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Las mujeres en Irán están quemando sus hijabs y descubriendo su cabello, al mismo tiempo que multitudes de personas indignadas toman las calles de muchas ciudades, generando unas escenas de violencia inéditas hasta el momento en la República Islámica.

Estas protestas están motivadas por la muerte de Masha Amini (una kurda de nacionalidad iraní, que estaba de visita en Teherán) el 16 de septiembre a manos de la policía de moralidad, que la arrestó por no llevar correctamente el hijab y mostrar mechones de pelo sobresaliendo de él.

Masha Amini

El grado de gravedad de las protestas

Las dos preguntas claves son (1) si la situación es tan grave como aparentan las imágenes de las fuerzas de seguridad perdiendo el control; y (2) si el régimen iraní está en riesgo de una revolución inminente. La respuesta corta a sendas preguntas es un "no". Pero las respuestas largas son mucho más matizadas y podrían ser un sí en el largo plazo.

La aparente pérdida de control de la calle por las fuerzas del orden iraníes es, en realidad, un espejismo. La explicación de que las protestas se estén desarrollando con mucha más libertad de acción no está ni en la debilidad de las fuerzas represivas iraníes, ni en la fortaleza de las protestas.

Simplemente, el presidente de Irán, Ebraim Raisi, se encontraba en la Asamblea Anual de la ONU cuando los tumultos empezaron, y haberlos reprimido con contundencia total habría provocado un baño de sangre que diplomáticamente hubiera supuesto un duro golpe para el gobierno iraní.

Es cierto que el nivel de hartazgo popular contra el gobierno conservador y principalista de Raisi no tiene precedentes, pero de no haber estado el mandatario en la ONU estos días, la represión probablemente ya habría sofocado la mayoría de las protestas y retomado el control de la calle.

Respecto a si hay riesgo de una revolución, la respuesta es negativa para el corto plazo. Con todo, el gobierno de Raisi carece de legitimidad popular por las elecciones amañadas de 2021. La corriente principalista, una minoría electoral, ahora controla todos los resortes del Estado. Tienen la presidencia, el parlamento y el resto de instituciones que controlan la política iraní (Líder Supremo, Guardia Revolucionaria, Consejo de los Guardianes, etc).

El hijab es como el 'muro de Berlín'.

Raisi llegó al gobierno creyendo que sus políticas reconducirían la situación y devolverían cierta legitimidad a la línea dura. Por un lado, mejoraría la situación económica y las ayudas sociales, atrayendo el apoyo de sectores populares y, por el otro, incrementaría la represión moral como instrumento para mantener a raya a los sectores más reformistas. Sin embargo, la situación económica está empeorando.

Raisi promulgó en julio el decreto contra el pecado, que implementaría de manera estricta el código moral de vestimenta, y alejaría a los iraníes de la "sedición" y la influencia extranjera, creyendo que apuntalaría el declive del actual régimen político. Sin embargo, la represión moral está alienando aún más la legitimidad popular del régimen, dividiendo al propio campo conservador.

Raisi había planeado el control moral y la estricta aplicación del código de vestimenta con un doble propósito. Por un lado, pretendía desviar la atención pública de (1) los graves problemas económicos que enfrenta Irán, y (2) del callejón sin salida político que implicó su amañada victoria electoral. Por otro lado, la vigilancia para aplicar el hijab iba a funcionar como un vector para un mayor control social.

Ebrahim Raisi haciendo campaña en Teherán para las elecciones presidenciales de 2017. Fuente: Agencia de noticias Tasnim

Esto es, que al obedecer la norma de vestimenta se impone disciplina y dominio psicológico, al más puro estilo del concepto de 'Biopolítica'. Además, la implementación de la norma sería la justificación legal para la intromisión en la intimidad de las personas, y de este modo asegurar la vigilancia, dejando menos espacio para la organización de disidencias contra el gobierno.

En julio, el secretario del Cuartel General de Imposición del Bien y Prohibición del Mal de Irán, el organismo responsable de determinar y hacer cumplir los modelos de comportamiento en la sociedad, dijo que se emplearían las cámaras de los espacios públicos para vigilar la aplicación de las normas de vestimenta, identificando y multando a las mujeres que no llevaran hijab.

Como explicó Elham Gheytanchi, profesor asociado de sociología en la Universidad de Santa Mónica, a Al-Monitor “el hijab no tiene nada que ver con la moralidad, la religión o la ética”, sino que es “lo que quiere la élite política, y así es como llegaron al poder”. “Hacer que el hijab sea obligatorio para todos, significa que el régimen gobierna tu ámbito más privado y está presente en todas partes. Si tuviera que ver con la religión, habría sido un asunto privado entre las mujeres y su Dios. Pero el gobierno iraní se ha declarado como la fuerza de Dios y su legitimidad depende de ello".

El efecto conseguido por el momento ha sido justo el contrario. El hijab ha congregado a amplios sectores de la sociedad iraní para hacer frente al gobierno y al régimen, convirtiéndose en una suerte de "núcleo irradiador" (siguiendo terminología de ciertas teorías de populismo político) para el cambio.

El caso de Masih Alinejad es significativo. Exiliada de Irán desde hace 13 años y residente en Nueva York desde 2014, con más de 10 millones de seguidores en sus redes sociales (la mayoría de dentro de Irán), hace llamamientos para que las mujeres iranés se graven desafiando el símbolo de llevar el hijab. Alinejad afirmó en el New Yorker que “me odian porque estoy movilizando a las mujeres contra ellos” y comparó el requisito del hiyab con el Muro de Berlín. “Si lo derribamos, todo el sistema colapsará”.

El principal partido reformista y de la oposición en Irán, pidió el sábado que se ponga fin al código de vestimenta islámico, en vigor desde el año 1983, cuatro años después del inicio de la Revolución Islámica de 1979. Mohamed Jatami, expresidente de Irán y líder del movimiento reformista, concretamente dijo que "preparen los elementos legales necesarios para la derogación de la ley sobre el hiyab obligatorio".

Además, el principal partido reformista pide que se detenga las actividades de la policía moral, que se autoricen las manifestaciones pacíficas y la liberación inmediata de las personas detenidas, así como la formación de una comisión imparcial que investigue la muerte de Amini.

Que pasaran cuatro años desde la revolución hasta que se decretara la obligación pública de llevar el hijab, indica que no es algo consustancial al régimen de la República Islámica. Asimismo, la aplicación del código de vestimenta depende de la voluntad política del gobierno de turno.

Por ejemplo, durante el gobierno del reformista Jatamí, la aplicación fue muy laxa y hubo mucha más libertad para las mujeres en su forma de vestir. Por el contrario, durante el gobierno de Mahmud Ahmadineyad se endureció la aplicación.

En el gobierno reformista de Hassan Rouhani, que dirigió Irán hasta el año 2021, se volvió a relajar la aplicación de las normas y se permitió que las mujeres se pusieran el hijab mostrando partes del pelo. También se permitía la reunión de mujeres y hombres solteros en lugares públicos (anatema para los islamistas más estrictos) y la música occidental sonaba en zonas del norte de Teherán.

Reunión del presidente ruso Vladimir Putin con el expresidente iraní Hassan Rouhani y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan en Sochi, 2017. Fuente: Kremlin.ru

Es decir, el hijab y ciertas cuestiones morales, que tenían un carácter coyuntural y flexible, es lo que permitía al sistema político adaptarse al clima social de cada momento, y al hacer los principalistas de ello algo rígido, corren el riesgo que en lugar de doblarse se rompa, provocando lo que sería la primera ficha del dominó en caer.

Igualmente, también está el creciente rumor de que Mojtaba Jamenei, el hijo del actual Líder Supremo, Alí Jamenei, se ha posicionado como el sucesor de su padre en ese puesto (también se rumorea que tiene graves problemas de salud y podría morir próximamente). Ello convertiría a Irán en una suerte de dinasía, tal y como ocurrió en Siria cuando Bachar al-Assad sucedió a su padre, Hafez.

Mojtaba Jamenei comenzó a ganar protagonismo dentro del aparato de seguridad iraní al ser uno de los protagonistas en reprimir la "Revolución Verde" del año 2009 (el opositor Mousavi ganó las elecciones, pero el gobierno de Ahmadineyad se autoproclamó vencedor). Mousavi ahora azuza ese rumor que, más allá del debate sobre su veracidad, azuza el sentimiento popular de que Irán ha entrado en un callejón sin salida y que se dirige hacia una situación revolucionaria.

El régimen político de la República Islámica en Jake.

La muerte de Amini, por lo tanto, no hay que enmarcarla meramente como una simple oleada de indignación y protesta. Se transformó en el núcleo al que ha convergido todo el rechazo a la deriva reaccionaria que ha adoptado Irán.

Desde la Revolución Islámica de 1979 Irán ha ido atravesando diferentes fases en su sistema político, en el que se han ido alternando reformistas y conservadores. Estos intentos de reforma comenzaron con el gobierno de Rafsanyani (1989 - 1997), intentando abordar la liberación económica, mejorar las relaciones con los países árabes vecinos y llegar a un acuerdo sobre el programa nuclear. Esos intentos de reforma siempre se dan contra un muro conservador y reaccionario (denominados como corriente "principalista").

Desde entonces, la política iraní siempre ha oscilado como una marea, en la que los reformistas y la reacción conservadora se iban alternando en el control del parlamento y la presidencia. Esto creaba la ilusión de que había cierto grado de libertad para elegir. Por ello, hasta el año 2021, en Irán se pudo mantener la creencia de que el sistema de la República Islámica podía ser reformado por los cauces institucionales y de forma pacífica.

Sin embargo, durante la década de 2010 los reformistas estaban alcanzando una mayoría social que iba a dejar en minoría de manera permanente a los principalistas y al populismo conservador (como Ahmadineyad). La línea dura próxima al régimen reaccionó amañando las elecciones parlamentarias (2020) y presidenciales (2021), prohibiendo a la gran mayoría de candidatos reformistas presentar sus candidaturas. Con ello lograron mantener el control del Estado, pero a costa de que este perdiera toda legitimidad política.

Manifestación silenciosa en Teherán, 16 de junio de 2009, Revolución Verde. Fuente: milad avazbeigi

Hay que tener en cuenta que el campo conservador también está dividido. Por una parte, están los que creen en una economía fuertemente intervenida por el gobierno, con una alta presencia de empresas públicas, subsidios, cerrada al exterior (economía de la resistencia), etc. Por otra parte, hay sectores importantes de los conservadores que quieren una economía mucho más liberal, con menor intervención del Estado, abierta al comercio y las inversiones extranjeras, y centrada en modernizarse tanto económica como socialmente.

Este último sector conservador, también tiene una teoría del Estado iraní muy diferente a la de los primeros. Los más próximos a la línea tradicional, creen que el Estado debe estar unido a la religión e inmiscuirse en la vida personal de sus ciudadanos, para obligar a la población a que aplique los códigos morales religiosos.

Los segundos, aunque no dejan de ser personas conservadoras, creen que la religión es un asunto de índole personal, y que debe estar más separada del Estado, y que este no obligue a las personas a seguir la moral del 'wilayat-el faqih' o el 'gobierno del jurista'. En conclusión, este grupo de conservadores en la práctica pide una reforma de la República Islámica, motivo por el que coloquialmente se les denomina "reformistas".

Por último, la división también se traslada a la política exterior y la militar. Los más conservadores y cercanos al actual régimen, promueven una política exterior de intervenir en guerras extranjeras y exportar los ideales de la revolución islámica y el "antiimperialismo". Como económicamente tienden a cierto grado de autarquía, son contrarios o escépticos con las conversaciones del programa nuclear iraní (que abriría la economía a las inversiones extranjeras). Militarmente defienden un gasto de defensa importante y con gran protagonismo de la Guardia Revolucionaria.

Las corrientes reformistas, por el contrario, quieren limitar las intervenciones en el extranjero, lo que permitiría la apertura económica al exterior y a su vez aceleraría la modernización económica y social, que en última instancia redundaría en que la sociedad iraní se hiciera más secular, lo que a su vez conformaría una mayoría social indiscutible que terminaría logrando la reforma del Estado iraní.

En resumen, el endurecimiento de la represión para imponer el hijab está dividiendo aún más al campo conservador, motivo por el que figuras religiosas y líderes de este sector están posicionándose públicamente en contra de la política del actual gobierno de Raisi.

Conclusiones

No obstante, la oposición es, por el momento, una masa heterogénea de intereses que persiguen diferentes fines. Es cierto que la situación en Irán es parcialmente prerrevolucionaria, con graves problemas económicos, pérdida de legitimidad de la élite del régimen y sin mecanismos eficaces para canalizar el descontento (aplicando solo represión).

Sin embargo, la amalgama de grupos que han salido a las calles no está unificada bajo un programa de mínimos que busque derrocar revolucionariamente al gobierno. Muchos de los que ahora protestan, estarían dispuestos a seguir una vía reformista si el gobierno de Raisi fuera más flexible.

A su vez, la oposición tampoco está liderada por un grupo coherente que dirija la táctica y la estrategia que toda revolución requiere. Es, por el momento, una revuelta espontánea y que parte de abajo hacia arriba, pero cuyo impulso se difumina al llegar a las cotas superiores de la política.

A partir de ese punto ya no es posible hacer un pronóstico sólido, las situaciones prerrevolucionarias son sumamente volátiles y caóticas. En el más largo plazo, es posible que la oposición logre congregarse entorno a unos principios ideológicos básicos para derrocar al actual régimen y se forme algún tipo de junta que lidere el cambio. Otra posible evolución de los acontecimientos es que una vez se ejecute la represión con todo su poder y violencia, los tumultos se extingan (lo que ha sido la tónica de todas las protestas anteriores en Irán).

Un último escenario sería el de una transición pacífica de la República Islámica a un nuevo tipo de Estado mucho más liberal y de carácter menos religioso, que sería el escenario que siempre han promulgado los reformistas.

Sin embargo, tal y como está estudiado por la Ciencia Política, para que las transiciones tengan un final exitoso se requiere que la élite esté de acuerdo, aunque sea mínimamente, en cómo hacer esa transición y cuáles serían sus fines. Pero la élite en Irán, como se ha explicado, está dividida.

En definitiva, todos los procesos de transición que se llevan a cabo sin ese acuerdo acaban en un golpe de Estado reaccionario que aborta el proceso o desembocan en una guerra civil.

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