Medio de comunicación independiente

Por Diego Rodríguez

Los antecedentes históricos

Sí, la frase que titula este artículo está modificada, hemos sustituido “guerra” por “pandemia” en el famoso adagio atribuido a Esquilo, el eximio dramaturgo griego. Otros dicen que Hiram Johnson, gobernador de California y luego senador aislacionista estadounidense, retomó la cita en 1917, cuando se debatía en EEUU sobre la entrada en el conflicto bélico que supuestamente iba a acabar con todas las guerras. Pero desde luego del que no cabe duda es del aristócrata británico y diputado laborista Hiram Warren Johnson, porque la dejó impresa, en 1928, en su más influyente obra, Falsehood in Wartime: Propaganda Lies of the First World War (La falsedad en tiempo de guerra: Las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial), a la que también aportó su conocido decálogo sobre la propaganda de guerra.

El general chino Sun Tzu, en su célebre obra El arte de la guerra, que dejaría una profunda impronta en el pensamiento militar moderno, expuso en una proverbial frase su concepción sobre el carácter de la guerra: «La guerra, es el Tao del engaño«. En definitiva, sostenía Sun Tzu que el estratega virtuoso debía primeramente distraer la atención del enemigo en los elementos más sobresalientes de su posición, y de no tenerlos, incluso inventarlos. El propio Napoleón Bonaparte, uno de los grandes estrategas de la historia, siguiendo las enseñanzas del general chino, utilizó profusamente el engaño como arma de guerra.

Ni la globalización ni la crisis climática, ni la creciente conciencia de la humanidad de que la Tierra es su casa común, han sido suficientes para revertir la inercia verificada históricamente del comportamiento de los grupos humanos en estas situaciones críticas.

Similitudes de la guerra y la peste

Aunque hay grandes diferencias entre una guerra y una pandemia, hay también muchas similitudes. En sendas situaciones críticas se imponen medidas políticas, sociales y económicas excepcionalísimas, se sabe de antemano que al término de la catástrofe habrá vencedores y vencidos o al menos unos más vencidos que otros, hay un número masivo de víctimas humanas, la ciudadanía entra en modo supervivencia y, en definitiva, todo se hace girar en función de la dinámica que imponen ambas situaciones apocalípticas. Como reacción de autodefensa ante esas emergencias, los países o bloques políticos involucrados tratan de disimular, en el interior y en el exterior, el deterioro que están sufriendo a todos los niveles. En definitiva, la verdad se sustituye por la propaganda.

La actual crisis provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 y la enfermedad COVID-19 no son ajenas al engaño o disimulo atávicos utilizados en situaciones críticas por las sociedades humanas a lo largo de la historia para confundir a sus vecinos y ocultar la realidad a sus ciudadanos.

«Rey Español; Gripe Española» Alfonso (XIII) está muy enfermo, Sherbrook duramente golpeada por la epidemia», 4 de octubre de 1918, Border Cities Star (Windsor, Ontario).

Sabidas son las represalias llevadas a cabo por China contra Li Wenliang y otros médicos chinos por alertar de la pandemia o que, en plena guerra propagandística, Pekín aplicó a conciencia la censura a los medios nacionales y que el 17 de marzo ordenó la expulsión a los corresponsales de Time, The New York Times, The Wall Street Journal, The Washington Post, y Voice of America.

Pero aquí no nos vamos a detener en el estudio de la censura expresa ni en otros ámbitos, sino en el análisis de la estadística y los datos epidemiológicos reconocidos por los diferentes países, que demuestra por sí solo la vigencia -desgraciadamente- del título de nuestro artículo.

Y la plena actualidad de la frase atribuida en el siglo XIX al primer ministro británico Benjamin Disraeli, en plena época victoriana: «There are three kinds of lies; lies, damned lies and statistics» («Hay tres tipos de mentiras: mentiras, grandes mentiras y estadísticas«.

Los pronósticos científicos sobre la pandemia

Las fuentes científicas más fiables mantienen que una vez se extiende el coronavirus entre la población el porcentaje que probablemente se va a contagiar, desarrolle o no síntomas, en los próximos doce meses puede ser del 40%-50%. De ese porcentaje, alrededor del 80% no se enterará porque no presentará ningún síntoma o si los presenta serán leves. Al final, se calcula que una estimación prudente de la tasa de mortalidad (muertes/casos diagnosticados x 100) estará entre el 0,1%-0,3%, es decir, que morirán por el coronavirus entre 1-3 personas por cada mil casos diagnosticados, dependiendo de la edad de la población, la potencia de su sistema sanitario, la eficacia de las medidas implementadas, etc.

Para hacernos una idea, la gripe común tiene a nivel mundial una tasa de mortalidad del 0,1%, aunque en España, por ejemplo, la temporada 2017-2018, que fue excepcional, oficialmente se saldó con 800.000 casos diagnosticados y 15.000 muertes (1,87%) y la temporada 2018-2019 con 525.300 y 6.300 (1,2%), respectivamente, que ofrece una tasa mucho mayor, seguramente por una infravaloración de los casos diagnosticados.

La tasa de mortalidad de la gripe, pues, es la tasa que como mínimo se prevé en el caso del coronavirus. Además, se presupone que como el coronavirus se propaga más rápido que el virus de la gripe causará más muertos en números absolutos, al aumentar el denominador -los casos diagnosticados- de la fórmula de la tasa de mortalidad.

La carrera que se quiere ganar con las medidas de aislamiento tiene como fin extender en el tiempo el número de infecciones graves, para que no se acumulen y colapsen los hospitales, no para evitar el contagio masivo, que se va a dar -y es imposible pararlo- en los próximos meses y a un año vista, con una previsible parada de la pandemia en la primavera-verano y un resurgimiento en el otoño-invierno próximo.  

Los casos confirmados no son fiables

Se da por descontado una casi segura y muy importante infravaloración, que puede hacer que la cifra de afectados reales sea hasta 10 veces la de diagnosticados oficialmente, debido a que ningún país ha detectado el número real de infectados, que es muy superior a los casos oficiales confirmados, siendo ese preciso motivo el que hace que muchos países presenten actualmente una tasa de mortalidad muy alta. Pero es que ni siquiera los datos proporcionados son homologables, desde el momento en que existe una gran disparidad entre los distintos países sobre el número test de detección realizados e incluso de la comunicación realizada de esas informaciones al resto del mundo.

Las muertes registradas tampoco

Con las muertes registradas puede haber ocurrido otro tanto dado que, dependiendo de cada organismo, es una práctica muy frecuente que unos países comuniquen sólo las muertes de pacientes previamente diagnosticados o solo las hospitalarias, sin computar las muertes de los no diagnosticados o no hospitalizados, que se estima puede ser una proporción nada despreciable. Aparte de eso, otros países -a conveniencia- computan sólo la muerte por coronavirus, mientras otros computan todas las muertes con coronavirus.

También otros organismos han detectado en estos días una tasa de mortalidad en la población total muy superior a la estimada estadísticamente en condiciones normales, lo que los epidemiólogos denominan exceso de mortalidad, que hace pensar en que tal vez dicho exceso tenga su explicación en un número indeterminado de muertes por coronavirus que no se computan como tal.   

Los datos notificados

Sin borrar de la memoria las previsiones reseñadas más arriba, basadas en el conocimiento científico que se tiene hasta la fecha de la enfermedad, hagamos un recorrido por algunos de los lugares más poblados del planeta para observar sus cifras.

China. Parece que hay pocas dudas de que el origen del brote está asociado a Wuhan y, en concreto, al mercado de Huanan, por lo menos así lo comunicaron las autoridades sanitarias chinas el 31 de diciembre a la OMS, seguramente acuciadas por el conocimiento masivo del mensaje que el oftalmólogo chino Li Wenliang, luego represaliado por su gobierno, envió a través de Weibo (el Twitter chino), el 30 de diciembre, a varios colegas alertando de la situación para que tomaran precauciones y usaran ropa protectora.

Parece lógico pensar que la situación denunciada por Li Wenliang y otros médicos venía de semanas o meses atrás atendiendo a los datos de la evolución de la enfermedad que hoy conocemos. De hecho, según el diario de Hong Kong South China Morning, el primer paciente contagiado con el COVID-19 en China se remonta al 17 de noviembre, aunque otras fuentes, incluida la del Ministerio de Sanidad en España, datan el inicio de los síntomas del primer caso el 8 de diciembre de 2019.

Derivado de la censura del gobierno chino, sus autoridades tardaron varias semanas en tomar las medidas pertinentes, lo mismo, bien es verdad, que en otros muchos países ocurrió más tarde, pero precisamente por compartir esta circunstancia es muy difícil de digerir que el número de muertos y afectados comunicados por el gobierno chino tenga algún viso de realidad, si no queremos transigir con el milagro de que un país con casi 1.400 millones de habitantes registre menos contagios y muertes que Italia y España, que cuentan con 60 y 47 millones de habitantes, respectivamente.

La India. Sin ambages, es uno de los casos más sorprendentes de apagón epidemiológico, absolutamente portentoso lo ocurrido allí. Un país que con 1.300 millones y en pleno centro del virus en Asia, informa del primer caso de coronavirus el 30 de enero y tarda más de mes y medio en tomar la decisión de cerrar, el 24 de marzo (y de momento hasta el 15 de abril), las principales ciudades del país, incluida Nueva Delhi, cuando solo registraba 536 infecciones y 10 muertes. Este milagro incluso fue bendecido por la OMS que, impresionada por el éxito indio, semanas atrás subrayó la espectacular respuesta contra el virus dada por el gobierno, y eso con el agravante de que los factores de contagio (proximidad y falta de higiene) abundan en la India y, en general, en todos los países densamente poblados del sur de Asia.

Es de reseñar que a mitad de marzo participaban del prodigio indio los Estados de Afganistán, Pakistán, Nepal, Bután, Bangladés, Sri Lanka y Maldivas donde, incluyendo a la India, viven unos 2.000 millones de personas y solo había notificados 300 casos de coronavirus. Eso, a pesar de que Irán, un país limítrofe o cercano a muchos de los anteriores, ha notificado un número casos y muertes importante, tanto que de no mirar el mapa alguien podría pensar que se trata de una isla en la que hubiera caído alguna maldición.  

Rusia. Las autoridades rusas comunicaban menos de 500 casos y una sola muerte por coronavirus, ocurrida el 19 de marzo, cuando el presidente Putin anunció el 25 de marzo medidas para enfrentarse a la pandemia y pidió a los rusos que se quedasen en casa, aunque dejó en manos de gobernadores y alcaldes tomar medidas más duras.  

Con 4.200 kilómetros de frontera compartida con China y 147 millones de habitantes, el recuerdo de la catástrofe de Chernóbil de 1986 vuelve a avivar la más que justificada desconfianza entre algunos sectores de la población respecto de los datos proporcionados por sus autoridades, a pesar de que el propio alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, ha reconocido abiertamente que no se conoce el número real de afectados. 

Corea del Norte y Corea del Sur. La pugna entre las dos Coreas, vestigio de la Guerra Fría, no ha cesado desde que después de la 2ª Guerra Mundial se dividió la península por el Paralelo 38, algo similar a lo que ocurrió con Alemania.

El Presidente de Corea del Norte Kim Jon-Un.

Sorprende sobremanera la diferente incidencia del virus en dos territorios contiguos, pero lo más asombroso es que Corea del Norte (25 millones de habitantes) no haya notificado todavía ningún caso de coronavirus, algo imposible con la ley de probabilidades en la mano dada la proximidad del país con el epicentro de la pandemia, la ciudad china de Wuhan, lo que le otorga sin lugar a dudas la medalla de oro mundial en la política del engaño y disimulo.

Corea del Sur (51 millones de habitantes), sin embargo, pasa por ser el país que con más eficiencia ha combatido la pandemia, entre otras razones por haber sabido sacar el mayor partido a las nuevas tecnologías, a pesar de que fue uno de los primeros países en comunicar el contagio de su población. De todas formas, no conviene olvidar la rivalidad enconada con sus vecinos del norte y el seguro interés en minimizar los daños, obviamente no en la medida surrealista utilizada por el gobierno norcoreano.

UE y EEUU.Desde que comenzó el brote en estos territorios (la población de la UE suma 446 millones, tras el Brexit, y la de EEUU 331 millones) los números están creciendo de manera vertiginosa, tanto que los casos confirmados de contagios y muertes por EEUU, Italia y España, ya han superado con creces o van a superar los comunicados por China, al igual que se prevé en otros países europeos como Alemania, Francia y Reino Unido.

La UE en su conjunto, atendiendo a los datos notificados, tendría los peores datos pandémicos del orbe en proporción a su población, y EEUU vendría inmediatamente después, lo que podría interpretarse como una mayor transparencia, o un menor engaño si se quiere, a la hora de notificar los datos al resto del mundo.

Conclusión

Puede observarse que incluso en los territorios donde los datos registrados son más abultados, la tasa de mortalidad prevista por los medios científicos más fiables (0,1%-0,3%) difiere en mucho con los datos comunicados, no tanto porque se infravalora el número de muertes, que también, sino, sobre todo, porque la población realmente contagiada y no diagnosticada puede ser muy superior a la efectivamente notificada por las respectivas autoridades sanitarias.

De cualquier manera, creemos que la incapacidad material de los países en muchos casos, cuando no la descarada censura, apoyada en la oportuna “cocina” o maquillaje estadístico en todos, está provocando que los datos ofrecidos estén muy lejos de la realidad en mayor o superlativa medida, haciendo, en definitiva, bueno el título de este artículo a pesar de que la humanidad entera hubiera deseado, sin duda, que esta vez no hubiera sido así.

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