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En la primera mitad del siglo pasado vimos dos grandes guerras que, por sus repercusiones a nivel global y por la participación en ellas de la mayoría de potencias relevantes, llamamos "guerras mundiales". En estos dos conflictos se destinaron todos los recursos, tanto económicos como demográficos, a combatir al enemigo. El canciller alemán Adolf Hitler se refería a este tipo de guerra como totalen Krieg (guerra total).

Tras la segunda guerra mundial, en cambio, las dos superpotencias restantes lucharon entre sí en una llamada guerra fría, protagonizada por guerras indirectas en África, Indochina o donde surgiera la ocasión. La principal causa de este fenómeno fue claramente la creación de la bomba atómica y, por ello, es lógico pensar que esta continúa siendo la razón por la cual no ha sucedido aún una nueva guerra mundial.

Soldados alemanes durante la invasión de la Unión Soviética por las potencias del Eje, 1941. Fuente: Archivos Nacionales en College Park 

Sin embargo, cuando uno mira hacia atrás en la historia se da cuenta de que este fenómeno ya ha sucedido anteriormente en múltiples ocasiones: cuando las naciones tienen una pirámide poblacional sana y hay prosperidad sucede la guerra total; pero cuando hay colapso demográfico, pestes y decadencia sucede la guerra fría o de baja intensidad.

El mayor ejemplo de esto se ve en los siglos XVI y XVII. En el siglo XVI el Imperio Español de los Austrias se embarcaba en grandes batallas navales contra los turcos otomanos por el control del Mediterráneo, como hizo en Lepanto (1571), invadía territorio francés con más de 40.000 hombres, como hizo en la Batalla de San Quintín (1557), e incluso enviaba a la Armada Invencible con la intención desembarcar un ejército en la propia Inglaterra (1588).

En el siguiente siglo sucedió la guerra de los 30 años. Este conflicto, por el contrario, no consistió en grandes batallas con miles de hombres o de extensas flotas realizando campañas en el extranjero. Consistió más bien en pequeños ejércitos de mercenarios que llevaban a cabo minúsculos avances separados entre sí por meses e incluso años, todo esto acompañado de plagas y hambrunas, además de llevar a la ruina económica a las naciones beligerantes.

Una situación análoga es la que tenemos ahora: en la primera mitad del siglo pasado vimos ejércitos formados por millones de hombres. Generaciones enteras fueron reclutadas para luchar contra la potencia enemiga y la guerra sólo podía terminar con la capitulación completa de uno de los dos bandos. Sin embargo, ahora nos encontramos en un conflicto global semejante a la guerra de los 30 años.

"Las miserias de la guerra; Núm. 11, El ahorcamiento", durante la Guerra de los 30 años. Autor: Jacques Callot

En la conciencia popular siempre se ha pensado que una guerra de la OTAN contra la Federación Rusa implicaría el uso de armamento nuclear o de una operación Barbarossa 2.0. Tenemos, en cambio, una guerra contra Rusia en la que la OTAN lucha enviando equipamiento a Ucrania y realizando sanciones económicas, mientras que los rusos utilizan ejércitos mercenarios y ni siquiera declaran la guerra formalmente a Ucrania.

Algo parecido sucede en el conflicto entre los dos gigantes asiáticos de China e India. En vez de un ejército chino entrando en el subcontinente, vemos como en la frontera entre ambos países los grupos de soldados luchan literalmente con palos y piedras, resultando en algunas bajas que no alcanzan las tres cifras.

La razón detrás de esto es que ninguno de los dos países está dispuesto a sacrificar su población joven. China, en particular, enfrenta grandes problemas demográficos causados por la antigua política malthusiana del hijo único. Ahora que esas restricciones de natalidad se han levantado para intentar arreglar la situación, el país se enfrenta a un colapso demográfico, mientras su población sigue envejeciendo y sus jóvenes tienen cada vez menos hijos.

Una parecida situación padecen la gran parte de los países desarrollados e incluso países no tan adinerados de Latinoamérica y el sudeste asiático, además de la India, Rusia e Irán entre otros.

El problema demográfico actual, junto a posibles epidemias que puedan llegar en el futuro cercano, impide pues el comienzo de una guerra de la misma escala que las guerras mundiales.

Incluso si la China Comunista se decidiera a invadir la isla de Taiwán, sería improbable que los EEUU hicieran gran cosa al respecto, evitando así un conflicto directo entre ambas superpotencias. Aunque los EEUU no tengan un problema demográfico tan grave como por ejemplo sufre Europa, sí tienen otros problemas como son una tasa de obesidad del 40 % en adultos y un público mayormente antibelicista.

Por todo esto, la posibilidad de una tercera guerra mundial en la que las potencias mundiales se batan en un duelo a muerte es mínima, y mucho menos una guerra nuclear que acabe con la civilización humana, ya que hay que recordar que los únicos dos arsenales verdaderamente capaces de ello son los de EEUU y Rusia, y a ninguno de los dos les interesaría en lo más mínimo. Por el contrario, es más probable que veamos conflictos de baja intensidad y escala separados por periodos de aparente paz.

No obstante, no debemos subestimar la capacidad destructiva de las guerras largas y poco intensas, pues, como nos ha enseñado la historia, también pueden causar millones de muertos y provocar la caída de imperios.

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