La rivalidad geopolítica histórica entre Rusia y Turquía
Relaciones históricas
La toma de Constantinopla en 1453 por los otomanos fue concebida como una desgracia entre la cristiandad europea: La segunda Roma había sucumbido al infiel. El Principado de Moscovia, que tenía lazos dinásticos, culturales y religiosos con Bizancio decidió tomar el relevo.
El proto-Estado ruso se construyó alrededor de una idea: eran el último bastión de la cristiandad verdadera, la ortodoxa. Rodeados de infles y herejes, Moscú se convertirá en la tercera y última Roma. Iván el Terrible, en 1547, adoptaría el título de Zar, una deformación fonética de Cesar, el título imperial romano. El objetivo mesiánico y fuente para legitimar las aventuras imperiales de este nuevo imperio ruso involucrará la reconquista de Constantinopla para la cristiandad.

Mientras que el zarato se sentaba en unas llanuras sin fronteras naturales que forzarían a Rusia a un estado de guerra eterno por su supervivencia, el imperio Otomano se emplazaba en el cruce de caminos más importante del planeta y bloqueaba a su vecino del norte cualquier acceso al mar Negro y al mar Mediterráneo.
Moscú eventualmente entendería que, para poder garantizar un mayor control de aquel gran puente terrestre directo al corazón de Rusia entre el mar Báltico y el mar Negro, controlar al menos uno de esos dos mares era de carácter no negociable. Será una de sus más brillantes autócratas, Catalina II, quien mediante dos guerras seguidas contra el imperio Otomano en 1768 y 1787 consolidaría el control ruso de Crimea y la costa norte del mar Negro: Por primera vez en su historia, Rusia tenía salida al mar.
En 1853 estalló la Guerra de Crimea. El imperio Otomano, al que pronto se le empezaría a identificar como “El hombre enfermo de Europa” era ya, sin duda, una potencia desgastada y decadente, pero no carecía de amistades. En el contexto de el Gran Juego en Asia Central entre Gran Bretaña y Rusia, ahora rivales a una escala planetaria, el débil imperio Otomano era un escudo valioso para Londres en su ruta a la India, la más preciada de sus colonias.
Las iniciativas rusas en los Balcanes para desestabilizar y eventualmente provocar un colapso del imperio Otomano era algo que Gran Bretaña no iba a dejar pasar. En calidad de superpotencia, Londres simplemente obvio el estadio diplomático y asesto el golpe allí donde más dolía: el acceso ruso al mar y su único puerto de agua caliente: Sebastopol y la península de Crimea.

En 1878 el imperio otomano estaba tan débil que, bajo un contexto de emancipación nacional, empezó a perder el control de forma definitiva en los Balcanes. Austria y Rusia temían que la otra aprovechara para asestar el golpe definitivo, convirtiéndose en el nuevo dueño de la región para pesadilla del otro. Las tensiones estallaron en 1912 y 1913 en un seguido de guerras proxy que fueron aplacadas por los esfuerzos diplomáticos de Gran Bretaña y Alemania.
Pero el imperio Otomano no era ya más que un cadáver caliente. El miedo de Londres de crear un vacío de poder en Oriente Medio se haría realidad tarde o temprano y la guerra de 1914 ya no se pudo evitar. El primer ataque Otomano a Rusia, sin previa declaración de guerra, tuvo lugar en Crimea, como no podía ser de otro modo.
En 1916, durante el tratado de Sykes-Picot, las potencias de la Triple Entente se repartieron el control del territorio otomano de postguerra. Aunque Rusia jugaría un papel menor, le sería concedido, por fin, el muy anhelado control del Bósforo y la ciudad de Constantinopla: era una victoria histórica tras 400 años de perseverancia. La revolución de 1917, sin embargo, daría al traste con el plan.
Las relaciones entre Turquía y la Unión Soviética fueron en buena parte medidas por la nueva posición geopolítica que ocupaba Rusia: Ningún zar se hubiera atrevido jamás en soñar con una frontera tan al oeste. Turquía se volvería pieza fundamental en la doctrina Truman de contención al comunismo y en 1952 entraría en la OTAN.
El fin de la unipolaridad norteamericana
Tras un conqueteo breve con la idea de la injerencia mutua, Ankara apoyando a Chechenia y Moscú al Kurdistán turco, ambas potencias pactaron rivalizar por cualquier medio excepto por ese. Turquía y Rusia hoy en día chocan en multitud de frentes. Rusia intenta recuperar influencia en las exrepúblicas soviéticas centroasiáticas, mientras que Turquía ha desplegado una retórica pan-túrquica para erigirse como un primus inter pares de las naciones centroasiáticas con lazos culturales e históricos comunes: ambas potencias consideran la región parte de su esfera de influencia.
El apoyo sin reservas a Azerbaiyán en la reciente guerra de Nagorno-Karabaj de 2020 lanza un poderoso mensaje: Turquía no olvida ni sus orígenes ni sus hermanos. Armenia, por su lado, es y ha sido históricamente el mayor aliado de Moscú en la región del Cáucaso desde el genocidio de este pueblo en 1915 de la mano de los otomanos. La guerra de 2020 fue rápidamente mediada por el Kremlin, quien, de hecho, acordó la creación de un centro de observación para la paz.
Hoy las fuerzas del personal militar ruso actúan como defensores de la peacekeeping. Lo importante de este conflicto es lo que no ha ocurrido: La paz, la garantía y el mantenimiento de esta ha corrido a cargo no de la ONU y sus cascos azules, sino de las potencias regionales al más puro estilo siglo XIX imperial. Ambos países, aunque rivales, coinciden en no permitir ningún tipo de intromisión extrarregional en sus asuntos.
La rivalidad y conflicto en Siria utiliza el mismo marco. Rusia mantiene en el poder al presidente sirio pero, a su vez, permite a Turquía la ocupación militar de una franja en el norte del país que empezó con la operación Escudo del Éufrates, respetando aquello que Ankara entiende como un colchón militarizado imprescindible para contener fuerzas Kurdas y otras milicias en no pocas ocasiones apoyadas por Moscú.
Rusia, Turquía e Irán comienzan reunión sobre #Siria en Antalya https://t.co/SmFvdJjJev pic.twitter.com/OvtAbschMR
— teleSUR TV (@teleSURtv) November 20, 2017
De nuevo, potencias extrarregionales o la ONU no son bienvenidas, Rusia para ello abrió el foro ad hoc de los procesos de Astaná, donde la paz de la región es discutida entre Siria, Turquía, Rusia e Irán. Todo ello a pesar de que es en este conflicto donde ambos países (que cuentan con tropas desplegadas en el terreno) han llegado al intercambio directo de fuego, desde el derribo de un caza ruso a el bombardeo y muerte de más de una treintena de soldados turcos.
Los papeles se invierten en Ucrania. Moscú en primer lugar se anexionó la península de Crimea tan pronto como tuvo oportunidad en 2014. Se trata como hemos visto, de una cuestión no-negociable desde finales del siglo XVIII. A su vez, mientras Rusia mantiene una franja militarizada en el Donbás como colchón de seguridad en una frontera que se emplaza demasiado al este para la comodidad del Kremlin, Turquía se presenta como uno de los mayores proveedores de material bélico a Ucrania.
Ankara, de hecho, está utilizando su reciente adquirida autonomía industrial militar como herramienta de poder duro para inferir en pro de sus intereses en conflictos regionales. Los drones Bayraktar TB2 que ha vendido a Kiev han probado su eficacia ofensiva en conflictos como el de Nagorno-Karabaj, en Siria o en Libia, donde de nuevo, Turquía y Rusia se erigen como patrones de bandos enemigos.
Pueden aparentar que no todo es rivalidad; Turquía y Rusia han llegado a acuerdos de cooperación importantes, pero sería ingenuo no entender el carácter geopolítico de éstos. Tratos como la puesta en marcha del Blue Stream o la compra por parte de Ankara de los sistemas de defensa aérea S-400 rusos, tienen un telón de fondo similar en ambos casos. Con el blue stream Rusia busca diversificar clientes y provocar dependencia energética que propiciaría una ventaja estratégica. Mientras que con la venta de los sistemas S-400 Rusia proporciona apoyo a la autonomía estratégica turca, que por definición significa un alejamiento de la OTAN y un cisma con sus aliados.
🇹🇷🤗🇺🇦 #Turquia ha enviado a #Ucrania el primero de los seis UCAVs Bayraktar TB2 diseñados y fabricados por la empresa turca Baykar. Pasará a operar con la 10º brigada de aviación naval ucraniana, con base en Nikolayev. pic.twitter.com/ZzsTfnZyqF
— Revista Ejércitos (@REjercitos) July 27, 2021
El comportamiento independiente de Turquía, asertivo y abiertamente hostil con otros miembros de la alianza atlántica es indicativo de una cosa: Ankara no siente ninguna lealtad o simpatía por la OTAN, y mucho menos permitirá cualquier injerencia de ésta en su esfera de influencia. En esto, Rusia y Turquía sintonizan. Estas regiones son su campo de competencia, el de nadie más.
La rivalidad regional entre Turquía y Rusia en el periodo posterior a la caída de la Unión Soviética ha vuelto a dinámicas imperiales propias de siglos anteriores. Ambos países rivalizan, pero a su vez acuerdan hablar el mismo idioma. Se comportan como potencias regionales que dictan la paz y la guerra en términos propios y, a su vez, ninguno, ni Moscú ni Ankara, están dispuestos a permitir la intromisión de un arbitrio extrarregional.