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La guerra es un elemento que ha acompañado siempre al ser humano y lo seguirá haciendo hasta el final de sus días. Afortunadamente no es la norma, es decir, la habitualidad en las comunidades humanas a lo largo de la historia no es la guerra, pues son muchos más los días y los años en los que no existe tal acontecimiento. Esto se debe a varios factores, pero el más elemental es el de que la guerra siempre se ha visto como la forma más extrema de violencia, la manera más radical en la que se intenta resolver un conflicto independientemente de la motivación del mismo.

Y, pese al transcurso de las diferentes épocas y los distintos modos de hacer la guerra, este hecho se muestra como un factor invariable. Por ello, para realizar una acción que conlleva la muerte de muchos de los gobernados y provoca el deterioro de la productividad y de la estabilidad social, además del riesgo de derrota y represalia que puede empeorar todos estos aspectos, resulta necesaria una justificación.

Soldados y aviadores realizan actividades de despliegue en la base aérea de Aviano, Italia, con destino Letonia, para asegurar la protección del territorio de la OTAN, 24 de febrero de 2022. (Foto del ejército de EE. UU. por el sargento. Meleesa Gutiérrez)

Ahora y siempre la justificación para ir a la guerra ha sido la misma, girando en torno a un concepto que, para alcanzarlo, se canaliza mediante dos elementos. El concepto central es el de la justicia, pero no una justicia entendida como la ligazón al derecho, sino que se alude a lo que cualquier comunidad (la mayor parte de sus miembros) puede entender como lo que es mínimamente justo o no, al margen de cualquier legislación local o internacional.

Es decir, para justificar una guerra se ha de entender que “nosotros” tenemos la razón porque nuestra causa es justa, y por ello no sólo vale la pena arriesgar la propia vida y arrebatar la del “otro” que lucha por motivos injustos, normalmente tachados de perversos, sino que es un deber hacerlo.

Los dos elementos fundamentales para alcanzar esa Justicia son el de agresión (casi siempre presente) y el motivo transcendental (siempre presente). La agresión inicial del contrario es un aspecto que desemboca fácilmente en la atribución de la razón propia, pero necesita también del motivo transcendental, de un algo superior al individuo que confirme y potencie esa justicia suprema que hará que merezca la pena el esfuerzo bélico, con todo lo que ello implica.

La masacre de protestantes franceses del día de San Bartolomé. A la izquierda, se puede ver la iglesia del convento de los Grands-Augustins (ya desaparecido) donde sonó el toque que desencadenó las matanzas, el Sena y el Pont des Meuniers. En el centro al fondo, el Louvre y, frente al edificio, Catalina de Medici la viuda negra, principal instigadora de las matanzas. En el centro, al fondo, la mansión en la que fue asesinado el almirante de Coligny, líder del partido protestante, antes de ser defenestrado, decapitado y castrado. Reunidos en torno a su cadáver, los líderes del partido católico, los duques de Guisa y Aumale y el Chevalier d'Angoulême. Al fondo a la derecha, la Puerta de Saint-Honoré y, en la colina de La Villette, el patíbulo de Montfaucon, donde será colgado cabeza abajo el cuerpo del Almirante,1572. Autor: François Dubois

Simplificando, se puede decir que en la mayoría de casos la agresión es el hecho circunstancial que enciende la mecha, y que el motivo transcendental es ese cartucho de dinamita que está ahí, en el trasfondo social de la comunidad, que explota al ser tocado por la llama que transporta la mecha.

No obstante, como se verá más adelante, existen casos de una agresión latente que no servirán de detonante inmediato, sino que perdurará a lo largo de un periodo de tiempo indeterminado hasta que acabe explotando. Además, en algunas ocasiones la agresión y el motivo transcendental se entremezclan de tal manera que será difícil marcar una línea clara entre ambos.

Por otro lado, existe un amplio abanico de posibilidades para que el gobernante de turno retuerza la realidad, si fuera necesario, para considerar y difundir lo que es una agresión. Asimismo, el motivo transcendental, aunque esté siempre presente, variará según la mentalidad de cada pueblo y de cada época.

Y no importa hasta qué punto es cierta la agresión y válido el motivo transcendental, lo verdaderamente importante es que lo parezca y, por ello, sea asumido por la mayor parte de la población, la cual de una forma u otra, con mayor o menor impacto, va a sufrir las consecuencias de la guerra.

La justicia es representada alegóricamente por la Dama de la Justicia, una mujer con los ojos vendados sosteniendo una balanza en una mano y una espada en la otra. Fuente: Carptrash

Una vez expuesta la explicación que atiende a la justificación de la guerra, considero oportuno mencionar una serie de ejemplos históricos que nos llevarán desde la antigüedad hasta la actualidad, viajando por diversos lugares y culturas.

Aunque tampoco podemos descartar que el motor principal que me mueve a escribir las líneas que siguen sea, acudiendo al viejo dicho, porque “la cabra tira al monte”, pues no hay que subestimar la capacidad de autoengaño, ni de los diferentes líderes políticos a la hora de tomar sus decisiones y de justificar una guerra; ni la de los autores a la hora de elegir sobre qué temas hablan y cómo lo hacen.

Sea como fuere comenzaremos por el principio, con el primer conflicto de la historia que tenemos narrado por escrito. Se trata de la guerra entre dos reinos sumerios, Lagash y Umma, acaecida en el siglo XXV a. C. El rey de la ciudad vencedora, Lagash, justifica su ofensiva aludiendo a que Umma había invadido parte de las tierras de cultivo de Lagash (agresión).

Si tenemos en cuenta que dentro de la mentalidad sumeria la tierra del reino pertenecía literalmente al dios principal del mismo, dicha agresión atentó contra lo más sagrado para todos sus habitantes, aquel quien provee de abundancia y bienestar a los que viven en el reino. Además, el rey lagashita recibe el encargo de la divinidad, por lo que estamos ante el mandato de algo superior al individuo y al colectivo en general (motivo transcendental) (Frayne, 1998, 128-140).

Algo más de mil años después, a finales del siglo XIII a.C., pero sin salir de la misma región, encontraremos la justificación del rey de Asiria para atacar Babilonia. En este caso el motivo trascendental se presenta de forma evidente: el rey de Babilonia ha cometido diversos sacrilegios, sus dioses (los mismos que los de Asiria) le han abandonado, y exigen al rey asirio que actúe en consecuencia. El motivo trascendental, nuevamente, coincide con el de la propia agresión, pues el sacrilegio incluye a ambos dentro de la mentalidad de estos pueblos (Liverani, 2003, 155-156).

Los conflictos greco-persas, mejor conocidos como las Guerras Médicas, tampoco escaparon a esta dinámica en los siglos VI y V a.C., donde la agresión persa se muestra evidente tras la anexión de las colonias griegas jónicas y su intromisión en la política griega; mientras que el motivo transcendental lo tenemos en algo tan básico como es la defensa de la propia tierra, y un supuesto espíritu de libertad que trata de escapar de la tiranía (Gómez Espelosín, 2001, 154-155).

Asimismo, el expansionismo romano durante la República se ligó a la propia supervivencia de la misma (motivo transcendental), entrando también en juego lo que podemos denominar como agresión latente, es decir, una agresión efectuada por un determinado pueblo en el pasado servirá como casus belli contra ese pueblo en el futuro, como sucedió en el caso concreto de la expansión hacia la Galia (Bravo, 1998, 47-50).

Un hoplita griego ataca con su espada a un infante persa, del Pintor de Triptólemo, en torno al 480 a. C. Fuente: Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

Llegando a la Edad Media nos toparemos con el curioso caso de la expansión musulmana. La motivación transcendental es fácil de percibir, la necesidad religiosa por designio divino de extender el islam por todo el mundo, hecho que comparte con el cristianismo (y que sería la justificación principal de la conquista de América por parte de la Monarquía Hispánica).

Tal es la fuerza de su convicción que no parece necesitar una agresión para cumplir con dicha tarea, aunque retorciendo el discurso se puede considerar la no aceptación de Allah como una agresión permanente que no deja de ser un obstáculo para cumplir la voluntad de esta deidad, la cual llevaría a la humanidad a su cenit.

Es decir, oponerse al islam como religión es oponerse a un tipo de bienestar inimaginable (ya sea en esta vida o en la otra) para la especie humana, por lo que dicha oposición no dejaría de ser considerada como una agresión contra Allah, y, en consecuencia, contra toda la humanidad. Como se ha dicho, el cristianismo tiene en este punto una visión similar.

Como contrapartida, los reinos hispanos cristianos justificaban sus ataques contra los andalusíes debido a una agresión latente político-religiosa. Por un lado, la recuperación de un reino visigodo atacado y suplantado por las diferentes estructuras políticas musulmanas, hecho que explica el intento de los monarcas astures, leoneses y castellanos de enlazar sus dinastías con la visigótica.

La obra representa el momento en que Boabdil, que fue el último rey nazarí de Granada, rindió la ciudad de Granada en 1492 y entregó las llaves de la misma a los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Autor: Francisco Pradilla y Ortiz (1848–1921).

Por otro lado, la invasión produjo un avance del islam con respecto del cristianismo, por lo que en este aspecto concreto la agresión se funde con el motivo transcendental, pues ésta es otra religión con carácter universal, siendo teóricamente inevitable el conflicto.

Sin embargo, hay que incidir en lo ya mostrado, estamos ante una agresión latente, es decir, hechos acaecidos siglos atrás (la caída del Reino de Toledo) pueden justificar la agresión en el tiempo presente, aupado por un trasfondo religioso permanente que facilita la justificación del conflicto, pero que en la práctica no tiene porqué provocarlo de forma constante, ni siquiera recurrente.

Avanzando en la línea del tiempo y para no alargarnos más de lo debido, acudiremos a dos ejemplos recientes. El primero de ellos es la invasión de Irak a Kuwait. Entre otros motivos, Sadam Huseín acusó a Kuwait de que este emirato estaba robando petróleo del subsuelo iraquí (agresión), al mismo tiempo que alegaba motivos históricos y de justicia pan-árabe al actuar como protector de este pueblo frente a la amenaza persa (motivo transcendental) (Murdico, 2004, 13-15).

Por último, viajaremos a la actual guerra ruso-ucraniana. Putin ha justificado su invasión debido a las supuestas agresiones ucranianas contra población rusa en el Donbás (agresión) y por motivos de seguridad e histórico-nacionales (motivo transcendental) (Alonso, 2022).

Apuntes necesarios

1.- Los ejemplos expuestos han sido sólo una muestra mínima de diferentes conflictos armados ocurridos a la lo largo de más de cuatro mil años.

2.- Como es natural, existen matices que se han obviado en este recuento debido al propio formato de este artículo, pudiéndose ahondar mucho más en ellos si fueran tratados de manera específica y en un trabajo más extenso.

Tropas egipcias esperan órdenes en la Operación Tormenta del Desierto, 8 de marzo de 1991.

3.- Aunque no se ha dicho en ningún momento, considero oportuno señalar que éstas son las justificaciones, no la totalidad de las motivaciones que llevan a los dignatarios de turno a provocar un conflicto.

En los ejemplos expuestos trasciende el control de territorios fértiles y canales de regadío (Lagash-Umma); el control de diversas rutas comerciales (Asiria-babilonia; y rebelión jónica contra los persas, teórico detonante de la Primera Guerra Médica); y ambiciones (o intentos de soluciones) políticas y económicas de diverso tipo (Julio César en la Galia; invasión de Irak a Kuwait; invasión rusa de Ucrania).

Esto no quiere decir tampoco que las diferentes élites gobernantes lleguen a un punto de cinismo en que no crean en absoluto en las justificaciones que proporcionan. Y a pesar de que habría que analizar cada caso de manera aislada y en profundidad, la norma es que haya una mezcla de todos estos factores donde las justificaciones de agresión y del motivo transcendental confluyan o se hagan confluir de forma más o menos involuntaria (cabe recordar que no hay que subestimar la capacidad de autoengaño), con los objetivos personales de las élites que protagonizan estos conflictos.

4.- Al mismo tiempo y como se ha ido viendo, a menudo es difícil distinguir, cuando no imposible, entre la agresión y el motivo transcendental.

5.- A partir del estallido de la Revolución Francesa el motivo transcendental gana todavía más en importancia, pues debido al aumento del empleo de la milicia y de las batallas en territorio donde reside población civil, así como al incremento de las dimensiones de las guerras, el coste social de las mismas crece exponencialmente.

Toma de las Tullerías el 10 de agosto de 1792 durante la Revolución Francesa. Autor: Jean Duplessis-Bertaux

6.- La palabra clave ha de tenerse siempre en cuenta: Justicia. Los intentos de justificar una guerra se basan en hacer ver que ésta sea justa pese a no ser deseable, ya que es inevitable si se quiere actuar y vivir con justicia. El “nosotros” tiene la razón y el “ellos” no. Sólo con la guerra se forzará al “ellos” a dejar de boicotear esa razón, esa justicia, pues reniegan de ella por motivos, espurios, banales, caprichosos, en definitiva, injustos.

Para ello, independientemente de quien sea el agresor, el “nosotros” siempre es el agredido al que acompaña un motivo transcendental, la justicia, enmascarada con cualquier elemento superior al individuo y al propio colectivo, pues sin ese factor el grupo carecería de sentido  (normalmente se trata de religión, nación, historia, derechos humanos, libertad...sin que sean excluyentes unos de otros).

BIBLIOGRAFÍA

ALONSO, Ana, “Mariúpol, enclave estratégico en el sur de Ucrania, se prepara para resistir a Putin”, El Independiente, 23 de febrero de 2022.

BRAVO, Gonzalo, Historia de la Roma antigua, Alianza Editorial, 1998.

FRAYNE, Douglas, Presargonic Period (2700-2350 BC), University of Toronto, 1998.

GÓMEZ ESPELOSÍN, Historia de Grecia Antigua, Akal, 2001.

LIVERANI, Mario, Relaciones internacionales en el Próximo Oriente antiguo, 1600-1100 a.C., Bellaterra, 2003.

MURDICO, Suzanne, The Gulf War,Rosen, 2004.

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