de actores externos (las superpotencias), lo cual veremos más adelante con la participación de EE.UU. en la Guerra contra el Terrorismo en 2001.

Estas dos cuestiones marcaron los contextos históricos específicos y definieron las relaciones de poder en Afganistán. Por tanto, los intereses de estos grupos se construyeron socialmente desde las “madrazas” (escuelas de formación islámica) donde adoctrinaban a estas personas mediante la religión del islam para sustentar su ideología política: creación del Emirato islámico de Afganistán.

Esto dio como resultado una estructura normativa inspirada en la Sharia como solución a la violencia e inseguridad de la sociedad afgana. De esta forma, los talibanes con sus escasos conocimientos crearon y difundieron discursos esperanzadores en la región de traer estabilidad, orden, paz y eliminar la corrupción, donde moldearon las ideas del tejido social afgano con un entramado de redes culturales complejas, cuya base era el Corán.

Ahora bien, durante el contexto de la Guerra Fría, a finales de la década de 1970, emergió la ola del terrorismo, según David C. Rapoport, como bandera del extremismo religioso en Oriente Medio tras la Revolución islámica en Irán y, al mismo tiempo, coincidiendo con las constantes derrotas geopolíticas de EE.UU. en Vietnam, Irán, Nicaragua y Granada.

De hecho, Rapoport popularizó el concepto de “Olas del Terrorismo” como fenómeno global y ciclo de actividad de larga trayectoria que aparecía en un contexto histórico dado, caracterizado por fases de expansión y contracción. Si a esto le sumamos el interés expansionista de la Unión Soviética hacia el Océano Índico, principal aliado económico y militar, y su afán de difundir reformas comunistas en un país afín (Armanian, 2021) podemos entender la invasión de Afganistán en aquella época.

Además, en 1978 tuvo lugar la Revolución de Saur, transformando a Afganistán en un Estado socialista regido por el Partido Democrático Popular de Afganistán, esto produjo la insurgencia de los muyahidines contra el gobierno y este solicitó la intervención militar de la Unión Soviética. Todo lo anterior mencionado, configuró el escenario para la invasión afgano-soviética durante los siguientes 10 años (1979-1989), desatando una guerra de guerrillas interminable y una desestabilización sin precedentes en la región (OFCS Report, 2021).

Es por ello que EE.UU. no quería perder Afganistán como país estratégico en la lucha contra el comunismo e inmediatamente la administración de Jimmy Carter (1977-1981) autorizó en secreto la Operación Ciclón en julio de 1979, para derrocar al gobierno pro-soviético de la República Democrática de Afganistán (Armanian, 2021). Dicha operación consistía en brindar armamento bélico, financiación y entrenamiento a grupos guerrilleros fundamentalistas islámicos y de oposición al gobierno afgano, los muyahidines, bajo el mando de Osama Bin Laden en Pakistán y financiados por Arabia Saudita.

Tres guerreros muyahidines combatiendo en Asmar, agosto de 1985. Autor: Erwin Lux

Más adelante, la administración de Ronald Reagan (1981-1989) siguió apoyando a estos grupos con mayor financiamiento, como dato curioso, en febrero de 1983, Reagan recibió en la Casa Blanca a los líderes muyahidines (luego talibanes) y se refirió a ellos como: “Estos caballeros son el equivalente moral a los padres fundadores de Estados Unidos” (Cadirant y Sergio, 2018).

Al final se produjo una retirada definitiva de la URSS gracias al apoyo de EE.UU. y a los muyahidines, dejando un país con conflictos internos y muy frágil, tras lo cual se desató una guerra civil (1992-1996) entre los líderes muyahidines que se apoderaron del gobierno y se enfrentaron militarmente entre sí, a partir de ahí surgirán los talibanes (Cadirant y Sergio, 2018).

Pero ¿Quiénes son los famosos “talibanes''? Según Lindsay Maizland, analista del Council of Foreign Relations, es un grupo fundamentalista islámico compuesto por afganos pastunes y extranjeros partidarios de una línea dura del islam y visión antioccidental, que provienen de los grupos rebeldes y guerrilleros muyahidines por la yihad (guerra santa), los cuales surgieron a principios de los años 90 al sur de Afganistán y cerca de la frontera pakistaní. En definitiva, eran los mismos que habían derrotado a las tropas soviéticas durante la invasión de Afganistán.

Curiosamente, habían sido respaldados y entrenados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EEUU, la Dirección Inteligencia Interservicios (ISI) de Pakistán y financiados por Arabia Saudita. De esta forma, el conflicto afgano-soviético había servido no solo para derrotar a la URSS, sino para fomentar una fuerte creencia religiosa por el Islam y establecer fuertes nexos entre diversos grupos musulmanes y terroristas que pelearon juntos por la yihad.

Ronald Reagan durante su reunión con los muyahidines en la Casa Blanca en 1983.

En lo concerniente a sus formas de adiestramiento, estudiaron en madrazas (escuelas de formación islámica y entrenamiento militar), de aquí surge el término talibán (estudiante). En ese sentido, este movimiento ganó apoyo popular durante la guerra civil afgana (1992-1996) entre las facciones rivales muyahidines que querían tomar el control, ya que los talibanes le prometieron a la población imponer el orden, garantizar la seguridad y eliminar la corrupción (Maizland, 2021).

Una vez en el poder, impusieron un régimen puritano islámico basado en una interpretación severa de la ley islámica “Sharia” por los wahabíes y salafistas de las madrazas. Entre otras medidas, impusieron castigos físicos desde la pena capital hasta latigazos o amputaciones por delitos menores en la plaza pública, las mujeres debían usar obligatoriamente el burka de pies a cabeza, los hombres debían dejarse crecer la barba, así como la prohibición de la música, el cine y la televisión, entre otras cosas. (Maizland, 2021).

Sin embargo, existe un acontecimiento histórico que pasa desapercibido y que nos podría ayudar a comprender a profundidad el verdadero interés de las superpotencias en Afganistán.Me refiero a los intereses económicos que residen en sus riquezas naturales, como el oro, cobre, petróleo, litio, algodón, gas natural y producción de opio a nivel mundial, localizadas desde la zona del mar Caspio hasta el mar Arábigo (DW Español, 2021).

En diciembre de 1997, una delegación de talibanes viaja a Texas para negociar con una transnacional norteamericana “UNOCAL” la construcción de un gasoducto transafgano que pasa por Turkmenistán, Pakistán y la India, para permitir el tránsito de gas por uno de los mayores conductos de Afganistán. Pero los talibanes rechazaron la oferta y les prohibieron el cultivo de opio. Luego, en abril de 1998, el embajador de EE.UU. ante la ONU se entrevistó con los representantes talibanes en Kabul, donde dejó en claro que para la construcción del gasoducto se debía poner fin a la guerra civil y entregar a Osama Bin Laden, considerado un peligro terrorista, obviamente no se logró nada (Gallego-Díaz, 2001).

Para octubre de 1999, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución 1267, lanzando una serie de sanciones contra el régimen talibán y Al-Qaeda, considerados entes terroristas (CFR, 2021). Así, EE.UU. expuso a sus viejos aliados como “enemigos de la civilización humana”.

Los atentados terroristas contra las torres gemelas en Nueva York perpetrados por Al-Qaeda y Osama Bin Laden, el 11 de septiembre del 2001, marcarían un antes y un después en la política internacional. En respuesta, la administración de George W. Bush (2001-2009) lanza la “Guerra contra el Terrorismo” centrándose en Afganistán como principal base de operaciones terroristas y la capacidad militar de Al-Qaeda, Bin Laden y los talibanes, como el enemigo a batir.

Para diciembre del 2001, las tropas norteamericanas derrocaron al régimen talibán con apoyo del Reino Unido y más delante de la OTAN. Desde entonces, los talibanes han ejecutado múltiples estrategias desde una guerra de guerrillas hasta atentados terroristas contra las fuerzas occidentales. Posteriormente, comenzó una fase de reconstrucción y transición hacia un gobierno democrático afgano, lo cual se cristalizó en 2004 con la elaboración de una nueva constitución y celebración de elecciones presidenciales, no obstante, Afganistán seguía siendo uno de los lugares más peligrosos e inseguros del mundo por la corrupción endémica y la concentración del poder en el ejecutivo (CFR, 2021).

Durante la administración de Barack Obama (2009-2017) se mantuvo a Afganistán como el frente más importante de EE.UU. contra las fuerzas terroristas y se anunció la retirada para 2011, aunque hubo una escalada importante de tropas de combate estadounidenses que llegó a superar los 100.000 combatientes en su apogeo.

Para 2011, Osama Bin Laden es asesinado en Pakistán por fuerzas militares norteamericanas lideradas por la CIA y empieza una reducción de tropas para una retirada total de efectivos militares en 2014. Sin embargo, cuando llegó ese año, Obama anunció un nuevo calendario para retirar la mayoría de las fuerzas estadounidenses a finales del 2016, con lo cual declaró el fin de las principales operaciones de combate y ordeno crear las condiciones para que dicha responsabilidad recayera en las fuerzas afganas (CFR, 2021).

Como dato curioso, en 2011 Obama durante una cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), ya había anunciado la posibilidad de abandonar los asuntos de seguridad en Oriente Medio y voltear la mirada a Asia Pacífico como foco de su política exterior. Pero, la Primavera Árabe de 2011, el auge del Estado Islámico en Siria y la invasión rusa de Crimea en 2014, “obligaron” a EE.UU. a no desentenderse de las amenazas latentes (Pérez Triana, 2021).

Más adelante, la administración de Donald Trump (2017-2021) mantuvo los compromisos militares en Afganistán para evitar un “vacío de poder” y retirar los soldados. De hecho, en la campaña electoral, Trump hizo énfasis en el cansancio de las “guerras interminables” en Oriente Medio como atolladeros para EE.UU., ya en el poder, promulgó la “National Defense Strategy of The United States of America”; afirmando que “la competición estratégica entre estados, no el terrorismo, es ahora la primera preocupación de la seguridad nacional de los Estados Unidos”.

Entre ellos, estaban China y Rusia. En 2018, se desarrollaron negociaciones de paz entre EE.UU. y los talibanes, pero se cancelaron en 2019 (CFR, 2021). Luego en febrero del 2020, dentro del marco de las conversaciones de paz en Doha, Trump acordó varios puntos esenciales en el acuerdo de paz: alto al fuego (reducción temporal de violencia entre estadounidenses, afganos y talibanes); retirada de fuerzas extranjeras (EE.UU. acordó reducir el número de tropas de 12.000 a 8.600 en 135 días y una retirada total para el 1 de mayo del 2021); negociaciones entre el gobierno afgano y los talibanes, etc.

El representante estadounidense Zalmay Khalilzad (izquierda) y el representante talibán Abdul Ghani Baradar (derecha) firman el acuerdo en Doha, Qatar, el 29 de febrero de 2020.

Finalmente, la actual administración de Joe Biden (2021-presente), declaró en abril que no cumpliría el plazo establecido en el acuerdo, sino que EE.UU. retiraría sus tropas hasta antes del 11 de septiembre del 2021, como vigésimo aniversario del 9/11. En consecuencia, desde mayo los talibanes lanzaron una ofensiva militar sin precedentes e imparable, incluido Al-Qaeda, contra el gobierno afgano, rápidamente expandieron su control en todas las provincias del territorio hasta que tomaron Kabul y se apoderaron del palacio presidencial el 15 de agosto de 2021 (CFR, 2021).

Vale acotar que la retirada estadounidense de Afganistán marca el fin de la Guerra contra el Terrorismo y prepara a EE.UU. para una nueva etapa de competitividad global entre superpotencias, particularmente China y Rusia. Por eso, EE.UU. ha apostado por un “retorno al multilateralismo” y su intención de construir alianzas para afrontar los retos globales: la pandemia del Covid-19, el cambio climático y el ascenso de China, mediante la iniciativa de inversiones “Build Back Better for the World” (B3W), como estrategia alternativa superior a la Nueva Ruta de la Seda (The Political Room, 2021). Todo esto en vista de la alta polarización del pueblo norteamericano y el hartazgo del intervencionismo de su país en conflictos al otro lado del mundo (Mars, 2021).

En vista de la retirada de tropas estadounidenses de Afganistán, queda un vacío de poder que representa una oportunidad para revitalizar la posición de Rusia y China, quienes han estado involucrados directamente en la política afgana, ya que han expandido su presencia militar para prevenir posibles amenazas a la seguridad de sus fronteras dada la insurgencia en Afganistán.

La construcción de alianzas en la región de Asia Central le permitirá a Rusia fijar un punto de apoyo geopolítico en Afganistán y podría buscar entablar relaciones con los talibanes si es que sirve a sus intereses, pese a que ninguno quiere un Emirato islámico cerca. Por el lado de China, el interés en Afganistán es más geoestratégico y económico para asegurar su política exterior de la Nueva Ruta de la Seda. Además, desde 2007 el gigante asiático ha buscado la manera de conseguir una amplia riqueza mineral (litio), lo cual demanda una gran infraestructura de seguridad y transporte.

En conclusión, tanto Pekín como Moscú quieren debilitar a Washington mediante un compromiso de asociación estratégica-integral para extender su hegemonía política en la región (Sakhi, 2021). En resumen, la guerra de Afganistán constituye un cabo suelto de la Guerra Fría sin resolver y una muestra de que la narrativa constructivista de un choque de civilizaciones sigue latente en lo concerniente a sus predicciones sobre la amenaza expansionista del Islam y China, para EE.UU.

De hecho, confirma otro gran fracaso de los americanos en su encrucijada intervencionista por el mundo de intentar exportar un modelo de democracia liberal a las sociedades compuestas por varias tribus y marcadas por sus conflictos internos.

En consecuencia, el apoyo a los muyahidines derivó en la formación de múltiples facciones con líderes extremistas y posiciones antioccidentales, por ejemplo, Osama Bin Laden de Al-Qaeda o los talibanes que buscaron restaurar el Emirato Islámico. Además, EE.UU. no calculó el impacto de sus acciones al contribuir al nacimiento y fortalecimiento de grupos fundamentalistas religiosos que hoy son sus peores enemigos y que ahora podrían alinearse a sus viejos enemigos: Rusia y China.

Por eso, es importante comprender los procesos desde la historia y no desde la inmediatez, Afganistán ha sido fundamental en el tablero geopolítico desde hace tiempo y a esto se suman variables religiosas, intereses por recursos económicos y, como no podía ser de otra manera, luchas políticas.

El 8 de julio de 2021, Joe Biden dijo: "La probabilidad de que los talibanes se apoderen de todo y sean dueños de todo el país es altamente improbable."

Referencias Bibliográficas:

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