Medio de comunicación independiente

Por Luis Guillén Martín.

Es cierto, apenas han pasado 60 días desde la investidura del presidente estadounidense Joe Biden. También es cierto que habitualmente se pide respetar los primeros 100 días de un dirigente para comenzar a evaluar cómo están yendo las cosas.

Sin embargo, durante los últimos 2 meses con el demócrata al frente de la Casa Blanca, han sucedido tantas cosas en materia de política exterior que ya se pueden sacar muchas conclusiones sobre el rumbo que parece tomar su presidencia.

Para hacer un pequeño análisis inicial de lo que está siendo y lo que podría ser la estrategia ante el mundo de Biden, lo mejor es separar cada región, pues en cada una están actuando de una forma distinta: en ocasiones dando un giro de 180 grados respecto a la actitud del expresidente Donald Trump (sobre todo con los aliados) y en otros manteniendo exactamente la misma línea de los últimos 4 años, a pesar de las críticas feroces que el ahora presidente hizo durante la campaña electoral a las actuaciones de la anterior administración.

Dando la mano de nuevo a Europa

Quizá uno de los cambios más notables con la nueva administración de Biden es la vuelta al tono cordial con los aliados. En este sentido, la mayoría de países europeos (excepto algunos primeros ministros a los que no les molestaba en absoluto el trumpismo) respiran aliviados habiéndose librado de la presencia de un incómodo aliado como Donald Trump.

A los constantes reproches por la insuficiente contribución presupuestaria a la OTAN y la pequeña guerra arancelaria producida por los subsidios a Boeing y Airbus, se le unieron los apoyos al proceso del Brexit y a líderes iliberales dentro de la Unión Europea. Con todo, el resultado de los 4 años de la administración del republicano resultó en una Unión Europea con mucha menos confianza en su aliado estadounidense y reafirmada en su búsqueda de la “autonomía estratégica”, para no volver a encontrarse tan perdida si vuelve a aparecer un líder estadounidense antieuropeo.

Ya desde noviembre de 2020, los líderes europeos se apresuraron a felicitar a Joe Biden por su victoria (a pesar de la insistencia de Trump en el fraude electoral). Era evidente que los aliados tradicionales de EEUU se encontraban mucho más cómodos con una figura conocida como Biden en Washington (aunque más que por Biden, el alivio fue por el adiós del republicano).

El ya no tan nuevo presidente no ha perdido el tiempo y ha escenificado su deseo de recuperar la confianza de sus aliados europeos en varias ocasiones, como en la edición especial de la Conferencia de Seguridad de Munich(en la que aseguró que la “alianza transatlántica” por fin estaba de vuelta) o con la visita de John Kerry a Bruselas (en la que puso en escena el regreso de las relaciones cordiales).

Sin embargo, la prueba real del acercamiento ha sido la suspensión temporal de los aranceles derivados del conflicto Airbus-Boeing, que habían producido una pequeña guerra comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos desde que, en 2019, Donald Trump aplicase sanciones por valor de más de 8.000 millones de dólares a productos europeos.

Los aliados europeos son, por el momento, los grandes beneficiados de una vuelta a la normalidad de las relaciones transatlánticas, aunque siempre con la cautela de saber que, en apenas 3 años, otro candidato trumpista podría regresar a la Casa Blanca y hacer retroceder de nuevo las agujas del reloj en su cooperación.

Pero no podemos olvidarnos del otro gran protagonista del panorama europeo: Rusia.

Aunque por fin Washington y Moscú llegaron a un acuerdo para la extensión por 5 años del Tratado New Startpara la limitación de armas nucleares, lo cierto es que las relaciones bilaterales no han sido precisamente buenas desde la investidura del demócrata. La administración Biden, junto a la Unión Europea, ha impuesto sanciones a varios funcionarios rusos como respuesta al presunto papel del Kremlin en el envenenamiento de Alexei Navalny y por el encarcelamiento de miles de manifestantes que, tras la sentencia de 3 años y medio por saltarse su régimen de libertad condicional, pidieron la liberación inmediata del opositor.

A todo ello hay que sumar un nuevo informe de la inteligencia estadounidense, que señala a Rusia e Irán por supuestas campañas dirigidas a influir en las elecciones del 6 de noviembre para beneficiar a Trump con “acusaciones falsas o sin fundamento”. En una entrevista reciente, Joe Biden aseguraba que el presidente ruso Vladimir Putin “pagaría el preciopor la injerencia electoral, aunque habría que trabajar en los intereses mutuos como se hizo con el tratado New Start.

Asia y la nueva estrategia del Indo-Pacífico

Al mirar al continente asiático, la nueva administración no ha cambiado de parecer respecto al principal rival a batir: China.

Durante todas las reuniones de la administración Biden con sus aliados, se sigue señalando al gigante asiático como el gran rival estratégico a largo plazo.

La estrategia de “desacoplamiento” de Donald Trump se ha mantenido, con la firma de la orden ejecutivaque trata de blindar las cadenas de suministro estadounidenses para no depender demasiado de socios incómodos, principalmente China, en sectores estratégicos. También se ha reafirmado la calificación de “genocidio” al trato chino de la minoría musulmana uigur en la región de Xinjiang.

En cambio, y esta es la principal diferencia del enfoque hacia China de Biden respecto a la de Trump, la nueva administración ha admitido la necesidad de cooperar con el gobierno de Xi Jinping en todos los asuntos que sean del interés de los estadounidenses.

Autores: Tim Rue/Corbis, Getty Images.

La forma de escenificar esta necesidad de “colaborar” cuando sea necesario fue la reunión entre Anthony Blinken y Yang Jiechi, los máximos responsables de los asuntos exteriores de sus respectivos países, que se celebró en Alaska el 18 de marzo. Aunque esta acabó en una especie de “circo” delante de las cámaras, con reproches y cruces de acusaciones entre los diplomáticos estadounidenses y chinos, la reunión siguió a puerta cerrada y ambas partes admitieron que el encuentro fue “directo, franco y constructivo”.

También cabe destacar la primera prueba de política exterior que ha enfrentado el nuevo presidente con el golpe de Estado que se produjo en Myanmar el pasado 1 de febrero. Muchas voces pidieron que Estados Unidos volviese a aplicar las sanciones que Obama levantó en 2016como “recompensa” al país asiático. No obstante, Biden optó por sancionar sólo a Min Aung Hlaing (líder del golpe) y otros 9 funcionarios birmanos, sin reponer las fuertes sanciones previas a Obama, lo que empujaría (más aún) a Myanmar a los brazos de la influencia china.

Pero no todo son relaciones conflictivas en Asia: Japón y Corea del Sur son los grandes protagonistas de la nueva política de Biden destinada a recuperar la confianza perdida por sus aliados tradicionales, muy necesarias para contrarrestar la influencia regional de China. De hecho, las dos democracias asiáticas han sido destino de los primeros viajes oficiales de Anthony Blinken (Secretario de Estado) y Lloyd Austin (Secretario de Defensa), en actos cargados de simbolismo y que escenifican el objetivo estadounidense de recuperar la confianza de Tokio y Seúl tras cuatro años de relaciones turbulentas.

Primero fue la visita a Japón, en la que ambos países firmaron una declaración conjunta señalando a China como “principal desafío militar, político, económico y tecnológico”. Al día siguiente, la reunión fue con Corea del Sur, en la que, además de señalar la importancia de contrarrestar la influencia china, se discutió la estrategia a seguir ante la amenaza norcoreana.

Autor: Liu Rui, Getty Images.

Por último, parece que la alianza del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Japón, Australia, India y EE.UU.), también llamada “Quad”, podría cobrar mayor relevancia en los próximos años, ya que parece que Biden tiene el objetivo de convertirla en una pequeña “OTAN” en el Indo-Pacífico para contener los avances de Pekín en la región. Es más, la alianza realizó su primera cumbre virtual en sus 15 años de vida.

Promesas incumplidas en Oriente Medio

Si hay dos protagonistas para la política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio durante los últimos meses son, sin duda, Irány Arabia Saudí.

Para Arabia Saudí, se deben analizar 2 hechos importantes:

Primero, la retirada del apoyo a las ofensivas saudís en Yemen y el congelamiento de la venta de armas a Arabia Saudí (que también afecta a la venta de cazas F-35 a Emiratos Árabes Unidos). Esto se enmarca en el objetivo de Washington de acabar lo antes posible con la crisis humanitaria yemení, que se ha convertido en el campo de batalla para la influencia de Irán y Arabia Saudí.

Segundo, la desclasificación del informe de inteligencia que apunta a que el príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman (MBS), autorizó el asesinato en 2018 de Jamal Khashoggi.

Para conmemorar el primer aniversario del brutal asesinato de Jamal Khashoggi, POMED y otras 12 organizaciones de derechos humanos y libertad de prensa realizaron un evento público en el Capitolio para conmemorar la vida de Jamal, pedir responsabilidad y arrojar luz sobre la represión del gobierno saudí.

A pesar de que Biden aseguró que convertiría a Arabia Saudí en un “paria” durante la campaña presidencial y, que ha mantenido los contactos con el reino a través del rey Salmán (evitando reconocer a MBS como líder de facto), ha primado la realpolitik y los intereses estadounidenses en el Golfo Pérsico, por lo que no se han aplicado sanciones directas sobre MBS, aunque se ha creado la “Khashoggi Ban”, con el objetivo de sancionar a 76 funcionarios del reino relacionados con el asesinato del periodista.

Arabia Saudí es un socio incómodo, pero necesariopara Washington.

En cuanto a Irán, está claro que el principal problema que ha enfrentado Biden ha sido la negociación para la vuelta al acuerdo nuclear JCPOA.

Durante la campaña electoral de 2020, Biden señaló el error que había cometido Donald Trump abandonando de manera unilateral el acuerdo y que volvería de inmediato a someterse al JCPOA. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La tensión con Irán no ha hecho más que aumentar durante estos 2 meses, con constantes ataques de milicias proxy iraníes a tropas y contratistas estadounidenses en Irak y Siria, a lo que Biden respondió con el primer bombardeo en Oriente Medio de la administración Biden, cuyo objetivo eran grupos proiraníes en suelo sirio.

Las negociaciones para la vuelta al cumplimiento del JCPOA por parte de Irán y Estados Unidos no ha ido mucho mejor. Irán insiste en que los estadounidenses incumplieron unilateralmente el acuerdo, por lo que deberían ser ellos quienes volvieran a cumplirlo antes de que Teherán cumpla con sus compromisos.

Por su parte, la administración Biden se niega a levantar las sanciones hasta que Irán deje de violar el acuerdo nuclear. Desde Washington, además, siguen argumentando que el acuerdo está desfasado y que debería ampliarse para cubrir las “actividades malignas” iraníes en la región y su programa de misiles balísticos, algo que Javad Zarif, Ministro de Exteriores iraní, ha rechazado repetidamente.

Mucho ruido, ¿pocas nueces?

Como conclusión, los primeros meses de Biden están demostrando que su administración busca recuperar la confianza perdida de sus socios tradicionales (Unión Europea, Japón, Corea del Sur…) para evitar que se acerquen cada vez más a China, su “rival sistémico”, como ha ocurrido durante el último año (con el Acuerdo de Inversiones con la Unión Europea o el tratado comercial RCEP en el que participan Japón y Corea del Sur).

Sin embargo, aunque el tono ha cambiado ligeramente en asuntos espinosos, lo cierto es que el enfoque de Biden en política exterior apenas ha variado respecto al de Donald Trump. China sigue siendo el rival sistémico (a pesar de que haya mayor disposición a cooperar), Arabia Saudí sigue siendo el protegido estadounidense en el Golfo Pérsico (sin grandes consecuencias por la represión de su oposición o los asesinatos de disidentes), no se ha vuelto al JCPOA con Irán (debido, entre otras cosas, a la presión de Arabia Saudí e Israel), y las relaciones con Rusia no hacen más que empeorar.

Los dos meses de Joe Biden como inquilino de la Casa Blanca han dado pie a muchos movimientos geopolíticos en el mundo, pero hay cosas que, ni han cambiado, ni van a cambiar, durante su mandato.

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